Lo Monthang,
Mustang, Nepal
Sorprendidos, Sam y Remi permanecieron callados un instante.
—¿Cómo murió? —dijo Remi al final.
—Cayó en una grieta a unos dieciséis kilómetros de aquí. De hecho, yo ayudé a recuperar su cadáver. Está enterrado en el cementerio local.
—¿Y se lo contó a los gemelos King? —preguntó Sam.
—Por supuesto. Su reacción fue de... decepción, supongo. Ahora, sabiendo quiénes son, me parece especialmente cruel, ¿no creen?
—No desentona con el carácter de la familia —contestó Remi—. ¿Le dijeron por qué lo estaban buscando?
—Se mostraron evasivos, y por eso inventé una excusa para acortar la visita. Lo único que saqué en claro es que estaban buscando a King y que les interesaba el Theurang. No me gustó mucho su actitud. Me alegra saber que mi instinto no me engañaba. Así pues, parece evidente que Charles King sabía que su padre estaba muerto cuando se puso en contacto con ustedes.
—Y también lo sabía cuando contrató a Alton —dijo Sam—. El reportaje de la foto en la que Lewis aparecía era otra invención.
—Todo concebido para involucrarlos en la recuperación del Hombre Dorado —añadió Karna—. Ese King no es una lumbrera, ¿verdad? Esperaba que ustedes vinieran aquí a rescatar a su amigo, que retomaran la búsqueda del Theurang sin desconfiar y que llevaran a los gemelos directos a él.
—Eso parece —respondió Remi—. Los planes mejor trazados...
—Por cretinos palurdos y odiosos vástagos —concluyó Karna—. La principal pregunta es: ¿por qué el Theurang es tan importante para King? No creerán que es una especie de nazi encubierto que recoge la bandera de la expedición de su padre, ¿verdad?
—No —dijo Sam—. Hemos empezado a preguntarnos si simplemente es una obsesión o un negocio paralelo como el tráfico de fósiles. De un modo u otro, los King han secuestrado y asesinado por el Theurang.
—Por no hablar de la gente a la que han esclavizado —añadió Remi—. Las personas que estaban en el yacimiento no pueden entrar y salir de él a su antojo.
—Eso, también. Sean cuales sean sus motivos, no podemos permitir que el Hombre Dorado caiga en sus manos.
Karna cogió su taza de té y la alzó en un brindis.
—Está decidido, entonces: estamos en guerra con la familia King. ¿Todos para uno?
Sam y Remi alzaron sus tazas y dijeron al unísono:
—Y uno para todos.
—Cuéntenme más sobre la cámara funeraria que descubrieron —dijo Karna—. No se dejen nada en el tintero.
Remi describió brevemente el hueco que habían encontrado en la cueva del cañón de Chobar. Luego sacó su iPad de la mochila, abrió la galería de fotos con las instantáneas que había tomado durante la exploración y se lo dio a Karna.
Fascinado por el iPad, el hombre se pasó un minuto dándole vueltas en sus manos y jugando con el interfaz antes de mirar, con los ojos muy abiertos, a Sam y a Remi.
—Tengo que comprarme uno de estos. Está bien... vamos al asunto.
Se pasó los siguientes diez minutos examinando las fotos de Remi, recorriéndolas de cabo a rabo y enfocándolas con el zoom, chasqueando la lengua y murmurando palabras como «maravilloso» o «increíble». Al final, devolvió el iPad a Remi.
—Han hecho ustedes historia —dijo Karna—. Aunque no creo que el mundo exterior comprenda la importancia del hallazgo, la gente de Mustang y de Nepal sin duda la entenderá. De hecho, lo que tienen aquí es el lugar de reposo definitivo de un centinela. Los cuatro caracteres grabados en la tapa de la caja... ¿Tiene fotos más nítidas de esa parte?
—No, lo siento.
—¿Dónde está la caja ahora mismo?
—En San Diego, con Selma, nuestra jefa de investigación —contestó Sam.
—Dios mío. ¿Esa mujer está...?
—Totalmente cualificada —terció Remi—. Está intentando abrirla... con cuidado, sin dañarla.
—Muy bien. Yo puedo ayudarla.
—¿Sabe lo que hay dentro?
—Puede. Volveré a ese punto en breve. ¿Qué les contó Sushant de los centinelas y del Theurang?
