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Potencia de la explosión: considerable. Número aproximado de bajas: elevado. Los cuerpos de seguridad ya estarán avisados y en camino.

El cerebro de Abel hace los cálculos mientras la deflagración aún se está expandiendo. Los humanos se tiran al suelo y la onda expansiva se propaga por el armazón de la estación. Sus oídos, más sensibles de lo normal, captan los gritos aterrorizados de los heridos por encima del estruendo de la deflagración. Y mientras a su alrededor la gente cae presa del pánico, su mente se concentra en las prioridades inmediatas.

El objetivo principal es su comandante. Abel debe proteger a Noemí y sacarla de aquí cuanto antes. Las autoridades no pueden encontrar a una soldado de Génesis en las inmediaciones de un ataque terrorista.

Busca entre los rostros desencajados que tiene alrededor hasta que la localiza. Se está sujetando un costado, respira con dificultad y tiene los ojos abiertos como platos, pero no parece que esté herida. Está a salvo. La coge del brazo y la levanta del suelo.

—¡Tenemos que irnos! —le grita, porque sabe que la explosión le habrá hecho perder buena parte de la audición.

Noemí parece un poco aturdida, pero se recupera más rápido que cualquiera de los demás. Mira a la izquierda, hacia Harriet y Zayan, que están abrazados en el suelo, desorientados, pero ilesos, y echa a correr.

Abel corre a su lado en dirección a la zona de carga de la Estación Wayland, lejos de la fiesta improvisada de los vagabundos. Podría correr mucho más rápido y durante más tiempo, pero debe quedarse junto a ella para protegerla.

Si Mansfield hubiera imaginado una situación como esta, habría cambiado el orden de prioridades para que Abel pudiera escapar solo. Llegaría a la Dédalo mucho antes que Noemí y podría abandonar el planeta en cuestión de minutos. Sin embargo, está más atado a ella que si llevaran esposas.

Y, no obstante, ahora mismo la idea de abandonarla tampoco le gusta. Noemí Vidal no es una persona desagradable, según las conclusiones a las que llegó la noche anterior. Es una chica que está lejos de su casa y que intenta salvar su planeta de la única forma que sabe.

¿Cómo iba a dejarla aquí, sola, para que la capturen y, quién sabe, quizá la maten?

Según la lógica más elemental, cuanto más se alejen de la explosión, más tranquila será la situación. Pero lo que les está pasando tiene poco de lógico. Si antes la Estación Wayland ya estaba abarrotada, ahora es una absoluta locura. Cientos de trabajadores y viajeros corren en todas las direcciones, unos para salvar la vida, otros para ayudar a los supervivientes de la explosión y otros… simplemente se quedan mirando. Mucha gente tiene grabadoras de mano o sujetas a los brazos. Este tipo de imágenes podrían alcanzar un precio muy elevado, como recuerda Abel de sus primeros años en la Tierra. Lo que no entiende es por qué los humanos no comparten las mismas directrices que él; no entiende cómo es posible que su condición de seres vivos no les impulse a proteger las vidas ajenas. ¿No debería ser mucho más importante para un humano que para un meca?

Algunos aspectos de la humanidad están muy mal programados.

Noemí ha recuperado la estabilidad y vuelve a reaccionar como la soldado que es.

—¿Cogemos bombonas de oxígeno? —le grita por encima del estrépito, señalando los armarios rojos de emergencia que hay junto a las puertas.

—No tenemos tiempo —responde Abel—. Y tampoco nos servirían para nada. Si la estación pierde presión atmosférica, explotaremos mucho antes de que podamos ahogarnos.

—¡Se te da fatal animar a la gente! —exclama Noemí, pero lo dice sonriendo, como un destello de humor entre tanta destrucción.

El momento no dura mucho. Un poco más adelante, las luces de emergencia de los aerodeslizadores iluminan los pasillos con sus ráfagas rojas y amarillas. Los motores emiten una especie de chirrido más agudo que los gritos de la multitud. Abel los identifica al instante: son vehículos de los servicios médicos, pero las autoridades no tardarán mucho en aparecer.

—Cancelarán los despegues en cuestión de minutos —le dice a Noemí.

—Lo sé —responde ella, y aparta a un mirón de un codazo para poder seguir avanzando entre la muchedumbre—. ¿Nos da tiempo?

—Podemos intentarlo.

Todo depende de la eficiencia y la meticulosidad de los oficiales de Kismet. Noemí y él no solo tienen que despegar sin ser interceptados, sino que además necesitan atravesar la puerta que une Kismet con Cray antes de que los localicen. En breve las puertas también estarán vigiladas, pero si consiguen partir hacia la de Cray antes que las autoridades, lo conseguirán sin problemas.

