Argentina ya se había metido entre los cuatro mejores del mundo. Lo que parecía una utopía apenas unos meses antes, de repente se convirtió en algo palpable. Quedaban dos partidos y la profecía anónima estaba por cumplirse. «Somos los primeros en llegar, seremos los últimos en irnos».
Las horas pasaron volando. Las horas no pasaban más. Todo sucedió tan rápido. Todo transcurre tan lento en esos últimos siete días después de haber dejado en el camino a Inglaterra, el 22 de junio, con la inolvidable actuación de Maradona y el gol más maravilloso de la historia.
La intimidad del plantel fue siempre contada por los medios, desde el 40 para acá. La Cancha, El Gráfico, Mundo Deportivo, Goles, los diarios, todos y cada uno en su momento cayeron en la tentación de explicar qué pasa cuando los jugadores están solos. Pero nunca ninguna intimidad pudo ser narrada como la de los campeones del 86, con esa cámara que enarboló el Vasco Olarticoechea: «Empezó como un juego. La cámara la había comprado el Negro Clausen. Y el Negro, Pumpido, Burru estaban ahí boludeando, filmando los pajaritos y eso, y se me ocurrió hacer reportajes. Les gustó la idea y arrancamos antes del partido con Bélgica, después de cenar. Hay imágenes de antes. Por ejemplo, el famoso video previo a Inglaterra donde se observa cuando le pegan ese escudo de AFA a la camiseta. Pero yo no estaba. Esas fueron tomas en las que estaban probando. Ahí me parece que arrancó el tema de la cámara». Y del «boludeo» se pasó al «boludeo organizado». El Vasco toma el micrófono y sale a preguntar. Las mismas preguntas a cada uno de sus compañeros, como un encuestador, aunque su planilla es un rollo de papel higiénico que seguro alguien ha extrañado a los gritos. Salvo Sergio Almirón y Daniel Passarella, están todos. Todos responden, todos se ríen y todos se ponen serios. «Se me ocurrió hacer reportajes en broma y eso fue la noche anterior a la semifinal —dice el Vasco aun antes de volver a ver esas imágenes—. Habré hecho notas a la mitad del equipo. Ganamos, anduvimos muy bien y faltaba la otra mitad, así que con los que quedaban las hicimos antes de la final. Se ve que Bilardo nos vio pero como estaba todo bien en ese momento no dijo nada. Eran las once, once y media de la noche y nosotros haciendo notas… Hasta la medianoche estuvimos».
Ahí está la intimidad. Contada, filmada por los mismos protagonistas. Son las últimas horas de una convivencia que había comenzado 55 días antes, el 6 de mayo, cuando el plantel pisó el DF para instalarse en la concentración del América de México. Esa obra en construcción, esa casa a medio terminar, con una habitación con una parrilla adentro y posters en las paredes. Posters que muy pronto los tendrán a todos ellos, tipos comunes y corrientes, todos juntos, mirando embobados a una copa del mundo sostenida por un capitán. Una copa que será suya.
El Gringo Giusti no quiere responder sobre cómo ha hecho para estar dos meses sin sexo. Porque el Vasco Olarticoechea arranca con esa pregunta todas las entrevistas, como si fuera Jorge Guinzburg en La noticia rebelde, el programa que empezó justamente en ese mágico 1986. Es la pregunta para romper el hielo. «Se está extralimitando, no le voy a responder», dice Giusti. De lo que sí habla es del partido que se viene. «Se siente una intranquilidad lógica, y más teniendo en cuenta la fase que estamos jugando, la semifinal del campeonato mundial. Vuelvo a repetir, estoy intranquilo, intranquilo».
—¿Cómo pasó estos dos meses, cómo fue la experiencia de la convivencia?
—Es una muy buena pregunta, señor periodista. Muy buena pregunta. Yo digo que en estas largas concentraciones, las experiencias son muchas y hay que saber aprovecharlas. Lo mejor de esto es saber convivir con los compañeros. Y esa fue una de las fórmulas por las cuales Argentina llegó adonde llegó.
