67. Alucinación desde el puente

Por la escalera del metro Kléber subían hombres invisibles vestidos a la usanza antigua parecidos a aquellos con los que Nicolás se había topado en Pigalle. Lo mismo ocurría en las estaciones de la Gare du Nord y del Odeón. Entretanto, por el Pont de l’Alma iban y venían deslucidos como ropas deslavadas por la lluvia. Solos o en grupo, de la plataforma a la barandilla se camuflaban con árboles, estatuas, arcos y pilares. Sus caras color ámbar marchito daban la impresión de transparentarse bajo el sol quemante, mientras en suaves ondulaciones el Sena fluía manso. Desde el barandal, Nicolás seguía el monótono pasar de los Bateaux-Mouches, como si las embarcaciones se dirigieran con su carga de turistas al Inframundo.

—¿Cuántos invisibles ves? —Pierre el Fantasma cogió a su amigo del brazo, igual que si tuviera miedo de que fuera a desvanecerse en el aire.

—Si los ves no son invisibles.

—Vamos a ponernos de acuerdo de qué invisibles estamos hablando, ¿de los actuales o de los del siglo XVII?

—¿De los que nos están mirando?

—Y aquellos que están en la parada del autobús 63, ¿son apaches de los años veinte? —Pierre el Fantasma (gorra, chaqueta amarilla, bufanda roja, gafas negras) se rió.

—Y aquellos que andan por el Bois de Boulogne, por el cementerio del Pére Lachaise, por Chatelet, por la Gare Saint-Lazare, ¿qué crees? ¿Tienen el pipí fosforescente? —el hombre invisible contraatacó.

—No ha hecho calor en semanas, y ahora este infierno —Pierre el Fantasma miró hacia los otros puentes, hacia las calles adyacentes, como si una sequía interna le quebrara la vista.

—Ayer los vi caminar por el río, desnudos, con los brazos hacia abajo, como si no llevaran manos, como si no llevaran pies… El sudor resbalaba por sus dedos. Cuando vieron que los estaba viendo trataron de esconderse.

—Parece que te siguen.

—¿Te diste cuenta? En este momento algo rojizo se levantó de entre ellos, primero como una rosa, luego como una humareda.

—Tú, ¿de quién te ocultas? Mi jefe de la Direction centrale du renseignement intérieur me ha dado la tarea ingrata de vigilarte, y, si es preciso, eliminarte.

—¿Por qué?

—Porque eres un elemento peligroso.

—¿Ves lo que yo veo? ¿Los invisibles en el puente?

—Sí.

—Algo va a suceder, no sé qué.

—Alguien los está movilizando; es como si una extraña premura se apoderara de ellos con la llegada de una fecha, ¿qué puede ser?

—No sé, y si lo supiera no te lo diría.

—Caramba, Nicolás, y yo que pensé que éramos amigos.

—Dime tú primero, Iohannes, ¿es el Imperator o Le Grand Maître?

—No sé de quién me hablas.

—Suponía que tu jefe te había encargado el caso de los invisibles.

—Me los he encontrado en puentes, en calles, en estaciones de metro, en salas de espectáculos, pues algunos son aficionados al teatro, ¿qué más quieres saber?

—Quiero que me describas a esos personajes con perfil de masa cruda, con cabellos descoloridos, que andan sin cabeza ni manos.

—Alucinante, Nicolás, alucinante.

—Denúncialos a la policía.

—Me creerán destrampado; imagínate que la Prefectura advierta a los ciudadanos sobre una invasión de invisibles —y como si Pierre el Fantasma quisiera cogerlo desprevenido, le preguntó—: ¿No eres uno de ellos?

Ignorando su pregunta, Nicolás afirmó:

—En Montmartre he vislumbrado sus siluetas contra el crepúsculo, su cara atravesada por los rayos solares. En el jardín de Luxemburgo los he percibido como sombras en los muros blancos. También los he visto en el puente Alexandre III.

El autobús 63 se detuvo junto a ellos. Unos niños bajaron. Unos invisibles subieron. El conductor no los detectó. El autobús partió.

—¿De dónde vendrán esos fantasmas? ¿Serán los espíritus de príncipes y electores, del rey de Navarra, la reina de Inglaterra, el rey de Dinamarca?

—Tus servicios de inteligencia esotéricos deberían saber que el ejército de invisibles podría ser una reminiscencia de la Confederatio Miliatiae Evangelicae que en 1586 en Luneburg trató de formar una liga contra la liga católica.

—En el siglo XVII el rey los hubiera mandado a galeras o a la picota sin problemas de conciencia. Pero ahora hasta los extraterrestres tienen derechos humanos.

—¿Tienes información sobre el afiche pegado a las puertas de París en 1623? ¿Sabes algo de Gabriel Naudé y de su Instruction a la France sur la verité de l’histoire des Fréres de la Roze-Croix? ¿Has leído sobre el Colegio de los Invisibles? Desde que se formó no ha dejado de producir adeptos. Cuando era niño mi padre me mostró el grabado de un edificio con una inscripción del Collegium Fraternitatis. En la puerta tenía una rosa y una cruz. El Colegio de la Fraternidad se encontraba en Ningunaparte, y, como la Utopía, era invisible. Francis Bacon escribió que en la Nueva Atlantis los Hermanos Rosacruces viajan invisiblemente como mercantes de luz. Creo que la cosecha de este año será tan abundante como la de las uvas.

—Metafísico estáis.

—Es que no como.

—Mira, los invisibles están atravesando el puente.

—Entremos rápido al metro.

—¿Por qué?

—El metro es el lugar más público y anónimo del mundo; la multitud da cobijo y seguridad. El metro representa atracción fatal por el prójimo, búsqueda de encuentros cercanos con unos pantalones entallados, sadismo contra mí mismo. Escucha bien, en tres estaciones nos separamos.

—¿Volveremos a vernos?

—No te esfuerces en buscarme, yo te busco —Pierre el Fantasma descendió en Trocadéro. Desde el andén buscó a Nicolás en el tren que partía, pero sólo percibió en el vidrio de la puerta la imagen de una pasajera invisible que estaba parada a su lado.