El camino de la Selección hacia México no había resultado sencillo. Las críticas. La clasificación con angustia. El intento de destitución que sufrió Bilardo. La nube radioactiva por la explosión en Chernobyl que llegaba a Noruega justo cuando el plantel partía a Tel Aviv para golear a Israel 7-2.
Ese camino del equipo en el que todos quieren estar se parecía a una escena de El curioso caso de Benjamin Button. «¿Y si tan solo una cosa hubiera ocurrido de otra forma? Si ese cordón no se hubiera roto… o ese camión se hubiera apartado segundos antes… Pero siendo la vida como es, una serie de vidas cruzadas e incidentes que escapan a nuestro control…», dice el narrador. O también podía encajar en la película Match Point, la genial obra del genial Woody Allen, con esa metáfora en la que el destino depende del fleje de una red de tenis. Si la pelotita cae de un lado o del otro, todo cambia. Y en la vida de muchos, parece ocurrir lo mismo.
¿Qué más le podía pasar a la Selección y a su entorno? ¿Qué más podía pasar antes del debut mundialista, el lunes 2 de junio de 1986? Había más. Hubo más. Para el corazón de la Selección. Para el corazón del Mundial. Para el corazón de la FIFA. Situaciones que pudieron cambiar el destino de la obra más grande del fútbol argentino en la historia.
Miércoles 18 de septiembre de 1985. La tragedia rozó al cuerpo técnico argentino. Carlos Pachamé, entrenador de las selecciones juveniles y ayudante de campo del Narigón, sufrió un accidente y quedó vivo de milagro. A causa de la niebla, el auto en el que viajaba fue embestido por un tren del Ferrocarril Roca, en un paso a nivel sin barreras situado en la localidad de Fulton, a unos 30 kilómetros de Tandil. Pachamé iba acompañado de un amigo, Alberto Marrero, y sufrió traumatismos en el hombro derecho, con fractura de clavícula, además de unos raspones y magullones. «Cuando vi el tren clavé los frenos, pero las gomas patinaron sobre el pavimento y seguí de largo hasta que fuimos embestidos», le contaría un rato después Pacha a un periodista del diario El Eco de Tandil.
¿Y si el tren hubiese partido un segundo después… y si el auto de Pachamé hubiese entrado en las vías un segundo antes? ¿Cómo hubiese sido el desarrollo del resto de los días para el cuerpo técnico sin Pachamé? Pero Pachamé fue el ayudante de campo de Bilardo en México.
Jueves 19 de septiembre de 1985. Siete de la mañana. El Distrito Federal de México, una de las ciudades más pobladas del mundo, calentaba los motores como cada día. La gente, al trabajo; los chicos, al colegio. Actividades comunes de gente común. La vorágine de una inmensa metrópoli en movimiento. Pero no sería un día más. A las 7.17, todo cambió. El ritmo cotidiano, normal, se derrumbó, a la par de cientos de edificios, autopistas y casas. Sucedió en dos minutos, una eternidad. Un terremoto destruyó un tercio del Distrito Federal, capital de México. Una tragedia en el país que había sido designado sede del Mundial de Fútbol tras la renuncia de Colombia. «Un terremoto como no se recuerda en México sacudió el centro de la ciudad capital, destruyendo hoteles de lujo y rascacielos, y desencadenando centenares de incendios. Se cuentan de a miles las víctimas entre muertos, heridos y desaparecidos en uno de los mayores desastres en la historia del país. Al anochecer, una de las ciudades más pobladas del mundo se había transformado en un escenario dantesco en el que miles de personas deambulaban presas del pánico, la desesperación y la angustia por el destino de sus familiares, la falta de vivienda y la amenaza de explosiones por escapes de gas», es el resumen de la cobertura del diario Clarín al día siguiente. El sismo, oscilante (las ondas se mueven en forma horizontal y como el DF está sobre una superficie blanda, no causa tanto daño) y trepidante (rompe vertical, de arriba hacia abajo y por eso fue tan grave) con una magnitud de 8.1 en la escala de Richter, tuvo su epicentro en tierra, a solo unos kilómetros de la costa del Pacífico, entre la boca del río Balsas y el pueblo de Arteaga. Al día siguiente, otro intenso movimiento (7.3 en la escala de Richter) continuó alterando la vida de los mexicanos. Ya nada sería igual.
«No importa que se suspendan los partidos», fue lo primero que dijo Julio Grondona al conocer la tragedia. Argentina tenía pactados dos encuentros en noviembre con México, uno en Los Ángeles y otro en Puebla (finalmente se disputaron ambos). «Lo que interesa es estar al lado del pueblo mexicano y apoyarlo en este difícil momento», agregó Don Julio en un discurso de ocasión. ¿Peligraba la realización del Mundial? El titular de la AFA también contestaba fiel a su costumbre: «Confío en que a pesar del desastre, México pueda llevar a cabo el Mundial previsto para el año próximo en el país». En la voz de Grondona, más que un acto de confianza, esas palabras parecían una advertencia.
El viernes 20 de septiembre, desde Zurich, la FIFA emitió un comunicado oficial ratificando la sede en México «en las fechas previstas». Fue clave el informe presentado por Guillermo Cañedo, presidente del comité organizador, y Rafael del Castillo, presidente de la Federación Mexicana de Fútbol de entonces. «Ninguna instalación mundialista sufrió daños», expresó en ese momento Joseph Blatter, secretario general de la FIFA y futuro presidente de la entidad. Cañedo, además, era el dueño de Televisa, compañía que transmitiría el Mundial y que presionó fuertemente para que no se modificara la sede. «El cincuenta por ciento de las entradas ya han sido vendidas y no quedan más localidades para los encuentros a celebrarse en los estadios Azteca y Universitario, ambos en el Distrito Federal», le explicó a la prensa entonces. Los dos estadios, además, quedaban lejos de la zona más afectada, la del centro.
El número preciso de víctimas nunca se conoció. Las cifras oficiales (3.629, en 2011) y las extraoficiales (40.000) muestran diferencias abismales. Los daños fueron calculados en 8 mil millones de dólares, 250 mil personas quedaron sin casa y otras 900 mil tuvieron que abandonar sus hogares. Se perdieron 150 mil puestos de trabajo y se tardó seis meses en restablecer por completo el servicio telefónico en la ciudad.