Giusti trabajó siempre para los demás. Nunca fue el centro de atención. Ni siquiera de pibe en Albarellos, su pueblo, que apenas llega a los 500 habitantes. Mucho menos cuando llegó a Newell’s, donde sobraba el talento. Él, que no era un virtuoso, entendió siempre que el todo, ese genérico que en el fútbol llaman «grupo», era más importante que cada uno de ellos dispersos. Tal vez eso explique por qué junto al Cabezón Ruggeri, Olarticoechea y Burruchaga, son los únicos que estuvieron en el primer partido del ciclo de Bilardo, contra Chile en 1983, y están a solo un día de jugar una semifinal de la Copa del Mundo. Tipos comunes a punto de hacer algo extraordinario.
Javier Leiva, un peluquero mexicano, le está cortando el cabello a «Monsieur Burruchaga», como lo llama, en el VHS de colores lavados, foco difuso y la fecha impresa en un ángulo, el Vasco a Burru, que jugaba en el Nantes. Y Olarticoechea, de nuevo, no se anda con vueltas para entrar en clima:
—Monsieur Burruchaga, ¿por qué mierda se corta el pelo?
Muerto de risa, como si no faltara menos de un día para jugar la semifinal de un mundial sino para salir de vacaciones, Burru se despacha:
—Qué pedazo de hijo de puta que sos…
—Le estoy haciendo una pregunta en serio…
—Lo hago para salir lindo en la televisión.
—Estamos a 12 horas —el Vasco mira su reloj para ser preciso— de un partido contra los belgas, muy difícil. Y bueno, le vamos a preguntar a uno —y modula acento mexicano— a uno de nuesssstros assstros, ¿qué siente antes del partido? ¿Cagazo, nerviosismo?
—No, mucha fe en todos mis compañeros, creo que la fe que tenés vos de ganar el partido mañana.
—Yo estoy un poquito cagado…
—Bueno, pero hay treinta millones de argentinos que nos esperan… ¡Qué verso!
—¿Cómo se las arregló para estar dos meses sin hacer el amor?
—Creo que con esta nos arreglamos todos —dice Burruchaga, mientras muestra la mano y estalla en una carcajada. Una más.
Héctor Miguel Zelada, el tercer arquero, también se niega a responder a la consulta picante: «Yo creo que esa es una pregunta un poco indiscreta de parte suya, vio. Nosotros somos profesionales y ante un evento tan importante como es este, en fin, uno se debe aguantar. No quiero responderle más». La entrevista se interrumpe porque llega Jorge Valdano con un sobre y un gran fajo de billetes verdes. Son parte de los premios y los viáticos por estar allí. El Vasco empieza a seguir al jugador de campo más alto del plantel, al que llama irónicamente Carnaval, porque lo consideraban aburrido.
—¿Cómo se llama?
—Jorge Valdano, 30 años, argentino, 10 años en España, en Las Parejas he nacido.
—¿Su hobby?
—Lo que hago, el fútbol.
—Lee mucho…
—Sí, también. Leo de todo un poco.
—¿Cómo ha hecho usted para aguantarse dos meses sin sexo?
—No, no me he aguantado, me han hecho aguantar. No fue una actitud voluntaria la mía.
El Vasco de hoy lo ve al Valdano del 86 y sigue admirado: «Qué bueno, un capo como respondía, el distinto, viste». Y el Vasco del 86 retoma el cuestionario para que el delantero recuerde, a pocas horas de la semifinal, que la concentración no fue un lecho de rosas y que los resultados todo lo resuelven:
—¿Cómo ha sido la experiencia de tanto tiempo con muchachos que no se conocían?
—Fue muy buena porque ganamos, fundamentalmente. Pero, francamente, creo que fue buena y desigual, hubo algunos problemas que solucionar pero en general la situación se resolvió con tranquilidad.
Mientras observa las imágenes, Burruchaga advierte cuándo fueron grabadas aquellas charlas: «Mirá —señala la pantalla— te marca la fecha. Increíble ver que ese día también salieron de recorrida el Vasco, con el Negro y Nery. Parece una inconsciencia, pero hay que remontarse a la época. Hablábamos por teléfono desde una cabina, con monedas. No teníamos dimensión de lo que pasaba. Y lo hacíamos con naturalidad, las preguntas, las respuestas…»
Bochini, tan poco acostumbrado a ser último hombre, sin embargo se despacha con una jugada para dejar en off side a todos sus compañeros.