—Nos dio una buena visión de conjunto —dijo Remi—, pero dejó claro que usted es el experto.
—Muy cierto. Bueno, los centinelas eran los guardianes del Theurang. Ese honor se transmitía de padre a hijo. Estaban adiestrados desde los seis años con un único objetivo. El decreto de Himanshu de mil cuatrocientos veintiuno se promulgó una de las cuatro veces que el Theurang ha sido evacuado de Lo Monthang. Las tres ocasiones anteriores, todas previas a una invasión, acabaron favorablemente y con posterioridad el Theurang fue devuelto a la capital. Sin embargo, la invasión de mil cuatrocientos veintiuno fue un caso distinto. El «mariscal del ejército» en aquella época, Dolma, convenció al rey y a sus asesores de que la invasión sería diferente. Estaba seguro de que supondría el principio de la desaparición de Mustang. Por no hablar de la profecía.
—¿La profecía? —preguntó Sam.
—Sí. Les ahorraré los detalles, la mayoría de ellos relacionados con leyendas y numerología budistas, pero la profecía afirmaba que llegaría el día de la caída del Reino de Mustang, y la única forma de que resurgiera era que el Theurang volviera a su lugar de origen.
—¿Aquí? —dijo Remi—. Es lo que Sushant nos dijo.
—Mi querido amigo está equivocado. En realidad, él no tiene la culpa. La historia popular de Mustang y del Theurang es incompleta a lo sumo. Primero, deben entender una cosa: los habitantes de Mustang nunca se han considerado los dueños del Hombre Dorado, sino más bien sus vigilantes. ¿Cómo les describió exactamente Sushant el carácter del Theurang?
—¿Su aspecto?
—No, su... carácter.
—Creo que el término que usó fue «dador de vida».
Karna consideró aquella información un momento y acto seguido se encogió de hombros.
—Como metáfora, quizá. Señora Fargo, usted ha estudiado antropología, ¿verdad?
—Así es.
—Bien, bien. Un momento, por favor.
Karna se levantó y desapareció por el pasillo lateral. Oyeron el sonido de unos libros siendo arrastrados sobre un estante, y a continuación Karna regresó con dos tomos encuadernados en piel y una carpeta de manila de dos centímetros de grosor. Se sentó otra vez, hojeó los libros hasta que encontró las páginas que buscaba y los colocó boca abajo a un lado, en el suelo.
—El Reino de Mustang nunca ha sido un lugar majestuoso —dijo—. La arquitectura es funcional, modesta (como su gente), pero hace mucho tiempo era un pueblo muy culto y aventajaba al mundo occidental en muchos aspectos.
Karna se volvió hacia Remi.
—Usted es antropóloga. ¿Qué sabe de Ardi? —preguntó.
—¿El hallazgo arqueológico?
—Desde luego.
Remi pensó un momento.
—Hace bastante tiempo que leí las crónicas sobre el caso, pero le diré lo que recuerdo: Ardi es el sobrenombre de un fósil de cuatro millones y medio de años encontrado en Etiopía. Si no me falla la memoria, su nombre científico es Ardipithecus ramidus.
»Aunque se ha debatido mucho sobre el hallazgo, la opinión general es que Ardi constituye una especie de eslabón perdido en la evolución humana: un puente entre los primates superiores, como los monos, los simios y los humanos, y sus parientes más lejanos, como los lémures.
—Muy bien. ¿Y sus características?
—El esqueleto es similar al de un lémur, pero con rasgos de primate: manos prensiles, pulgares oponibles, dedos sin garras y con uñas, y extremidades cortas. ¿Me he dejado algo?
—Sobresaliente —respondió Karna. Abrió el sobre de manila, sacó una fotografía de veinte por veinticinco y se la ofreció a Sam y a Remi—. Este es Ardi.
Tal como Remi había descrito, el animal fosilizado, que yacía de lado en la tierra, parecía un cruce entre un mono y un lémur.
—Esto es una ilustración popular del Theurang.
Extrajo un trozo de papel de la carpeta y se lo pasó. La impresión en color mostraba un dibujo de una criatura parecida a un gorila con unos brazos enormes y una cabeza gruesa dominada por una ancha boca llena de colmillos y una enorme lengua que sobresalía de ella. En lugar de apoyarse en unas piernas, se sustentaba en una musculosa columna que acababa en un solo pie palmeado.
—¿Detectan algún parecido con Ardi? —preguntó Karna.
