Cuatro horas más tarde eran las ocho en punto de la mañana en Hamburgo, Alemania, y el médico forense jefe de la ciudad estaba comenzando su trabajo en la morgue central. Había terminado la autopsia la tarde anterior a última hora. Horas extras no remuneradas, pero los homicidios eran raros, y se podía hacer carrera. Ahora quería revisar sus notas antes de presentar sus conclusiones.
La víctima era una mujer alta caucásica de piel muy blanca. Según sus documentos tenía treinta y seis años y ocho meses al momento de la muerte. Lo cual era consistente con la evidencia física. La mujer había estado en buena forma. Hacía dieta, a juzgar por la poca grasa corporal. Era socia de un gimnasio, a juzgar por el tono muscular. Había comido una ensalada de cuscús seis horas antes de la muerte, y había tragado semen alrededor de una hora antes. Después la habían estrangulado desde atrás, de manera salvaje, un atacante diestro. El daño en el tejido era marginalmente mayor del lado derecho, lo que indicaba dedos más fuertes.
La piel pálida de la víctima había permitido moretones perimortem en otras ubicaciones. Nada dramático, pero bien definido. En particular había unas contusiones incipientes en los codos, de las rodillas del atacante. La había sujetado boca abajo, sentándosele encima, montándola como un poni. Y las nalgas estaban levemente amoratadas, por la presión de las de él. Él era huesudo, en la opinión del médico forense. Fuerte, pero fibroso. Puntiagudo, en las manos y las rodillas. Un flacucho, dirían en la televisión. Posiblemente cargado de energía, posiblemente nervioso a su manera, y capaz de arrebatos violentos.
Se estaba armando un retrato.
Y lo mejor de todo, la medición lineal entre los moretones en el trasero de la víctima y los de los codos era evidentemente la distancia exacta entre la base aguda de la cintura pélvica del atacante y sus rótulas. Lo cual luego de deducciones estándar de las articulaciones en cuestión dio el largo exacto del fémur. Y el largo del fémur estaba considerado como una guía infalible para deducir la altura de una persona.
El atacante medía un metro setenta y tres. En lenguaje americano, cinco pies ocho pulgadas. Y había que citar en americano, porque la víctima era una prostituta. Las tropas todavía tenían dinero. Pero como fuera, ni un enano ni un gigante.
El médico forense sujetó con un clip una nota personal al dorso del expediente. No era lo habitual, pero estaba un poco excitado. La nota decía que en su opinión la parte culpable era un hombre diestro de altura promedio, probablemente peso menor al promedio, con una estructura ósea pronunciada, un físico fuerte, pero más fibroso que musculoso. Como un corredor de fondo, tal vez.
Después el médico forense puso el expediente en un sobre y lo cerró, y pidió que se lo hicieran llegar de inmediato en bicicleta al jefe de detectives, en el departamento de policía de la ciudad.
Al jefe de detectives no le entusiasmó recibirlo. No al principio. Se emocionó más después. Se llamaba Griezman. Se lo consideraba exitoso. El historial del departamento del noventa por ciento era impresionante. Pero en esta oportunidad Griezman no quería impresionante. Quería una investigación breve, y después quería tener el caso bien lejos, del otro lado de la división, firme en el diez por ciento de fracasos fríos y olvidados.
Había leído las notas de sus detectives. Una decía que por lo general la víctima iba en coche de su casa al hotel, tarde a la noche, y estacionaba en el garaje, y trabajaba el bar. Pero esa noche nadie la había visto llegar. Por lo general el cliente usaba su propio cuarto de hotel. Por lo general ella se iba en medio de la noche, o a veces a la mañana siguiente temprano. Los barmans y el personal de limpieza podrían llegar a ser capaces de armar una lista de los hombres con los que se la había visto.
Otra decía que era infrecuente que ella llevara clientes a su propio departamento. Era infrecuente para prostitutas de hotel en general. Tal vez el cliente había sido un usuario reiterado. Conocido y de confianza. En cuyo caso una investigación pormenorizada de los clientes regulares podría pagar dividendos. Del último año o de los últimos dos, tal vez. Se asumía que la relación había empezado en el bar. Tal vez los trabajadores del hotel recordarían el encuentro original. La mayoría estaban allí desde hacía mucho tiempo.
