Capítulo 2

Capítulo 1

El Día de la Primavera: vocación y entrega

En esta confesión me pasó algo raro, no sé qué fue, pero me cambió la vida; yo diría que me sorprendieron con la guardia baja [...] Fue la sorpresa, el estupor de un encuentro, me di cuenta de que me estaban esperando. Eso es la experiencia religiosa: el estupor de encontrarse con alguien que te está esperando. Desde ese momento para mí, Dios es el que te «primerea».1

La fiesta del Día de Primavera continúa siendo un día muy celebrado en Argentina. Aquella tarde de 1953, Jorge Mario Bergoglio se acicaló un poco más de lo normal, tenía que ver a su novia, pero en el camino le asaltó la inquietud, alguna idea debió de cruzar su mente para que el joven se detuviera en la parroquia de San José de Flores y decidiera confesarse.

La breve charla entre el sacerdote y el joven hizo que este último diera un giro radical a su vida. La elección del sacerdocio no debe de ser fácil, el joven tiene que abandonar toda su vida y renunciar a formar una familia. Jorge Mario Bergoglio contaba apenas diecisiete años y tenía novia. Su futuro era prometedor y podía ser un buen católico sin convertirse en sacerdote, pero aquella luminosa tarde de primavera sintió lo que él mismo denomina «un llamado».

Las palabras que utiliza el propio papa Francisco para definir lo que es un llamado espiritual son realmente hermosas:

Dios es el que te «primerea». Uno lo está buscando, pero Él te busca primero. Uno quiere encontrarlo, pero Él nos encuentra primero.2

El papa Francisco siempre ha hablado de este encuentro inesperado con Dios. En el libro escrito a media voz con el rabino Abraham Skorka, el propio pontífice dice sobre la vocación religiosa que Dios es el que nos convoca. Nos toca con su mano y todo cambia de repente.3

Al poco tiempo, Jorge Mario Bergoglio dejó a su novia. Sabía que Dios le llamaba a una misión y que su vida tenía que cambiar. Se tomó su tiempo antes de entrar en el seminario, quería estar seguro.

Cuando les contó la decisión a sus padres, se sorprendió al ver que, mientras que su padre le apoyaba, su madre no estaba de acuerdo. A pesar de todo siguió adelante.

Su madre le pidió que terminara la carrera, él era el mayor de los hermanos. Su padre fue el primero en saberlo y le apoyó incondicionalmente. Su madre sentía que perdía un hijo para siempre y eso le atormentaba.

La abuela, que era la que realmente había criado al joven Jorge Mario, fue mucho más comprensiva. El papa Francisco recuerda sus palabras:

Bueno, si Dios te llama, bendito sea [...] Por favor, no te olvides que las puertas de esta casa están siempre abiertas y que nadie te va a reprochar si decidís volver.4

Su abuela fue un ejemplo en ese sentido. Con su consejo le ayudó a apoyar y aceptar las decisiones trascendentales de las personas que le pedían consejo.

Antes de entrar en el seminario, Bergoglio terminó sus estudios y sus prácticas en el laboratorio. No contó nada de su vocación a la gente de su entorno, seguía madurando la idea en su interior. Aunque poco a poco comenzó a aislarse, como si necesitara esa soledad elegida para aclarar sus ideas.

Aquellos cuatro años antes de entrar en el seminario fueron para Jorge Mario como un tiempo de reflexión. En ellos se formó su identidad política y pudo profundizar en algunas cuestiones culturales que le interesaban. Cuando dio el paso, ya había experimentado lo que era la vida fuera del servicio religioso y tenía con qué comparar su vida dentro de la Iglesia Católica. Algunos han comentado que en esta etapa incluso coqueteó con la política y militó en las juventudes peronistas, que eran parecidas en muchos sentidos a la juventudes fascistas italianas, pero nunca ha habido pruebas que lo demuestren.

