Hotel Hyatt Regency,
Katmandú, Nepal
A primera hora de la mañana, el teléfono de la mesita de noche de Remi ya estaba sonando.
—Sam, ¿lo has hecho a propósito? El servicio de despertador. ¿Sabes qué hora es?
Sam cogió el teléfono y dijo:
—Estaremos allí dentro de cuarenta y cinco minutos.
—¿Estaremos dónde? —preguntó Remi.
—Lo que te prometí. Un masaje con piedras calientes del Himalaya para ti y un masaje profundo para mí.
—Sam Fargo —dijo Remi con una sonrisa de oreja a oreja—, eres un tesoro.
Salió de la cama y corrió al cuarto de baño mientras Sam iba a abrir la puerta. El servicio de habitaciones le entregó el desayuno que había pedido la noche anterior. Para Remi, su favorito: picadillos de carne y huevos escalfados. Y para él, huevos revueltos con salmón.
También había pedido café y dos vasos de zumo de granada.
Mientras desayunaban, centraron su atención en el misterioso cofre que reposaba al otro lado de la mesa. Remi se sirvió una segunda taza de café al tiempo que Sam llamaba por teléfono a Selma.
—¿Cree que King ha secuestrado a Alton? —preguntó Selma.
—Para traernos aquí —propuso Remi, bebiendo un sorbo de café.
—Para llevarlos allí con la excusa de buscar a Frank y luego... ¿qué? —terció Selma.
—Una operación de bandera falsa —murmuró Sam. Y acto seguido explicó—: Es un término de espionaje. Un enemigo que se hace pasar por aliado recluta a un agente. El agente cree que la misión es una cosa, pero en realidad es algo totalmente distinto.
—Genial —comentó Remi.
—Es un castillo de naipes —convino Sam—. Si es lo que King está tramando, su orgullo no le permitirá aceptar la idea de que el plan fracasa.
—Entonces no saben si realmente están buscando a Lewis King o no. O si lo han visto siquiera.
—Charlie no me parece un sentimental. Solo es una suposición, pero yo diría que Charlie no está buscando tanto a su padre como lo que su padre estaba buscando.
—¿El cofre que encontraron? —propuso Selma.
—Como acabo de decir, solo es una suposición —contestó Sam.
La noche anterior, en lugar de volver al hotel, Sam y Remi habían ido andando al sur de la comisaría de policía hasta perderse de vista, luego habían girado al norte y habían parado un taxi. Sam pidió al taxista que deambulara por la ciudad durante diez minutos mientras él y Remi estaban pendientes de las señales de estar siendo vigilados. No les cabía duda de que los gemelos King pretendían seguirlos, y estaban dándoles tiempo para que se organizaran.
Una vez que estuvieron convencidos de que no los estaban siguiendo, Sam mandó al taxista que los llevara a una agencia de alquiler de coches situada en las afueras al sur de Katmandú, donde alquilaron un Opel verde abollado. Una hora más tarde entraron en el aparcamiento de un motel a ochocientos metros del cañón de Chobar. Allí dejaron el vehículo y recorrieron a pie la distancia que faltaba.
Después de haber memorizado los puntos de referencia del lugar durante el trayecto en el furgón policial, tardaron menos de una hora en encontrar el túnel por el que habían salido. Sus cosas seguían dentro, aparentemente intactas.
—Te lo vamos a mandar por FedEx —dijo Remi a Selma.
—Si es lo que King está buscando, será mejor que nos deshagamos de él. Además, a ti te gustan los enigmas, Selma; este te va a encantar. Resuélvelo, y te compraremos ese pez que querías para tu pecera... el... em...
—Acuario, señor Fargo. Una pecera es lo que tienen los niños en su cuarto. Y el pez es un tipo de cíclido. Muy raro. Muy caro. Su nombre científico...
—Se escribe en latín, seguro —concluyó Sam riéndose entre dientes—. Abre nuestra misteriosa caja nepalí, y será tuyo.
—No hace falta que me soborne, señor Fargo. Es mi trabajo.
—Entonces considéralo un regalo de cumpleaños adelantado —propuso Remi.
Ella y Sam intercambiaron una sonrisa: a Selma no le gustaba celebrar los cumpleaños, sobre todo el suyo.
—Por cierto, he tenido noticias de Rube —dijo Selma, cambiando rápidamente de tema—. Ha investigado a Zhilan Hsu. Me ha dicho que es, cito textualmente, «prácticamente invisible». No tiene permiso de conducir, ni tarjetas de crédito, ni documentos administrativos de ninguna clase salvo uno: un documento de inmigración. Según ese papel, emigró de Hong Kong a Estados Unidos con un visado de trabajo en mil novecientos noventa a los dieciséis años.
—A ver si lo adivino —dijo Sam—. Contratada por King Oil.