El periodista Ezequiel Fernández Moores llegó a México y, en lugar de ir a un entrenamiento, fue a ver si el país estaba en condiciones de recibir al torneo: «La FIFA había confirmado el Mundial en medio de polémicas porque se iba a gastar este dinero en estadios y todavía los damnificados por el terremoto no tenían vivienda. Yo me acuerdo que vi todas las caras, me fui a ver los campamentos de los terremotados, la gente que todavía efectivamente no tenía vivienda. “¿Cómo viven ustedes el Mundial? ¿Qué es el Mundial acá?”, les preguntaba. Bueno, logré ver esa sensación de fastidio por un lado pero también de “amamos el fútbol y el Mundial lo queremos”. Eso también lo vi, pero bueno, vi esa convivencia que tiene siempre el fútbol en esta parte del mundo donde hay tantas cosas postergadas y, a veces, la pelota funciona para equilibrar tanta injusticia».
Juan José Panno, enviado especial por el diario La Razón, cuenta que el terremoto no era el tema principal de discusión. La polémica empezaba a pasar por un factor de otra naturaleza: «No se hablaba del tema del terremoto, no estaba en la agenda, y sí estaba a la vista porque todavía quedaban edificios derrumbados. No era un tema que la FIFA hubiera tomado como parte de alguna campaña de solidaridad ni nada que se le pareciera. Lo que sí, donde había más difusión en la FIFA, era con aquello que tenía que ver con el horario de los partidos, que era criminal. Hacía un calor insoportable a la hora que se jugaban los partidos y ahí había reclamos de los jugadores que la FIFA no atendía de ninguna manera porque había intereses comerciales que estaban por encima del físico de los jugadores».
Pero eso era y es la FIFA. Si México había temblado por un terremoto voraz, la pelota no tenía por qué dejar de rodar. Las decisiones de la FIFA corrieron siempre para el lado de la conveniencia de unos pocos. No de los protagonistas, no de los hinchas. Por eso João Havelange le permitió a Carlos Lacoste conservar la vicepresidencia entre 1983 y 1984. Y por eso no le hizo ningún ruido al ex jugador de waterpolo olímpico brasileño que reinaba en la casa mayor del fútbol mundial, que un militar que participó de la dictadura, cuyos responsables estaban siendo juzgados y condenados en Argentina, se paseara con la tranquilidad del impune por las sedes del Mundial. El ex almirante mismo estaba bajo la lupa.
La presencia de Lacoste en México fue advertida por un grupo de periodistas argentinos, que enseguida iniciaron un operativo de repudio. Primero, cuando el hombre fuerte de la dictadura en el Mundial 78 apareció por el Centro de Prensa, junto con el mexicano Guillermo Cañedo, el 9 de junio de 1986, los argentinos y algunos extranjeros se retiraron de la sala. Fue un gesto que a Lacoste le causó gracia, porque parecía menor. Pero la noticia recorrió enseguida las redacciones del mundo. En la Argentina, los medios se hicieron eco de diferentes maneras. En Clarín, el 10 de junio, apareció dentro del espacio de apostillas de la sección «Reservado para argentinos»: «El dirigente mexicano Guillermo Cañedo visitó el Centro de Prensa del Mundial 86 acompañado por el ex presidente de AFA, Alfredo Cantilo; el ex dirigente de la FIFA, Carlos Alberto Lacoste; el ex integrante del EAM 78, Víctor Tortorelli y Constancio Vigil».
Sin embargo, Tiempo Argentino, en el recuadro titulado «Repudio a Lacoste», destacó que «la presencia del almirante retirado Carlos Lacoste, en la sala de redacción del Centro Internacional de Prensa, fue motivo de un repudio por parte de una docena de periodistas argentinos allí presentes, quienes al advertir su ingreso se retiraron del lugar. Lacoste visitó el centro de prensa, acompañado de Constancio Vigil, el mexicano Guillermo Cañedo y el flamante presidente de la Confederación Sudamericana de Fútbol, el paraguayo Nicolás Leoz. Como se recuerda, el marino está siendo investigado por supuesto enriquecimiento ilícito a raíz de irregularidades detectadas en el balance de cuentas del Mundial de 1978. Además, vale destacarlo, este integrante de la cúpula del poder del Proceso, llegó a México tras una invitación de la FIFA, en su condición de ex vicepresidente de este organismo multinacional. La docena de periodistas recordó así que estamos en democracia». El diario español El País también publicó un breve comentario titulado «El almirante “Indeseable”», en que se relataba el episodio y se recordaba el pasado de Lacoste.
Fernández Moores fue uno de los periodistas argentinos que activó el repudio contra el marino: «Alguien nos avisó que iba a caer Lacoste. Éramos pocos los argentinos que estábamos en ese momento en el centro de prensa. Entonces acordamos que si entraba, nos íbamos. Incluso intentamos convencer a periodistas de otros países explicándoles la situación». El trabajo de convencimiento a colegas extranjeros casi evangelizador dio sus frutos: «Los periodistas que nos fuimos tratamos de darle difusión al tema, y nos repartimos los diarios mexicanos. El que más ruido hizo fue Unomásuno, cuyo jefe de deportes era Ramón Márquez. En la tapa, no recuerdo si del diario o del suplemento deportivo, tituló “Torturador argentino en el centro de prensa”. Fue grandioso».
La historia siguió el 15 de junio, en una conferencia de prensa en la que Havelange y Cañedo iban a anunciar sanciones a Uruguay por excederse en el juego fuerte. Eran pocas las preguntas y muchos los periodistas. «Entre varios armamos una pregunta: “Si este es el mundial de la paz, ¿por qué la FIFA invitó a un representante de la dictadura argentina?” Nos la pasamos entre varios y tuvimos la solidaridad de algunos colegas extranjeros. Al que le tocara preguntar, la hacía. Y fue un colega alemán, macanudo, que estaba acreditado por una revista naturista y era pacifista. Y la leyó tal cual. A Havelange se le transfiguró la cara, miró hacia un costado y le ordenó a Cañedo que contestara». El relato de Fernández Moores coincide con lo escrito por Miguel Bonasso, periodista argentino exiliado en México, en el diario Excelsior, el 21 de junio de 1986. «Una veintena de periodistas rioplatenses abandonó el local airadamente, como expresión de repudio. Pero el escándalo estallaría unos días después, en la conferencia de prensa donde se anunció la sanción económica a la Selección de Uruguay. Faltaba una pregunta para que la rueda de prensa llegase a su fin, podría decirse casi que se estaba jugando tiempo suplementario, cuando vino el gol alemán. Porque fue un periodista germano el que quiso saber por qué razón un notorio criminal de guerra había sido invitado especial de la FIFA para este certamen. Ramón Márquez lo cuenta con gracia, con destreza narrativa, en Unomásuno, el 15 de junio último. «Los cabildeos en voz baja, la orden de Havelange a Cañedo, apenas musitada pero registrada por la prensa asistente: “Conteste”. Y la explicación de Cañedo: “El señor Lacoste está aquí porque ha sido un invitado especial mío y a mí me parece muy positivo que esté aquí, porque fue un gran dirigente que organizó el campeonato del 78. Por eso se lo invitó, está aquí y nosotros nos sentimos muy satisfechos con su presencia”. Hubo en pandemónium de silbidos y gritos en distintos idiomas (“¡Lacoste fue un torturador!” “¡Usted no necesita asesinos aquí!”, etcétera) y se dio fin a la rueda de prensa». Fernández Moores todavía se ríe al recordar al periodista inglés del Times que se subió a una silla y gritó: «We don’t need murderers» (No necesitamos asesinos).
