—¿Dónde estoy? —Nicolás había perdido el conocimiento. Se despertó en un cuarto desconocido. De su pantorrilla manaba sangre.
—Mira adónde hemos ido a parar por tu impaciencia —la mano invisible de Le Grand Maître, en la que sólo brillaba el anillo hermético, le apretó la herida y le puso una venda blanca. Por un minuto Nicolás vio el trapo vendando aire, la sangre traspasando la venda.
—Me siento mal.
—¿Tienes sed? Vidrio líquido debes de beber. ¿Tienes hambre? Una dieta de vidrio te sentará bien —Iohannes le metió a la boca unos cristales que se disolvieron en su lengua como hostias.
—¿Esto es parte del rito de la resurrección de Christian Rosencreutz? —preguntó el hombre invisible.
—O de Johann Valentin Andreae, el posible autor de Bodas químicas. Como dicen los hermanos historiadores, la Orden tiene ciclos de actividad de 108 años seguidos por periodos de sueño.
—Si es así, ¿un ciclo comenzó en 1623, otro en 1731, otro en 1839, otro en 1947, y el próximo será en 2057?
—No estoy seguro; lo único que sé es, como dijo Rudolf Steiner, que las almas aún no reencarnadas están en torno de nosotros y el vidente las descubre en la luz.
—¿Nacerá un nuevo Emperador Rosa-Cruz?
—La palabra Imperator no quiere decir Emperador, sino Dueño de sí.
—¿Puedo ver a Nicole?
—Viene en camino.
—¿Sola?
—Acompañada.
—¿Acabará la persecución?
—Si sabías que te estaban persiguiendo, ¿por qué no escapaste a tu país?
—Lo pensé, pero me di cuenta de que no tengo país.
—Pronto sabrás qué se siente cuando una ráfaga de disparos te derriba; cuando una bala disparada desde la ventanilla de un baño te atraviesa la cara.
—No fui yo el que mató a Pépin Cobra, fueron otros —se defendió Nicolás.
—Te alegrará saber que el doctor Bratu nunca les pagó a los Cobra por sus malos servicios, y que la Securitate nunca le pagó a Bratu por su estupidez, y que la policía secreta nunca consiguió el Proyecto Invisibilidad.
—Lo más increíble de todo es que yo, el invisible, no poseo el secreto de la invisibilidad, y los que me persiguen buscan en mí la idea de invisibilidad, no la invisibilidad misma.
—Lo sé; si te hubieran torturado hasta la muerte no habrías podido confesar otra cosa que tu propio vacío —dijo Iohannes—. Escucha, hemos traído a tu amiga para que te despidas de ella. Adiós.
Nicolás, parado delante de la ventana, con las manos camufladas con el antepecho y su rostro oscuro como los batientes, miró cómo atravesaba el patio la túnica vacía. Tan delgada era que transparentaba la lluvia y dejaba ver lo que estaba detrás. La luz de la calle, mezclada con agua, llegaba a ráfagas. Consciente de que el miedo deformaba la perspectiva de las calles que se dirigían al río, llegó a dudar de sus propios ojos. Hasta que vislumbró una sombra torcida que se acercaba a la silueta enhiesta de Iohannes bloqueando la luz de la calle. Entonces, cerca de la túnica de Le Grand Maître detectó el brillo de un cuchillo. Sólo por un momento, porque la sombra se retiró y la túnica vacía, ensagrentada, se apoyó en una pared. Cuando cayó al suelo, su mano trazó una palabra en el piso: “Bratu”. Después, sólo se oyó la lluvia.
—Esto te pasa por hacer cochinadas con esa mujer —de repente a su lado, Nicole reclamó a Nicolás.
—Tengo sed —gimió él.
—¿Te suena? —ella tarareó Petite Fleur.
—El amor me calmará —Nicolás la abrazó.
—Visibles o invisibles, no nos separaremos en la vida ni en la muerte —prometió Nicole.