La decisión

A los veintiún años de edad, Jorge Mario tomó la decisión de entrar en el seminario y optó por la orden de los jesuitas.

El joven pasó primero por el seminario arquidiocesano de Buenos Aires, pero al final le atrajo más el seminario de la Compañía de Jesús. Aunque nos detendremos en la tercera parte de este libro y hablaremos ampliamente sobre la Compañía de Jesús, no podemos dejar de comentar el inmenso poder y prestigio que ha tenido siempre en América. Los seguidores de San Ignacio de Loyola fueron el ejército del papa para frenar la Reforma Protestante en Europa y una fuerza evangelizadora tremenda en Asia y América. Aquel pequeño grupo de sacerdotes, que buscaban en la experiencia espiritual personal a través de sus famosos Ejercicios Espirituales, un encuentro personal con Dios, terminó siendo la élite cultural y la vanguardia del papa, al que siempre han debido obediencia absoluta.

Jorge Mario Bergoglio reconoció que lo que más le atrajo de la Compañía de Jesús fue su disciplina. Al principio no sabía a qué orden o en qué seminario estudiar. Tenía clara su vocación religiosa y lo demás le daba igual. La Compañía se Jesús le parecía un grupo de gente muy disciplinada, pero sobre todo les veía como la vanguardia de la Iglesia Católica, gente muy preparada y esforzada. También le atrajo la vocación misionera de los jesuitas. En aquel momento, Bergoglio pensaba en ir a las misiones, sobre todo a Japón y en Asia los padres de la Compañía de Jesús siempre han tenido una extensa obra misionera. Al final no pudo ser misionero, desde joven padecía una enfermedad pulmonar que le incapacitaba. Tal vez de haberlo conseguido hoy no sería papa.5

Los primeros años en el seminario fueron duros para el joven Jorge Mario, su madre no le acompañó cuando ingresó el primer año. Después se acostumbró a la vocación de su hijo, pero desde la distancia. Cuando por fin fue ordenado sacerdote, su madre acudió a la ordenación y, al finalizar la ceremonia, le pidió su bendición de rodillas.

A pesar de todo, según cuenta Jorge Mario Bergoglio al periodista Sergio Rubin, cuando Dios llama es irresistible:

La vocación religiosa es una llamada de Dios ante un corazón que la está esperando consciente o inconscientemente. A mí siempre me impresionó una lectura del breviario que dice que Jesús lo miró a Mateo en una actitud que, traducida, sería algo así como «misericordiando» y eligiendo. Esa fue, precisamente la manera que yo sentí que Dios me miró durante aquella confesión. Y esa es la manera con la que siempre me pide que mire a los demás: con mucha misericordia y como si estuviera eligiéndoles para Él; no excluyendo a nadie porque todos son elegidos para amar a Dios. «Misericordiándolo y eligiéndolo» fue el lema de mi consagración como obispo y es uno de los pivotes de mi experiencia religiosa.6

Otra de las ideas sobre esa vocación o llamamiento de Dios, es la que el papa Francisco ve en las profecías de Jeremías y su vara de almendro, la primera en florecer en la Primavera, o, en las palabras del apóstol Juan: «Dios nos amó primero, en eso consiste el amor, en que Dios nos amó primero».7

Bergoglio llegó a esa comprensión de Dios porque buscó remansos en los que descansar. Para encontrar a Dios hay que detenerse y escuchar. No hay otra manera.

Curiosamente, para el papa Francisco, la oración, no es ni mucho menos una forma de pedir cosas a Dios, es ante todo una manera de claudicación. Cuando declaramos nuestra impo-tencia es cuando Dios actúa.

La formación

Jorge Mario Bergoglio ha tenido siempre una relación estrecha con el conocimiento. Su formación es muy completa, ya que es, en cierto sentido, al mismo tiempo un hombre de letras y de ciencias. Él ha sido alumno, pero también un severo profesor.

