Capítulo 1

Capítulo 1

El idioma de sus recuerdos: una familia de emigrantes italianos

Cuando yo tenía 13 meses, mamá tuvo mi segundo hermano; somos en total cinco. Los abuelos vivían a la vuelta y para ayudar a mamá, mi abuela venía a la mañana a buscarme, me llevaba a su casa y me traía por la tarde. Entre ellos hablaban piamontés y yo lo aprendí. Querían mucho a todos mis hermanos, por supuesto, pero yo tuve el privilegio de participar del idioma de sus recuerdos.1

Esta historia comienza en una iglesia en el año 1934, exactamente en el oratorio salesiano de San Antonio, el barrio porteño de Almagro. Un joven de origen italiano llamado Mario José Bergoglio y una joven llamada Regina María Sívori, también de origen italiano, se miraron discretamente mientras el sacerdote celebraba la misa y, como si de un hecho premonitorio se tratara, un año más tarde, aquella pareja se casaba para formar la familia de la que nacerían cinco hijos, cuyo primogénito sería el futuro papa Francisco.

Mario José Bergoglio provenía de una familia piamontesa bien situada. Su padre regentaba una confitería en Porta-comaro, en el norte de Italia. Europa todavía intentaba cerrar las heridas de la Primera Guerra Mundial y una fuerte crisis económica estaba a punto de desatarse a lo largo y ancho del mundo.

Los Bergoglio tomaron a finales de 1928 un barco llamado Giulio Cesare y, en una calurosa mañana de enero de 1929, desde el navío avistaron el puerto de Buenos Aires. El abuelo de Jorge Mario deseaba reencontrarse con sus tres hermanos, que desde 1922 habían formado una empresa de pavimentos en Paraná.

El comienzo en Argentina no podía ser más prometedor. La recién llegada familia se instaló en el Palacio Bergoglio, una suntuosa residencia de cuatro plantas, que poseía el único ascensor de la ciudad. La familia de inmigrantes se instaló en una de las plantas y comenzaron a trabajar en el negocio familiar.

La crisis del 1929 tardó en sacudir a la próspera Argentina, pero, en el año 1932, los Bergoglio tuvieron que vender la residencia de la familia. Uno de los hermanos del abuelo se fue a Brasil a buscar fortuna y otro murió de cáncer. Mientras el abuelo intentaba salir a flote, su padre debió buscar trabajo en otra empresa. Al final, el padre de Jorge Mario consiguió trabajo de contador en una nueva empresa.

Una vida tranquila

Jorge Mario Bergoglio no tuvo que vivir esos duros años de crisis, nació en 1936, cuando el mundo parecía recuperarse levemente del Crack del 1929, pero un nuevo fantasma asomaba a la escena internacional, el nazismo.

El primogénito de la pareja, como ya hemos mencionado en la cabecera de este capítulo, fue criado por su abuela. De ella tiene un grato recuerdo. Ella logró inculcar en su nieto el espíritu piamontés de la familia, devolviendo al niño emigrante sus raíces italianas.

La familia del papa era sencilla, pero nunca pasó muchas estre-checes. Sus padres jugaban con los cinco hijos a los naipes y su padre les llevaba a ver los partidos de baloncesto en los que partici-paba en el club de San Lorenzo. Su madre les aficionó a la ópera; los sábados por la tarde oían todos juntos la Radio del Estado y Regina parecía flotar, mientras sus hijos la miraban extasiados.

El padre del futuro papa también cocinaba. Su esposa había sufrido una parálisis tras su quinto parto y Mario José tenía que prepararles la comida. Mientras su madre dictaba a su padre la forma de cocinar la rica comida italiana, el resto de sus hijos tomaba nota de las recetas y todos ellos aprendieron a preparar algunos platos. El propio Jorge Mario tuvo que convertirse en cocinero improvisado mientras vivía en el colegio Máximo, de San Miguel, cocinando todos domingos para los estudiantes.

