Jomsom, Nepal
Volvieron sobre sus pasos con las mochilas a las espaldas hasta más allá del Land Cruiser y siguieron a Pushpa a lo largo del muro, primero al sur y luego al este, rodeando el pueblo hasta el pie de los precipicios repletos de hormigueros.
—De repente me siento muy pequeña —dijo Remi a Sam por encima del hombro.
»Muy pero que muy pequeña.
Al ver por primera vez los precipicios, tanto la distancia como la geología fantástica se habían aliado y les habían dado un aire irreal, como si fueran el escenario de una película de ciencia ficción. En ese momento, a la sombra de los hormigueros, a Sam y a Remi les parecían simplemente impresionantes.
Pushpa, que iba el primero de la fila, se había detenido y esperó pacientemente a que Sam y Remi terminaran de contemplar el paisaje y de hacer fotos antes de partir de nuevo. Después de otros diez minutos de caminata, llegaron a una fisura en la roca apenas más alta que Sam. Uno a uno, se introdujeron por la abertura hasta un sendero como un túnel. Por encima de sus cabezas, los lisos muros de color marrón óxido se curvaban hacia dentro, tocándose casi y dejando solo un retazo del lejano cielo azul en lo alto.
El sendero serpenteaba y giraba en espiral cada vez más hacia el este hasta que Sam y Remi perdieron la noción de la distancia que habían recorrido. Pushpa detuvo la marcha gritando una palabra. Detrás de ellos, al final de la fila, Ajay dijo:
—Ahora nos toca trepar.
—¿Cómo? —preguntó Remi—. No veo ningún asidero. Y no tenemos equipo.
—Pushpa y sus amigos han abierto un camino. La arenisca de aquí es muy frágil; los anclajes de escalada causan demasiados daños.
Delante de ellos, podían ver a Pushpa y a Karna hablando. Pushpa desapareció en un hueco situado en el lado izquierdo del precipicio, y Karna se abrió camino cuidadosamente por el sendero hasta donde estaban Sam y Remi.
—Pushpa va a subir primero —dijo—, seguido de Ajay. Luego irás tú, Remi, seguida de ti, Sam. Yo iré el último. Los peldaños parecen peligrosos, pero son muy sólidos, os lo aseguro. Avanzad despacio.
Sam y Remi asintieron con la cabeza, y acto seguido Karna y Ajay cambiaron de posición.
Ajay se situó el primero de la fila y estiró el cuello hacia atrás durante varios minutos antes de meterse en el hueco y desaparecer. Sam y Remi avanzaron y miraron hacia arriba.
—Vaya —murmuró Remi.
—Sí —convino Sam.
Los peldaños que Karna había mencionado eran en realidad estacas de madera que habían sido clavadas en la piedra caliza a fin de formar una serie de puntos de apoyo escalonados para manos y pies. La escalera se elevaba treinta metros por un orificio parecido a una chimenea antes de girar y desaparecer detrás de un muro de roca saliente.
Observaron cómo Ajay trepaba con dificultad por los peldaños hasta que dejaron de verlo. Remi vaciló por un breve instante y acto seguido se volvió hacia Sam, sonrió, lo besó en la mejilla y le dijo alegremente:
—¡Nos vemos en lo alto!
A continuación, subió al primer peldaño y entonces empezó a trepar.
Cuando ella estaba en mitad de la ascensión, Karna dijo por encima del hombro de Sam:
—Es una fiera.
Sam sonrió.
—Me lo dices o me lo cuentas, Jack.
—Es como Selma, ¿verdad?
—Exacto. Selma es... única.
Cuando Remi hubo tomado la curva, Sam empezó a subir. Inmediatamente notó la solidez de los peldaños, y después de hacer unos movimientos de prueba para compensar el peso de la mochila, adquirió un ritmo constante. Pronto las paredes de la chimenea se cerraron en torno a él. La poca luz del sol que se había filtrado hasta el sendero se atenuó y se convirtió en penumbra. Sam llegó al saliente rocoso y se detuvo a echar un vistazo a la vuelta de la curva. A seis metros de distancia, arriba y a la izquierda, los peldaños acababan en una tabla de madera horizontal clavada a una serie de estacas. Al final de la tabla había otra, inclinada detrás de otro muro de roca saliente. Remi se encontraba en el cruce; lo saludó con la mano y le hizo un gesto de aprobación con el pulgar.
Cuando Sam llegó a la tabla, descubrió que no era ni mucho menos tan estrecha como parecía desde abajo. Subió a la plataforma tomando impulso, se afianzó y recorrió la tabla desplazando la puntera de un pie hacia el talón del otro, y luego tomó la curva. Después de pasar por cuatro tablas más, llegó a un saliente rocoso y a una cueva de forma ovalada. Dentro encontró a Pushpa, a Ajay y a Remi sentados alrededor de un hornillo que sostenía una tetera en miniatura.
El agua acababa de empezar a hervir cuando Karna entró en la cueva. Se sentó.
—¡Qué bien, té!
Sin decir nada, Pushpa sacó cuatro tazas de hierro esmaltado rojas de su mochila, las repartió y sirvió el té. Permanecieron acurrucados bebiendo la infusión y disfrutando del silencio. En el exterior, de vez en cuando silbaba una ráfaga de viento por delante de la entrada.
Cuando todo el mundo hubo acabado, Pushpa guardó con mano experta las tazas y partieron de nuevo, en esa ocasión con las linternas de sus cabezas encendidas. Una vez más, Pushpa iba el primero y Ajay cerraba la marcha.
