Las hijas del jefe

 

Janne fue convocado a la oficina del jefe y se le pidió que tomara asiento, mientras su jefe se quedaba de pie.

—Escucha, Janne, ¿tienes algún plan para el solsticio de verano?

—Eh, no —respondió, tras pensarlo un poco.

—No —dijo su gerente y se echó a reír—, eso pensé. Bien, estoy planeando una celebración en mi casa de campo y estás invitado. Puedes llegar alrededor de las dos de la tarde. Bailaremos alrededor del mástil de solsticio y habrá un bufé de mariscos.

El gerente se sentó en la silla del escritorio, con un auricular en la oreja, y dejó a Janne preguntándose si había recibido una orden o una invitación.

Lo que sí recibió fue una sonrisa y una expresión que sin palabras decía: «¿Sigues aquí? ¿Por qué no te has ido a tu oficina?».

Finalmente llegó la víspera del solsticio de verano, bajo un brillante cielo azul. La casa tenía vista al mar y se podían ver pequeñas velas blancas que se deslizaban sobre las olas azules, a través del radiante horizonte. El mástil de solsticio era exuberante y tan verde como el césped recién podado. Había dos largas mesas con soportes tipo caballetes, situadas una junto a la otra, y una tercera de lado. Las tres mesas ostentaban la vajilla y estaban situadas en el enorme jardín, justo bajo la terraza de la piscina.

«Qué casa de campo ni que casa de campo —pensó Janne—, esto es una mansión».

 Se congregaron unos veinte invitados, la mayoría de mediana edad —como él— y también estaban las dos hijas del jefe. Tenían apenas dieciocho y diecinueve años de edad, sus rostros jóvenes y resplandecientes sobresalían entre la multitud. La mayor, Annika, tenía el cabello largo y oscuro y llevaba una delicada corona de flores en la cabeza. Después de todo, era solsticio de verano. También llevaba un vestido ajustado que apenas lograba mantener sus curvas a raya.

La menor, Sofi, tenía la piel bronceada y lucía notablemente hermosa con su nuevo corte de cabello. Para Janne, ambas hermanas eran muy sensuales, pero la mirada tímida de Sofi —a menudo apuntando al suelo— exacerbaba su aspecto inocente.

«Estúpido engreído, ¿cómo diablos se las arregló para tener dos hijas tan adorables?».

Sobre una de las mesas había platos, fuentes y demás recipientes de comida. También había una impresionante cantidad de botellas con licores, diferentes marcas de vino y vodka, así como interminables torres de latas de cerveza.

Alguien gritó que el almuerzo estaba servido, así que los pequeños grupos de invitados que alternaban entre sí comenzaron a caminar hacia las mesas para servirse la comida y la bebida. Pronto todos estaban sentados a la mesa, comían, bebían y socializaban alegremente. A Janne le tocó sentarse a la izquierda de Annika. «Qué golpe de suerte».

Justo en ese momento, la anciana que estaba sentada frente a él empezó entrometerse.

—Janne, Janne, me dijiste que ese era tu nombre, ¿verdad? —Estaba inclinada sobre la mesa y lo tenía retenido—. Janne es un viejo nombre sueco, mi hermano también se llamaba Janne, ¿sabes? O Jan, por supuesto, pero nunca le llamamos así, no, le decíamos Janne. Me refiero a mí y a mi otro hermano, Arne, que sigue vivo y está en muy buena forma. Para ser honesta, la forma en que se mantiene es fantástica y eso que nació en 1934. ¿O fue en 1935?

Janne pasó de dar respuestas cortas y amables como "mmm" y "qué bien", a desviar la mirada. Entonces vio a Annika y pensó: «Dios santo, qué escote».

El parloteo proveniente del otro lado de la mesa finalmente se detuvo. Cuando levantó la vista, vio que la anciana se alejaba cojeando con un plato desechable en la mano y se sintió aliviado. Se giró de nuevo hacia Annika y le sonrió cortésmente.

—¿Te diviertes? —le preguntó.

—Más o menos.

—Yo tampoco estoy muy entusiasmado. Estoy aquí más que nada para comer gratis, a expensas de tu padre.

Ella se carcajeó a todo pulmón, luego conversaron animadamente sobre el verano y las maneras de aprovecharlo al máximo. Cuando alguien propuso un brindis al otro lado de la mesa, ambos levantaron sus copas de vino y las chocaron, pero ignoraban por completo al resto de los invitados que estaban sentados a su alrededor brindando. Inocentemente, él le preguntó si tenía novio y ella ofreció una respuesta neutral: «No, no tengo», pero la atmósfera entre ellos cambió después de esa pregunta.

