«Está mintiendo.»
Noemí sabe que, mientras sea su comandante (y no sabe muy bien por qué, pero lo es), el meca —Abel— no puede mentirle. Sin embargo, la enormidad de lo que acaba de decir hace que la gravedad de la nave se altere bajo sus pies hasta hacerle perder el equilibrio, aunque el dolor que siente por Esther es tan intenso que bloquea hasta este inesperado rayo de luz.
—¿Cómo? —Avanza un paso hacia Abel. A través de la bóveda acristalada ve el rastro que el brazo de la galaxia deja tras de sí, como una neblina de fuego cuyas brillantes volutas se extienden sobre su cabeza—. ¿Cómo se destruye una puerta?
—Las puertas son capaces de crear y estabilizar un agujero de gusano, que no es más que un atajo espacio-temporal —responde él, hablándole otra vez con aires de superioridad—. Cuando uno de estos agujeros es completamente estable, las naves espaciales pueden viajar a través de él, cruzando de este modo distancias enormes en apenas un instante.
El objetivo de la Ofensiva Masada es desestabilizar la Puerta de Génesis, pero solo de forma temporal. Podría durar unos meses, dos o tres años como mucho, aunque lo más probable es que solo sea cuestión de unas cuantas semanas. Todas esas vidas, incluida la suya, serán sacrificadas para que Génesis tenga un margen mínimo y pueda reconstruirse y rearmarse, transformar los arados en espadas para, acto seguido, retomar esta guerra que casi con certeza nunca conseguirán ganar.
—Un agujero de gusano —continúa Abel— solo puede ser estabilizado de forma permanente gracias a la llamada materia exótica. En las puertas, esta materia exótica toma la forma de gases subenfriados mantenidos a una temperatura aún menor que la del espacio que los rodea, tan solo unos cuantos nanokelvins por encima del cero absoluto.
Más frío que el espacio exterior. No es la primera vez que Noemí intenta imaginar el concepto, pero no lo consigue. La intensidad de un frío como ese se escapa a la mente humana.
—Esos gases —sigue Abel— son enfriados por campos magnéticos generados por varios electroimanes muy poderosos que conforman los componentes de la puerta…
—Pero todos esos componentes… están programados para alimentarse entre sí. Es casi imposible destruir uno mientras los demás lo apoyen.
Él ladea la cabeza.
—Sabes más sobre las puertas de lo que creía.
—¿Qué? ¿Pensabas que alguien de Génesis no podía saber algo así?
—A juzgar por el estado de tu nave y del armamento que llevas, parece que en tu planeta hace tiempo que abandonasteis cualquier avance científico o tecnológico.
Si lo dijera otra persona, sería un insulto; para Abel no es más que un hecho, una afirmación irrefutable. El insulto habría sido más fácil de encajar.
—Pues va a ser que no porque yo entiendo perfectamente cómo funciona una puerta, lo cual significa que también sé que se supone que son invulnerables. Tú dices que eso no es verdad. ¿Cómo se destruyen?
Abel duda un instante y su reticencia es increíblemente real, tanto que a Noemí le cuesta digerirla. Al parecer, en esto Mansfield se empleó a fondo.
—Muchos de los esfuerzos destinados a dañar o destruir una puerta se centran en destruir los campos magnéticos que hay en su interior. Sin embargo, no es necesario destruir esos campos para provocar su destrucción. Basta con alterarlos.
Noemí sacude la cabeza.
—Pero ni siquiera somos capaces de conseguir eso, no mientras todos los componentes se respalden entre sí.
—Se te ha escapado la alternativa más evidente. —Abel no puede evitar irse por las ramas—. Que este fallo no te afecte negativamente. No muchos humanos poseen la inteligencia necesaria para…
—Dilo ya.
—Alterar los campos no tiene por qué ser equivalente a debilitarlos o destruirlos. También puede significar fortalecerlos.
Noemí abre la boca para protestar. ¿Fortalecerlos? ¿Cómo es posible que algo así tenga efecto? De pronto, la respuesta se va formando en su cabeza.
