Jorge Mario Bergoglio es el nuevo papa para el nuevo siglo. En cierto sentido, Benedicto XVI se convirtió en el impasse de una Iglesia Católica que intentaba encontrar su camino hacia la modernidad.
Los retos que plantea el papado en la actualidad son muchos y complejos. Citando al que los católicos consideran el primer papa, a Pedro: «Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios?»
La Iglesia Católica necesita una renovación ética, que saque a la luz todo lo que nos muestra en parte el caso Vatileaks y los abusos a menores, pero también espiritual que centre su mensaje en el hombre y mujer de este siglo.
Los retos de Jorge Mario Bergoglio parecen realmente titánicos: 1.200 millones de fieles, miles de sacerdotes, religiosos, religiosas, centros educativos, centros de caridad, residencias y templos forman el legado material y humano de la Iglesia, pero, como ya ha dicho el papa Francisco: «Si no nos confesamos a Jesucristo, nos convertiremos en una ONG piadosa, no en una esposa del Señor».1
Poner a Cristo de nuevo en el centro de la Iglesia Católica parece el principal objetivo del nuevo papa. En cierto sentido, la Iglesia es Cristo y Cristo es la Iglesia. Son los seguidores de Cristo los que han de cambiar el mundo con su mensaje, no que el mundo termine por cambiar a la Iglesia.
La oración puede ser la clave de este obispo de Roma de setenta y seis años, con acento porteño, aficionado al fútbol y que tiende a llamar a las cosas por su nombre. Francisco es el primer papa del siglo XXI, no nos engañemos. Utilizando las palabras de un tuit recién del papa: «El verdadero poder es el servicio. El papa ha de servir a todos, especialmente a los más pobres, los más débiles, los más pequeños».2