Sugar Land era el nombre que Wiley le quería poner a su nuevo rancho. O Sugarland, en una sola palabra. No es que fuera a producir azúcar. Era un país ganadero. Iba a tener la manada más grande del mundo. Y la mejor. Pero primero iba a necesitar un nombre en lo alto del portón de entrada. En un elegante hierro forjado. Quizás dejarlo con el rojo antióxido. Sugar Land quedaría bien. Todo en letras mayúsculas. O una sola palabra, Sugarland. E iba a ser una especie de tributo personal. A una vieja ambición. Érase una vez había intentado triunfar en Sugar Land. Pero era una ciudad vieja y difícil. Ahora iba a comprar un lugar cuarenta veces más grande que el municipio entero.
Todo bien.
Era como estar cayendo. Al principio se había resistido, y después se había entregado. Y después había empezado a caer aún más rápido. Todo se había acelerado a su alrededor. Que era la razón por la cual estaba listo con tanta antelación. Listo para el encuentro. Sentía que tenía que estar preparado. Especialmente ahora. El desenlace sucedería velozmente. Siempre era así.
En presencia de Sinclair Reacher llamó a Griezman desde el teléfono de la habitación, en altavoz, y le pasó el nombre de Wiley, para juntarlo con la cara, y le dijo que por lo que sabían el mensajero ya había llegado, y después reconfirmó los distintos protocolos, en cuanto a cómo comunicarse si sucedía algo, y sobre todo en cuanto a ser cauteloso en las cercanías del departamento. Pero no tan cauteloso como para perderse algo. Un trabajo duro. Pero a Griezman se lo sentía con las cosas bajo control. Estuvo de acuerdo en todos los puntos. Su lenguaje fue convincente. Reacher vio que Sinclair se relajaba un poco. Después lo miró a él, directo a los ojos, de manera sostenida. No estaba seguro de por qué. Podía ser una mirada mitad aprobatoria, porque el plan loco después de todo podía llegar a funcionar, o mitad desaprobatoria, porque ahora la había vuelto cómplice.
Después Bishop regresó al consulado, y Reacher y Neagley dejaron a Sinclair en su habitación e hicieron una parada en la de él, para leer el expediente de Wiley de principio a fin. La primera pregunta era por qué había esperado hasta los treinta y dos años para enlistarse en el Ejército. Un comportamiento anormal, ahí mismo. Pero no había ninguna nota por parte del reclutador. Nada que lo explicara. Neagley llamó a Landry el tipo de Waterman, allá en McLean, y sugirió que iniciaran sin demora el registro de antecedentes. De los treinta y dos años, desde el día en que había nacido hasta el día en que se había puesto el traje verde. Tenía que haber un motivo.
Viejo o no, el progreso inicial de Wiley parecía convencional. Completó el entrenamiento básico sin complicaciones, lo cual indicaba que tenía una cierta cantidad de aptitudes y buen estado físico. Lo promovieron a soldado de primera, lo cual indicaba que tenía condiciones y que seguía en el Ejército. Lo enviaron a Fort Sill, a la escuela de artilleros, para evaluarlo. Luego recibió entrenamiento y lo destinaron a Alemania con una compañía de defensa aérea.
—Lo puedo ver —dijo Neagley.
Reacher asintió, porque también lo podía ver. Las anotaciones insípidas en el expediente eran más que marcas en el papel. Eran como el marcador de resultado de un partido de béisbol. Una persona podía armar con eso toda una historia. Pasó esto, y luego aquello. La escuela de artilleros era el eje. No era para tarados. Wiley era claramente un soldado aceptable. Probablemente allí arriba cerca del mejor de la promoción después del entrenamiento básico. No material para una escuela de elite. Pero quizás el oficial a cargo le había visto alguna aptitud. O le había inventado alguna. Algunos oficiales a cargo recomendaban gente basándose en meras supersticiones. Cosas como: los zurdos no pueden ser francotiradores. Los que son bajos y fibrosos deberían ser artilleros. Etcétera. Pero como fuera había funcionado. Wiley había encajado. No era sencillo. El Chaparral era una máquina rara. Había que detenerla y más o menos reconstruirla antes de que pudiera hacer fuego. Luego empacar y seguir y detenerse y reconstruir todo otra vez. Las dotaciones eran como las dotaciones de boxes de las carreras de Nascar. Tan complicado como un ballet, coordinados a una décima de segundo. Un avión al ataque podía llegar a estar realmente cerca en una décima de segundo. Era trabajo en equipo del más sofisticado. Casi gimnástico. Y Wiley se había ganado su lugar. Quizás bajo y fibroso era algo que de verdad ayudaba. El tipo era un soldado competente. Sin duda. Pero sin perspectiva. Tres años después seguía siendo soldado de primera. Las divisiones blindadas ya no estaban contratando personal. El frente de batalla era algo del pasado.
¿Eso había sido una sorpresa para él?
Reacher dijo:
—¿Los policías militares de la investigación original del ausente sin permiso hablaron con sus compañeros de hace cuatro meses?
Neagley asintió y dijo:
—Ya pedí las declaraciones.