Al comenzar su carrera eclesiástica, Bergoglio tuvo que pasar una dura lección, tal vez la más dura de todas, la del dolor.

Durante una enfermedad larga y dolorosa, con fiebres altí-simas, temiendo la muerte, se aferraba Jorge Mario a su madre y con voz temerosa le preguntaba qué era lo que le sucedía. El médico no sabía lo que tenía, por eso ella no podía responder la ansiada pregunta de su hijo.

Muchas veces ante el dolor nos preguntamos por qué. ¿Por qué debo sufrir? ¿Por qué debo morir? ¿Por qué murieron aque-llas personas que tanto amaba y lo hicieron de una manera tan brutal? Pero la respuesta de Dios parece estar más centrada en el para qué que en el por qué.

Es como si el hombre quisiera descubrir la causa que produce el dolor y Dios estuviera más interesado en el efecto, en la reacción del hombre frente al dolor.

Jorge Mario sufría dolores tremendos, absolutamente inso-portables, tenía veintiún años, era joven y fuerte, sentía la vocación de Dios, pero ese mismo Dios parecía haberle arroja-do a una cama de dolor.

Bergoglio decía que la gente que pasaba a verle al hospital le decía que las cosas irían mejor, que pasarían, pero eso no ter-minaba de consolarlo. Hasta que una monja que el joven conocía desde niño le dijo algo que vino a aquietar su alma y su cuerpo enfermos. Aquella monja sencilla le explicó que el sufrimiento nos hace entender a Jesús y su obra en la Cruz. Cristo vino a sufrir por el hombre y a través del dolor, en muchas ocasiones nos encontramos con él.8

Jorge Mario había aprendido la lección más importante de su vida. El dolor y el sufrimiento nos acercan a Dios, porque Dios mismo sufrió encarnado en Jesucristo. ¿Cómo pedir una vida sin sufrimiento a un Dios que sufre por los demás?

Su limitación física le acompañó el resto de su vida y terminó con su sueño de misionero en el Japón, pero le enseñó un camino que de otra manera nunca hubiera transitado. Él lo expresa con estas palabras:

El dolor no es una virtud en sí mismo, pero sí puede ser virtuoso el modo en el que se le asume. Nuestra vocación es la plenitud y la felicidad y, en esa búsqueda, el dolor es un límite. Por eso, el sentido del dolor, uno lo entiende en plenitud a través del dolor de Dios hecho en Cristo.9

Estas palabras parecen extemporáneas. Vivimos una sociedad hedonista en la que el placer parece ser la única meta del ser humano. El hombre actual se anestesia constantemente, pero no solo del dolor físico, sino también del emocional. La realidad es que cuando perdemos la capacidad del dolor y el sufrimiento dejamos de ser humanos. Esa tal vez sea una de las grandes enseñanzas del cristianismo, aunque posiblemente sea de las que menos se predique.

La otra gran lección que el papa Francisco aprendió fue no quedarse en el dolor, ya que, después del dolor, el cristiano sufre el mismo proceso de resurrección que tuvo Cristo en la cruz. Jorge Mario define el dolor como la semilla de la resurrección. El dolor por sí mismo no sirve para mucho, pero el sufrimiento de Jesús en la Cruz tiene el sentido de esperanza. Por eso, según Bergoglio, el sufrimiento sin una idea de trascendencia es tan desesperante.10

Los estudios teológicos que realizó le enseñaron a construir esta experiencia, porque la teología pone en orden todas las cosas, pero la teología no nos da la experiencia.

Primero estudió en el Seminario Jesuita de Santiago de Chile, que estaba en la antigua casa de retiro de San Alberto Hurtado. Este lugar era un sitio especial para los jesuitas. San Alberto Hurtado había sido un jesuita chileno, que fundó el Hogar de Cristo. Este hombre, además de ser un jesuita reconocido, dedicó su vida a mejorar la situación de los obreros chilenos. Su director espiritual, el jesuita Fernando Vives, le había enseñado la importancia de la responsabilidad social de los católicos.