Ella no le quitaba los ojos de encima; le gustaba que era apuesto de una manera ruda y directa, con una barba de días, rostro delgado, patas de gallo alrededor de los ojos; pero, sobre todo, por el carismático brillo en sus ojos.

De vez en cuando, sus miradas se encontraban. A medida que se rompía el hielo, la excitación de Annika era cada vez mayor, y la mirada de Janne era franca y abierta, la deseaba y no podía disimularlo.

Annika quería revelarle de alguna manera su verdadera personalidad y, al mismo tiempo, quería seducirlo, por lo que, lógicamente, terminó hablando sobre su tema favorito: el baile. Al principio habló con timidez, mientras buscaba las palabras adecuadas, pero Janne esperó pacientemente sin interrumpirla y ella se dio cuenta de que él sentía interés, incluso curiosidad.

De pronto sintió que era mucho más fácil expresar sus ideas y dijo que quería estudiar en los Estados Unidos, tal vez en Nueva York. Le encantaban los retos y lo mejor de todo era cuando tenía que enfrentarse a una rutina casi imposible. Sencillamente tropezaba y ejecutaba los movimientos equivocados —probablemente un millón de veces—, pero seguía adelante a pesar de todo, con determinación al éxito. Y entonces un día simplemente sucedía y lo lograba de la nada. La sensación es fantástica, como si se estuviera conquistando lo imposible.

El baile le había dado una mayor fortaleza que llevaba en su interior cada vez que hacía cosas nuevas. Se sentía cómoda con su propio cuerpo y, durante sus entrenamientos, a menudo se concentraba por completo en lo que hacía y todo lo demás simplemente desaparecía. No había nada en el mundo que ella prefiriera a bailar. Se humedeció los labios y alargó la mano para tomar su copa.

Janne se inclinó sobre el posabrazos y Annika sintió la mirada de él sobre su cuerpo, estudiándola. Ella lo disfrutaba y quería animarlo a hacer mucho más; no eran conscientes de que ella imitaba el lenguaje corporal de él y de que estaban sentados tan cerca el uno del otro, que fácilmente podrían cerrar la distancia y besarse.

—Es extremadamente liberador —dijo ella—, y muy sexi.

—¿Qué tipo de baile te gusta? —preguntó él.

—Justo ahora, el reguetón. Me gusta contonear mis caderas. —Alargó una mano para tomar su copa—. Aunque a veces puede ser peligroso también, te puedes lesionar. Mira el moretón que me salió —dijo ella mientras se elevaba un poco de su asiento y se subía el vestido. Para poder verse su propio morado, tuvo que retirar un mechón de cabello y meterlo detrás de su oreja. En el proceso, se deslizó la tira del vestido por su hombro y un pequeño pezón se asomó por encima del sostén. Entonces se sonrojó; no era así como esperaba que salieran las cosas. —Ups —exclamó mientras se levantaba la tira rápidamente y se acomodaba el vestido. Sonrió con timidez, pero habría preferido que la tierra se la tragara en ese mismo instante.

Entonces sintió que él se aproximaba y su perfume reconfortante la envolvió por completo. Con los labios muy cerca de su oreja, Janne le susurró:

—Eres despampanante.
Eso la afectó profundamente. No tanto las palabras, sino la forma en que las dijo. La vergüenza que acababa de sentir, rápidamente se transformó en puro deseo. Quería besarlo, pero no delante de los demás invitados en la mesa, así que en lugar de ello tomó su copa y bebió un trago. Se quedaron en silencio.

Después de un rato, ella posó una mano sobre su muslo y le dijo que debía irse.

—Debo levantarme temprano para hacer ejercicio.

Él asintió y, después de intercambiar algunas bromas, ella se levantó y le apretó el hombro con suavidad antes de abandonar la mesa del todo.

«Ah rayos, se acabó todo —pensó él—. Podría tomarme algunos tragos, al menos».

Pero entonces sintió algo, una ligera caricia en la nuca, entonces se dio la vuelta y vio a Annika parada al otro lado del jardín. Lo observaba fijamente y él sintió que quería decirle algo; ella entrecerró los ojos y le sonrió, una sonrisa que dijo más que mil palabras. Con un movimiento rápido, ella hizo una pirueta y se dirigió a la casa.

Por un instante, Janne no se movió ni un centímetro y se quedó mirando al vacío. Su pene se sentía como una barra de hierro dentro de sus pantalones y su corazón latía con fuerza.

