Capítulo 3

Capítulo 1

Los duros días de la dictadura

Todos somos animales políticos, en el sentido mayúsculo de la palabra política. Todos estamos llamados a una acción política de construcción de nuestro pueblo.1

El siglo XX en Argentina, como en muchas de las naciones de América Latina, está marcado por la dictadura. Los golpes militares y la irrupción del ejército en la vida civil, en especial cuando se daba de forma violenta, fueron constantes.

La primera dictadura del siglo XX en Argentina fue la del dictador Uriburu, al comienzo de los años treinta, a la que siguió una fuerte crisis económica. En el año 1943, la autode-nominada Revolución del 43, fue otro golpe de estado orquesta-do por la cúpula militar. Esta dictadura terminaría con la llegada al poder de Juan Domingo Perón, posiblemente el hombre más famoso de la política argentina.

El peronismo fue un fenómeno político que perduró en el tiempo casi todo el siglo XX, mutando en diferentes formas de gobierno y políticas sociales. Este movimiento siempre ha tenido un claro enfoque populista y una amplia base social entre la gente más humilde. La llegada a la política de la mujer de Perón, Eva, permitió a las mujeres argentinas entrar en política y ser más visibles en la sociedad.

En el año 1962 se produjo un nuevo golpe de estado con la dictadura de José María Guido. En este caso se dio la excepción de que el golpe estuvo dirigido por un civil y no por un militar. Al final, esta dictadura desapareció tras un nuevo levanta-miento militar.

Apenas cuatro años más tarde, se produce un nuevo golpe de estado por el militar Juan Carlos Onganía. Se le denominó también Revolución Argentina, pero la peor de las dictaduras y que más terminó por marcar a los argentinos fue la que se inició en 1975 con el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional.

El golpe de estado del 24 de marzo de 1976, que derrocó al gobierno de María Estela Martínez de Perón, dio lugar a un régimen que duró siete años, que fueron de una represión y crueldad nunca vista antes en la Argentina.

El secuestro y asesinato de disidentes fue una práctica habitual de la dictadura, también el robo sistemático de los niños nacidos de las presas y su entrega a familias del régimen. Jorge Rafael Videla y sus secuaces, en nombre del liberalismo y contra el comunismo, impusieron un verdadero estado de terror.

El régimen dictatorial tuvo un fuerte apoyo en la Iglesia Católica del momento, aunque uno de los grupos más beligeran-tes contra la dictadura fue la Compañía de Jesús.

Curiosamente, ya hemos comentado que la Compañía de Jesús en Chile, pero también en Argentina y otros países de América Latina, comenzó una deriva izquierdista que le llevó hasta posturas revolucionarias y de lucha social. La obra de San Alberto Hurtado en Chile, que ya hemos mencionado brevemente, condujo a la Compañía de Jesús a un posicionamiento cada vez más dirigido a los pobres y a la lucha obrera.

En el año 1954, el papa Pío XII pidió a todos los sacerdotes obreros que volvieran a las parroquias y dejaran su militancia política.2 A pesar de todo, eso no impidió que poco tiempo después naciera la llamada Teología de la Liberación. Esta, que se nutrió de esos movimientos de base de la Iglesia Católica que deseaban una sociedad más justa, tuvo su origen en Brasil. En el año 1957 arrancó el movimiento de concienciación en Brasil, los sacerdotes comenzaron a alfabetizar educando políticamen-te a las clases más desfavorecidas. En Brasil nació en el año 1965 el llamado Primer Plan Pastoral Nacional.

La llegada en este momento de evolución política de dos sacerdotes europeos a Brasil fue determinante para que comenzara la llamada Teología de la Liberación. Eran Emmanuel Suhard, de origen francés, y el dominico Jacques Loew. Los sacerdotes comenzaron a trabajar en las fábricas para ver cómo era la vida de los obreros.

La ideología de la Teología de Liberación tenía como principios básicos la opción preferencial por los pobres, la unión de la salvación cristiana con la liberación social y económica, la eli-minación de la explotación, entre otras ideas.

En el momento de producirse la dictadura militar, en 1976, Jorge Mario Bergoglio era ya Superior Provincial de la Compañía de Jesús en Argentina. Este es un cargo nombrado directamente por el Superior General de la Compañía de Jesús. Solo se ostenta unos años y su poder sobre las personas a su cargo es similar al de obispo, dentro de la jerarquía de la Iglesia Católica.