Pero eso era y es la FIFA. Y si el negocio de la televisión demandaba jugar partidos bajo un sol de ardores, que los jugadores se calcinaran. A contramano del poder dictatorial de Havelange, dos futbolistas argentinos, los dos con voz más resonante, también hicieron oír su queja, con el calor como foco. Sonó fuerte y los hicieron callar. Jorge Valdano analiza aquel reclamo hoy, con la madurez en el protagonista de tres décadas después: «Estábamos en junio, hacía un calor tremendo y los partidos se jugaban a las 12 del mediodía. A mí me parecía que era un atentado al espectáculo. A mí y a todos los profesionales con dos dedos de frente. Todavía no estábamos ante el fútbol como gran fenómeno comercial. Havelange acababa de decir aquello de “yo vendo un negocio llamado fútbol”. Bueno, un pionero, un precursor. Parecía que estaba cometiendo un pecado mortal y lo único que estaba era adelantando los acontecimientos. O sea, poniéndonos en antecedentes de lo que sería el fútbol algunos años más tarde. Pero bueno, lo dijimos hasta con inocencia, sin pensar que íbamos a tener desde la FIFA una reacción tan violenta y que te da un poco la certeza de cómo veían los directivos de la época a los futbolistas. Éramos obreros y ellos eran patrones. “Que se callen y que jueguen, que se dejen de excusas”. No era una excusa, nosotros hablábamos del juego y ellos hablaban del negocio. O sea, esos puentes que el fútbol todavía no ha sabido cruzar ahora, imaginate vos hace 30 años».
Fue Diego Maradona el primero que alzó la voz y enseguida se sumó Valdano. Unos días antes del comienzo del torneo, el crack argentino asestó su primer golpe. Los diarios del mundo reproducían las palabras de Diego: «Es un error jugar al mediodía y Havelange debería saberlo». Valdano se prendió en la jugada y pegó más duro. El cable de DPA, del jueves 27 de mayo, recorrió las redacciones del planeta fútbol: «Es criminal el horario de los partidos y un atentado contra la integridad física de los jugadores. No entiendo por qué los intereses de la televisión están por encima del fútbol. Es necesario respetar tanto al jugador como al aficionado». También el entrenador húngaro, Gyorgy Mezey, se refirió al tema. «Es imposible jugar un partido a las doce horas locales». Otras estrellas mundiales también hicieron oír sus quejas, pero ninguna tan fuerte como los argentinos.
El miércoles 28 de mayo, Havelange mostró los dientes en la conferencia de prensa tras la pregunta de los periodistas: «Ni la hora ni la altura perjudican a un atleta que está bien preparado. Todos los trabajadores tienen una hora determinada para entrar en su trabajo y los horarios fueron fijados hace tres años, cuando se le concedió el Mundial a México tras renunciar Colombia», publicó el diario La Vanguardia, de España, del 29 de mayo de 1986.
Maradona ya había dicho lo que tenía que decir, y quería volver el foco a su objetivo deportivo: «Yo no quiero polémicas, pero los que estamos en el campo sabemos que éstas no son las condiciones ideales para jugar al fútbol. Al mediodía el clima es infernal». El capitán argentino no se refirió más al tema y los partidos se jugaron a las 12 y a las 16.
«Si no hubiese sido futbolista, hubiese sido un atorrante, un borracho de pueblo», se ríe José Luis Brown ante la pregunta del Vasco Olarticoechea. La grabación casera muestra la intimidad de los futuros campeones. Brown, distendido, lo dice en broma, aunque Freud no te deja pasar una, entonces un chiste pasa a ser «una de las expresiones del inconsciente, como los sueños y los actos fallidos».
Brown, que todavía no era el Tata y al que Bilardo no llamaba «Bron», tenía siete años cuando su tío Lucio le cosió una pelota de cuero, pintada de blanco y negro, y se la regaló. Ni el hermano mayor ni el mellizo tenían tanta devoción por el fútbol. El pibe sí. Y todo era esfuerzo en la humilde casa de Ranchos, en la Provincia de Buenos Aires. La mamá trabajaba de empleada doméstica y Brown, el pequeño José Luis, que todavía no era el Tata ni soñaba con salir campeón del mundo, se crió en la escuela-hogar Virgen del Pilar, un lugar para familias que no tenían posibilidades de alimentar bien a sus hijos. Y en la casa de los Brown siempre faltaba el mango. Había un vecino al que José Luis seguía siempre. Al tipo le decían Tata. Y José Luis lo seguía, de un lado para otro, Tata de aquí y Tata de allá, hasta que tanto lo cargaron los hermanos, que le quedó Tata nomás. Tata para todo el mundo.
El Tata estudiaba y crecía. Un día fue de excursión a La Plata, al zoológico, al museo, y el micro pasó por la cancha de Estudiantes. Y empezó a soñar en serio. «Un día voy a jugar en la Primera de Estudiantes», se decía. Aunque fue inicialmente bostero, con un par de amigos se escapaba para poder ir a ver al Pincha, en pleno apogeo del equipo de Zubeldía, que ganó tres Libertadores entre 1968 y 1970. A los 12 años debutó en la Primera de El Fortín de Ranchos. Y allí su nueva vida empezó a rodar. Después, la chance de jugar en Estudiantes, los madrugones para estar a las 5 en la ruta para viajar hasta La Plata a entrenar. «Cuando yo tenía 17 años Bilardo me hizo debutar en la primera de Estudiantes, para marcar al Puma Morete en el Monumental. El tipo se la jugó conmigo.Obviamente para mí Bilardo es Dios». Bilardo era el técnico de Estudiantes y «Bron», como comenzó a llamarlo el Narigón en 1975, se transformó en un símbolo del club. Se reencontraron en 1982, para un nuevo título pincha: el del Metropolitano. De ahí, Bilardo saltó a la Selección. Y «Bron» estuvo en la primera convocatoria.