No tardó mucho en decidirse. Bajó su copa de vino, se limpió la boca con una servilleta y se levantó de la mesa.

Su jefe también se había puesto de pie, con la barbilla en alto y una gran sonrisa en el rostro. Golpeó su copa con un tenedor para llamar la atención de todos. El murmullo de los demás invitados en la mesa se calmó y todos los rostros se giraron hacia él, pero siguió golpeando la copa por un rato.

—Quisiera agradecer la presencia a todos mis invitados. Pertenecen a mi círculo más cercano de amigos, colegas importantes, las personas más queridas y apreciadas para mí —dijo con un acento de Estocolmo muy marcado. El resto del discurso se desvanecía a medida que Janne se acercaba a la casa de campo. Encontró la puerta principal y lo último que oyó, antes de cerrar la puerta, fueron carcajadas.

En el interior de la casa, todo estaba en silencio. Janne exploró el lugar de decoración y diseño exquisito: pinturas costosas y muebles de estilo rústico que se ajustaban perfectamente a las gruesas vigas negras. Luego se quitó los zapatos.

Por una parte, le asaltaron dudas y preocupaciones. ¿Hacía bien en prestarle atención a sus señales? Por otro lado, se preguntó si había posibilidad de que hubiera malinterpretado las señales, pero luego se rio de sí mismo porque ciertamente no podía estar tan equivocado. Con una sola mirada, Annika se teletransportó a través del jardín, se sentó a horcajadas sobre él, restregó sus partes privadas contra las de él y dijo con desesperación: «¡Te quiero dentro de mí, ahora mismo!»

Subió las escaleras y encontró una puerta entreabierta. Del interior de la habitación salía una luz parpadeante, como proveniente de la pantalla de un televisor o ordenador, aunque sin sonido. Empujó la puerta con suavidad y vio a Annika estaba sentada frente al ordenador, con los ojos fijos en la pantalla. Se había cambiado de ropa, ahora llevaba unos pantalones deportivos y una camiseta.

De modo inconsciente, Janne se pasó la lengua por los labios y dijo:

—Hola, Annika.

Como llevaba auriculares, no lo escuchó entrar, así que él caminó hasta ella y la hizo sobresaltar. Levantó la mirada, pero rápidamente llevó sus ojos hacia la pantalla de nuevo obviamente avergonzada de la página web que mostraba, y luego lo volvió a mirar.

—Me asustaste.

Él le ofreció una sonrisa amable, a manera de disculpa.

—¿También tienes un morado aquí? —preguntó y acarició la piel cálida y suave con la punta de los dedos, a medida que le subía la manga de la camiseta.

—¿Qué haces? —preguntó ella.

Janne retiró la mano rápidamente.

—Nada.

—Me tocaste.

—Ah, bueno... sí. —Janne sintió un nudo en la garganta.

Annika se echó a reír.

—Estoy bromeando, lo siento. Por favor, sigue tocándome. —Él se quedó allí parado mirándola, sin mover un solo músculo—. ¿Serías tan amable de darme un masaje? Justo aquí —dijo e inclinó la cabeza hacia adelante, de modo que el cabello le cayó sobre el rostro y dejó expuesta su nuca, los finos vellos contrastaban con la delicada piel.

Janne se sintió hipnotizado por tanta belleza y rozó una región sensible con sus dedos, ella se estremeció y cerró los ojos. Luego aplicó mayor presión a las caricias, le dio un masaje en los hombros y trabajó los músculos del cuello con sus pulgares.

—¿Se siente bien?

—Ah, sí, fabuloso.

Los escalofríos se extendieron hasta su estómago y Annika gimió de placer unos minutos después. Él deslizó las manos hasta el pecho de ella y allí sintió la suavidad, el pezón erecto y se dio cuenta de que no llevaba sostén; eso lo entusiasmó aún más. Entre los dos la despojaron de su camiseta. Entonces Janne usó ambas manos para masajear los senos firmes y sedosos, describiendo movimientos circulares con delicadeza. Ella gimió nuevamente y se giró hacia él, se puso de pie y lo acercó a ella. En el proceso, la mejilla de Annika rozó contra su entrepierna, contra su rígida erección. Sentía su miembro palpitante bajo la tela mientras trazaba la silueta; un deseo imperioso de quitarle los pantalones invadió su mente.

Cuando ella lo tomó en su boca, él aventuró una mano hasta su monte de Venus.

