Reacher siguió caminando y dobló en el callejón. Tenía alrededor de un metro de ancho. Como un pasillo mezquino en un departamento barato. Más adelante había un rectángulo de luz. Sombra matutina y colores de arenisca. No había nadie. Estarían con la espalda pegada contra la pared, a ambos lados de la boca del callejón.
Reacher siguió caminando en la oscuridad, arrastrando la punta de los dedos contra la pared de los dos lados, para mantenerse centrado. Sus pasos sonaban fuerte, y primero de las paredes y después del techo salía un extraño eco graznado. Adelante no cambiaba nada. Luz matinal y cemento pintado. Colores carnosos. Brillantes y limpios. Ladrillos bajo los pies, como algunas de las veredas. Ninguna obstrucción física. Ningún hueco de pozo, ninguna bomba de agua. Todo modernidad de los años cincuenta.
Reacher siguió caminando.
Entonces tres pasos antes de que terminara el callejón empezó a correr e irrumpió en el patio, moviéndose rápido, hasta el centro, donde detuvo la marcha y se dio vuelta.
Ocho tipos.
Todos aún con la espalda pegada contra la pared. Todos evidentemente esperando un acercamiento más cauteloso. Cuatro eran los cuatro de la puerta del bar, la primera vez. Alemania es para los alemanes. Se los veía parcialmente recuperados. Tres de los otros tenían un aspecto similar, pero por el momento indemne. Y posiblemente más grandes, en promedio. Posiblemente seleccionados por mérito. Uno no tenía nada en las manos. Uno tenía un bate de béisbol. Uno tenía una botella rota. Vidrio marrón, dentado, como una corona en miniatura. Ese caería primero, decidió Reacher. El del bate podía esperar. Un bate era inútil en una melé. Los cuatro de antes se quedarían en su lugar. El que se quema con leche ve una vaca y llora. El señuelo de la entrada al edificio no pelearía para nada. No era su trabajo. Por lo que en principio serían tres contra uno. No era un problema enorme. Después de eso, quién sabía.
El del bate se movió primero. Lo cual era tonto pero predecible. Era el arma más grande. Establecía los parámetros. Pero era inútil dándose a la fuga. Nadie podía acertar un golpe y escaparse corriendo al mismo tiempo. Ni Babe Ruth, ni Joe DiMaggio, ni Mickey Mantle. Ni siquiera Ted Williams en su mejor momento. Esfuerzo desperdiciado, pero indicativo de la intención táctica. La idea parecía ser que el bate voltearía a Reacher, y después le seguiría el de la botella, agachándose, golpeando y retorciendo. Lo cual implicó que el de la botella se puso en movimiento muy rápido, apenas dos pasos por detrás del hombro del del bate, listo para su momento de gloria, en busca de todo el impulso que pudiera lograr.
Pero el impulso era una calle de doble mano.
Reacher esquivó al del bate y se dio de frente con el de la botella, dos masas opuestas colisionando a alta velocidad, como un choque en la autopista. Reacher lo único que miraba era la botella, que estaba para adelante y subía en pánico, hacia su rostro, en la mano derecha del tipo. Lo cual lo convirtió exclusivamente en una cuestión de coordinación aproximada. Más fácil que pegarle a una pelota de béisbol. Reacher lanzó una barrida con el antebrazo izquierdo hacia arriba, de adentro hacia afuera, como alguien sacudiéndose una avispa en un picnic, y golpeó el antebrazo derecho del de la botella en algún lugar de su extensión, por lo que la trayectoria de la botella se desvió hacia arriba y hacia afuera, inocuamente por arriba del hombro de Reacher, lo cual dejó espacio y tiempo como para que el codo derecho de Reacher girara en gancho y diera de lleno en la cara del tipo, lo cual a causa de toda la energía cinética fue más o menos como si al tipo le explotara en la boca un cartucho de dinamita. Cayó más rápido que la gravedad y Reacher se volvió y pisoteó la botella, para que ningún otro pudiera usarla, y después regresó hacia el del bate, que había girado inútilmente detrás de él.
Decidió que quería el bate.
El tipo plantó los pies y empezó a flexionar las rodillas, y empezó a tirar el bate hacia atrás, bajo, más como un movimiento de tenis que como un movimiento de béisbol, como preparando un cauteloso revés con las dos manos para devolver un servicio, o un drive largo a una pelotita de golf en un tee, todo el impulso amartillándose hacia atrás, y hacia atrás, y hacia atrás, antes de finalmente apretar el gatillo cuando Reacher estuviera al alcance. Lo cual lo convirtió en otra cuestión de coordinación aproximada. La única manera de defenderse contra el balanceo de un bate era llegar allí antes, idealmente antes de que el movimiento hubiera siquiera empezado, o en el peor de los casos en los primeros treinta centímetros o así, cuando todavía sería débil y lento, no más que un golpe suave lateral, como tropezarse de noche contra la cerca del ferrocarril. Llegar allí antes requería una aceleración repentina, lo cual no era sencillo para un tipo con la constitución física de Reacher, pero lo cual surgió naturalmente en esa ocasión. Por la motivación. Por la diferencia entre un golpe suave lateral y un fémur o un brazo o unas costillas rotas. Reacher explotó hacia el tipo y llegó allí antes de los diez centímetros del movimiento inicial del bate, lo cual le dio tiempo para atrapar el bate con la palma de la mano en el punto ideal con el que se batea, y tirar hacia el costado, y sumar su otra mano, y clavarle la perilla de la empuñadura al tipo en la cabeza como la culata de un rifle, y conectar, como un puñetazo feroz con un solo nudillo.
