63. David Filmus

Era el día más largo del año. En las calles muchas personas llevaban gafas con vidrios color marrón para filtrar radiaciones azules o vidrios verdes para reducir el impacto de la luz visible o cristales polarizados antirreflejos para minimizar los deslumbramientos. Como un organismo que se reproduce sin cesar la multitud se hacía más grande cada vez. Semejante a un animal de múltiples cabezas se seguía a sí misma por los grandes bulevares hacia los grandes templos del shopping.

—Hijo, ¿debo acudir a la cita? —su madre le acababa de hablar a Nicolás por teléfono con bastante confusión.

—¿A cuál cita?

—Quedé de ver a Tiberiu Bratu en el Grand Palais.

—¿Para qué vas a encontrarte con él?

—Quiere comprarme la Carta de Neacsu de Campulung.

—¿Y qué pasa con la Histoire de la langue roumaine?

Ese libro ya se lo vendí a David Filmus.

—¿Lo vendiste sin decirme nada?

—Pensaba darte el dinero.

—¿Vendiste el libro y hasta ahora me lo dices? —Nicolás le colgó a su madre, se puso una gabardina y un sombrero, y salió disparado hacia Les Mamelles de Tirésias. Livres Anciennes et modernes.

Hablando del rey de Roma y él que asoma. ¿Qué estaba haciendo Tiberiu Bratu en Boulevard Haussmann, y, sobre todo, siguiéndolo por Boulevard Montmartre y girando a la izquierda hacia el Passage Jouffroy? Nicolás observó sus pelos canos saliéndole de las orejas y sintió deseos de arrancárselos. Y reparó en su camisa desabotonada con ganas de despedazársela.Y las revistas pornográficas con chicas desnudas saliendo de su portafolio negro con impulsos de tirárselas. Parecía inofensivo, pero detrás de sus gafas gruesas sus ojos eran feroces.

—Mmmmhhhh —el doctor se detuvo delante de la librería de David Filmus, no para indagar sobre las ediciones raras que habían hecho célebre al bibliófilo, ni por su interés en los grabados de Frederick y Elizabeth, el rey y la reina de Bohemia, exhibidos en el escaparate, sino para captar en el vidrio el reflejo del hombre invisible.

—Tiberiu Bratu —susurró Nicolás en su nuca, provocando que el doctor diera un paso hacia atrás y metiera la mano izquierda en el bolsillo de la chaqueta gris rata buscando un arma. El grupo de turistas que atravesaba el pasaje en ese momento lo hizo dudar, y con la cara convertida en máscara de rabia salió de cuadro del ojo vago del hombre invisible.

Ido el rumano, Nicolás traspuso el umbral de la librería, la cual se iba ampliando hacia dentro hasta convertirse en un laberinto de libros desparramados por el piso. Luces económicas arriba y abajo de la escalera producían en la primera planta y en el sótano una penumbra tan estable que parecía igual día y noche.

Desde el barandal, Nicolás columbró al viejo librero sentado a su escritorio hablando solo, como inmerso en una discusión consigo mismo. Hasta que inquieto por los movimientos de una empleada joven y regordeta que acomodaba ropas en una maleta pequeña levantó la vista.

—No puedo comprender qué estás haciendo, Agnés.

—Nada del otro mundo, profesor, simplemente me voy de viaje —replicó ella, y subió la estrecha escalera cruzándose con Nicolás.

—Señor Filmus —lo saludó el hombre invisible.

—¿Otra vez tú? ¿Qué quieres? —rezongó el viejo, con su traje tan arrugado que ninguna plancha podía remediar.

—El libro que le vendió mi madre.

—¿Título?

Histoire de la langue roumaine.

Aquí tengo la referencia: Édition de Bucarest y París, Leroux, 1929-1938. Deux tomes en cinq parties, in-8 broché, XXXI-510 + 575 pages. Index. Bon exemplaire.

—Lo quiero.

—Demasiado tarde; al día siguiente de comprárselo a tu madre un rumano me pagó diez veces el precio que le pagué a ella.

—¿Cómo se llamaba?

—Tiberiu Bratu.

—¿Se lo vendió a ese hombre?

—No te preocupes, le di un ejemplar de la Histoire de la langue roumaine. Nouveau tirage par procedé photomécanique. No se dio cuenta de la sustitución, y hasta llegué a ofrecerle la Gramatica limbii romane de Alexandru Rosetto en dos volúmenes, publicada por Editura Academiei Republicii Socialiste Romania, Bucarest, 1965-1969, pero se enojó.

—Me alarma que Bratu tenga el libro.

—Félix Filmus tiene a buen resguardo la edición original.

—Bratu es un miserable.

—Qué noticia, Sorin Filmus siempre sospechó que trabajaba para Antonescu y Ceausescu. Como buen rumano, mi padre desconfiaba hasta de su propia sombra.

—Quiero recobrar el libro.

—Será difícil, pero si buscas a Félix él te ayudará a descifrar el capítulo XIII de la Histoire de la langue roumaine que trata de las maneras diferentes de decir Campulung, Cimpulun, Ciamplung, Campuslungus, Kanpulangu en rumano antiguo.

—¿Es importante saberlo?

—En el tomo I el capítulo sobre “Le Latin et l’influence slave”, página 311, dice: “Il est á remarquer qu’aucun des mots turcs introduits en macédo-roumain ne connait le passage des labiales aux palatales: bilbit = turc bulbul.

—¿Qué significa eso?

—No sé por qué estas líneas provocaban tanta excitación en los servicios de inteligencia de Europa del Este; deben significar algo.

—Gracias por la información.

—Espera, vamos a tomar un café al Zephyr.

—Lo siento, tengo cosas urgentes que hacer —Nicolás salió disparado de la librería. En el pasaje vio sobre el Hotel Chopin las manecillas del viejo reloj con números romanos color azul apuntando a las 11:11, mientras la vidriera del techo se doraba como las alas de una mosca doméstica. Entró al baño de un café, se despojó de sus ropas y emergió desnudo para meterse en el metro Richelieu-Drouot, y de allí dirigirse a toda prisa a otra parte de la ciudad.