—Correcto. Lo curioso es que en esa época estaba embarazada de seis meses. He hecho los cálculos. La fecha en que salía de cuentas coincide con la del nacimiento de Russell y Marjorie.
—Confirmado —dijo Remi—. No me gusta un pelo Charlie King. Probablemente la compró.
—Es casi seguro —convino Sam.
—¿Qué van a hacer ahora? —preguntó Selma.
—Vamos a volver a la universidad. La profesora Kaalrami nos ha dejado un mensaje de voz. Ha terminado la traducción del pergamino devanagari...
—Lowa —lo corrigió Remi—. Dijo que estaba escrito en lowa.
—Eso, lowa —repitió Sam—. Con suerte, su colega podrá arrojar algo de luz sobre la tumba que hemos encontrado... o al menos descartar que hay una relación.
—¿Y Frank?
—Suponiendo que King esté detrás de su secuestro, nuestra única posibilidad de conseguir rescatarlo es haciendo presión. Si King cree que tenemos algo que le interesa, estaremos en mejor posición para negociar. Hasta entonces, solo podemos esperar que King sea lo bastante listo para no matar a Frank.
Universidad de Katmandú
Después de asegurarse de que no los seguían, Sam y Remi encontraron una oficina de FedEx y enviaron el cofre. Tardaría dos días en llegar y costaría seiscientos dólares, les dijo el empleado, pero el paquete estaría a bordo de un avión a media tarde. Una ganga, pensaron Sam y Remi, sabiendo que el cofre estaría fuera del alcance de Marjorie y de Russell... en el supuesto de que realmente le interesara a King. En cualquier caso, no tenían ni el tiempo ni los recursos para abrir el cofre. Estaba mejor en manos de Selma, de Pete y de Wendy.
Sam y Remi llegaron al campus de la universidad poco después de la una y encontraron a la profesora Kaalrami en su despacho. Tras intercambiar los cumplidos de rigor, se sentaron alrededor de su mesa de conferencias.
—Ha sido todo un reto —empezó a decir la profesora Kaalrami—. La traducción me llevó casi seis horas.
—Lamentamos que le haya robado tanto tiempo —contestó Remi.
—Tonterías. Era mejor que pasar la noche viendo la televisión. Me lo pasé bien con ese ejercicio intelectual. Tengo la traducción escrita para ustedes. —Les deslizó una hoja de papel mecanografiado a través de la mesa—. Puedo confirmar la esencia del documento. Es un decreto militar en el que se ordena la evacuación del Theurang de la capital de Lo Monthang, en el Reino de Mustang.
—¿Cuándo? —preguntó Sam.
—En el decreto no lo especifica —dijo la profesora Kaalrami—. El hombre con el que nos vamos a reunir después, mi colega, posiblemente esté mejor preparado para responder a eso. Puede que en el texto haya alguna pista que a mí se me haya pasado por alto.
—Ese Theurang... —la instó Remi.
—Aparte de hacer referencia también a él como el «Hombre Dorado», me temo que no he encontrado ninguna explicación. Pero, como he dicho, puede que mi colega lo sepa. Lo que sí puedo decirles es el motivo por el que se promulgó el decreto: una invasión. Un ejército se acercaba a Lo Monthang. El jefe del ejército de Mustang (tengo entendido que el cargo es parecido al de mariscal o jefe del Estado Mayor) ordenó en nombre de la Casa Real que el Theurang fuera trasladado de la ciudad por un grupo de soldados especial conocido como los centinelas. Aparte de eso, no hay ninguna descripción. Solo el nombre.
—¿Adónde lo evacuaron? —preguntó Sam.
—En el decreto no lo dice. La frase «según lo ordenado» se utiliza varias veces, lo que hace pensar que los centinelas pudieron recibir otro informe más concreto.
—¿Alguna cosa más? —preguntó Remi.
—Un detalle que me llamó la atención —respondió la profesora Kaalrami—. En el decreto se elogia la disposición de los centinelas a morir para proteger al Hombre Dorado.
—Es una expresión militar bastante corriente —dijo Sam—. Unas palabras de aliento del general antes...
—No, disculpe, señor Fargo. No he usado la palabra correcta. El elogio no respondía a su disposición a dar la vida en el cumplimiento de su deber. Las palabras usadas eran de certeza. Quienquiera que escribió este documento estaba convencido de que los centinelas morirían. No esperaban que ninguno de ellos volviera con vida a Lo Monthang.
Poco antes de las dos, la hora que la profesora Kaalrami había fijado para la reunión con su colega Sushant Dharel, salieron de su despacho y atravesaron el campus hasta otro edificio. Encontraron a Dharel —un hombre muy delgado de treinta y tantos años, vestido con unos pantalones caqui y una camisa blanca de manga corta— terminando de dar una clase en un aula con paneles de madera. Esperaron hasta que todos los alumnos salieron en fila, y la profesora Kaalrami hizo las presentaciones. Al oír la descripción que Kaalrami hacía del objeto del interés de Sam y Remi, los ojos de Dharel se iluminaron.