En caso contrario, serán capturados. Y aunque Noemí no sea identificada como soldado de Génesis, cualquiera que intente huir será considerado sospechoso de las explosiones. Abel calcula que las autoridades actuarán rápido y querrán dar ejemplo, por lo que es probable que acaben pagando justos por pecadores.

Todo esto solo sería aplicable a Noemí, obviamente. En cuanto los oficiales sepan quién y qué es Abel, lo llevarán de vuelta con Mansfield…

No importa. No puede permitir que la detengan.

A medida que se adentran en la estación, se multiplican los anuncios chillones, los hologramas parpadeantes y las imágenes de modelos Fox y Peter arqueando la espalda y la cadera para simular posturas sexuales. El aire apesta a sudor, alcohol y alucinógenos. Algunas holopantallas todavía muestran el insolente mensaje NO SOMOS PROPIEDAD DE LA TIERRA hasta que, de pronto, se apagan todas a la vez y la estación se sume en una oscuridad casi total, salvo por las tenues luces de emergencia que brillan cerca del suelo. La gente pierde los nervios y grita, sin saber hacia dónde ir. Alguien se interpone entre los dos y, por un momento, Abel teme que la marabunta arrastre a Noemí, pero ella consigue zafarse y aparece de nuevo a su lado. Esta vez le coge la mano para asegurarse de que no vuelvan a separarse.

Noemí se gira hacia él y lo mira con los ojos tan abiertos que Abel está a punto de soltarla y pedirle disculpas por haberla tocado, pero no tiene nada que ver con eso.

—¡Tenemos que conseguir el anx T-7 —grita ella—, no podemos irnos a ninguna parte sin…

De pronto, se queda callada. Un modelo Charlie se dirige hacia ellos y les muestra la etiqueta de seguridad de la estación.

—Están intentando acceder al área de lanzamiento. Está prohibido en situaciones de emergencia como la actual. Por favor, enséñenme sus identificaciones.

Podrían intentar engañar al Charlie para salir de esta, pero ¿para qué? Abel lo coge de los hombros y lo aparta de un empujón sin ni siquiera molestarse en comprobar su fuerza. El Charlie no se lo espera y vuela casi dos metros hasta que impacta contra un puesto de cerveza y cae al suelo en un charco de espuma. En condiciones normales, la gente se pararía a mirar, pero el caos es tal que nadie se da cuenta.

El Charlie se incorpora, pero entre sacudidas. Es evidente que está dañado. Tiene las pupilas dilatadas y, cuando habla, lo hace con una voz metálica.

—Meca no identificado. Enviando especificaciones para su análisis.

Con un poco de suerte, las autoridades estarán demasiado ocupadas para preocuparse por un meca sin identificar. Abel tira de Noemí.

—¿Estás bien?

—No me puedo creer que te hayas deshecho de un Charlie de esa manera. —Respira hondo y luego sacude la cabeza, como intentando recuperar la compostura—. Te decía que aún no tenemos el anx T-7 y no podemos arriesgarnos a cruzar otra puerta sin él, ¿verdad?

—No. Por suerte, las fuerzas de seguridad están muy ocupadas ahora mismo. Es la ocasión perfecta para cometer un delito insignificante.

Las dudas morales de Noemí al respecto parece que han desaparecido por completo.

—Venga, vamos.

Génesis debe de entrenar a sus soldados a conciencia porque la joven no aminora el paso ni una sola vez durante todo el trayecto que los lleva de vuelta a la zona de los almacenes, a pesar de los pasillos oscuros y los cables destrozados que cuelgan del techo. Abel permanece a su lado en todo momento, marcando sutilmente el camino, listo para ocuparse de cualquier obstáculo, sea inanimado, meca o humano. Pasados los primeros minutos, el gentío empieza a dispersarse —han tenido tiempo de correr en una u otra dirección— y la zona de almacenes de la Estación Wayland está desierta.

—¿Te sabes de memoria los planos de la estación? —pregunta Noemí, un poco sorprendida por haber llegado al sitio indicado, a pesar del caos.

—Me los he descargado. —Abel se encoge de hombros—. Para mí, no hay diferencia.

—Increíble.

Quizá no domina a la perfección el arte de interpretar las emociones humanas, pero está casi seguro de que eso no ha sido un comentario sarcástico. La soldado ha hablado desde la auténtica admiración.