Annika separó las piernas de buena gana y empujó las caderas hacia adelante. Con dedos ágiles, él le desató el nudo de los pantalones y deslizó una mano bajo la pretina, en dirección a las braguitas. Ella gimió de nuevo y lo chupó con más fuerza. Mientras ella lo saboreaba con sus labios y su lengua, él exploró cada uno de los pliegues de su sexo con las puntas de los dedos. Reunió sus fluidos y le frotó el clítoris con movimientos rápidos y suaves haciendo una pausa de tanto en tanto para intensificar la sensación cada vez que retomaba las caricias.

El sonido de su vagina húmeda y la textura suave y flexible de la vulva excitaron a Janne como nunca antes; la mamada completaba un círculo de placer. Annika liberó el pene y lo besó en los labios. Ese beso fue tan maravilloso que ambos perdieron la noción del tiempo y el espacio. Janne le apretó el trasero con fuerza y ella lo disfrutó tanto que instintivamente comenzó a masturbarlo, pero luego recordó lo que realmente deseaba.

—Quiero que me lo hagas desde atrás.

Giró su silla, se arrodilló en el asiento y arqueó la espalda para él.

—¿Tienes condones?

—Allí, en la gaveta superior.

Él abrió la gaveta y se echó a reír al ver que estaba atestada de condones, múltiples tiras de envoltorios coloridos. Se puso un condón y volvió a acariciarla en la entrepierna. Ella se impulsó hacia atrás, se frotó contra él y casi sintió la necesidad de gritar: «¡Hazlo de una vez! ¡Métemelo ya!».

Janne acarició la parte baja de su espalda y siguió por sus caderas suaves y prominentes, le dio una nalgada y ella gritó; estaba empapada. Se giró hacia él y le gustó lo que vio. Su pecho cubierto de vello lo hacía ver masculino. Era atlético, pero sus músculos no eran enormes y su actitud demostraba que no era la primera vez que se paraba frente a una mujer con la erección en la mano. Finalmente la penetró y ella presionó su trasero contra él.

La tensión se disolvió, ella se relajó y cuando él empezó a embestirla, Annika no pudo contener los gemidos que escapaban de su boca. Él le propinó más nalgadas, una nalga primero y luego la otra. Ella se volvió a impulsar hacia atrás y los genitales de ambos produjeron un fuerte chasquido al unirse. Un sonido y una sensación que fueron estímulo para ambos. Janne se aferró a sus caderas con firmeza; era evidente que disfrutaba la suavidad y las curvas de su cuerpo.

—Maldición, estás ardiente —musitó.

Ella se dio la vuelta para besarlo. Se besaron con voracidad, las lenguas de ambos danzaban dentro y fuera de sus bocas y Annika se sintió como una exuberante actriz de porno. Janne comenzó a moverse cada vez con más intensidad y fuerza, se detuvo de vez en cuando para apretarle un seno o estimular su clítoris, hasta que ella alcanzó el clímax en medio de temblores incontrolables. Cuando la sintió pulsar y palpitar alrededor de su pene, aminoró el paso. Lentamente, sacó el pene entero y luego la penetraba a fondo. Repitió la técnica por un buen rato, para su propio deleite.

—Eres sencillamente maravilloso. —Dijo ella entre gemidos.

—¿Te gusta sentir mi pene dentro de ti?

—¡Sí!

—¿Mi pene se siente bien?

—¡Sí, maldita sea!

—Dime...

—Eres el mejor, tu pene es delicioso.

—Tengo que ir más despacio o acabaré pronto.

Esas palabras encendieron el lado salvaje de Annika, que se empujó con fuerza hacia atrás y golpeó sus nalgas contra su pene.

—Acaba, acaba ya. ¡Dentro de mí!

—Maldita sea, eres tan sensual. —Él empezó a embestirla más duro y más rápido que antes. Las cosas estaban fuera de control.

—Acaba. Sí, sí, sí. Justo ahí. ¡Más duro! —Ella exigía, pedía que la tomara con fuerza por detrás. Janne hizo todo lo posible para aguantar, para no acabar demasiado rápido, aunque los gemidos de Annika no ayudaban.

—Qué rico, eres genial. ¡Más fuerte!

Ella jadeó cuando él tiró de su cabello y rodeó su cintura para poder alcanzar su clítoris una vez más. La tocaba con maestría, como si fuera un instrumento. Cuando ella acabó por segunda vez, él cubrió su boca con una mano que ella mordió. Le clavó los dientes en el pedazo de carne que está entre los dedos pulgar e índice, y él alcanzó el orgasmo justo en su momento de mayor dolor.

Se tomaron un momento para recuperar el aliento. Janne empezó a vestirse en silencio y bajó la mirada hasta la marca morada en su mano, donde ella lo había mordido, pero no le importó.