—¿Cómo hizo para estar dos meses sin hacer el amor?
—Bueno, yo tuve dos o tres salidas, que ahí pude estar con personas del otro sexo. Entonces no fueron dos meses. Y otras veces tuve algunos sueños… y eso fue con lo que aguanté hasta ahora.
—Quiero aclarar que Bochini es soltero —intenta atajar el Vasco, pero tampoco el arco es lo suyo—, así que puede salir, no hay problema. ¿Y cómo se siente para el partido ante Bélgica? ¿Tensionado, nervioso?
Y ahí el Bocha vuelve a ser el Bocha de físico desgarbado, que cuando parece que no puede, que no va a llegar, la clava en un ángulo: «En esta oportunidad no tuve la suerte de participar en los partidos. Puedo estar un poco intranquilo, pero más nerviosos están los que tienen la responsabilidad de jugar».
Se apaga la cámara y para Bilardo no hay dudas: «está muy bueno». El Mago Garré recuerda que habían visto varias veces esas imágenes en algunas de las reuniones que suelen organizar los campeones del mundo desde 1986: «Son recuerdos a los que, a la distancia y a medida que van pasando los años, uno les va dando valor. No sé si para la gente tiene ese mismo valor, pero sí para ese grupo». El Tata Brown se saca los anteojos y emocionado vuelve sobre la intimidad de aquella filmación: «Por Dios, por Dios. Qué recuerdos hermosos. Aparte éramos así todo el día. El Vasco es un tipo con un enchufe… un tipo positivo pero al 100%. Muy buena gente… hinchaba las pelotas que no te das una idea. Era tremendo. Y te ibas para un lado y te ibas para el otro y él atrás tuyo».
La distancia entre aquella concentración, aquella intimidad, y el siglo XXI, la resume Valdano en una frase: «Imaginate el Vasco en estos momentos con un I-Phone, lo que podría haber armado». «Me estuvo persiguiendo durante todo el Mundial —confiesa Valdano— y 30 años después eso tiene mucho valor. La ingenuidad de los encuentros, la soltura del Vasco, que es un encanto de persona, te reaviva un montón de recuerdos. Es increíble cómo las cosas te abren un montón de recuerdos. Veo ahora esto, las imágenes de la concentración, los botines, los baúles en los que trabajaba Tito, los carteles que había en el vestuario… De pronto me dio una sensación de estar reviviendo todo aquello. Si me dicen que pasaron cinco años, me lo creo. Lo que no me creo es que hayan pasado 30».
«El objetivo era ganar el campeonato del mundo, ellos lo tenían en claro —comenta Carlos Bilardo—. Había algunos que jugaban todos los partidos y los días de entrenamiento también cumplían, no decían nada. Los que no jugaban, se entrenaban fuerte como para estar bien cuando vos los citabas. En eso no hubo problema».
«Era todo muy precario —enfatiza Burruchaga—, pero Carlos quería todo eso. De alguna manera nos educó, nos enseñó y nosotros ya estábamos acostumbrados. No nos molestaba. Todo lo contrario. Cuando hoy uno ve adónde va nuestra Selección, nos queremos morir. En ninguna de las giras que hicimos nosotros viajamos en primera. Hoy eso es impensado. Todo el mundo va a en primera».
Ya no son los minutos crueles. Las horas mortificantes. Aunque lo hayan sido. Aquella intimidad es pura emoción. «Sinceramente, hacía un montón que no lo veía… te vuelve todo…», se sincera el Vasco, el que guardó el tesoro durante tantos años. El Vasco, que recibió dos pelotazos furibundos en el pecho estando en México. Se enteró de la muerte de su tío Ricardo, que era como un padre para él, y lo había bancado en Buenos Aires cuando llegó a Racing desde Saladillo. Y también en el DF se enteró de la muerte absurda de su mejor amigo, el Pampa. «Qué sé yo por qué fue… unos balazos… amores contrariados», le dijo a El Gráfico el 22 de julio del 86. Pero el Vasco, primero suplente en el seleccionado campeón del mundo, se repuso y jugó para el equipo también afuera de la cancha. Y se animó a tomar esa cámara insólita que había comprado el Negro Clausen porque sabía mejor que ninguno que ya era hora. Que la historia se estaba escribiendo y que no había nadie tomando nota.