Una tercera nota decía que ella era extremadamente cara.
Griezman cerró los ojos.
Eso ya lo sabía. Y sabía que ella trabajaba el bar. En algunos aspectos las notas estaban mal. Para ella no era infrecuente usar su propio departamento. Para nada. A veces de manera bastante natural se encontraba en el bar con gente que no se estaba quedando en el hotel. Caballeros locales, tal vez relajándose luego de un duro día de trabajo. Con hogares propios en las cercanías, pero que por supuesto no se podían usar. Por las esposas, y las familias, y esas cosas.
Caballeros locales, como él.
Él había sido cliente de ella. Casi un año antes. Tres veces. OK, cuatro. Todas en la casa de ella. La primera vez desde el hotel, de hecho. ¿En qué número de habitación estás? En realidad no me estoy quedando acá. Solo vine a beber un trago. Habían ido en coches separados. Él tenía una póliza de seguro, recientemente madurada y pagada, con un extra, todo lo cual se suponía que fuera a la cuenta de ahorro. Para los hijos. Y ahora estaba muerta. Asesinada. Él estaría en la lista de hombres con los que se la había visto. Una investigación pormenorizada sería desastrosa. Alguien se acordaría. Lo despedirían, obviamente. Y se divorciaría, claro está. Y sería una vergüenza.
Abrió el sobre del médico forense. Leyó los hechos fríos, crudos. Conocía ese cuello. Era largo y delgado y exquisitamente pálido. Sabía que le gustaba el cuscús. Sabía que la tragaba.
Pasó la última página y vio la nota personal. Diestro, altura promedio, bajo de peso, estructura ósea pronunciada, más fibroso que musculoso.
Como un corredor de fondo.
Griezman sonrió.
Medía dos metros y pesaba 136 kilos. Seis pies seis pulgadas y trescientas libras, en americano. En su mayoría grasa. Comía salchicha y puré de papa de desayuno. La última vez que había visto un hueso había sido en una radiografía.
Nada que ver con un corredor de fondo.
Le dijo a su secretaria que llamara a una reunión. Se presentó su equipo. Sus detectives. Dijo:
—Es hora de establecer algunos nuevos parámetros. Digamos que la víctima fue en coche hasta el hotel, pero la levantaron antes de que llegara a la puerta. Un encuentro casual en el estacionamiento mismo, quizás. Posiblemente un cliente regular. Posiblemente algo del estilo “tanto tiempo sin vernos”. Lo cual nos dice que es lo suficientemente rico como para ella, pero no se queda en el hotel, caso contrario ella habría sugerido la habitación de hotel como primera opción. Por lo que él o era local o estaba parando en otro lado. La pregunta es: ¿él tenía coche? Probablemente, porque estaba en el estacionamiento. Pero posiblemente no, porque el estacionamiento también es un atajo para salir al otro lado de la manzana. En cuyo caso la víctima lo podría haber llevado ella misma en coche a su casa. En cuyo caso deberíamos tomar las huellas dactilares del interior del coche. Las manijas de las puertas y la hebilla del cinturón de seguridad por lo menos.
Los detectives tomaron notas.
Después Griezman dijo:
—Y lo mejor de todo, ahora tenemos información realmente sólida por parte del patólogo. El responsable tiene una altura promedio y es muy delgado. Eso es información científica. Y eso es lo que estamos buscando. Ninguna otra cosa. Olvídense de los clientes de ella del pasado, a no ser que sean de altura promedio y muy delgados. No nos interesa nadie más. Sin duda una pérdida de tiempo, porque sin duda es un marinero que recibió pagos atrasados, hace ya rato en alta mar, pero nos tienen que ver haciendo algo. Pero concentren la atención. No pierdan tiempo. Altura promedio, muy delgado, sus huellas dactilares en el auto de ella. Verifiquen esos casilleros. Nada más. Ninguna búsqueda inútil. Conserven su energía para lo que venga después.
Los detectives salieron en fila, y Griezman respiró, y se reclinó en la silla.