Annika lo estudió y le gustó la mirada de satisfacción que él ostentaba.

—Estuviste muy bien. Mejor que muchos otros hombres.

—¿Ah sí?

—Ajá —Se mordió el labio, disfrutaba estar allí de pie y desnuda delante de él.

—¿Has estado con muchos hombres de mi edad? —preguntó mientras se acomodaba el pene para guardarlo en su bóxer y subirse los pantalones.

—No, pero ahora quiero más.

Él se rio a carcajadas. Era una chica increíble, lo hacía sonreír. Recordó su propia juventud, sus experiencias sexuales de esa época. La agonía de no estar a la altura, el miedo a lo que pudiera pensar la chica, tanto de él como de su desempeño, además de que siempre se preocupaba y se centraba en él mismo. Ahora las cosas eran diferentes y Annika también había estado estupenda.

En la habitación de al lado, la hermana menor de Annika, Sofi, estaba absorta en un libro, tanto que ni siquiera se dio cuenta de que Janne y Annika conversaban, a pesar de que las paredes eran tan delgadas que si hubiera querido, podría haber escuchado la conversación entera. Estaba leyendo La conjura de los necios, de John Kennedy Toole, un libro que había encontrado en la biblioteca de la habitación de sus padres la noche anterior. Algunas partes la hacían reír, otras le disgustaban, pero no se arrepentía ni un poco de no haber ido a la fiesta de Angélica para quedarse en casa a leer. Solo le faltaban un par de capítulos para terminarlo.

Cuando escuchó los gemidos al otro lado de la pared, pensó que Annika estaba viendo porno y había olvidado usar los auriculares. Suspiró y bajó el libro, pero entonces se dio cuenta de que no era porno, sino los gemidos sofocados de Annika, como si tuviera la boca llena. Se la estaba mamando a algún tipo, «a un hombre».

Sofi no tardó en descifrar que se trataba de Janne. Había coqueteado con Annika durante el almuerzo y había sido bastante obvio desde donde ella estaba sentada, al otro lado de la mesa. Incluso parecía que estuvieran enamorados; Sofi estaba celosa pero también admiraba a su hermana mayor, y esa sensación avasallaba a la otra. Sofi quería ser como ella. Hasta hubiera querido cambiar de lugar con ella en ese instante. Cuando escuchó el gruñido grave y masculino, se estremeció, sintió mariposas en el estómago, se excitó de inmediato. No se trataba de un leve hormigueo ni de una sensación ligeramente placentera, no, era lujuria, un sentimiento exigente, anhelante y poderoso.

Se desabrochó los pantalones, se los quitó y los lanzó al suelo. Se bajó la ropa interior hasta los tobillos y luego se frotó el clítoris con un fondo musical rico en gemidos, sonidos secos de pelvis contra nalgas y sonidos húmedos de penetración. Los sonidos estaban tan cerca de ella que los sentía dentro de su propia habitación y dentro de su cuerpo. El orgasmo llegó rápidamente y no fue muy intenso, pero igual de excitante. Insertó dos dedos en su ranura.

En la otra habitación, Annika sonaba como si la estuviera pasando de lo mejor y Sofi estaba verde de la envidia. ¡Ella también quería follar! Sofi no había tenido sexo de forma satisfactoria hasta el momento. Solo había experimentado con tipos principiantes y torpes a los que no parecía importarles si ella acababa o no. En su imaginación, visualizaba a Janne con su mirada oscura, su hermosa dentadura y sus líneas de expresión. De pronto estaba desnudo, sudado y se recostaba sobre ella duro como piedra y listo para penetrarla.

Al separar las piernas estrelló la rodilla contra la pared, ya que no había mucho espacio en su cama estrecha. Había adoptado esa posición para que las plantas de sus pies se tocaran y al hacerlo se acarició lentamente, con los ojos cerrados. Se masturbó mientras escuchaba y gemía bajo. Del otro lado, la temperatura se elevaba; escuchó un fuerte gemido, un gruñido y luego todo terminó. Luego Sofi los escuchó hablar en voz baja, a través de la pared.