Mientras los jugadores dejaban su testimonio en privado, afuera todo giraba en torno a la Selección. Y las críticas cambiaron por elogios y las dudas, por certezas. Y los desplantes, por felicitaciones. «Este equipo está para más», escribió Juan De Biase en Clarín. «Ahora que se fueron los fantasmas, los temores, ahora que están agrandados, los jugadores, claro, y generosamente perdonavidas, algo que no nos extraña, porque siempre pasa cuando se les da la buena, les aflora el resentimiento de por qué, supuestamente, no se creyó en ellos». Panqueques, le decían los jugadores a todos los que los habían criticado, particularmente a la prensa, y muy especialmente al diario Clarín. Pero De Biase no se ponía ese traje: «Si algo hemos sido, es ser coherentes a través del tiempo y nunca nos cambiaron los resultados para justificar un fútbol si no creemos en él», resaltó en uno de sus párrafos para luego sentenciar: «Si alguien ha cambiado no somos nosotros».
Aldo Proietto, uno de los principales analistas de la revista El Gráfico, escribió tras la victoria a Inglaterra: «La Selección en la que pocos creían, que fue de menor a mayor desde Corea del Sur en adelante, que nos fue entregando una satisfacción tras otra, que alternó momentos de brillo con otros de opacidad…» O sea, El Gráfico decía que seguían creyendo que, en algún momento, la cosa no funcionaba. En cambio, desde la revista Solo Fútbol sacaban pecho: «Siempre creíamos en este Selección». Porque Solo Fútbol creyó siempre, incluso en los momentos más aciagos. En el diario Tiempo Argentino, en tanto, hubo una especie de golpe periodístico interno. Raúl Armando Pérez, el enviado especial, siempre fue crítico con el proceso del seleccionado. A medida que pasaban los partidos, en un pequeño espacio del suplemento deportivo, su compañero Jorge Taboada, desde Buenos Aires, comenzó a elogiar al equipo de Bilardo. Una especie de apoyo incondicional. Un lado A y lado B en la misma publicación. Una esquizofrenia periodística. Luego del partido ante Uruguay, Taboada viajó a México para continuar redactando desde allí sus columnas «Yo creo en Bilardo», que crecieron en cantidad de líneas y ubicación en la cobertura, relegando a Pérez.
Mientras el periodismo argentino se debatía con y contra el plantel, el mundo hablaba de Maradona. Todos rendían pleitesía al nuevo rey. Y la fe del equipo ya no quedaba puertas adentro. Nery Pumpido decía: «Estamos para jugar la final». Y el Checho Batista, con una frase muy Bambino Veira, confirmaba lo que se veía, que tenían «un envión anímico fenomenal». Mientras Diego preparaba otra escena consagratoria, el Gringo Giusti se sinceraba ante los micrófonos: «Nos sentimos mejores». «Un café con el mejor jugador del mundo», tituló El Gráfico la nota que le realizaron José Luis Barrio y Aldo Proietto a Maradona después del triunfo ante los ingleses. «No me quiero ir de este comedor», les decía el capitán, corriendo un poco la cortina para dejar ver un poco de aquella intimidad. «Extraño y me muero por tomar sol, pero no me quiero ir, no quiero dejar la pieza… Todos los días con Pasculli agregamos algo en la pared, un adorno… No nos queremos ir hasta fin de mes y hacemos eso para tener la sensación de que es nuestra casa». Osvaldo Ardizzone tituló su columna en Tiempo Argentino: «Ahora los pibes felices usan barriletes Maradona». Y después de una pieza literaria y periodística fenomenal, sentenció: «Pensar que Menotti dijo, para subestimarlo, que Maradona era un barrilete. Solo que cada vez pide más piolín y cada vez está más cerca de la nube ganadora». Esa referencia de Menotti sobre Diego fue la que tomó Víctor Hugo Morales, bilardista y maradoniano hasta la médula, para acuñar el ya legendario «barrilete cósmico». Un palo para el Flaco, que encarnaba la imagen del enemigo.