Pero nada fue sencillo para Brown, o Bron, o el Tata. Cada vez faltaba menos para el Mundial y él solo acumulaba problemas. «Yo no tenía club y me había roto ligamentos cruzados y meniscos de la rodilla. Dos operaciones encima. Con una aguja me sacaban líquido con sangre de la rodilla operada. Pero yo quería jugar el Mundial. Un día hablando con Carlos, le pregunté si yo tenía posibilidades de ir al Mundial y él me dijo que sí».
Así llegó al Mundial. El Tata Brown no figuraba en los cálculos de casi nadie. Se decía que iba a México a cebar mate y pasarle facturas a los demás. Sin embargo, ocupaba un lugar importante en los planes de Bilardo. En la mañana del más impactante de todos los 2 de junio de su vida, ese defensor que no figuraba en los cálculos, se enteró de que sería titular en el debut frente a Corea del Sur.
Daniel Passarella no estaba en óptimas condiciones, pero se estaba recuperando, e incluso la mayoría de los medios argentinos anunciaron que jugaría ante los coreanos. Brown recuerda cada uno de los detalles de aquella previa. «Empieza el día anterior a jugar el partido con Corea, Carlos hace todo lo que es pelota parada. Entonces, bueno, yo me cambio, voy para la cancha y viene y me dice: “Bron, escuchá: parate ahí a dos metros del palo y mirá. Vos mirá”. Y yo afuera de la cancha. Hicieron los corners en contra, corners a favor, tiros libres, todo. Termina el entrenamiento, nos vamos, listo. “¿A vos te dijo si yo iba a jugar?”, me digo y me contesto: “A mí tampoco”. Entonces yo me tiraba en la cama, miraba el techo y decía: “Por Dios, qué hago, qué hago”. Al otro día me levanto, voy caminando para tomar el desayuno y Bilardo que viene de frente, a unos diez metros, me dice:
—¿Qué hacés, Bron? ¿Cómo andás, Bron? ¿Todo bien?
—Hola, Carlos, ¿cómo te va? Bien, bien, por fin llegó el día.
—Sí, por fin llegó el día. (Y yo para mí decía «¿juego o no juego?»)
—Ah, bueno, bueno, bueno… ¿cómo estás, Bron?
—Bien, Carlos. Bien.
—Ah, bueno, bueno, bueno. Después hablamos.
Sigo caminando y por ahí escucho:
—Ah, Bron. Bron.
—Sí, Carlos, ¿qué pasa?
—Mirá que jugás vos, eh.»
Ese fue el primer impacto del día para el defensor. Fuerte. Tan fuerte como el segundo: «Me estaba vendando antes del partido con Corea y justo entra Grondona al vestuario. Viene caminando y me entrega un papel. Le digo “¿Qué es, Don Julio?”, “No sé, me lo dieron para que te lo dé a vos”. Era un telegrama de mi familia. Ellos siempre habían confiado en mí. Imaginate… Eso realmente me mató. Para mí es lo más lindo que me pudo haber dado en la vida».
Tampoco Pedro Pablo Pasculli pensaba que iba a ser titular en el debut mundialista. «Personalmente, no creía que iba a jugar. Fue el sueño del pibe», comenta PPP, que ya lleva más años vividos en Italia que en Argentina.
Sin embargo, la incertidumbre reinaba antes de que rodara la pelota ante Corea. El equipo no aparecía ni en los entrenamientos. «No estábamos bien. Bilardo empezó a dirigir en ese partido contra los juveniles del América, en el que no lográbamos ganarles, y les empatamos en el segundo tiempo, porque Bilardo, como árbitro, de alguna manera nos ayudó a recoger un poquito de confianza. Un poquito, un cachito de confianza porque no la teníamos», explica Valdano. El delantero recuerda bien aquellas prácticas que dejaban incógnitas. También fueron trabajosos los triunfos posteriores ante el Atlante y el Neza, otros dos equipos mexicanos.
El 2 de junio, a las 12 del mediodía en México, las tres de la tarde en la Argentina, en el Estadio Olímpico 68 del Distrito Federal, llegó la hora de la verdad. Unos minutos antes, en el vestuario, Valdano escuchaba las palabras del entrenador. De Bilardo, un tipo al que habitualmente es difícil entender, que tarda mucho en dejar claro un concepto, pero que esta vez, quizás sin proponérselo, tuvo la precisión de Guillermo Tell: «Antes del partido Carlos nos dijo: “¿Ustedes saben que hoy no hay colegio en Argentina para vernos?”, y a mí aquello me emocionó más que cualquier cosa que haya dicho Bilardo en todo el Mundial. Es impresionante el vínculo del futbolista con la infancia. Porque, claro, aquello te devuelve a la condición de niño en la escuela. Tiene que pasar algo muy importante para no ir a la escuela. O una catástrofe muy grande o una fiesta. Cuando nos dijo eso, yo creo que nos dejó clara la sensación que había en Argentina con respecto a la Selección. Y a veces el detalle habla mejor que un largo discurso. Ese detalle de “hoy no hay clases para vernos” a mí me pareció de una fuerza motivacional tremenda».
Había que ganar. Había que hacer un gol para romper el hielo. Y fue Valdano el que lo rompió. Valdano, el que no tenía todo claro: «No sé los demás, pero yo salí con dudas frente a Corea. No sentía que el equipo pudiera resolver dentro de la cancha los problemas que en los entrenamientos todavía no habían ocurrido. De hecho yo meto el gol frente a Corea y lo grito tanto como el de la final porque me dio la sensación de que eso nos ayudaba a relajarnos un poco y a sentirnos algo más cómodos con la pelota, con los espacios, con el fútbol».