—¿Tienen ese documento aquí?
—Y la traducción —contestó Kaalrami, y se los dio.
Dharel los escudriñó ambos, moviendo los labios en silencio mientras asimilaba el contenido. Alzó la vista a Sam y a Remi.
—¿Dónde han encontrado esto? ¿En posesión de quién estaba...? —Se detuvo súbitamente—. Disculpen mi excitación y mis malos modales. Por favor, siéntense.
Sam, Remi y la profesora Kaalrami se sentaron en unas sillas de la primera fila. Dharel retiró la silla de detrás de su mesa y se sentó delante de ellos.
—Si son tan amables... ¿Dónde han encontrado esto?
—Estaba entre las pertenencias de un hombre llamado Lewis King.
—Un amigo mío de hace mucho tiempo —añadió la profesora Kaalrami—. Mucho antes de tu época, Sushant. Creo que mi traducción es bastante fiel, pero no he podido darles al señor y a la señora Fargo mucha información sobre el contexto. Como experto de la universidad en historia nepalesa, pensé que podrías ayudarnos.
—Claro, claro —dijo Dharel, escudriñando de nuevo el pergamino. Después de un minuto entero volvió a alzar la vista—. No se ofendan, señor y señora Fargo, pero a efectos de mayor claridad, supondré que no tienen conocimientos sobre nuestra historia.
—Una suposición acertada —contestó Sam.
—También debo reconocer que gran parte de lo que les voy a contar es ampliamente considerado más una leyenda que parte de la historia.
—Entendido —dijo Remi—. Continúe, por favor.
—Lo que ustedes tienen aquí se conoce como el Decreto Himanshu. Fue promulgado en mil cuatrocientos veintiuno por un comandante militar llamado Dolma. Aquí, en la parte inferior, pueden ver su sello oficial. Era una práctica habitual en la época. Los sellos y las estampillas eran utensilios meticulosamente elaborados que se vigilaban con mucho celo. A menudo, el personal de alto rango, tanto militar como gubernamental, era escoltado por soldados cuya única misión consistía en vigilar los sellos oficiales. Si me dan tiempo, puedo confirmar o desmentir la procedencia de este sello, si bien a primera vista creo que es auténtico.
—La traducción de la profesora Kaalrami hace pensar que el decreto ordenaba la evacuación de un objeto de algún tipo —lo apremió Sam—. El Theurang.
—Sí, exacto. También es conocido como el Hombre Dorado. En este punto es donde la historia se confunde con el mito. Se dice que el Theurang es una estatua de tamaño natural de una criatura con apariencia humana o, dependiendo de la versión, el esqueleto de la propia criatura. La historia que se esconde detrás del Theurang es parecida a la del Génesis de la Biblia cristiana en el sentido de que se afirma que el Theurang son los restos de... —La voz de Dharel se fue apagando mientras buscaba la frase correcta—. Un dador de vida. La Madre de la Humanidad, por así decirlo.
—Es todo un cargo —dijo Sam.
Dharel frunció el entrecejo un instante y acto seguido sonrió.
—Ah, sí, entiendo. Sí, una gran responsabilidad con la que cargar, la del Theurang. En cualquier caso, ya fuera real o mitológico, el Hombre Dorado se convirtió en un símbolo de reverencia para la gente de Mustang... y para gran parte de Nepal, de hecho. Pero se dice que el hogar legendario del Theurang era Lo Monthang.
—¿El apelativo de «dador de vida» —dijo Remi— se considera metafórico o literal?
Dharel sonrió y se encogió de hombros.
—Como en el caso de cualquier historia religiosa, la interpretación depende del creyente. Creo que se puede decir sin miedo a equivocarse que en la época en que se promulgó ese decreto había más creyentes que lo interpretaban literalmente.
—¿Qué puede contarnos acerca de los centinelas? —preguntó Sam.
—Eran guerreros de élite, el equivalente a las actuales fuerzas especiales. Según algunos textos, los adiestraban desde jóvenes con un objetivo: proteger el Theurang.
—La profesora Kaalrami ha mencionado una frase del decreto («según lo ordenado») en relación con el plan de evacuación que los centinelas debían llevar a cabo. ¿Qué opina usted?
—No tengo conocimiento del plan concreto —respondió Dharel—, pero según tengo entendido, solo había unas pocas docenas de centinelas. En la evacuación, cada uno debía partir de la ciudad transportando un cofre, un cofre diseñado para confundir a los invasores. En uno de los cofres debían estar los restos desmembrados del Theurang.