En ese momento el americano estaba en Ámsterdam, duchándose. Se había levantado tarde. Estaba en un hotel a una calle de distancia de los más requeridos. Era pequeño y limpio y algunos de los huéspedes eran pilotos de aerolíneas. Era esa clase de lugar. Había bajado a tomar el café y había visto los diarios alemanes en el salón desayunador. Ningún titular. No estaban en ninguna parte. Estaba a salvo.
En ese momento el mensajero estaba en una camioneta Toyota, con solo diez kilómetros recorridos de quinientos por ruta. A los que les seguirían cuatro aeropuertos distintos, y tres casas seguras. Todo arduo, pero lo primero era lo peor. La ruta era dura. Dura para la camioneta y dura para el pasajero. Era cansadora. En algunos lugares apenas si era una ruta. En algunos lugares era más bien como el lecho de un río seco. Pero ese era el precio del aislamiento.
El sol rodaba hacia el oeste, encendiendo primero la costa de Delaware, y después la orilla este de Maryland, y después el DC, la ciudad temporariamente espléndida a la primera luz, como diseñada específicamente solo para ese momento del día. El amanecer llegó a McLean, y la camioneta del catering estacionó en el parque empresarial, con el café y el desayuno. Todos estaban despiertos y a la espera. Landry y Vanderbilt y Neagley estaban alojados en el segundo de los tres edificios de las instalaciones de Soluciones Educativas. El mismo trato, camas donde había habido escritorios. Los del Consejo de Seguridad Nacional jugaban en equipo alternándose fuera del tercer edificio, siempre uno de guardia, siempre el otro durmiendo.
White dijo:
—Menos diez de los programadores, todos los demás o ya están en Estados Unidos o están en viaje de regreso. Los diez que faltan son expatriados. Viven en Europa y en Asia. Uno vive ahí mismo en Hamburgo.
—Felicitaciones —dijo Reacher—. Resolvieron el caso.
—Es una cuestión de orden de prioridad. ¿Hay más posibilidades de que un expatriado sea un malo o no? ¿Los deberíamos buscar en primer lugar o en segundo lugar?
—¿Quién es el de Hamburgo?
—Tenemos una foto. Es un tipo de la contracultura. Se dedica a las computadoras desde muy joven. Dice que antes o después harán más democrático el mundo. Lo cual significa que roba y rompe cosas y lo llama política, no delito. O arte performático.
Vanderbilt sacó la foto. Era un plano de cabeza y hombros en el ángulo superior izquierdo de una página arrancada de una revista. Un artículo de opinión, en lo que parecía ser un periódico alternativo. La foto era de un tipo blanco muy flaco con una enorme cantidad de pelos parados. Como si hubiera metido los dedos en el enchufe. En parte profesor chiflado, en parte bromista alegre. Tenía cuarenta años de edad.
White dijo:
—El jefe de división de Hamburgo hizo un poco de vigilancia de a pie. El tipo ahora mismo no está en su casa.
—Si vive ahí —dijo Reacher—, ¿por qué organizó la primera reunión en el momento en el que la convención estaba en la ciudad? Es una semana ocupada. Y hay gente que lo conoce. Se podían llegar a dar cuenta. Mejor hacerlo antes o después.
—Por lo que en tu opinión el momento demuestra que fue alguien que estuvo ahí por la convención.
—En mi opinión todo esto es Alicia en el País de las Maravillas.
—Por el momento es lo que tenemos.
—¿Cuán lejos viajan estos mensajeros? —dijo Reacher.
—No tanto como hasta acá. No todavía. No por lo que sabemos. Pero viajan por toda Europa Occidental, y Escandinavia, y África del Norte. Y Medio Oriente, por supuesto.
—Por lo que lo mejor que pueden hacer es seguirles el rastro a los programadores que regresaron, y esperar a que uno de ellos vuelva a viajar para la segunda reunión. Para la respuesta por sí o por no. Pero no necesariamente a Hamburgo. La teoría de ustedes es que Hamburgo fue un lugar apropiado la primera vez por la convención. Por lo que la segunda vez podría llegar a ser más apropiado otro lugar. París, o Londres. O Marrakech. Su teoría no hace ninguna predicción con respecto a la localización.
—Sabremos qué pasaje compra. Sabremos hacia dónde se dirige.
—Comprará en el último minuto.
—Aun así sabremos a qué avión se sube.