Sin embargo, no había terminado para ella. No estaba ni remotamente cerca, en realidad. Se removió inquieta en su cama, sin saber qué hacer. Se sentía vacía y al mismo tiempo la invadía una inmensa sensación de anhelo. Imaginaba unas manos fuertes, unos labios suaves y, sobre todo, una erección que entraba y salía de ella, colmándola. Cerró los ojos nuevamente, describió círculos alrededor en su área sensible con un dedo y todas los obstáculos y las dificultades desaparecieron en un instante. Ya no tenía un revoltijo de emociones y pensamientos en su interior; en ese momento, solo le importaba una cosa. Mientras su deseo se exacerbaba y su anhelo se intensificaba, escuchó a Janne salir de la habitación de Annika. Cuando él cerró la puerta, ella gimió alto ante la sola idea de tenerlo tan cerca, a unos pocos pasos de su cama.

El sonido hizo que Janne se sobresaltara sorprendido. Sabía exactamente lo que había escuchado: un gemido con la voz aguda de una mujer joven. Un sonido increíble, rebosante de anhelo y pasión que tocó una fibra sensible de la sexualidad de Janne. En menos de un segundo, se aceleró su pulso y la erección volvió con tal rapidez después del orgasmo que sintió dolor.

Se quedó allí parado junto a la puerta de la habitación, aunque una voz ansiosa en su mente gritaba «no»; la misma voz que lo había hecho dudar momentos atrás, pero ya no estaba ebrio y, en absoluta sobriedad, esa voz ansiosa era más fuerte que antes. «No, definitivamente no.Simplemente olvídalo, bórralo de tu mente y ve a casa.Tómate un whisky en la comodidad de tu hogar», pensó. Estaba a punto de marcharse, pero no se separaba de la puerta. En realidad, estaba pensando en marcharse, hasta que escuchó que una voz femenina decía su nombre.

Abrió la puerta y la vio allí acostada y paralizada; estaba desnuda de la cintura para abajo y tenía una mano en sus partes privadas. Se observaron en silencio, intentando absorber cada detalle el uno del otro y no necesitaban nada más, pero entonces ella empezó a mover su mano muy despacio, con la mayor delicadeza y los sedosos labios vaginales respondían al tacto de sus dedos, con majestuosidad.

Tenía los ojos entreabiertos y los labios ligeramente separados, mientras musitaba con la voz entrecortada:

—Quiero que me tomes como tomaste a mi hermana.

«De acuerdo —pensó él— ya estamos».

Lo único que estaba claro era que Janne no tenía elección. Una vez más, se desabrochó el cinturón, se bajó el cierre y dejó caer los pantalones al suelo. Sofi gimió al ver que la punta del pene se asomaba por encima del bóxer. Una vez desnudo, se movió lentamente hacia ella al mismo tiempo que se acariciaba con movimientos calmados y hábiles. Luego apoyó una rodilla sobre el colchón y acarició la parte interna del muslo de Sofi con una mano, mientras se masturbaba con la otra.

—Maldita sea, eres hermosa —le dijo.

—Entonces házmelo.

Él se inclinó hacia adelante y ella se incorporó ligeramente para que sus bocas se encontraran en un beso. Fue como si la historia empezara en ese preciso momento y el pasado se desvaneciera, junto con todo obstáculo, del mismo modo en que la oscuridad borra las formas a la vista. La penetró mientras ella gemía contra su boca. Al principio, la embistió con delicadeza y suavidad, le subió la blusa y el sostén lo suficiente para admirar su cuerpo desnudo. Se acariciaron los cuerpos el uno al otro en un delirio de lujuria. No era virgen, eso era obvio, pero mantenía algo de inocencia. No era tan experimentada como su hermana, para nada.

Sofi gemía y Janne le pidió que hiciera silencio, en un susurro, pero fue imposible. Tarde se dio cuenta de que mientras más la regañaba y la mandaba a callar, más se excitaba ella. El orgasmo de Sofi llegó acompañado de un grito y él cubrió su boca, por acto reflejo, aunque temió que también lo mordiera. Afortunadamente no fue así, pero en ese momento Annika entró a la habitación repentinamente.

—¡¿Qué demonios haces?!

A Janne le entró un ataque de risa y ocultó el rostro entre los senos de Sofi. Seguía empujando sus caderas contra ella, pues no podía dejarla con las ganas. Annika estaba perpleja. «¿Cómo puede ser tan descarado?», pensó mientras batallaba con una mezcla interna de emociones: rabia, sorpresa, desconcierto y admiración hacia las mágicas caderas en movimiento. La escena encendió una llama de pasión en su interior.

—Mi hermanita —dijo—, no puedes follarte a mi hermanita, ¡por el amor de Dios!

—Sí puedo y lo estoy haciendo.

—¡Viejo cabrón y cachondo!

—Mejor acércate y quítate la ropa.

—¿Qué demonios?

—Deja de pelear y ven aquí. Cuantos más seamos, mejor. La idea es pasarlo bien.