Maradona era también columnista de Tiempo Argentino. Charlaba un rato con el periodista Juan Roberto Presta, quien luego escribía: «Ahora viene Bélgica, un punto que se volvió banca, y que dejó afuera nada menos que a Unión Soviética y España. Va a ser un difícil partido pero tenemos fe en nuestras fuerzas y estamos en un gran momento como equipo, así que no dudo de lo que vamos a hacer».
A la distancia, la mirada de aquellos que fueron críticos con la Selección busca más respuestas. ¿Por qué triunfó aquel equipo? ¿Qué pasó en ese recorrido? «Se alinearon los planetas», dice convencido Mariano Hamilton, ex periodista de Clarín, y explica su teoría aprendida con los años: «Si vos llegás bien a la fase previa de un Mundial, probablemente tengas tu pico decreciente durante el torneo. En cambio, si vos llegás en un pico de crecimiento y vivís tu punto máximo entre cuartos, semifinales y final, seguramente vas a conseguir el título». El tiempo, entonces, permite comparar al equipo de Bilardo del 86 con el del Loco Bielsa, que jugó su mejor fútbol en las eliminatorias y se volvió en primera ronda de Corea-Japón 2002. Y Hamilton encuentra al menos una respuesta: «Fue como un mes mágico».
Juan José Panno cubrió el mundial para La Razón. Y fue crítico con aquella Selección durante toda la etapa previa. Treinta años después, reflexiona y no varía demasiado su postura. Las críticas de Panno apuntaban y apuntan a la obsesión planificadora de Bilardo: «Es que estas cosas son así, uno no puede planificar todo al punto de decir mucho tiempo antes “voy a jugar con estos jugadores y voy a jugar de determinada manera, de acá hasta el fin de los días”. Las circunstancias varían, cambian. Las dos amarillas de Garré hicieron que apareciera Olarticoechea y se terminara convirtiendo en figura. El Negro Enrique no había tenido ninguna participación previa y empezó a romperla en los entrenamientos y terminó siendo titular. Son circunstancias que hacen al fútbol mismo. Por eso cuando uno le cuestionaba a Bilardo esa planificación a ultranza, entendía que esto no era así, que incidían muchos factores, incluida la propia interna de los jugadores, lo que los jugadores deciden hacer dentro de la cancha, más allá de lo que pueda decirles el técnico».
El Flaco Menotti, enfrentado desde aquellos años con Bilardo, rescata a los futbolistas. «Se unieron, porque sabían que venía mal la cosa». Y eleva, como todos, la figura de Maradona. «Estaba en un momento de esos que no se repiten». Pero Menotti también reconoce que no todo era por Maradona. «Ha jugado en equipos que han salidos campeones y en otros que no. Claro que te da un plus. Pero con ese criterio le damos a Messi ahora a los rumanos y salen campeones. Maradona no salvó los goles, y para dar asistencias tenés que tener a quien asistir». Y entonces, finalmente, Menotti lo reconoce: «Tenía un equipo que jugaba bien».
«Digamos que si hay que poner uno delante de todos en la manifestación tiene que ser Diego —afirma Valdano— porque contribuyó con sus goles a la confianza general, a la intimidación de los adversarios, a la fascinación de la opinión pública y de la gente». Y Valdano, otro menottista de esa época, resalta el aporte del técnico: «Bilardo instaló un estilo que dio resultado, que liberó a Maradona y nos convirtió a todos los demás en tornillos muy ajustados, lo que tuvo como consecuencia un buen funcionamiento colectivo».