El relato de Víctor Hugo Morales, por Radio Argentina, es un relato sencillo, claro, simple. Pero está lejos aún del magnetismo del de su hora más gloriosa. Como si al uruguayo también le hubiera costado calentar los motores. Fue un grito fuerte, un grito de todo un país que no era el suyo pero al que igual pertenecía.Un grito de desahogo:
«Maradona, con el tiro libre. También está colocado Burruchaga. Ahí va Maradona, le pegó, rebota en la barrera, cabezazo de Maradona para Valdano, ahí está, gol. Goooooool. Gol argentino, Valdano. Jorge Valdano recibió la pelota dentro del área, media vuelta y a cobrar. Argentina a los 6.30, con ese golazo de tiro cruzado de Jorge Valdano, está ganando 1-0 en el Mundial».
No fue sencillo el partido contra los coreanos, que ante la falta de técnica recurrieron a las patadas, algunas más probables en el Caballero Rojo en un mediodía de Titanes en el Ring que de estos caballeros de rojo orientales. «Tenían una agilidad para tirarse en palomita para chocar a Diego —relata Oscar Garré—, sobre todo porque tiraban patadas como que estaban haciendo artes marciales. Era impresionante».
En el segundo gol argentino en el debut, a los 16 minutos, Víctor Hugo ya comienza a dar algo más. Un presentimiento se le cuela en el relato. No es el «Caniggia va a tener una, la podrá aprovechar o no pero una va a tener» de Alejandro Apo en el milagroso Argentina 1-Brasil 0 de Italia 90. No. Pero es algo: «Se va a hacer el tiro libre por parte de Burruchaga, ahí va también Maradona. Maradona tira el centro, me gusta para Ruggeri. Cabeceó, goooooooool, argentino, Ruggeri, el cabezón. Cuando partió el centro de Maradona, vi la cabeza de Ruggeri. La vi, la vi, la pelota que entraba, entraba por el ángulo superior izquierdo del arquero coreano. En una notable definición de Oscar Ruggeri, para que el ballet que impone Argentina por momentos en el Mundial de México tenga también la contundencia debida, lo mejor que se ha visto en el Mundial, esto del equipo de Carlos Salvador Bilardo. Argentina 2, Corea 0. Ruggeri, el Cabezón, de cabeza, a los 18 minutos del primer tiempo».
Para el tercer gol argentino, el segundo de Valdano, un Morales envalentonado, ya anuncia el futuro sin tapujos, y empieza a poner a Diego en el foco. Comienza a postularlo como dueño del Mundial: «Pumpido sacando violentamente, el tiro viene hacia el campo coreano, pica el balón, la busca Pasculli, vuelve a cabecear, hay un rechazo corto. La toma Maradona, se mete en el área, gran jugada, coloca el centro, está Valdano, tatatatatata, golgolgolgolgoooooooool, argentino, Jorge Valdano… Tocó la pelota partiendo atrás de toda la defensa de Corea, después de que Diego Maradona, ahora por la derecha, sacó todo su genio, su repentización, y la vigencia que va a tener en este campeonato del mundo, se fue hacia la derecha, buscó la raya del fondo, colocó el centro de la muerte, no pudo Pasculli, pero llegó Valdano. Le llaman el filósofo en el fútbol europeo, y como buen filósofo acaba de decir “más vale ganar por goleada en un mundial que jugar mal”. Siendo redundante con Jorge Valdano, ha convertido ya dos goles y Argentina gana 3-0. Un minuto cuarenta del segundo tiempo».
Después, descontaron los coreanos por intermedio de Chang Sun Park, pero el 3-1 definitivo suavizó la carga, la espera, la angustia que ya llevaba más de 30 días. «Nos tocó una zona complicada y ese primer triunfo nos alivió. Ganar el primer partido de un Mundial, el cual uno por experiencia dice que es el más difícil, nos dio confianza, nos dio tranquilidad», describe Burruchaga. La victoria contra Corea vino con un pan de calma bajo el brazo. Los pasillos de la concentración del América se transitaron con alegría.
Y llegó el choque más difícil de la fase de grupos. Aunque ante Italia, el campeón del mundo, el equipo estaba más suelto. Y más suelto no solo que en el debut frente a Corea del Sur. Más suelto que en toda la fase preparatoria. Sin embargo, un penal para abrir todas las polémicas dejó a la Selección un gol abajo.
La cámara casera lo muestra a Maradona sentado, distendido, dispuesto a ser reporteado por Olarticoechea, que si no hubiera sido jugador de fútbol, él no lo dice, pero seguramente habría encontrado un camino en la actuación. El Vasco podría estar en una clase con Julio Chávez, pero está con Diego Maradona, y advierte que el pibe de Fiorito que va a empatar el partido contra los tanos con un magistral toque de su zurda eterna, tiene esa zurda descalza y sucia. «Hay que lavarse más seguido los pies», le dice el Vasco. Diego no se queda callado, retruca y le advierte que es «por los botines». Con la mirada busca un cómplice afuera, seguro a Clausen y a Pumpido, y les dice: «No entiende nada». ¿Pero quién entiende? ¿Dónde empieza y dónde termina el fútbol de Maradona? ¿En esos pies sucios o en esa cabeza que le hace hacer a esos pies sucios lo que nadie más puede? ¿Cómo hizo? ¿Cómo vio donde otros no podían ver? ¿Cómo Diego detectó adónde andaba Giovanni Galli, el arquero, y empujó la pelota para la igualdad ante Italia? Maradona siempre es un misterio. Un misterio que Fernando Signorini, preparador físico del 10 en ese y en los dos mundiales siguientes, intenta explicar: «Empezamos a ir a la Escuela de Medicina del Deporte a hacer las evaluaciones con el doctor Dalmonte, que había sido el jefe del equipo de Francesco Moser, un ciclista que había logrado el récord del mundo de la hora justamente en México. Un día, después de una de las sesiones recuerdo que Dalmonte se acercó y me dijo:“Tu amigo habría sido un excepcional piloto de prueba de aviones de guerra”, “¿Por qué?”,“Porque tiene una inusual capacidad de ver el ciego, como se dice en italiano, el conjunto».