—¿Qué está vendiendo?
Neagley no contestó. En cambio dijo:
—¿Cuán enojada estaba Sinclair?
—Menos enojada de lo que podría haber estado —dijo Reacher—. Estropeé la casa segura.
—¿De qué manera? Griezman no te fallará.
—Eso es lo que yo le dije. Pero no estaba convencida. Después entendí. La casa segura quedó estropeada en el momento mismo en el que Griezman oyó al respecto. Así de sencillo. Ya no era nuestro secreto. A eso se refería. Y puedo ver su punto. Antes o después Griezman lo reportará a su servicio de inteligencia. Ese es su modus operandi, y de cualquier manera está obligado. A partir de ahí los alemanes van a querer su parte. Es su territorio. Lo cual significa que va a haber demasiadas manos metidas. En poco tiempo los vehículos de vigilancia van a estar estacionados en la calle en doble fila. Mi culpa.
—A no ser que atrapemos al tipo.
—Eso también se lo dije. Pero no resuelve su problema. Ganemos o perdamos, los Krauts siempre sabrán de la casa segura.
—Se lo habríamos dicho de todos modos. Antes o después. El año que viene, o el otro. Esto va a ser un asunto internacional. Créeme. Vamos a estar todos cooperando entre todos. Nosotros llegamos antes, eso es todo.
—Dijo que el asunto de la huella dactilar es peor. Es un delito federal.
—Lo mismo. Si atrapamos al tipo.
—O si traiciono a Griezman. Si le robo su trabajo y no le doy nada a cambio.
—¿Ella te pidió eso?
—Lo sugerí yo. A él le dije que mandaría a cotejar la huella. Eso solo. ¿Por qué elegí esas palabras en particular?
—Un espacio inconsciente para maniobrar.
—No se siente bien.
—¿Ir a prisión se sentiría mejor?
—Es un policía de homicidios con una huella dactilar. ¿Qué se supone que haga yo?
—¿Qué pensaste que estabas haciendo?
—Supongo que estaba pensando en decirle si es negativo, y si es positivo, quizás no diría nada. Pensé que podía lidiar con eso de manera directa. Así todos salen ganando, y yo no infrinjo la ley. Lo que me pone feliz, porque me gusta esa ley. Me gusta controlar si nuestra gente va o no a juicio en sistemas legales extranjeros. Por lo que cometí dos errores de juicio distintos.
—¿Por qué?
—El precio —dijo Reacher—. Cien millones de dólares. Lo sigo viendo en la cabeza. Es mucho dinero. Es una cantidad de dinero que sin duda hace que el asunto sea una prioridad. Pero estoy haciendo que se vuelva desproporcionado. Es lo único en lo que puedo pensar.
—Evidentemente.
—¿Eso qué significa?
—¿Por qué crees que Sinclair se enojó contigo menos de lo que podría haberse enojado?
—Quizás en secreto está de acuerdo conmigo.
—No —dijo Neagley—. Le gustas.
—¿Qué es esto, la escuela secundaria?
—Más o menos.
—OK —dijo Reacher.
—Confía en mí —dijo Neagley—. Ella estaba allá, y tú acá. Ahora ella también está acá. No es astrofísica. Una posibilidad escasa es mejor que ninguna posibilidad, sea cual sea el objetivo. Está sola. Vive en una casa grande y vacía en una calle suburbana.
—¿Eso lo sabes?
—Estoy adivinando.
—No creo que yo le guste para nada —dijo Reacher.
—¿A ti ella te gusta?
—¿Qué eres, mi mamá?
—Deberías haberla escuchado más.
—¿A quién?
—A tu mamá. Era francesa. Esas señoras tienen todo lo que hay que tener.
—¿Exactamente de qué estamos hablando acá?
Pero eso Neagley no lo contestó, porque sonó el teléfono de la habitación. Griezman. Reacher lo puso en altavoz. Griezman le dijo que su gente estaba en posición, y que la vigilancia se podía considerar activa a partir de ese mismo momento. Del vestíbulo de la casa de departamentos se llegaba a seis unidades, una a la izquierda y una a la derecha de la escalera, en cada uno de los pisos, primero, segundo y tercero. En los registros figuraban una familia turca y una familia italiana también en la residencia, ambas familias de diplomáticos, más tres familias alemanas, todas prósperas y de sólida clase media. Había una entrada de servicio en la parte trasera del edificio, y estaba cubierta por un auto suplementario, por si acaso, pero probablemente no sería utilizada como salida peatonal. No era la costumbre local, algo que sin duda los infiltrados sabrían. Presumiblemente hacían esfuerzos conscientes para encajar y no sobresalir.
—Gracias —dijo Reacher—. Buena cacería.
—¿Por cuánto tiempo cree que nos van a necesitar? —dijo Griezman.
—Cuarenta y ocho horas o menos.
—¿Alguna novedad de la huella dactilar?
Reacher hizo una pausa. Dijo:
—Aún no.
—¿Por qué se demora tanto? —dijo Griezman.
—La tendremos pronto.
—Lo sé —dijo Griezman—. Confío en usted.