Annika caminó en dirección a la cama, dudosa.

—Pero es mi hermana.

—Sí... ¿Y? Eso no importa ahora, ¿o sí?

Sofi simplemente gemía, sin decir una palabra. Annika avanzó progresivamente hacia ellos, sin pensarlo. La imagen del trasero musculoso de Janne, sus movimientos firmes y rítmicos, fueron suficiente inspiración. Annika se estiró para tocarle las nalgas y de repente estaba allí, sentada en la cama, junto a ellos. Janne la besó mientras embestía a Sofi, por lo que resultó ser un beso algo inestable. Annika le posó una mano en el pecho y otra en el trasero a Janne, entonces supo que estaba tan excitada que necesitaba tocarse.

Nunca antes había estado en la misma habitación con una pareja teniendo sexo, ni había pensado que ese tipo de experiencias pudieran ser tan fascinantes. Nalgueó a Janne y el gruñido que ocasionó la llenó de un placer desmedido. Ahora era su turno; le clavó las uñas en las nalgas al tiempo que se acariciaba el clítoris, cada vez más rápido. Sus dedos danzaban bajo la ropa interior que, repentinamente, se convirtió en un obstáculo, así que rápidamente se quitó las braguitas y las pateó lejos. Annika anhelaba volver a tocar ese trasero firme. ¿Cómo podía mantener el ritmo al penetrar a Sofi una y otra vez, sin parar? Estaba maravillada y se frotó con mayor entusiasmo, estiró el cuello y cerró los ojos. Una descarga eléctrica recorrió su cuerpo y debilitó sus piernas. Su cuerpo vibraba de placer, de pies a cabeza.

Se tomó un momento para recuperar el aliento, sujetó las nalgas de Janne y las separó. Era un culo impecable, con muy pocos vellos. Acarició el interior de sus nalgas; sin movimientos precipitados, para empezar. Janne la miró por encima del hombro, pero no dijo nada. Entonces Annika pasó los dedos resbalosos y pegajosos por la piel sensible, detrás de las bolas. Eso le dio una idea, metió los dedos de una mano en su vagina húmeda mientras insertaba el dedo medio de la otra, hasta la mitad, en el ano de Janne. Él se sobresaltó de inmediato, como si lo hubieran apuñalado por la espalda; luego empujó sus caderas hacia adelante y tensó los músculos, emitiendo un gemido gutural.

Annika se acercó a él para provocarlo y le susurró al oído: «¿Se siente bien?», aunque ya conocía la respuesta.

Janne permaneció inmóvil dentro de Sofia, mientras ella se retorcía bajo su peso y le rogaba que continuara, pero le fue imposible, porque estaba a una embestida de disparar el contenido de sus bolas dentro de ella, y eso no debía pasar en ese momento que se sentía en el cielo, pero si se quedaba completamente quieto, tal vez podría lograrlo. Solo debía evitar pensar en lo que estaba viviendo.

Annika se deleitaba con su expresión: ojos cerrados y boca entreabierta, totalmente a merced de ella y de su hermana. Empujó el dedo hasta el fondo y lo movió en busca de la próstata. Muy lentamente, Janne retomó la acción con movimientos lánguidos y perezosos. Sentía que su cerebro había sido desconectado y su mente estaba rebosante de euforia. Los microorganismos dentro de sus músculos encendieron diminutos fuegos artificiales, como los de víspera de año nuevo y su miembro era como una barra de hierro repleta de magma al rojo vivo.

Para durar más, Janne tuvo que moverse más lento. Lentamente, como gotas de miel deslizándose de una cuchara, sin mirar los senos oscilantes y las caderas suaves y mullidas de Sofi; tampoco debía mirar su rostro increíblemente hermoso que irradiaba placer. Tal vez podría haber durado más tiempo —a pesar de los gemidos que emitía Sofi con una voz aguda y sexi— de no ser por Annika y ese dedo que estimulaba su próstata de manera persistente. Janne sabía cuándo ya no podía aguantar más, así que se rindió por completo. Estudió a Sofi, esos labios suaves y carnosos, esas mejillas sedosas y esos ojos entreabiertos. «Dios mío, es simplemente magnífica». Acarició uno de sus senos y sintió el pezón rígido contra su palma. Apretó la quijada, rugió y sus caderas convulsionaron salvajemente, aplastando a la chica con ferocidad contra el colchón y las tablas de la cama. Sofi lo envolvió con sus brazos y piernas, agradecida porque finalmente la embestía con tal fuerza que podía sentirlo en cada parte de su cuerpo. Era como si él entendiera exactamente lo que ella necesitaba. Se sintió eufórica; quería estallar en risitas.