Maradona es uno de esos seres humanos con una visión periférica excepcional. Más amplia que la de la media. «Es como esos grandes angulares de la fotografía. Por eso muchas veces dicen: “¿Qué tiene, ojos en la nuca?” No, no tiene ojos en la nuca. Tiene una visión periférica más amplia». Signorini respira un segundo y continúa: «El gol a Galli es una demostración más de esa visión excepcional». Valdano se rinde a los pies de Diego: «Tenía una mirada periférica tremenda. Él no solo lo veía al arquero, lo veía también al que vendía Coca-Cola, a Tito, que estaba en el banco… o sea, lo veía todo». Apenas terminó el partido con Italia, Valdano tuvo la pésima idea de comentarle a Maradona que creía que el gol a Italia había sido responsabilidad de Galli: «Se lo comió el arquero…» Diego se volvió loco: «No, era imparable. ¡Qué se lo va a comer! No había manera de pararla». Y no la hubo: «La pelota en el círculo central la tiene Borghi. Borghi toca para Batista. La pisa. Italia gana por 1-0 y no está bien. ¡Qué va a estar bien! Lleva la pelota Batista, Batista la pisa, la toca otra vez para Borghi, deja correr en dirección a Giusti. ¡Argentina y la pelota! Giusti puede jugar cortito para Burruchaga, prefiere tocar para Maradona que la deja correr para Valdano, Valdano levanta para Maradona, le salió el arquero, ahí está, tocó Diego. Goooooooooool argentino, Diegol, Diegol querido y del alma. Tocando la pelota de zurda, marcado y encimado en el área, pero tocándola por el costado del arquero Galli, y la pelota la empujamos todos, para clavarla sobre el palo izquierdo, como si quisiera darle un beso a la red, abajo, decretando Diego Armando Maradona el empate para Argentina. Una gran entrega de Jorge Valdano, como diciendo el hombre de Las Parejas, el otro día me la diste vos, Diego, hoy me toca dártela a mí. Maradona, con toda la categoría del mejor jugador del mundo, ¡pero quién lo puede discutir!, el maravilloso Maradona tocando la pelota para empatar el partido, Diegol, digo, a los 34 minutos del primer tiempo para que lo grite toda la Argentina. Argentina 1 - Italia 1. Y está bien. Pero qué le parece si está bien». A Víctor Hugo Morales le parece que está bien. A toda Argentina le parece que está bien. Al que no le parece que está bien es al arquero italiano.
¿Cómo lo hizo? ¿Cómo lo hace? Eso mismo le preguntó Signorini a Galli: «Después Giovanni jugó en el Napoli y coincidió con Maradona. Yo estaba con Diego en Nápoles, y un día le pregunté por ese gol. Porque ya le había hecho uno igual, en Firenze, en una doble pared con Bertoni, él se la cambia al segundo palo. Me dice “me volvió a hacer lo mismo porque cuando él salta y hace todo el recorrido yo pienso que va a impactar la pelota con mucha fuerza”. Y ahí está la explicación. Galli se puso muy rígido para aguantar el pelotazo y cuando la pelota salió tan despacio, quiso descontracturarse, no pudo y la vio pasar por al lado».
El proceso de transformación interna en el plantel comenzó a hacerse visible después del partido con Italia. Y la prensa fue bastante sintomática con ese cambio. Enrique Macaya Márquez protagonizó un impecable botón de muestra. Un par de meses antes del mundial, le preguntó, en una nota para Canal 7, a un técnico atormentado: «Bilardo, ¿usted es consciente de que si las cosas no funcionan el tomate más chico que le van a tirar será del tamaño de una sandía?» El 18 de junio, con una victoria y el empate ante el campeón del mundo en el bolso, con una fuente de fondo en la concentración del América, ya ni pregunta, Macaya le informa a un Bilardo de inexplicable suéter negro con cuello blanco: «Carlos, en Buenos Aires la gente está entusiasmadísima con el equipo, con el rendimiento del equipo, porque quizás no tenía tanta confianza en lo que podía hacer, sobre todo frente a un rival como Italia».
—¿Cómo te llamás?
—Cuciuffo, con una ce y doble efe.
¿Cuántas veces habrá tenido este diálogo el defensor cordobés? ¿Cuántas veces se habrá enojado cuando aparecía su apellido mal escrito en los listados de goleadores del fútbol infantil, en los telegramas de citaciones, en los diarios, en las revistas? ¿Cuántas veces se habrá tentado de poner en imprenta mayúscula, en un papelito, el apellido bien escrito para dárselo a quien debía registrar sus datos? Muchas. Seguramente fueron muchas veces para Cuciuffo. ¿Cuál? ¿El de la Humor? Sí, el de la Humor, esa revista que desafiaba a la dictadura con inteligencia. José Luis Cuciuffo, defensor y cordobés, había sido el personaje de una divertida campaña de esa publicación por su apellido. Lógico: a todos los Cuciuffo le escribían mal esa suma de letras desde que el abuelo siciliano puso los pies sobre tierra argentina. Nadie imaginaba, por entonces, que el más famoso portador de ese apellido se afianzaría como titular en un equipo que se ilusionaba con ser campeón del mundo.
Lo que tampoco pensó nunca es que una revista reivindicara y popularizara su nombre desde la sátira. El responsable de la campaña fue el periodista Tomás Sanz: «Y bueno, nuestra broma llegaba a ensalzar a Cuciuffo, que empezó precisamente como eso, una broma medio elemental, de colegio. Si uno tiene un compañero que se llama “Paparulo” qué sé yo, empiezan las bromas, y Cuciuffo sonaba raro. Pero bueno, la gente se prendió con esa broma porque en ese momento la revista andaba muy bien y se prendía en casi todos los temas que largábamos y entonces…» Entonces, escribieron tantas veces sobre Cuciuffo que José Luis, el cordobés del pecho inflado, como lo describía Víctor Hugo, se apareció ante Sanz en la revista Humor. «Estando en Vélez, un día se presentó en la redacción, se ve que se quería sacar el entripado de quiénes éramos esos tipos, si lo estábamos cargando o qué. Vino bien, sin ningún reclamo ni protesta, vino con Meza (Juan José, el tucumano), un compañero. Y bueno lo recibimos y le sacamos enseguida la duda. Nos cayó muy bien, estuvimos un rato muy amable y se fue satisfecho, digamos».
En ese Canal 7, que en 1986 todavía era ATC, vuelve a aparecer un Macaya Márquez a sus anchas en la concentración del América. Sentado en el pasto junto a Cuciuffo, como si estuvieran esperando ver a Jimmy Hendrix en Woodstock, Macaya inicia el reportaje:
—A usted lo conocían por el apellido, pero no por la cara y ni siquiera por el juego. Ahora lo conocen por el apellido, por el juego y por la cara. ¿Cómo es su familia?