—Pero demasiado tarde. ¿Qué es lo que van a hacer entonces? ¿Tomarse el vuelo siguiente y llegar cuatro horas después de que se haya cerrado el trato?
—Eres un rayito de luz, ¿lo sabías?
—Su teoría dice que al mismo tiempo el mensajero también se estará moviendo. Hacia el mismo destino.
—No sabemos qué nombre estará usando o desde dónde estará llegando. O qué pasaporte estará usando. Paquistaní, posiblemente. O británico. O francés. Demasiadas variables. Buscamos en los registros de dos días antes del primer encuentro, y había quinientos candidatos posibles teniendo en cuenta solo el aeropuerto de Hamburgo. No los podemos distinguir en la documentación. No sabríamos a quién vigilar.
—Beban más café —dijo Reacher—. En general eso arregla las cosas.
En Hamburgo era la hora del almuerzo, y el jefe de detectives Griezman estaba a minutos de un buen banquete en un restaurante en un sótano no lejos de su oficina. Pero primero tenía trabajo por terminar. Parte de su rol como jefe era pasarles información a quienes la necesitaban. Como un editor, o un curador. Alguien tenía que ser responsable. El gordo trasero de alguien iba a tener que ser despedido si los puntos después no se unían. Así conseguía lo que conseguía, como decían en la televisión.
Naturalmente tendía hacia la cautela. Más vale prevenir que curar. Prácticamente todo se enviaba a algún lado. Todos los días antes del almuerzo. Escaneaba duplicados y fotocopias y hacía distintas pilas con etiquetas, para esta agencia y aquella. Su secretaria hacía que repartieran todo en bicicleta, mientras él estaba comiendo.
Casi en lo alto de la pila había otro informe de la investigación de la prostituta. Entre los nombres recolectados durante las indagaciones puerta a puerta en la calle de ella había un mayor del Ejército de los Estados Unidos y una suboficial que dijeron estar ahí por razones de turismo. El agente informante había hecho un seguimiento corroborando en el aeropuerto los registros de control fronterizo. Había descubierto que de hecho ambos americanos habían llegado esa mañana, tal y como decían. Así que podían ser descartados como sospechosos, pero el agente informante quería destacar que no tenían aspecto de turistas.
Más vale prevenir que curar. Griezman puso el informe en el sitio con la etiqueta Comandancia del Ejército de los Estados Unidos Cuartel General Stuttgart, donde era hasta ese momento la única entrada del día.
Después leyó una notificación rutinaria de un solo párrafo al estilo de las que se escriben para cubrirse, proveniente de la rama uniformada. Decía que hacía varios días un particular se había contactado con ellos por teléfono para informar que a últimas horas de la tarde había visto a un americano en conversación con un hombre de piel oscura probablemente de Medio Oriente, en un bar no lejos del centro. El particular además declaraba que el hombre de piel oscura tenía un comportamiento inquieto, sin duda debido a secretos de vida o muerte relacionados con el malestar regional debido a injusticias históricas. Pero agentes locales advirtieron con celeridad que el informante en cuestión era un conocido paranoico y fanático, conocido por realizar frecuentes llamadas telefónicas de similar contenido catastrófico, y de todos modos la persona de Medio Oriente estaba en su derecho de tener un comportamiento inquieto, porque era un bar extremista, y su presencia no habría sido bienvenida o tolerada durante mucho tiempo. Dicho todo lo anterior, se consideraba que de todos modos el asunto merecía quedar registrado.
Por lo tanto merecía ser transmitido hacia arriba a los siguientes eslabones de la cadena, decidió Griezman. El juego de cubrirse lo podían jugar dos. ¿Pero transmitirlo adónde? El consulado americano, por supuesto. En parte como un pellizcón por el comportamiento abusivo. ¿Por qué un americano invitaría a un árabe a un bar como ese? Sin duda la invitación no podría haber sido a la inversa. El individuo de Medio Oriente no habría elegido ese lugar como primera opción. ¿Cuál había sido el propósito?
Pero sobre todo lo transmitió porque un americano estaba hablando con un árabe. De repente estaban muy interesados en cosas así. Se podían sumar puntos. Se podía hacer carrera.
Puso el párrafo en el sitio con la etiqueta Consulado de los Estados Unidos Hamburgo, donde también era la única entrada del día.