POR FEBRERO O MARZO del año decisivo y hostil de 1939 debe haber llegado a Lagos de Moreno una carta del hermano porteño de don Eusebio, fechada en Navidad, en la que, después de desear los parabienes propios de la temporada y celebrar la llegada de Miguelito –«Será un alivio para ti saber que ya no le tienes que heredar al idiota»–, relata las peripecias de un periodo particularmente tumultuoso de su vida, que incluye:

1. Contactos clandestinos con una asociación anarquista de piamonteses definitivamente criminales que apoyaban a la República española desde El Tigre («Nada me podría importar menos que la República; pero un pequeño acto revolucionario podría facultarme como propietario de la tienda de géneros, posición desde la que sin duda me sería más fácil solidarizarme con el pueblo»).

2. Acecho al corazón de la hija del monarquista, con el objeto de apoderarse del negocio en un tiempo menos razonable que el que ofrecía la vía revolucionaria, o cuando menos deshonrar a la familia en caso de que todas las tentativas fallaran («La niña es una elefanta malcriada, pero la vil venganza, querido Eusebio, es el principio de todo acto de justicia»).

3. Frecuentación de una misma puta siciliana durante un periodo de varios meses.

4. Acto heroico: liberación de la puta, que incluye,

a) compra del cuerpo policíaco del barrio de la Boca gracias a la colaboración en efectivo de un par de catalanes que apoyaban también a la República desde sus librerías en la calle de La Florida y por tanto a los anarquistas piamonteses de El Tigre,

b) entrada al barrio de la Boca con el piquete de anarquistas armados,

c) apaleamiento del padrote y secuestro de la siciliana, que se opuso, porque lo que quería era ser puta.

5. Imposibilidad de casarse: era siciliana y puta.

6. Iniciación en el complejo, peligroso y rendidor negocio de regente de una puta siciliana, negocio que primero atrajo el interés de los piamonteses de El Tigre y que luego se expandió con su ayuda: reclutamiento e importación forzada de pirujas de La Boca a El Tigre.

7. Abandono del negocio del monarquista, mediante la comunicación a gritos de la deshonra de la elefanta y otras imprecaciones de orden más bien sociopolítico entre las que se hacen notar: explotación al trabajador inmigrante, obligatoriedad de sostener ideas políticas predeterminadas para mantener el trabajo, y mala cocina.

8. Mudanza a un departamento en Palermo, barrio de españoles y portugueses, gracias a la generosa aportación de las putas a la causa revolucionaria de los piamonteses, los catalanes y el tío porteño. Redacción de un manifiesto clandestino llamado Muerte a Garibaldi: En Cataluña sigue siendo 1810 –el tío no entendía el título– y otro: Contra el Monoteísmo. Pequeñas fisuras en el grupo: los piamonteses no se sentían del todo representados por el primer texto, salvo por el título –la verdad es que el tío tampoco parecía entender el contenido. A todos les encantaba el segundo.

9. Apuesta total por la independencia («Un verdadero anarquista no puede apoyarse en ningún género de corporación»), que implica el deslindamiento del próspero burdel de El Tigre –(«Además queda muy lejos, y yo de pueblos ya tuve con el nuestro»)– e iniciación en la venta de parafernalia revolucionaria a sindicatos que aglutinan a inmigrantes recientes.

10. Adquisición pacífica de otra puta, ahora mulata, que además resulta una criada notable («Las sicilianas pueden ser las mujeres más fogosas del mundo, pero vaya que son temperamentales. Un hombre cuyo negocio, como el mío, es la riesgosa justicia, no puede darse el lujo de tener a alguien indiscreto a su lado»).

11. Estabilización del negocio de parafernalia sindical, pequeña acumulación de capital, compra de armas checas vía la embajada de Alemania, mejores ventas.

Las cosas parecían irle muy bien al tío porteño, lo que seguramente relajó a don Eusebio, que si había ido a dar a Lagos de Moreno era, precisamente, para deshacerse de sus familiares –una vieja tradición asturiana. El año transcurrió, entonces, en relativa paz, o tal es la impresión de Jerónimo, dado que no tiene ningún recuerdo previo a la feroz cara del tío. Su madre debe haber vivido absorta en los cuidados de Miguelito; más secciones de «Sociales», más misa: habrá terminado la ordeña.

Hacia agosto llega una carta que anuncia el próximo arribo del tío porteño: ha entrado en negociaciones con una empresa norteamericana que surtió de armas desde El Paso al ejército innumerable de Francisco Villa y desde entonces se ha dedicado a proveer a caudillos iberoamericanos encabronados. El tío entró en contacto en Buenos Aires con el comerciante de armas norteamericano, y éste le dio el beneficio que nunca le concedió la sangre: visitar México de camino a Tejas, donde pasaría unos días en las modernas instalaciones de la empresa norteamericana. En su carta, el tío anuncia que llegará a Veracruz a mediados de septiembre, desde donde viajará en tren primero a la ciudad de México y de ahí a Lagos de Moreno para pasar unos días con su hermano molinero y la familia.

Así, un día tocó a la puerta de los padres de Jerónimo. Estaba cayendo una de esas fervorosas tormentas de verano que lo barnizan todo con la luz de sus relámpagos constantes. Iba, como ya se dijo, con el cuello de la gabardina alzado, el pelo a rape, los ojos de un verde crudo. Jerónimo, que estaba jugando cerca de la puerta en el momento en que sonaron los toquidos, dejó lo que estaba haciendo por la doble curiosidad que le generaba la expectativa de los días anteriores y el aguacero monumental. Una de las criadas abrió y el hombre dio un paso adentro de la casa, empapado. Su frente fue iluminada por la luz del recibidor y su espalda por un rayo. Al ver los ojos verdes dentro de una piel curtida, Jerónimo recordó de golpe y presa de un terror absoluto su aparición anterior.

Al parecer el niño pegó un grito de terror que se escuchó por todo Lagos de Moreno a pesar de los truenos. Según contó siempre la madre después de persignarse, la magnitud del alarido la hizo soltar a Miguelito, a quien tenía en brazos. El propio Jerónimo, que por entonces no tenía la menor facultad para entender y mucho menos articular lo que le había sucedido, salió corriendo rumbo a su habitación, en la que se encerró sin dejar pasar a nadie: el animal milenario del miedo resucitado en sus entrañas.

La visita del tío porteño fue un fiasco. Jerónimo ni salió de su cuarto ni le abrió la puerta a nadie mientras no se retiró de la casa. El pobre hombre, que llevaba años tratando de estafar también a don Eusebio, tuvo que adelantar la visita a las modernas instalaciones de la fábrica de armas tejana, porque tampoco se trataba de que su sobrino idiota se muriera de hambre y sed escondido debajo de su cama.

Jerónimo no conserva ningún otro recuerdo de aquel año aciago de 1939.