El túnel formaba una curva a la izquierda, luego a la derecha y más tarde se detenía ante un muro vertical. Siguiendo en línea recta había un arco labrado en la piedra caliza que les llegaba a la altura del pecho. Pushpa se volvió y habló con Karna unos segundos, y acto seguido Karna les dijo a los Fargo:
—Pushpa entiende que no seáis budistas, y también entiende que nuestra labor aquí pueda ser un poco complicada, así que no nos pedirá que respetemos todas las costumbres budistas. Solo pide que cuando entréis en la cámara principal, rodeéis el perímetro una vez en el sentido de las agujas del reloj. Cuando lo hayáis hecho, podréis moveros a vuestro antojo. ¿Entendido?
Sam y Remi asintieron con la cabeza.
Pushpa cruzó el arco encorvándose y torció a la izquierda, seguido de Remi, Sam y Ajay. Se encontraron en un pasillo. En la pared situada delante de ellos había pintados símbolos rojos y amarillos desvaídos que Sam y Remi no conocían, así como cientos de líneas de texto en lo que supusieron era un dialecto lowa.
—Es una especie de bienvenida, básicamente una presentación histórica del sistema de cuevas —les dijo Karna, susurrando—. Nada concreto sobre el Theurang o acerca de Shangri-La.
—¿Todo esto es natural o artificial? —preguntó Remi, señalando las paredes y el techo.
—En realidad, un poco las dos cosas. Cuando estas cuevas fueron construidas (hará unos novecientos años), los loba de esta zona creían que la naturaleza revelaba las cuevas sagradas en su estado embrionario y que una vez que las hallaban podían excavarlas de acuerdo con su voluntad espiritual.
El grupo siguió avanzando detrás de Pushpa por el pasillo, caminando encorvados hasta que llegaron a otra entrada en forma de arco, esta unos centímetros más alta que Sam.
—Ya hemos llegado —dijo Karna por encima del hombro, sonriendo.
A simple vista, la cámara principal parecía una cúpula perfecta de diez pasos de diámetro y dos metros y medio de altura, cuyo techo se estrechaba en una punta redondeada. La pared situada enfrente de la entrada estaba dominada por un mural que se extendía alrededor de la cámara desde el suelo hasta el techo abovedado. A diferencia del mural del pasillo, los símbolos, el texto y los dibujos estaban pintados en vivos tonos rojos y amarillos. El contraste con las paredes de color moca era llamativo.
—Es majestuosa —dijo Sam.
Remi asintió con la cabeza mientras contemplaba el mural.
—Qué detalles... Jack, ¿por qué el color es tan distinto aquí?
—Pushpa y su gente han estado restaurándolo. El pigmento que emplean es un antiguo secreto. Ni siquiera quieren compartirlo conmigo, pero Pushpa me ha asegurado que es la misma receta que se usaba hace nueve siglos.
Situado en el centro de la cámara, Pushpa estaba haciéndoles señas.
—Hagamos el circuito —dijo Karna a Sam y a Remi—. Prohibido hablar. La cabeza gacha.
Karna los guió en el sentido de las agujas del reloj alrededor de la estancia y se detuvo de nuevo en el arco. Pushpa asintió con la cabeza y sonrió, y acto seguido se arrodilló junto a su mochila. Extrajo un par de lámparas de queroseno y las colgó en unos ganchos en cada pared lateral. Pronto la cámara se llenó de una luz ambarina.
—¿Qué podemos hacer para ayudar? —preguntó Remi.
—Necesitaré los discos y silencio. El resto debo hacerlo solo.
Sam sacó de su mochila el estuche de policarbonato que contenía los discos y se lo dio a Karna. Equipado con los discos, un rollo de cuerda, una cinta métrica, una regla paralela, un compás y una brújula, Karna se acercó al mural. Pushpa se adelantó a toda prisa con un taburete de madera toscamente tallado que colocó al lado de Karna.
Sam, Remi y Ajay se quitaron las mochilas y se sentaron con las espaldas apoyadas en la pared de la entrada.
Durante casi una hora, Karna trabajó sin pausa, midiendo en silencio los símbolos del mural y anotando en su cuaderno. De vez en cuando retrocedía, contemplaba la pared mientras murmuraba para sí y se paseaba de un lado a otro.
Finalmente le dijo algo a Pushpa, quien se había mantenido apartado con las manos cogidas por delante. Pushpa y Karna se arrodillaron, abrieron el estuche y estuvieron unos minutos examinando los discos del Theurang, encajándolos con el anillo exterior rebordeado en varias posiciones antes de encontrar una configuración aparentemente satisfactoria.
A continuación, Pushpa y Karna colocaron los discos encima de determinados símbolos, midieron las distancias con la cinta métrica y murmuraron entre ellos.
Por fin Karna retrocedió con los brazos en jarras y echó un último vistazo al mural. Se volvió hacia Sam y Remi.
—Selma me ha dicho que os gustan las situaciones en las que hay buenas y malas noticias.
Sam y Remi se miraron sonriendo.
—Selma ha estado divirtiéndose a tu costa. A ella le gustan esas situaciones; a nosotros, no tanto.
—Dispara de todas formas, Jack —dijo Remi.
—La buena noticia es que no tenemos que ir más lejos. Mi corazonada era correcta: esta es la cueva que necesitamos.
—Fantástico —dijo Sam—. ¿Y...?
—En realidad son dos buenas noticias y una mala. La segunda buena noticia es que ahora tenemos una descripción de Shangri-La... o al menos unos símbolos que nos dirán si estamos cerca.
—Y ahora, la mala noticia —lo apremió Remi.
—La mala noticia es que en el mapa solo figura el sendero que habría tomado el centinela Dhakal con el Theurang. Como me temía, conduce al este a través del Himalaya, pero en total hay veintisiete puntos que marcan el sendero.
—Traduce, por favor —dijo Sam.
—Shangri-La podría estar en cualquiera de esos veintisiete lugares que se extienden desde aquí hasta el este de Myanmar.