Las funciones de un Superior Provincial de los jesuitas es visitar a los miembros, convocar y presidir el Capítulo Provincial. Jorge Mario Bergoglio ejerció el cargo durante los años más duros de la dictadura, en cuyo periodo desaparecie-ron dos jesuitas y un seglar.

Cuando el régimen comenzó en 1976, Bergoglio pidió a dos de los jesuitas más activos en la lucha de clases, Orlando Yorio y Francisco Jalics, que dejaran su trabajo en las barriadas de los pobres. Estos hermanos jesuitas se negaron a aceptar las órdenes de su superior.

Bergoglio, al igual que algunos cargos de la Compañía de Jesús, no estaba muy de acuerdo con el movimiento de la Teología de la Liberación y ante la desobediencia de los dos religiosos, comunicó al gobierno militar que estas dos personas quedaban fuera del amparo de la Iglesia Católica.

Los militares aprovecharían esta circunstancia para secues-trar a los dos religiosos. En cierto sentido, al desproteger a sus compañeros jesuitas, los estaba dejando en manos del aparato represor del régimen.

En otros casos, se llegó a acusar a Bergoglio de estrechos lazos con algunos de los miembros de la Junta Militar. Es muy interesante, que en el libro El jesuita, el entonces cardenal de Argentina accediera a hablar abiertamente del tema.

El papa Francisco habla sobre su ayuda y apoyo a varios religiosos durante la dictadura de Videla. Jorge Mario comenta que en el colegio Máximo de la Compañía de Jesús ocultó a varios religiosos:

Escondí a unos cuantos, no recuerdo exactamente el número, pero fueron varios. Luego de la muerte de monseñor Enrique Angelelli (el obispo de la Rioja que se caracterizó por su compromiso con los pobres), cobijé en el colegio Máximo a tres seminaristas de sus diócesis que estudiaban teología.3

En otro caso, Bergoglio relata cómo ayudó a un joven con su documento de identidad para escapar. También abogó por varias personas secuestradas, al menos en dos ocasiones, frente al dictador Videla y al almirante Emilio Massera. Al parecer, antes de la conversación con Videla, Jorge Mario habló con su capellán, para que le ayudara a persuadir al general. Por eso le pidió al capellán que fingiera estar enfermo, para ir él a dar la misa. Tras el oficio con la familia de Videla, Bergoglio pidió hablar con él. Parece ser que intercedió por algunos de los reli-giosos encerrados. También intervino en el intento de búsqueda de otro muchacho en la base aeronáutica de San Miguel.4

El papa Francisco relata al entrevistador uno de los casos que más recuerda:

Recuerdo una reunión con una señora que me trajo Esther Belestrino de Careaga, aquella mujer que, como antes conté, fue jefa mía en el laboratorio, que tanto me enseñó de política, luego secuestrada y asesinada y hoy enterrada en la iglesia porteña de Santa Cruz. La señora oriunda de Avellaneda, en el gran Buenos Aires, tenía dos hijos jóvenes con dos o tres años de casados, ambos delegados obreros de militancia comunista, que habían sido secuestrados. Viuda, los dos chicos eran lo único que tenía en su vida. ¡Cómo lloraba esa mujer! Esa imagen no me la olvidaré nunca. Yo hice algunas averiguaciones que no me llevaron a ninguna parte y, con frecuencia, me reprocho no haber hecho lo suficiente.5

Tal vez esa sea la gran pregunta: ¿hizo Bergoglio lo suficiente? Aunque tampoco está de más que nos preguntemos: ¿qué hubiéramos hecho nosotros al ver peligrar nuestra propia vida?

El sacerdote relata otro de los casos en los que intervino, esta vez consiguiendo algún resultado positivo, en favor de un joven que fue liberado tras una intercesión suya.6

Bergoglio intentó ayudar a algunos religiosos, aunque no lo difundió, a pesar de las acusaciones que se vertieron sobre él de colaboracionismo con la dictadura. Pero, ¿esto es suficiente para exculparle de lo que sucedió con sus dos hermanos jesuitas?