Está orgulloso de haberle demostrado su valía, pero ¿por qué? Noemí Vidal será su destructora, la causa directa de su muerte. Su opinión debería darle igual. Obviamente, será más fácil tratar con ella a partir de ahora porque por fin le hará caso, pero lo cierto es que Abel no cree que se trate de eso.

En cualquier caso, es una información irrelevante.

Atraviesan a la carrera la sección de almacenes, mucho más desierta que las predicciones más optimistas del meca. Sin embargo, las luces de emergencia son más bien escasas, apenas un punto de luz en la base de cada pared. Abel ajusta sus parámetros ópticos y las imágenes se pixelan hasta transformarse en una visión nocturna mucho más nítida. Noemí apoya una mano en su hombro, confiando en él para que abra el camino.

La falta de energía trae consigo otros problemas.

—Tenemos que bajar un nivel —dice Abel—. Pero seguro que los ascensores están desconectados.

—Pues habrá que encontrar un túnel de mantenimiento o un pasillo de servicio…

—Eso no retrasará demasiado —dice Abel, mientras se dirige al ascensor.

Desliza los dedos en la rendija que separa las puertas hasta meter toda la mano e intenta separarlas. Por suerte, son más fáciles de abrir que las del compartimento de carga; al cabo de unos segundos, ceden y se abren con un sonido metálico.

—Corrígeme si me equivoco —dice Noemí—, pero a mí esto me parece el hueco de un ascensor vacío.

—Hay sensores cada pocos metros. —Los señala por si es capaz de verlos en la oscuridad—. Sobresalen de las paredes lo suficiente para hacer las veces de asideros.

—Puede que para un meca sí, pero no para una humana.

—Tú nada más tienes que sujetarte a mi espalda.

Noemí lo piensa, pero solo un instante. Cuando le pasa los brazos alrededor de los hombros, Abel registra las nuevas sensaciones: su peso, el calor que desprende, el sutil olor de su piel. Parece importante catalogar cada aspecto por separado, hasta la exclamación de sorpresa de Noemí cuando él salta dentro del hueco del ascensor y desciende rápidamente hasta el piso inferior.

Una palanca manual le permite abrir la puerta desde el interior. En este pasillo también hay luces de emergencia, suficientes para que Noemí pueda moverse sin dificultad, y aun así permanece cogida a los hombros de Abel más tiempo del necesario, intentando recuperar el aliento.

Pero solo un momento, hasta que vuelve a ser la soldado de Génesis y avanza con paso firme por los oscuros pasillos del almacén.

—Esto me suena. Estamos cerca, pero tenemos que movernos rápido.

—La celeridad es primordial —asiente Abel, que avanza un paso por detrás de ella—. Pero ¿por qué parece importarte la cercanía con el lugar donde trabajamos?

—Porque las autoridades revisarán la zona en cualquier momento.

La paranoia es una reacción común entre los humanos en situaciones de estrés, así que Abel prefiere no decir nada.

Noemí se detiene antes de llegar a la zona de recambios, que tiene un escaparate, aunque menos ostentoso que otros que han visto en la estación y sí un poco más pulido que los de los almacenes colindantes.

—¿Qué sistemas de seguridad siguen activos?

—¿Te has dado cuenta? No creía que fueras tan observadora. —Noemí lo mira de reojo y Abel se da cuenta de que otra vez está siendo condescendiente con ella. Después de pasar tanto tiempo aislado, ha desarrollado algunos defectos en su carácter. Rápidamente añade—: Dos, y ambos parecen operativos. Pero no creo que tenga problemas para desconectarlos.

Ella asiente y él abre la mente a frecuencias y señales indetectables para el cuerpo humano. Cuando encuentra el núcleo del sistema de seguridad, introduce un código de su invención diseñado para funcionar con el sistema, no para atacarlo, engañándolo para que pase a modo diurno y dé la bienvenida a los nuevos «clientes». Pero justo cuando acaba de ajustar su visión a una nueva longitud de onda para asegurarse de que el sistema está desactivado, se da cuenta de que algo ha fallado.

—El sistema primario está desconectado, pero el secundario se halla conectado directamente y no se puede desarmar —explica—. Tú no lo ves, pero hay una cuadrícula láser unos diez centímetros por encima de las baldosas del suelo. Si tropezamos con una sola línea, saltará la alarma.

—Pero ¿podemos pasar por encima sin activarla?

—Correcto. Obviamente, debería ser yo quien se ocupara de esta parte.

—Espera…, no. Lo hacemos los dos.

—Soy más que capaz de cargar yo solo con el anx T-7.

Noemí lo piensa y enseguida responde que no con la cabeza.