San Alberto Hurtado estudió derecho en la Pontificia Universidad Católica de Chile y después entró en política, perte-neciendo al Partido Conservador. Dedicó buena parte de su vida a los jóvenes y terminaría fundando un sindicato llamado Acción Sindical y Económica Chilena, al que algunos tildaron de comunista. El gobierno chileno declaró el día de su muerte como Día de la Solidaridad y Juan Pablo II lo beatificó en el año 1994.

Jorge Mario Bergoglio estudió en esta institución dedicada y fundada por San Alberto Hurtado, lo que influyó necesaria-mente en su acercamiento a los pobres y la justicia social.

En el Seminario de Santiago de Chile, el futuro papa apren-dería Ciencias Clásicas, lo que llevaría a realizar estudios de latín, historia, griego y literatura.

Tras su paso por el seminario y su ordenación como sacerdote, viajó a España para continuar estudios en Alcalá de Henares. Por último estudió teología entre los años 1967 y 1970.

Bergoglio compaginó buena parte de sus estudios con la enseñanza. Entre los años 1964 y 1965, fue profesor de literatura y filosofía en el Colegio de la Inmaculada de Santa Fe y en el año 1966 enseñó las mismas asignaturas en el Colegio del Salvador de Buenos Aires.

De su etapa como educador, uno de sus alumnos cuenta una historia sobre lo estricto que podía llegar a ser. El alumno Jorge Milia habla en su libro de una ocasión en la que no había realizado una tarea obligatoria y el por entonces joven profesor jesuita sacó al estudiante para que explicara la lección. Jorge Milia cuenta:

«Vas a hablar de toda la materia», le dijo el profesor. «Lo van a crucificar», se escuchó que decía un compañero. El alumno hizo una gran exposición, pero todos temían que aquello no hubiera sido suficiente para contentar a Jorge Mario Bergoglio, que se tomaba muy en serio lo de ser profesor. Al final Bergoglio le dijo: «La nota que le correspondería es un diez, pero debemos ponerle un nueve, no para amonestarlo, sino para que se acuerde siempre de que lo que cuenta es el deber cumplido día a día; el realizar el trabajo sistemático, sin per-mitir que se convierta en rutina; el construir ladrillo a ladrillo, más que el rapto improvisador que tanto le seduce.11

La filosofía educativa del esfuerzo define muy bien al nuevo papa Francisco. No es tan importante el resultado final como el proceso, que nos lleva a ese resultado. Si no somos capaces de crear buenos hábitos, no importa que logremos cosas en la vida.

El papa Francisco habla de un famoso y rico empresario argentino con el que coincidió en un vuelo. Al llegar al aero-puerto se demoraban las maletas y aquel hombre de éxito comenzó a enojarse y gritar, que no sabían quién era él y que no le podían tratar como un cualquiera. Bergoglio comentaba que un hombre que ha conseguido mucho en la vida, pero que no logra controlarse a sí mismo, ya ha perdido toda autoridad moral sobre los demás.12 Sin duda, el nuevo papa será un hombre controlado, que pacientemente consigue lo que busca, pero sin saltarse nunca los procesos y las normas.

Cómo se forma a un jesuita

Su formación jesuítica tiene que ver mucho con esto. En el libro hecho a medias con su amigo el rabino Skorka, Bergoglio define los cuatro pilares de la formación de los seminaristas católicos, especialmente de los jesuitas.

El papa Francisco habla de cuatro pilares. El primero sobre el que se construye al sacerdote y al religioso es la vida espiritual. Para él el pilar principal de la vida espiritual de un aspi-rante a sacerdote es la oración. Bergoglio lo llama dialogar con Dios en el mundo interior. Los sacerdotes en su primer año de formación deben desarrollar esta habilidad de la oración. La base del seminarista es la oración y durante el primer año la intensidad se centra en ese tema, después las cosas cambian y se añaden nuevas habilidades.13

La vida espiritual es el centro sobre el que pivota la del sacerdote. Eso lo tiene muy claro Bergoglio, que es un hombre de oración, pero con este primer pilar, el papa Francisco está hablando de crear hábitos que ayuden al sacerdote durante todo su ministerio, no meros principios o conocimientos teológicos.