—No —respondió Sam—. Este parece un dibujo animado.
—Desde luego. Procede de una leyenda protagonizada por el primer rey del Tíbet, Nyatri Tsenpo, quien se decía que había descendido del Theurang. En el Tíbet, el Theurang se convirtió a lo largo de los milenios en una especie de hombre del saco. Sin embargo, la versión de Mustang es totalmente distinta.
Karna cogió uno de los libros y se lo dio a Sam y a Remi.
El ejemplar estaba abierto por una página con un dibujo tosco pero muy estilizado. El tono era decididamente de carácter budista, pero el sujeto de la ilustración era inconfundible.
—¿Ardi? —murmuró Remi.
—Sí —contestó Karna—. Como si de repente hubiera cobrado vida. En mi opinión, este es el retrato más fiel del Theurang. Lo que están observando, señor y señora Fargo, es el Hombre Dorado.
Sam y Remi permanecieron en silencio un minuto entero mirando fijamente el dibujo y tratando de asimilar las palabras de Karna. Al final, Sam dijo:
—No estará insinuando que esta criatura estaba...
—¿Viva en el Mustang de la época? No, por supuesto que no. Sospecho que el Theurang es un primo lejano de Ardi, probablemente un eslabón perdido muy posterior, pero desde luego tiene millones de años de antigüedad. Tengo otros dibujos en los que aparece el Theurang con todos los atributos de Ardi: las manos prensiles y los pulgares oponibles. En otras ilustraciones está representado con unos rasgos faciales más propios de un primate.
—¿Por qué se llama el Hombre Dorado? —preguntó Sam.
—Según la leyenda, cuando el Theurang fue expuesto en el Palacio Real de Lo Monthang, fue totalmente reconstruido de tal forma que parecía humano. En mil trescientos quince, poco después de que se fundara Lo Monthang, el primer rey de Mustang, Ame Pal, decidió que el aspecto del Theurang no era lo bastante imponente. Mandó que bañaran en oro los huesos y que decoraran con piedras preciosas las cuencas oculares, así como las puntas de los dedos. Los dientes, que según se decía se habían conservado prácticamente intactos, fueron cubiertos de pan de oro.
—Debía de ser todo un espectáculo —dijo Remi.
—Yo diría que chabacano —contestó Karna—, pero ¿quién soy yo para llevar la contraria a Ame Pal?
—¿Está insinuando que la gente de este lugar desarrolló una teoría de la evolución antes que Darwin? —dijo Remi.
—¿Una teoría? No. ¿Una creencia firme? Desde luego. En los casi cuarenta años que he pasado aquí, he encontrado textos e ilustraciones que ponen de manifiesto que la gente de Mustang creía firmemente que el hombre nació de animales anteriores: primates, en concreto. Puedo enseñarles murales de cuevas que representan una clara línea de progresión desde formas inferiores hasta el hombre moderno. Y lo que es más importante, pese a la creencia popular: el Theurang no era venerado en un sentido religioso, sino más bien en uno histórico.
—¿Dónde se originó la leyenda? —preguntó Sam—. ¿Dónde y cuándo encontraron el Theurang?
—Nadie lo sabe... o, al menos, nadie que yo haya encontrado. Espero que antes de morir pueda responder a esa pregunta. Tal vez su descubrimiento sea la pieza del rompecabezas que falta.
—¿Cree que el Theurang se halla en la caja que encontramos?
—No a menos que se hubiera cometido un terrible error. Una de las técnicas que los centinelas tenían que dominar era la navegación celestial. No, estoy totalmente seguro de que encontraron al centinela donde lo encontraron porque era a donde le habían mandado que fuera.
—Entonces ¿qué cree que hay dentro?
—O no hay nada o hay alguna pista del lugar de origen del Theurang: el sitio al que supuestamente fue llevado en mil cuatrocientos veintiuno.
—¿Qué tipo de pista? —preguntó Remi.
—Un disco de aproximadamente diez centímetros de diámetro labrado en oro y grabado con alguna clase de símbolos. Usado en combinación con otros discos y con un mapa especial, señalaría el lugar de reposo final del Theurang.
—¿No sabe nada más al respecto? —preguntó Sam.
—Sé el nombre del lugar.
—¿Cuál es?
—La traducción antigua es un poco complicada, pero lo conocerán por su famoso sobrenombre: Shangri-La.