—Bueno, mi familia, cierto, es muy conocida en Córdoba, porque los Cuciuffo somos muy conocidos allá y además el apellido no es muy común como otros, cierto. Pero te cuento cómo es mi familia. Tengo dos hermanos más, mi padre se llama Salvador, mi madre Encarnación, y son un poco como yo, cierto, sentimental, cualquier emoción nos hace lagrimear. Estoy seguro que en los partidos que me tocó jugar, y al verme bien y al ver que las cosas me salían bastante bien, estoy seguro que lloraron todo el partido, al igual que mis hermanos que también son muy sentimentales, cierto. Después, soy casado, tengo una señora y un hijo, y creo que soy muy feliz en este momento, porque las cosas me están saliendo bien, pero doblemente feliz porque sé que ellos son muy felices.
En esa nota Cuciuffo tenía 25 años. Treinta años después, es el único de los 43 campeones del mundo del fútbol argentino que falleció. Y de manera trágica, el 11 de diciembre de 2004. Volvía de cazar, estaba manejando su camioneta en Bahía San Blas, a 100 kilómetros de Carmen de Patagones, cuando el vehículo pisó una vizcachera, perdió estabilidad y una carabina calibre 22 que estaba apoyada en el piso pero con el caño hacia arriba, se disparó. Tenía 43 años. «Era un tipo muy alegre, muy compañero, muy buen jugador. Lamentablemente es una pérdida que uno jamás pensó que podía pasar. Aparte, a José lo había encontrado en Santa Fe, 20 días antes y me había invitado a cazar», lo recuerda y se emociona Oscar Garré. «Él siempre estaba alegre, siempre te aparecía en la habitación a tomar un mate o a contarte anécdotas como todo cordobés. Realmente, aparte de buen jugador, una persona extraordinaria».
«Una delicia de persona, un encanto de tipo, de esos que son facilitadores de la relación grupal, que da la sensación de que pasan desapercibidos. Y sin embargo, cuando faltan, da la sensación de que falta una columna en la que uno está apoyado», lo perpetúa Jorge Valdano. Y también lo recuerda fundamental por la asistencia que le dio en el primer gol ante Bulgaria, a los 4 minutos, en el tercer partido de la Argentina en la fase de grupos: «Centro precioso, vamos —salta al españolismo pero sin abandonar el acento argentino, un Valdano típico—. Un centro extraordinario. De todas maneras, la pelota salió de mi cabeza con una fuerza inusitada. Yo creo que tiene que ver con la altitud. Yo cabeceé como siempre y de pronto terminó el arquero en el suelo, la red sacudiéndose. Salió con una fuerza que yo no esperaba, es como si uno tira con un rifle de aire comprimido y de pronto sale un misil».
Aparece Cuciuffo y aparece otra vez esa afición que tienen los relatores, y sobre todo Morales, de ubicar geográficamente el lugar de nacimiento del autor del gol. Como si saber dónde nació nos hiciera ver mejor lo que nos cuentan: «Corre Cuciuffo, ahora aparece Cuciuffo en el puesto de Garré, viene como puntero, ganó, está el gol de Valdano, está el gol de Valdano, tiró el centro, Valdano, gooooooooooool argentino, Valdano. Jorge Valdano, el hombre de Las Parejas, aprovechó la corazonada de este increíble cordobés, José Luis Cuciuffo, pisando firme por la derecha, trabó una vez, ganó, perdió, volvió a trabar y ganar, levantó la cabeza, lo vio a Valdano, se la tiró al segundo palo, y Valdano puso cabezazo formidable, cruzado al ángulo superior izquierdo, para decretar Jorge Valdano, el goleador argentino de Las Parejas, el primer gol ante Bulgaria. Argentina 1 - Bulgaria 0, cuando estamos en los primeros tres minutos del partido».
Después llegó el de Burruchaga. Ante Bulgaria, el volante de Independiente hizo su primer gol en el Mundial. ¿Qué piensa un jugador en ese momento? ¿Qué recuerda?: «Hacer un gol en un Mundial no es cosa de todos los días, no es fácil y sobre todo, el primero. Fue una jugada bárbara de Diego que desborda sobre el costado izquierdo y me tira un centro tremendo, magnífico, con una comba terrible. El arquero intenta salir, pero la pelota en esa comba entra y sale tan fuerte que no llegó. Yo lo único que hice fue poner la cabeza dura, ni apunté, y terminó saliendo en el ángulo. Si había un defecto que tenía, era no saber cabecear. Pero salió al ángulo y fue el gol de la relajación, de la tranquilidad». Otro gol de la tranquilidad. Se ve que el plantel argentino convivió con los nervios durante mucho tiempo. El primer grito de Burruchaga, el sexto de Argentina en el Mundial: «La busca Valdano muy bien de taco para Garré, Garré para Maradona, ahí está el arranque de Argentina, corre Diego, ahí va Burruchaga por el medio. Maradona la toca por un costado de su marcador, llega Burruchaga para el segundo gol, tatatatatata, golgolgolgolgol, goooooooooooolazo, de Argentina, Burruchaga, Burruchaga de cabeza. Sacó la pelota Garré como un maestro para formar el contrataque de Argentina, se la llevó Maradona tocándola por un costado de Dimitrov, llegó a la raya de fondo, ya les había anunciado el pique de Burruchaga por el medio, vino el centro pasado de Diego, y el cabezazo, qué digo cabezazo, el balazo que sacó con la frente Jorge Burruchaga para decretar, el hombre de Gualeguay, el segundo gol de Argentina, en una jugada extraordinaria, perfecta, plena de belleza, a los 32 minutos del segundo tiempo. Argentina 2 - Bulgaria 0».
La Selección avanzaba. La Selección estaba clasificada a octavos. Y a pesar de tantos goles de la tranquilidad, la Selección no estaba del todo en paz. «Después del partido con Bulgaria yo tenía pautada una nota con Valdano, para el El Gráfico, en la concentración, que era adonde atendían a la prensa los jugadores —arranca el periodista José Luis Barrio—. Valdano viene y cuando ya nos vamos a sentar para hablar, pasa Maradona y le dice: “Jorge, ¿no te acordás?” Al lado de la confitería donde estábamos había una sala de cine, con las butaquitas y todo, y era donde Bilardo pasaba los videos. Valdano me dijo: “Bueno, esperá. ¿Me podés esperar?” Le dije que sí y me quedé a cinco metros de la puerta de ese pequeño cine».
