Prólogo-dedicatoria

Dedico este libro a los buenos profesores de literatura. Si son capaces de prolongar la afición por leer cumplida la servidumbre del calendario escolar, habrán obrado el milagro de convertir a unos oyentes pasivos en unos ciudadanos activos. Yo tuve varios profesores así, y gracias a ellos el verano fue siempre mejor y las tardes del resto del año un poco menos tristes.

Uno se da cuenta más tarde: la lectura es tiempo ganado, y el placer que proporciona no pasa. Se queda, como la música de un verso en los labios, y, cosa rara, es un placer a la vez saludable y adictivo. Todos tenemos unos dioses domésticos a los que rendimos culto, y, en mi caso, la mayoría tienen el rostro y el olor de los libros. Los abro por una página cualquiera, y soy el lector que fui, y eso, no hace falta decir por qué (sólo hace falta contar las canas de cada uno), es fantástico.

Esta Breve historia de la literatura española propone una inmersión literaria en la que debemos matricularnos sin la coacción del tiempo. No vale la pena pasar de página si no tiramos del hilo de la curiosidad y descubrimos las experiencias que nos aguardan detrás de cada título citado. No basta con saber de qué va El Quijote –no sé qué de un caballero andante y unos molinos–, hay que leerlo. En caso contrario, el texto que tienes entre las manos sería algo así como una sarta de pistas que, en el último capítulo, no desvelan la identidad del asesino. Menuda decepción, ¿no? ¡Tanta intriga para nada! ¿Qué sentido tiene que una leyenda nos hable de El Dorado si luego no somos capaces de estirar el brazo a la caza de ese tesoro que brilla ignorado en nuestra biblioteca?

A veces sucede que termino un libro, busco otro que leer y no lo encuentro, o siento que quizá no le ha llegado aún la hora, porque los libros tienen su destino, igual que las personas. Pues bien: en esa disposición de ánimo, los clásicos suelen ser una apuesta segura. Y clásicos, ojo, pueden ser también los libros que se escribieron antes de ayer. En esta Breve historia de la literatura española, empezamos con las glosas emilianenses y acabamos con unos tipos que aún no han cumplido los cuarenta años. Mientras tengamos recuerdos, y mientras tengamos miedo a perderlos, seguiremos escribiendo y leyendo, y, si el día de mañana el mundo estallara en mil pedazos, otra vez vendrían los sumerios con sus carros con ruedas y sus pictogramas, y vuelta a empezar.

Pero confieso, en fin, que ante todo me gustaría haber recuperado algunos nombres y títulos que no suelen figurar en estos breviarios. Los amantes de la literatura, ya se sabe, somos negligentes y caprichosos, y nos cuesta horrores zafarnos de las guías de la subjetividad y el canon. A ver si hay suerte y aquí lo conseguimos, hombre.