—Fortalecer los campos implica calentar los gases que hay en su interior. Cuando la materia exótica está demasiado caliente, la puerta implosiona.
Abel inclina la cabeza en un gesto que no acaba de ser un asentimiento.
—Y destruye el agujero negro para siempre.
Noemí se apoya en la consola más cercana, abrumada por los problemas y las posibilidades que se extienden ante ella.
—Pero… ¿dónde se consigue un aparato lo suficientemente potente como para alterar los campos magnéticos de una puerta? Es más, ¿existe algo así?
—Hay dispositivos termomagnéticos capaces de generar esa clase de calor por sí mismos. No hay muchos, claro está. Las aplicaciones prácticas son limitadas.
—Pero ¿existen? ¿Podríamos encontrar uno?
—Sí.
Noemí quiere tener esperanza, lo desea tanto que casi puede saborearla, pero al mismo tiempo tampoco puede ignorar todos los defectos que ya le ve al plan.
—Habría que activarlo en los límites de la puerta. De lo contrario, el calor derretiría la nave que lo transportara antes de que pudiera acercarse. Y tampoco podría lanzarse a distancia. Se necesitaría un piloto para que se abriera paso entre las defensas.
—Sabes mucho de pilotar para venir de un planeta que vive anclado en el pasado.
Y eso le recuerda a Noemí el anhelo mezclado con la sensación de culpabilidad que siente cada vez que ve la velocidad de las naves de la Tierra, la complejidad de la puerta, incluso los reflejos inhumanos de los mecas. No quiere ser como los terrícolas, pero… no puede evitar querer saber lo mismo que ellos. Descubrir. Explorar.
La siguiente conclusión que la asalta eclipsa todos esos sueños en un segundo.
—Un humano no podría hacerlo. Perdería el control o moriría rápidamente por culpa del calor.
—Cierto. Además, aunque lo consiguiera, la implosión de la puerta lo mataría al instante.
Eso a Noemí no le preocupa. Destruir la puerta, salvar su mundo, bien vale una vida. Su disposición a sacrificarse es irrelevante si solo puede acabar en fracaso. Pero hay otra posibilidad.
—Un meca sí que podría hacerlo, ¿verdad?
Abel duda antes de responder, apenas el tiempo necesario para que ella se percate.
—No cualquiera. La mayoría están programados para entrar en modo básico durante las tareas que les resultan lesivas. Se necesitaría un modelo avanzado, capaz de pensar incluso al borde de la destrucción.
—Un modelo avanzado como tú.
Abel se yergue.
—Sí.
Es evidente que no posee un instinto de supervivencia que anule las órdenes recibidas de un superior. La escena de la esclusa lo demuestra. Si le ordena que destruya la puerta y a sí mismo en el proceso, lo hará.
Noemí está dispuesta a entregar su vida por Génesis, así que también puede hacer que un meca entregue… lo que sea que tenga.
Se levanta lentamente de la silla. La luz de las estrellas brilla suavemente a su alrededor, dándole un aire más onírico al momento.
Su plan inicial era dirigir la Dédalo hacia Génesis y llevar el cuerpo de Esther de vuelta a casa. Había pensado entregar la nave y el meca a sus superiores por si pudieran ser de utilidad en la guerra. Pequeñas contribuciones que la sobrevivirían, que seguirían siendo útiles después de la Ofensiva Masada.
En vez de eso, ha encontrado un meca que no solo sabe cómo destruir una puerta, sino que también es capaz de ayudarla a hacerlo. Y una nave que podría llevarla por todo el Anillo en busca del dispositivo que necesita. «La Tierra perseguiría cualquier nave procedente de Génesis —piensa—, pero no se les ocurriría buscar en esta. Podría salir bien.»
Significa atravesar la galaxia, visitar planetas que nunca ha visto. Significa arriesgar su vida, quizá acabar incluso en una cárcel terrícola, vencida e indefensa, lo cual se le antoja mucho peor que morir en la Ofensiva Masada. Significa dejar atrás Génesis, quizá para siempre.
—Vamos a destruir la puerta —anuncia, girándose hacia Abel.