La situación con los dos jesuitas fue difícil. Las congregaciones religiosas son en cierto sentido como familias. Los sacerdotes Pironio, Zazpes y Serra querían abandonar la Compañía de Jesús. Habían realizado un borrador para crear una nueva orden. Le pasaron la copia de esa regla a varios sacerdotes, incluido el padre Bergoglio, que era su superior en aquel momento. También habían enviado una copia al padre superior de los jesuitas, que en aquella época era el padre Arrupe. En cierto sentido, aquellos sacerdotes estaban fuera de la protección de los jesuitas cuando los detuvieron. Además, Bergoglio les había pedido que dejaran esa zona tan peligrosa. Desde los rumores del golpe de estado, él ya se imaginaba cuán dura podía ser la represión. Al parecer, el padre Bergoglio les ofreció incluso que se refugiaran en la casa provincial de la Compañía, pues sabía que allí no iban a ir a buscarles.7

Está claro que, ante la primera parte de la respuesta sobre la complicada pregunta del asunto de los jesuitas desapareci-dos, Jorge Mario Bergoglio intenta explicar la situación de los dos religiosos y las diferentes opciones que les dieron antes de que salieran de la Compañía.

Los dos jesuitas rechazaron los ofrecimientos, seguramente preferían ponerse en peligro que abandonar a sus feligreses, aunque esto al final les llegara a costar la vida.

Al parecer, el futuro papa Francisco llegó a interceder por ellos, una vez que fueron secuestrados, en dos ocasiones, las dos que mencionó anteriormente, una ante Videla y la otra ante Massera.

La detención se produjo en el barrio Rivadavia del Bajo Flores. Bergoglio nunca creyó que aquellos hombres estuvieran involucrados en nada subversivo, simplemente cuidaban de los pobres. Aunque, para sus perseguidores, cualquiera que vivie-ra en esas barriadas era peligroso. Estos jesuitas se relaciona-ban con otros sacerdotes de las barriadas que sí estaban más integrados en la lucha obrera y eso les ponía en peligro. Las dictaduras no saben distinguir los matices, simplemente elimi-nan todo aquello que les parece sospechoso. Los dos sacerdotes, Yorio y Jalics, fueron secuestrados, como se temía Bergoglio. Al final, los militares los liberaron, al no poder demostrar nada. Toda la Compañía de Jesús se movilizó para su liberación, según cuenta en la entrevista concedida en el libro El jesuita.8

Algunos acusaron a Bergoglio de ser muy cercano a la ideología de los golpistas y favorecer el secuestro de los religiosos, al quitarles el amparo de la Compañía de Jesús, aunque él siempre ha negado estos cargos.

Una de las personas que ha avalado la lucha de Bergoglio a favor de los secuestrados es la doctora Alicia Oliveira, jueza penal de Buenos Aires. Ella misma testificó que el sacerdote fue a verla en 1974 o 1975 por uno de estos casos que él intentaba defender:

Recuerdo que Bergoglio vino a verme por un problema de un tercero, allá por 1974 o 1975, empezamos a charlar y se generó una empatía [...] En una de esas charlas hablamos de la inminencia del golpe. Él era un provincial de los jesuitas y, seguramente, estaba más informado que yo [...] Bergoglio estaba muy preocupado por lo que presentía que sobreven-dría y, como sabía de mi compromiso con los derechos humanos, temía por mi vida. Llegó a sugerirme que me fuera a vivir durante un tiempo al colegio Máximo. Pero yo no acep-té y le contesté con una humorada completamente desafortu-nada frente a todo lo que después pasó en el país: prefiero que me agarren los militares a tener que ir a vivir con los curas.9

El Premio Nobel de la Paz, el argentino Adolfo Pérez Esquivel, rechazó tajantemente las acusaciones contra el papa en una entrevista televisiva de la BBC británica: «Hubo obispos que fueron cómplices de la dictadura argentina, pero Bergoglio no».10

Las pruebas parecen contundentes y hay otras muchas de personas que atestiguaron ser protegidas por él durante el régimen. La dictadura de los años setenta en Argentina constituyó un triste episodio de la crueldad y destrucción que pueden producir algunas personas, incluso algunas veces en nombre de la religión.

El mismo Bergoglio condena esa idea tan extendida de matar por la religión. Para él, matar en nombre de Dios es lo mismo que blasfemar.11