El tipo cayó de costado y Reacher se giró, en busca del siguiente objetivo, que se presentó de inmediato con la forma del tercer tipo nuevo abalanzándose, desarmado, con las manos arriba y abiertas como si estuviese apuntando a una toma de lucha libre. Reacher sacudió el bate del revés, como un mal bateador ambidiestro flameando hacia una bola rápida alta, un strike sin duda, salvo que el tercer tipo nuevo era mucho más grande que una pelota de béisbol, por lo que una puntería perfecta no era un requisito crucial. Cualquier lugar entre el pecho y la cabeza era dar en el blanco. El codo, la parte alta del brazo, el cuello, el cráneo. O los cuatro al mismo tiempo, que es lo que sucedió. El tipo levantó el brazo para protegerse la cabeza, y el bate le dio al codo, y al tríceps, cuyo impacto aplastó hacia atrás el hueso duro de la parte alta del brazo hasta la punta de la mandíbula, donde el cuello se le juntaba con el cráneo. Lo cual lo hizo caer de rodillas, pero seguía con las luces encendidas. Por lo que Reacher lanzó otro batazo, esta vez adecuadamente ubicado como un bateador diestro, probablemente un batazo que no servía mucho más que para darle a una bola muy fácil en un picnic del 4 de Julio, pero más que adecuado contra biología humana. El tipo se balanceó hacia los lados y después se desplomó hacia delante.
Para ese momento el reloj en la cabeza de Reacher le dijo que la pelea había estado corriendo desde hacía poco más de cuatro segundos. El señuelo de la entrada del edificio seguía pegado contra la pared. No era su problema. Los cuatro medias reses del primer bar se estaban poniendo en movimiento. Habían salido desprolijamente de donde estaban escondidos y estaban ubicados de manera aleatoria. Sin orden ni concierto. Al azar. Lo cual era un problema. Los primeros dos serían fáciles. El tercero no sería difícil. Pero el cuarto sería un problema. Reacher lo podía ver. Tiempo y espacio y movimiento. Como astronomía. Como planetas en órbitas de colisión. Trayectorias y ángulos y velocidades relativas. El cuarto iba a venírsele encima antes de que cayera el tercero. No había otra opción. Estaba en el modo en el que sus centros de gravedad se estaban moviendo. No había ninguna secuencia lógica más allá de uno, dos, tres. Sin importar por dónde se empezara.
Todo lo cual hizo que Reacher lamentara haberle dicho a Neagley dos minutos exactos. Todavía le faltaba un minuto y cincuenta y cinco segundos. Sin ninguna manera lógica de sobrevivir. Contra unos oponentes en busca de venganza. Lo debería haber dejado a discreción de ella. Ella habría entrado al callejón apenas hubiese estado segura de que la atención de él estaba enfocada hacia delante, lo cual implicaba que en ese mismo momento ella ya estaría esperando en las sombras de la boca del callejón, observando, haciendo los mismos cálculos instintivos que estaba haciendo él, y por lo tanto lista para acercarse y ponerle una traba a la tarea del cuarto tipo.
El primer deber de un sargento es mantener a su oficial a salvo.
Quizás lo había desobedecido.
Algo que por supuesto ella había hecho. Él se lanzó contra los dos primeros, usando el bate como un puño, uno, dos, derecho, revés, pensando de antemano, alineándose para el tercer tipo, ejecutando el pivoteo con velocidad y gracia y economía, pero así y todo el cuarto tipo se le vino encima demasiado antes, como lo había predicho, apenas medio paso por detrás, por pura suerte sincronizado para llegar justo antes de que el bate pudiera empezar a moverse otra vez.
Pero en ese momento el cuarto tipo desapareció. Como si se hubiese dado a toda velocidad contra una soga para colgar la ropa. Como un efecto especial en una película. En un cuadro estaba allí, en el siguiente ya no estaba. El tercer tipo cayó y detrás del tercer tipo Reacher vio a Neagley, completando el movimiento de lo que parecía haber sido un golpe de conejo en gancho a la garganta del cuarto tipo.
El señuelo de la entrada del edificio levantó las manos.
Reacher dijo:
—Gracias, sargento.
—Deberías haber agarrado la botella. Es mejor que el bate —dijo Neagley.
Reacher se acercó al señuelo y dijo:
—Dile a tu jefe que me deje de hacer perder el tiempo. Dile que me venga a ver en persona. Uno contra uno. Lo llevaré a dar una vuelta manzana. Intercambiaremos opiniones.
Después se fueron, de vuelta por el callejón hasta la calle, primero Neagley, después Reacher. Se pararon al sol y se encogieron de hombros y se estiraron, y después regresaron deprisa al hotel.