Ricardo Bochini, el ídolo de Diego Maradona, el hombre de los 714 partidos con la camiseta de Independiente, el de los más de 60 mil minutos, el que decía antes del partido con Bélgica que los nervios los debían tener los que jugaban, jugó. Fueron cinco minutos en el Mundial, en la semifinal. Y Maradona, letal a la hora de instalar frases, se despachó con otra, cuando el Bocha entró, en el Azteca, en lugar de Burruchaga: «Pase, maestro, lo estábamos esperando». «¿Es cierto?», le preguntó Diego Borinsky en El Gráfico, en junio de 2009 a Bochini: «La verdad, la verdad… no me acuerdo. Yo lo único que quería era entrar, el partido estaba lindo para jugar». Lo que sí se acuerda el histórico 10 de Independiente es la conversación que tuvo con Valdano en el campo de entrenamiento del club América, antes del partido con los belgas: «Yo tenía mucha amistad con Valdano en esa Selección. Un día estábamos haciendo jueguito entre los dos, paredes, y en un momento me preguntó cómo veía al equipo y yo le dije: “Vi jugar a todas las selecciones y para mí nosotros somos los mejores, vamos a salir campeón del mundo porque el equipo ahora sí está 10 puntos”. Y yo lo veía en los entrenamientos, cuando hacíamos fútbol titulares y suplentes, que estábamos todos, los 22 jugadores, en un nivel bárbaro y con Maradona en su mejor momento».
Hoy lo pueden decir. Se sentían finalistas. Se sentían campeones. «Cuando terminó el partido España-Bélgica —recuerda Valdano— salimos todos corriendo al patio interior de la concentración y nos empezamos a abrazar y a gritar “Argentina, Argentina”, “campeones, campeones”. Ya nos sentíamos en la final. Entendíamos que Bélgica había llegado muy lejos, que seguramente sentía que había cumplido y nosotros sentíamos que no, que aún nos quedaba comida en el plato».
—Acá, el hombre, se va a presentar él, como acostumbramos a hacerlo en nuestro programa.
—Diego Armando Maradona.
—Nacido en…
—Buenos Aires, Argentina.
—¿Edad?
—25 años.
—¿Casado?
—Soltero.
Con aquel «soltero» Maradona empieza a marcar con imperceptibles muecas de su boca y sonrisas cortas, las respuestas de ese 24 de junio de 1986. Sin pretensiones de posteridad. Pero Diego deja invitaciones a leer con otra intención, tres décadas después, cada uno de esos gestos.
—¿Hobby?
—Jugar al tenis, escuchar música, ir a discotecas.
—¿Solo? ¿Acompañado?
—(hace un silencio largo) Tengo mi novia, Claudia. Pero por supuesto que cuando voy a discotecas voy acompañado de amigos.
—¿Cómo se ha aguantado dos meses encerrado, sin hacer el amor?
—La verdad que es muy difícil mantenerse dos meses sin hacer el amor (se ríe), pero por supuesto que ya estábamos prevenidos por Bilardo, por muchas concentraciones anteriores que esto iba a ser así. Todos somos profesionales como para saber aguantar estos dos meses y si hay algún suplementario (vuelve a reírse con ganas), estamos completamente convencidos de aguantar.
—¿Qué experiencia recoge de estos dos meses en los que ha convivido con 21 muchachos?
—Yo creo que el saldo es positivo porque la convivencia se ha llevado muy bien. No hubo ninguna clase de problemas, y si los hubo se han hablado y los hemos resuelto.
Maradona vuelve a lucir ese gesto chiquito, esa sonrisita con cejas levantadas del que no quiere decir todo, pero tampoco quiere dejar de decir algo de lo que pasó en esas tumultuosas reuniones de grupo. Maradona es el capitán del equipo del milagro, de la transformación. El jugador que acaba de subir la vara de la belleza y la estética en el fútbol. Y a pesar de eso, está en una de las habitaciones de La Isla, un cuarto mal iluminado con un póster de Valeria Lynch, su cantante favorita, que había ido a visitarlo dos días antes del partido con Uruguay. De allí, Valeria se llevó una camiseta autografiada del Diez.
—¿Cómo se siente ante este partido?