Sam y Remi intercambiaron una sonrisa de soslayo.
—Solo unos pocos elegidos en el ejército y el gobierno sabían qué centinela transportaba los auténticos restos.
—¿Y qué había dentro de los otros cofres? —preguntó Sam.
Dharel negó con la cabeza.
—No lo sé. Tal vez nada, tal vez una réplica del Theurang. En cualquier caso, el complot estaba pensado para doblegar a los perseguidores. Equipados con las mejores armas y los caballos más rápidos, los centinelas saldrían a toda velocidad de la ciudad y se separarían con la esperanza de dividir a los perseguidores. Con suerte y destreza, el centinela que llevaba el Theurang escaparía y lo escondería en un lugar determinado de antemano.
—¿Puede describir las armas?
—Solo en general: una espada, varias dagas, un arco y una lanza.
—¿No hay constancia de si el plan tuvo éxito? —preguntó Remi.
—No.
—¿Qué aspecto tenía el cofre? —dijo Remi.
Dharel cogió un cuaderno y un lápiz de la mesa y dibujó un cubo de madera que tenía un extraordinario parecido con el cofre que habían extraído de la cueva.
—Que yo sepa, no existe más descripción que esta. Se decía que el cofre tenía un ingenioso diseño, con la esperanza de que cada vez que un enemigo recuperara uno se pasara días o semanas tratando de abrirlo.
—Y así ganar más tiempo para los otros centinelas —dijo Sam.
—Exacto. Del mismo modo, los centinelas no tenían familia ni amigos que el enemigo pudiera utilizar contra ellos. También estaban adiestrados desde jóvenes para soportar las peores torturas.
—Una dedicación increíble —observó Remi.
—Ya lo creo.
—¿Puede describir el Theurang? —preguntó Sam.
Dharel asintió con la cabeza.
—Como ya he comentado, se dice que tenía rasgos humanos pero una apariencia general... bestial. Sus huesos estaban hechos del oro más puro; sus ojos de un tipo de piedra preciosa, rubíes o esmeraldas... u otras piedras parecidas.
—El Hombre Dorado —dijo Remi.
—Sí. Esperen... Tengo una ilustración.
Dharel se levantó, rodeó su mesa y se puso a hurgar en los cajones durante medio minuto antes de volver junto a ellos con un libro encuadernado en piel. Hojeó las páginas antes de detenerse. Dio la vuelta al libro y se lo ofreció a Sam y a Remi.
Tras varios segundos, Remi murmuró:
—Hola, guapo.
Pese a ser muy estilizada, la ilustración del Theurang que aparecía en el libro era prácticamente idéntica al grabado del escudo que habían encontrado en la cueva.
Una hora más tarde, de vuelta en el hotel, Sam y Remi llamaron a Selma. Sam le relató su visita a la universidad.
—Increíble —dijo Selma—. Es un hallazgo único en la vida.
—No podemos llevarnos el mérito —contestó Remi—. Me temo que el honor le corresponde a Lewis, y con razón. Si realmente se había pasado décadas buscándolo, es todo suyo... a título póstumo, claro.
—Entonces ¿está dando por sentado que está muerto?
—Es un presentimiento —respondió Sam—. Si alguien más hubiera encontrado la tumba antes que nosotros, se habría hecho público. Se habría levantado un yacimiento arqueológico y el contenido se habría extraído.
—King debió de explorar el sistema de cuevas —continuó Remi—, colocó los pernos, descubrió la tumba y se precipitó al pozo cuando intentaba volver a cruzarlo. Si eso es lo que ocurrió, los huesos de Lewis King están esparcidos a lo largo de algún afluente subterráneo del río Bagmati. Es una lástima. Estaba muy cerca.
—Nos estamos adelantando a los acontecimientos —dijo Sam—. Por lo que sabemos, el cofre que encontramos era uno de los señuelos. Aun así sería un hallazgo importante, pero no el gran premio.
—Lo sabremos si... cuando... lo abramos —dijo Selma.
Charlaron con Selma unos minutos más y a continuación colgaron.
—Y ahora, ¿qué? —preguntó Remi.
—No sé tú, pero yo ya estoy harto de los repelentes gemelos King.
—¿Hace falta que me lo preguntes?
—Han estado siguiéndonos desde que aterrizamos. Creo que ha llegado el momento de que volvamos las tornas contra ellos... y contra King padre.
—¿Vigilancia encubierta? —dijo Remi con los ojos brillantes.
Sam se la quedó mirando un instante y acto seguido sonrió fríamente.
—A veces tu entusiasmo me da miedo.
—Me encanta la vigilancia encubierta.
—Lo sé, cariño. Puede que tengamos lo que busca King o puede que no. Veamos si logramos convencerlo de que es así. Sacudiremos un poco el árbol a ver lo que cae.