El segundo pilar que comenta Bergoglio es el de la vida comunitaria. El hombre es un ser social y los que además van a servir a la sociedad y la Iglesia deben crear también la empatía suficiente para ponerse en el lugar de su prójimo y vivir con él y para él.

El pilar de la vida comunitaria también es muy importante en los seminarios católicos. El servicio siempre es en comunidad, nunca en solitario. El amor es muy importante en la vida del seminarista, también el saber integrarse en una comunidad, ya que después él deberá llevar también la comunidad de Dios. Los seminarios cumplen esa labor de comunidad de ensayo. En los seminarios el futuro sacerdote ensaya con las pasiones humanas, desde los celos o la competencia, hasta los mal entendidos. Las relaciones ayudan a pulir el corazón y pensar más en el otro que en uno mismo.14

El sacerdote y el seminarista tienen que aprender a convivir y crear esos hábitos de comunión. Los sacerdotes dirigirán parroquias y han de saber resolver conflictos y aprender a nego-ciar con otros. El cristianismo ha sido desde el principio vida comunitaria. Desde el libro de los Hechos de los Apóstoles a las comunidades de base en las parroquias actuales o las iglesias evangélicas en las que todos se conocen y se prestan ayuda.

Bergoglio en ningún momento idealiza el seminario ni el sacerdocio. Los seminaristas son hombres con pasiones y debilidades de hombres, por eso es normal que todo eso salga en la convivencia. Por eso el segundo pilar de la formación jesuítica es la convivencia y la vida comunitaria como un hábito para el ministerio pastoral.

El tercer pilar del que habla Jorge Mario Bergoglio es el de la vida intelectual. Puede que sea este el que más valore la sociedad actual, pero el papa Francisco lo pone en tercer lugar. Durante seis años, los seminaristas tendrán que estudiar teología, cómo se explica Dios, la Trinidad, Jesús, los sacramentos. Pero también el contenido de la Biblia y la teología moral. Los dos primeros años se estudia filosofía, para poder entender mejor la teología del resto de la época de formación.

El cuarto pilar que menciona Bergoglio es la vida apostólica. Para aprender a pastorear, los seminaristas van los fines de semana a una parroquia, para ayudar al párroco y aprender de él. El último año de seminario viven en la parroquia. Ese año de prueba es en el que los supervisores observan las virtudes y defectos del nuevo candidato a sacerdote.

Estos cuatro pilares forman sacerdotes, pero en cierto sentido deben ser la vivencia de todo cristiano. Vida espiritual, vida comunitaria, formación intelectual y ministerio son las bases de una vida de fe.

A pesar de que para ser sacerdote no se necesita un título universitario, es muy raro encontrar a un jesuita que no lo tenga. Por un lado, por su vocación docente, suelen dedicar buena parte de su vida a la educación, pero sobre todo porque los jesuitas siempre han sido la élite de la Iglesia Católica, en especial en el ámbito de la apologética.

El papa Francisco es un hombre de una amplia formación con sus estudios en Química, su formación en el seminario, completados por el estudio de Humanidades en Chile y su licenciatura en esta materia por el Colegio Mayor de San José. Licenciado también en Teología y profesor durante muchos años en diferentes materias.

En Alemania concluyó su tesis doctoral. Durante seis años, de 1980 a 1986, fue rector del Colegio Máximo y de la Facultad de Filosofía y Teología de la Casa San Miguel. Su sólida formación y servicio se complementaría años más tarde con su labor en diferentes cargos de la Iglesia Católica en Argentina.