—Podrías escaparte por una puerta trasera, si es que la hay…

—No. —Abel da un paso hacia ella. No sabe por qué, pero siente que es importante que lo entienda—. Mi programación es muy clara al respecto. Eres mi comandante y, mientras sea así, te protegeré, pase lo que pase. Eso significa evitar que acabes en la cárcel. Y ayudarte a cumplir con tu misión. Y asegurarme de que tienes suficiente para comer. Todo. Sin excepción. Mi deber es protegerte.

Sus ojos se encuentran durante todo un segundo hasta que Noemí por fin responde.

—Vale. Pero sigo diciendo que prefiero entrar contigo. Aquí plantada llamo demasiado la atención.

Es bastante improbable que haya alguien por la zona, pero su razonamiento tiene cierta lógica.

—Está bien. Fíjate por dónde voy e intenta pisar exactamente donde yo lo haga.

Quizá lo que acaba de hacer se parece peligrosamente a darle una orden a su comandante, pero ella o bien no se da cuenta, o bien no le da importancia porque ya está concentrada en lo que les espera. Ambos guardan silencio mientras Abel abre las puertas transparentes y el ruido metálico de las guías rebota contra las paredes del pasillo.

Al meca el interior de la tienda le parece sacado de los primeros años de la fotografía; todo está en blanco y negro o en varios tonos de gris. Como en Casablanca…, pero ahora no puede distraerse con eso. Los colores solo existen en otras frecuencias; debe concentrarse en el láser. Pasa por encima con mucho cuidado, avanza un par de baldosas y espera a que Noemí lo siga. Cuando mira por encima del hombro, la ve poner los pies justo donde antes han estado los suyos, en el punto exacto. Pocos humanos son tan observadores.

Pero prefiere no confiarse y dar por sentado que conoce todos los peligros. Señala hacia arriba para enseñarle las barreras de seguridad que, en caso de error, caerían del techo para atraparlos. Si Noemí no fuera suficientemente rápida, una de esas barreras podría aplastarla. Abel decide retroceder para vigilarla mejor y ella lo recibe con una ceja arqueada e intentando bromear, a pesar de la tensión más que evidente.

—¿No deberías vigilar tus pies en lugar de los míos?

—La forma de la cuadrícula es estable, la tengo memorizada. Podría recorrer la tienda con los ojos cerrados.

—Cómo no.

Ella lo sigue. Abel puede ver la fina capa de sudor que le cubre la piel, incluso bajo esta longitud de onda. Pero no parece cansada, sino poseída por una extraña energía que él no sabe si es miedo o pura emoción.

No le cuesta encontrar el anx T-7. Noemí intenta cogerlo de la estantería, se da cuenta de que pesa demasiado y retrocede para que sea él quien lo cargue. Está aprendiendo cuáles son las habilidades de él y aceptando sus propias limitaciones. Perfecto.

Cuando se dirigen hacia la salida, pasan por una zona en la que hay raciones para el espacio profundo, alimentos que se conservan por un tiempo indefinido, apiladas en varios palés.

—¿Nos llevamos unas cuantas? —Noemí coge un paquete—. Tenemos raciones a bordo, pero ¿hay suficientes para veinte… no, dieciocho días?

—Sí, tenemos suficientes. —Es la segunda vez que menciona el mismo límite temporal, al parecer arbitrario, sin ninguna explicación—. ¿Qué pasa dentro de dieciocho días?

De pronto, se encienden todas las luces de la tienda. Noemí ahoga un grito de sorpresa y Abel no suelta el anx T-7, pero rápidamente cambia los parámetros de su visión a la frecuencia humana. Los dos miran a su alrededor y descubren que no están solos.

Hay dos mecas, un Charlie y una Reina, delante de una puerta lateral que ahora está abierta. Estos modelos no solo son de combate, sino que también se usan para tareas de seguridad, y estos dos están preparados para entrar en acción. Los dos llevan la armadura gris propia de los mecas militares; los dos tienen un arma colgando de la cadera.

Pero Abel enseguida reconoce una anormalidad en su comportamiento. Acaban de descubrir a dos ladrones en el interior de una tienda, pero solo tienen ojos para él. La sutil inclinación de la cabeza de la Reina indica que lo está escaneando a fondo. De pronto y sin previo aviso, la meca sonríe y se gira hacia su compañero.

—El modelo Abel ha sido localizado. Mansfield desea que le sea devuelto.

«He sido encontrado —piensa Abel, y le invade una sensación tan intensa que es como si el sol asomara bajo su piel—. Mi padre me ha encontrado.»