Fueron tres las reuniones que hicieron crecer al grupo. La de Colombia, después de 0 a 0 con Junior. La de la ruptura final entre Maradona y Passarella. Faltaba una. Brava. Aunque llegaba después de una primera ronda casi perfecta: «La verdad que lo que me tocó escuchar fue impresionante, porque salvo el Tata Brown, todas eran unas críticas despiadadas contra Bilardo. De jugadores que uno podría sospechar que no lo querían, pero de otros que se supone que eran de su corazón. Empezando por Maradona, su capitán. Y no quiero repetir las palabras, pero eran muy duras respecto de la conducción y respecto de las ideas futbolísticas y respecto de la coherencia en el trabajo que se estaba haciendo. Era a los gritos. Y recuerdo la voz de Brown defendiéndolo. Hablaron con la libertad de quienes están solos y era solo una puertita de madera la que nos separaba». Barrio escuchó todo. Alaridos que se confundían, pero también frases claras. La más clara de todas, la más impactante, la de Maradona cuestionando al técnico: «¡Simplemente, no le tenemos que dar más pelota!»
«El primero que sale es Maradona y me ve —retoma Barrio—. Estaba a cuatro metros. Ahí nomás. Diego me ve, se sorprende, y me hace un gesto elocuente, con un dedo levantado y la cabeza algo inclinada. Entendí fácilmente que decía “no sé qué hacés acá, pero vos no escuchaste nada”. Y yo medio que le guiñé el ojo y le hice un gesto como que se quedara tranquilo. Pasaron dos o tres jugadores más, que también me miraban. Y atrás, Valdano. Hicimos la nota, una buena nota. Una charla general de montones de cosas y en un momento también me dijo “¿vos escuchaste todo lo que se habló?”, “Sí, escuché todo”, “Bueno, es privado nuestro. Lo sabés”. “Sí, claro”». Barrio lo sabía. Tuvo una bomba periodística lista para hacerla explotar. Pero prefirió ponerle el seguro y guardarla: «No me arrepiento de no haber dicho nada de eso y mucho menos después de que Argentina consiguió lo que consiguió. Que eso es bueno para todos: para los jugadores, para los entrenadores, para los periodistas, para los medios, es bueno para todos. No, no me arrepiento».
Cincuenta y seis años habían pasado desde el último clásico entre Argentina y Uruguay en los mundiales. Cincuenta y seis años desde la final del primer mundial de la historia, en el Estadio Centenario, en junio de 1930. Y habían pasado 84 años del encuentro que inauguró la saga del clásico rioplatense. Un partido en el que la pionera Selección argentina, llena de apellidos británicos, le ganó 6-0 en La Blanqueada de Montevideo a la primera de Uruguay, que también estaba dominada por apellidos sajones. Pero esta vez no era ni el primero de la historia, ni el de una final. Esta vez no era Montevideo. Era Puebla. Y lo que unía a los dos partidos en la capital charrúa y a este en la Heroica Puebla de Zaragoza, era la tensión reinante. El gesto rígido y serio desde la salida de los capitanes, Diego Maradona y Jorge Barrios. Oscar Garré recuerda todo: «Salíamos las dos selecciones juntas y ellos te querían amedrentar con el grito de la sangre charrúa, del huevo uruguayo, meta grito y grito, y nosotros mordiéndonos la lengua diciendo: “me vas a ganar pero me vas a tener que matar”. Todas esas cosas hicieron que se diera un partido parejo, luchado, peleado y bueno, tuvimos la posibilidad en una equivocación de ellos y la virtud de Pasculli de poder definir».
Pasculli se olvidó muchos artículos en su camino del español hacia el italiano, pero no se olvidó de cómo fue el gol que lo metió en la historia: «Las pelotas que estaban ahí dentro del área chica, en el área de penal, eran todas mías. Las que quedaban rebotando ahí yo las tenía que meter, como había hecho en Argentinos.Y fue así esa vez. El Checho se la da a Diego, Diego le da a Valdano, que no sé si le quiere pegar al arco o la quiere parar, y viene un defensor de ellos, la quiere sacar y la mete en el medio. La mete —le salta el italiano— centralmente adentro del área de penal. Y ahí yo venía haciendo la diagonal, me la encuentro, la tengo de frente a la pelota, el arco lo tengo ahí, estaba Álvez que me salía. Cuando salió Álvez, se la apoyé ahí a la derecha y fue gol». El relato de Pasculli es el del hombre embelesado. Está enamorado de su proeza, del recuerdo. El relato de Víctor Hugo Morales tiene la prisa del ahora, pero ayer: «Batista, marcado por Bossio, la toca para Burruchaga, la tiene Burruchaga, atención, está el gol de Pasculli, viene para Valdano, está, tatatatata, Pasculli, gooooooooool argentino. PPP, Pedro Pablo Pasculli entró a tocar sobre la salida del arquero. La pelota vino para Valdano, lo marcaron los zagueros, tocaron la pelota para un costado y Pasculli, que estaba al acecho, que estaba en el origen de la jugada, preparado para convertir el gol, tocó con un derechazo cruzado ante la salida de Fernando Álvez para convertir el primer gol del partido…» El primero y el único en ese Argentina-Uruguay luchado, espeso, complicado.
Valdano, que había participado en la jugada y también en un gol que le anularon a Maradona en el segundo tiempo, pone en su justo sitio a su coprovinciano: «Pasculli le hizo un servicio a la patria extraordinario con aquel gol, porque el partido se puso muy muy complejo. Fue de los más duros que tuvimos durante el Mundial. Ahí ya jugábamos con fuego, no era el partido frente a Italia que si perdías, todavía te quedaba Bulgaria. Ahí no, ahí era de quedarse o irse. No había mañana». Iban 42 minutos del primer tiempo cuando Pedro Pablo Pasculli convirtió su primer y único gol en el Mundial. Y aunque él aún no lo sabía, también sería su último partido en el torneo. El anteúltimo con la Selección, con la que le quedaba solamente 31 minutos en un 1-3 contra Italia, en Zurich, un año más tarde.
Argentina estaba en carrera. Había pasado sin sobresaltos la primera fase, había dejado atrás a un rival clásico en los octavos de final, había encontrado seguridad defensiva. Y había certificado que Maradona andaba en días geniales. Llegaba Inglaterra, todo un desafío. Había con qué soñar en grande.