Manos a la obra

A pesar de que la familia Bergoglio tenía una situación económica holgada, su padre pensaba que era mejor que el joven Jorge Mario aprendiera el valor del esfuerzo y el sacrificio. Por eso, cuando terminó la escuela primaria le recomendó que buscara un trabajo. Era un trabajo de verano, para las vacaciones, pero el padre tenía interés en que comenzara a trabajar y supiera lo que era ganarse la vida.2

La propuesta de su padre dejó al joven sorprendido, su familia no podía darse algunos caprichos, como tener automó-vil o ir de vacaciones, pero no necesitaban un sueldo más.

Jorge Mario dedicó un par de años a limpiar las oficinas donde su padre trabajaba de contador. Al tercer año, comenzó a trabajar de administrativo y en el cuarto tuvo que compaginar las horas de trabajo con el colegio industrial y las horas de laboratorio. El joven estudiante se pasaba desde las 7 de la mañana hasta las 13 horas en la oficina, corría hasta el colegio industrial, comía a toda prisa y no regresaba a casa hasta terminar sus clases a las 20 horas.

Aquella experiencia curtió al joven, que siendo ya cardenal cuenta de lo que aprendió durante aquellos años. Bergoglio siempre se ha sentido agradecido a su padre. Desde muy joven pensó que era de las mejores cosas que le habían pasado en la vida. En su etapa de prácticas en el laboratorio supo lo bueno y lo malo que tiene el desarrollo de cualquier actividad y el trato con las personas.3

El valor del trabajo fue una de las lecciones aprendidas por aquel adolescente argentino. La ética del esfuerzo de Francisco le ha convertido en un hombre infatigable. Él mismo reflexio-na sobre los valores de la actividad laboral y concluye que valores como el de la dignidad, que no tiene nada que ver con de dónde procede uno, ni con su clase ni con la formación académica. Ese tipo de dignidad, piensa Bergoglio, únicamente viene del trabajo. La comida que comemos, el poder mantener con nuestro esfuerzo a nuestra familia, sin importar si el sueldo es alto o bajo. Hay personas que disfrutan de grandes fortunas, piensa Bergoglio, pero, si no tienen un trabajo al que dedicarse, se arriesgan a que su dignidad como seres humanos se ven-ga abajo.4

Esta «ética del trabajo» del papa Francisco nos recuerda más a la «ética protestante del trabajo», recogida por Max Weber en su famoso libro.5

Algunos amigos y compañeros del colegio del barrio porteño de Flores recuerdan a Jorge Mario como un niño inquieto y estudioso.

Amalia, una de sus amigas de la infancia y tal vez su primera novia cuando tenían doce o trece años, comentó a varios periodistas, que el jovencito Jorge Mario le llegó a pedir en matrimonio.6 Amalia comenta que el joven le dijo que si no se casaba con ella se haría cura.

Susana Burel, una de sus vecinas, comentaba a la Agencia Efe que «era muy inquieto y estudioso y se crió en entorno familiar bueno, y eso es fundamental, la familia es muy importante».7

Cerca del colegio público «Antonio Cerviño», en el que estudió Jorge Mario Bergoglio, y donde fue un alumno modelo, está la parroquia de Santa Francisca Javier Cabrini, donde el futuro papa ofició la primera misa, mientras era vicario zonal en su barrio de Flores.

Los primeros años de Jorge Mario fueron tranquilos y sencillos, como los de cualquier joven porteño de la década de los años cincuenta. El mundo parecía que superaba lentamente la Segunda Guerra Mundial, pero la Guerra Fría estaba en pleno auge. Juan Domingo Perón gobernaba la próspera Argentina, que gracias a la Segunda Guerra Mundial había logrado recuperar su actividad comercial e industrial. La capital argentina se embellecía hasta convertirse en el Gran Buenos Aires, uno de los jóvenes aturdidos que caminaban por la ciudad, con el corazón dividido entre una «piba» y su vocación sacerdotal, estaba a punto de cambiar la historia, pero sin saberlo.