EL CUMPLEAÑOS

Jerónimo llegó a la edad de seis y por primera vez valoró en su justa medida que su fiesta se celebraba en la cocina, con la asistencia única de su madre, Miguelito –un tanto desganado– y la señora fenicia que probablemente nunca haya muerto y por lo mismo reventaba de aburrimiento ante cualquier circunstancia que no fuera cerrar las cuentas de la panadería. Acometía el acto con la misma fatiga de siempre salvo por los momentos en que encontraba un error en los números que se le hubiera escapado al niño y que propiciaba el brote del único sonido del que se le supo capaz por varios años: inflaba los cachetes, soltaba el aire con una sacudida de cabeza y decía «hmpfg».

La celebración del cumpleaños tuvo lugar después de la hora de la merienda, cuando ya había cerrado El Horno Asturiano. Don Eusebio no se presentó al pastel, pero estaba en la casa, dado que una vez terminada la modesta y más bien deprimente celebración llamó a Jerónimo y le explicó que ya era un hombrecito y por tanto se tenía que ganar la vida por su parte, que se había desempeñado bien en la panadería, por lo que se haría acreedor a un salario, del que se devengarían sus gastos: la renta de su cuarto y el costo general de su manutención. Su habitación, en adelante, estaría en la azotea de la casa, donde vivía la servidumbre. Ya le habían acondicionado un cuarto en el que dormiría de ese día en adelante y que tenía el privilegio de ser el único no compartido dado que aunque Jerónimo claramente no era miembro de la familia –tenía los ojos saltones–, tampoco era igual que las criadas y los empleados. Estaba bien que su cumpleaños se hubiera celebrado en la cocina, porque ahí iba a comer de ahora en adelante. El asturiano preferiría ya no verlo por la casa, de modo que podía pasar por su pijama y subirse de una vez a donde en realidad había pertenecido siempre. Amelia –ama de la cocina y tirana de los corredores– le subiría en un momento su ropita para la mañana siguiente y durante el transcurso del día se encargaría del resto y sus juguetitos mientras él desquitaba generosidades en la panadería. Fin de la fiesta.