Después de acabar, él colapsó sobre ella entre resoplidos y jadeos. Parecía una ballena atascada en la arena. Annika le guiñó un ojo a Sofi y luego se acurrucaron juntas en la cama. Tuvieron que acostarse con los hombros y las caderas muy pegadas para caber allí. Janne besó a Annika y a Sofi, alternativamente.

—Gracias, chicas. Ha sido la mejor experiencia de mi vida.

—No pensarás irte, ¿verdad? —preguntó Annika.

Para levantarse, Janne tuvo que echar mano de toda su fuerza de voluntad y les acarició los senos a ambas. Estaba cansado, completamente exhausto, pero luego pensó en lo afortunado que era; ningún hombre en su sano juicio se alejaría de tanta belleza solo por sentir un poco de cansancio. Llenó sus pulmones de energía, luego aventuró una mano hacia abajo y la posó entre los muslos de Annika. Para lograrlo, tuvo que elevarle una pierna y apoyarla sobre la cadera de su hermana. Sofi, por su parte, llevó una mano a la parte interna del muslo de Annika y la acarició con extrema delicadeza, mientras su hermana recibía sexo oral. Su intención no era darle placer sexual, sino expresar el sentimiento de unión y vínculo después de tan intensa experiencia. Compartir la calidez de Annika y sentir su cuerpo temblar de placer era una sensación realmente extraordinaria. Ahora la veía desde una perspectiva totalmente nueva. De hecho, todo era nuevo y diferente para Sofi.

Janne la lamió y succionó con mimo. El clítoris de Annika parecía un diamante pulido y lustroso y todo lo que tenía que hacer era estimularlo y jugar con él. Pensó que mientras se tomaba su tiempo para chuparla, podría recuperar su resistencia para una segunda ronda. Sofi se cansó de ser una simple espectadora, así que cambió de posición y llevó su cabeza hasta la entrepierna de Janne. Tomó el pene semi-flácido en su boca, junto con las bolas. Se sintió íntimo e increíblemente sexi al mismo tiempo. Su lengua se abrió paso por el miembro y lamió los fluidos. Gimió ligeramente al notar que el sabor era agradable, pero la sensación de tener todo el pene en su boca era aún mejor. No le llevó mucho tiempo endurecerlo de nuevo, el pene alcanzó su longitud máxima y ya no cabía completo dentro de su boca, ni de cerca.

Sorprendida, sintió las caricias rápidas y repentinas de una lengua en sus partes más delicadas, y gimió sin poder evitarlo. Continuó chupando el pene de Janne con dedicación, mientras él la lamía con el mismo frenesí. Luego desapareció la sensación y escuchó los gemidos de Annika, una vez más.

Así que él quería jugar doble, ¿no? Prosiguió con la mamada, a pesar de esto, y después de un tiempo volvió a sentir la lengua sobre su clítoris; gimió con el pene dentro de la boca. Janne continuó así por un buen tiempo, alternando entre las dos chicas, hasta que empezó a follarse a Annika con las caderas ardiendo de un deseo incontenible. Sofi estaba contenta con observar, pero también quería un poco de acción; se arrodilló y arqueó la espalda, le sacudió el trasero en el rostro a Janne y dijo «por favor». Funcionó: Janne abandonó los brazos de Annika y tomó a Sofi por detrás, aunque no de manera exclusiva. Siguió alternando entre ambas chicas.

Cuando Janne alcanzó el clímax por cuarta vez, supo que había llegado el fin, ya no más. Annika se levantó de la cama mientras él se vestía. Algo especial había sucedido entre esas tres personas en esa habitación y lo sabían, pero cada uno de ellos tenía su perspectiva. Janne abrazó a cada chica por separado y se escabulló por el pasillo. Salió por la puerta principal mientras sentía que dejaba a atrás un mundo y accedía a otro. Se unió a la celebración de solsticio de verano en el jardín, con discreción, mezclándose con invitados visiblemente ebrios. Su jefe no era la excepción, agitó los brazos y le hizo señas a Janne para que se le acercara.

—¡Janne, por amor a Dios! ¡Oye! ¿Dónde te habías escondido?

—Bueno, estaba ocupado.

—¿Ocupado con qué?

—Con tus hijas.

Su jefe lo observó con detenimiento y luego se echó a reír. Le dio unas palmaditas en la espalda, de forma afectuosa.

—Eres un bastardo enfermo, maldita sea. Por eso me caes bien.