—Se vienen dando bien las cosas, no tenemos ninguna clase de problemas, hay jugadores que están pasando por un buen momento, otros no tanto, pero se llega a jugar muy bien, y hacemos un equipo bastante bien balanceado. Me siento bien.
Maradona se sentía bien. El planeta se daba cuenta sin que él lo dijera. Ya lo había demostrado contra Inglaterra, sobre todo en esos cinco minutos históricos entre el primer y el segundo gol. Y contra Bélgica jugaría su mejor partido. Lo que coincidió con la mejor producción de la Selección en todo el campeonato. Ese día, 25 de junio de 1986, justo 8 años después de la obtención del primer título mundial, hubo un solo equipo en la cancha. Burruchaga se transformó en el socio ideal de Diego. Si Diego se retrasaba para tener más contacto con la pelota, para darle aire al medio campo, Burruchaga se tiraba unos metros más arriba, generalmente por la derecha. «Cada vez nos conocíamos más —reconoce Burru—, a través de una mirada, un movimiento. Yo tenía que jugar más en función de él porque era lo que nos pedía Carlos».
Y a los seis minutos del segundo tiempo, Burruchaga se vistió de Maradona. Hizo la pausa, pensó y lo dejó de cara al gol.
«Enrique va con Burruchaga, Maradona y Valdano. Me gusta el inicio del ataque. Adminístrelo bien, Enrique. Enrique para Burruchaga, la administró bien. Burruchaga viene por la punta. Maradona va buscando aire para picar en el momento justo. La tiene Burruchaga, Burruchaga que juega para Maradona, ahí está, tocó, goooooooooooooool, gooooooool, goooooool argentino. Maradona, Diegol Diegol, el enorme Diego Armando Maradona, con perfil derecho tocó de zurda, con el revés del pie izquierdo, para derrotar totalmente la salida del arquero Pfaff. Me gustó el ataque desde que empezó, Burruchaga la jugó sabiamente, el hombre de Gualeguay, para Maradona. Y Diego Armando Maradona con el alma de todos los potreros, con los inventores de la pelota besándole el empeine izquierdo, Diego Armando Maradona convierte el primer gol para Argentina. Argentina 1, Bélgica 0».
El Vasco Olarticoechea revive el gol a través de la tablet: «Contra Bélgica me parece que fue el mejor partido. Después de los 10 minutos casi no nos llegaron más y los dominamos tremendamente, podríamos haber terminado 4 o 5 a 0».
Y a los 18 minutos, otra vez Diego frotó la lámpara. Una nueva obra de arte de la zurda de Maradona, que dejó a Víctor Hugo Morales ya sin posibilidades de encontrar sinónimos. Un final de relato tan de ciencia ficción como el gol.
«Va con la pelota Maradona, Maradona que arranca, le pasó Enrique por atrás, va Maradona, se va entre cuatro, genio, tocó gooooooooooollll, goooooolllll argentino, Maradona. Abro los brazos, quiero abrazarte, quiero decirte grande Diego Único Armando Maradona. Otra vez entró apilando gente, con Enrique que arrastraba marca por derecha, dejó el tendal, enfrentó al arquero, se la tocó por el costado y el mejor jugador de fútbol del mundo, que ha nacido en la Argentina por suerte, que ahora es puño apretado, puño en lo alto, festejo grande, Diego Armando Maradona, el profesional del amague, el profesional de la mentira del área, profesional de la gambeta, Diego Armando Maradona convierte el segundo gol para Argentina. Los ovnis escupen el golpeteo de los tapones por la tangente de la Tierra, el mundo a los pies del fútbol argentino».
Luego del 2-0, bañado, cambiado, con la idea de jugar por el tercer puesto ante Francia ya asimilada, Georges Brun, uno de los defensores a los que apiló Diego en el segundo gol, le decía a la televisión de su país: «Un jugador como Maradona, que para mí es el mejor, moviliza tres hombres e incluso si te pegás a él, consigue pasarte. Encuentro eso formidable. Pienso que la Argentina le debe un gran reconocimiento por su labor».