—Muy bien —responde él con la misma naturalidad que si le hubiera preguntado la hora—. Deberíamos realizar un diagnóstico completo de la Dédalo. Mis análisis iniciales indican que conserva las reservas de combustible al máximo y que está en buen estado, pero habría que asegurarse antes de iniciar el viaje. No me llevará más de una o dos horas.
A Noemí le sorprende la naturalidad con la que Abel da por sentado que están a punto de viajar hacia otros mundos atravesando las puertas, aunque en realidad no es tan extraño. Seguramente, ha sido consciente de las implicaciones en cuanto le ha explicado los puntos débiles de la puerta. Aun así, hay algo que aún no comprende.
—Tenemos que esperar.
Abel la mira.
—Quieres acabar con una guerra mortífera y destructiva, pero… ¿sin prisas?
A Noemí se le escapa la razón por la que Mansfield decidió dotar a su meca de la capacidad para el sarcasmo.
—Yo soy solo alférez —replica, señalando la franja gris que decora el puño de su exotraje verde—. Esta misión… es arriesgada y podríamos tener contratiempos en los que no se me ha ocurrido pensar…
—A mí sí.
La expresión de Abel es tan petulante que a Noemí le gustaría tener algo en las manos para tirárselo.
—Sí, bueno, pero tú eres el meca de Burton Mansfield. Perdona que me cueste confiar en ti.
—Si no confías en mí, ¿por qué vas a emprender esta misión basándote únicamente en mi palabra? —Abel parece casi enfadado—. Si pudiera mentirte sobre los riesgos, también podría mentirte sobre el potencial.
Bien visto, pero Noemí no tiene intención de justificarse delante de una máquina.
—Lo que quiero decir es que debería hablarlo con mis superiores.
—¿Quieres volar directamente a Génesis?
Ella abre la boca para dar la orden, pero lo piensa mejor. Sí, debería consultarlo al menos con la capitana Baz y seguramente con todo el Consejo de Ancianos. Se imagina en el centro de la cámara de mármol blanco, vestida con su uniforme de gala y mirando a Darius Akide y al resto de los ancianos, explicándoles esta nueva posibilidad para salvar su mundo.
Y se los imagina respondiendo que no.
No confiarían en la palabra de Abel. ¿Qué haría falta para convencerlos? Están tan seguros de que la Ofensiva Masada es la única opción…
Recuerda los distintos discursos sobre el tema a los que ha asistido, todos los vids apoyando la Ofensiva Masada que ha visto. «Sacrificad vuestras vidas —rezan—. Sacrificad a vuestros hijos. Génesis solo podrá sobrevivir a través del sacrificio.»
Si volviera, le contaría al Consejo y a todo Génesis que hay otra salida. Que la Ofensiva Masada no es necesaria, que nunca lo ha sido. Ella, Noemí Vidal, una alférez de diecisiete años, huérfana y casi sin amigos, apoyada por un meca.
¿La creerían los miembros del Consejo de Ancianos? O, pero aún, ¿se negarían a dar marcha atrás para no tener que admitir que estaban equivocados?
No es la primera vez que duda del Consejo, pero sí es la primera vez que se permite considerar la posibilidad de que le pueda fallar estrepitosamente a todo el planeta. No está convencida de ello, pero es una posibilidad y con eso le basta.
—Detén la orden —dice lentamente—. Haz el diagnóstico de la nave. Averigua si está lista para viajar a través de las puertas.
Abel arquea una ceja.
—¿Significa eso que vamos a proceder sin la aprobación de tus superiores?
Noemí lleva toda la vida recibiendo órdenes. De los Gatson, porque la acogieron en su familia y merecían su obediencia. De los profesores, de los oficiales superiores. Ha intentado obedecerlos a todos y también la Palabra de Dios, a pesar de las dudas y la confusión, dejando a un lado sus propios sueños, porque ese era su deber.
Pero el deber de proteger Génesis está por encima de todo.
—Sí —responde, contemplando las estrellas que le harán de guía—. Vamos a destruir la puerta.
Si quiere salvar el mundo, tiene que aprender a ser independiente.