La política, en su momento crítica al punto de querer voltear a Carlos Bilardo, también se rendía a los pies de la Selección. «Al alcanzar la instancia final del campeonato —comenzó el mensaje del presidente Raúl Alfonsín, mensaje que llegó a la concentración después del partido con Bélgica— con un nuevo triunfo, que es expresión de cabal espíritu deportivo, renuevo mis felicitaciones y les hago llegar un cordial saludo que testimonia el entusiasmo orgullosamente expresado por todos los argentinos. Un fuerte abrazo». El ex secretario de Deportes, Rodolfo Michingo O’Reilly, el que luego continuó dedicándose al rugby porque de fútbol no sabía nada, según le vociferó Julio Grondona desde Suiza, también envió un telegrama: «Felicito de corazón al equipo y cuerpo técnico, por el decisivo paso dado hoy en pos del objetivo de ganar la Copa del Mundo. Así como no me gustaba la forma de jugar en la etapa de preparación, hoy, con igual convicción, puedo afirmar que Argentina ha jugado cada vez mejor con una conducta ejemplar dentro y fuera de la cancha. Vuestra alegría y la del pueblo argentino es mi alegría. Deseo fervientemente que alcancen la victoria final. Se lo merecen por su fe».
«¿Se puede decir algo más de Maradona?», le preguntaron a Burruchaga tras el paseo a Bélgica. «No, ¿qué podés decir? Volvió a hacer un golazo que solamente los grandes pueden hacer. Yo creo que es el más grande del mundo. Ojalá siga así para el bien de todos nosotros».
Los diarios del mundo ya se habían rendido a sus pies el 22 de junio. Después del 25, le rindieron pleitesía. «Maradona, el supergenio, es el nuevo rey que conquistó estas tierras», publicó el suplemento Ovaciones, de México. «Otra vez Maradona, un fenómeno con dos soberbios goles fue el verdugo de los rivales», sentenció El Heraldo, también mexicano. Incluso en Brasil se proclamó al monarca, aunque fuese argentino. «El domingo el fútbol conocerá a la nueva selección campeona del mundo, pero el rey ya existe, se llama Maradona», publicó el diario Jornal do Brasil. Para O’Globo «Bilardo da la receta del éxito: Maradona, nuevo rey del fútbol». En Inglaterra, el Daily Express anticipaba la final: «El equipo alemán necesitará algo más que un Kaiser y una división de panzers para exorcizar el juego mágico de Maradona». El diario deportivo portugués A Bola jugó con dos pasiones argentinas: «Con Maradona al bandoneón, Argentina tocó el penúltimo tango en México».
La Selección, definitivamente, había conquistado a todos. Sobre todo a la gente, que había iniciado el tradicional festejo en el Obelisco, en Corrientes y 9 de Julio, después del 1-0 ante Uruguay, lo profundizó luego de 2-1 ante Inglaterra y lo repitió una vez más tras el 2-0 a Bélgica. Miles de argentinos festejaron en las calles. Como en el 78, pero en democracia. Una celebración en la que también había identidades políticas. Una columna del Partido Justicialista por allá, otra del Partido Intransigente, la tercera fuerza política, muy cerca. Los hinchas solo tenían elogios para Diego: «Maradona es un genio, loco. Si Diego hubiese tenido este nivel en el 82, la Argentina era tricampeón mundial». Todavía no le había ganado a Alemania la final y el hincha vislumbraba más éxitos de los obtenidos. En el país no había pesos. Había australes. Y una bandera costaba un austral. Y medio austral una vincha.
Argentina llegaba a su tercera final en la historia, la segunda en apenas 8 años. Parece mentira cuando asoman en el recuerdo los 80 minutos en los que Perú la dejaba afuera del Mundial, la concentración en la polvorienta Tilcara, la desastrosa gira previa, el intento de golpe de estado a Bilardo por parte del gobierno de Alfonsín, los dos meses en La Isla, en Alcatraz. Y parece verdad cuando, entre tanta mugre, se dibuja la silueta del mejor Maradona. Argentina estaba ahí, por o a pesar de todo esto. Como dijo un periodista de la época: era la fea de la milonga y ahora todos la querían sacar a bailar.