Los dolores que siento en el vientre bajo me hacen maldecir en voz alta y me aferro duro a las sábanas de seda.
Esta mierda duele.
La puerta de nuestra habitación se abre y él entra, embargado por el pánico, para sujetarme la mano. Noto su desesperación. Muy pocas veces verán a Bahir Kurek de esta manera.
—Moja włoski78, aquí estoy.
Asiento, con el sudor recorriéndome el rostro. Las contracciones cada vez son más fuertes y el dolor me cala los huesos, es horrible. Siento que se me va a partir la cadera.
—¿Por qué le duele tanto? ¿Es normal? Hagan algo —pronuncia Bahir con fiereza.
Los médicos corren de un lado a otro, le ponen algo a mi suero e intento mantenerme fuerte, aguantar.
Soy fuerte, maldita sea.
—Necesitamos espacio —dice el doctor, pero Bahir se queda firme a mi lado—. Señor, ya debemos sacar al bebé, es hora.
Traga grueso y me detalla.
—Está bien —susurra, alejándose un poco, pero sin soltarme la mano—. Pronto estará nuestro bebé aquí. Pronto.
Asiento sin decir nada. Me separan las piernas y me ayudan a ponerme en una posición en la cual pueda pujar. Me explican cómo debo hacerlo, cómo debo contraerme, y escucho con atención.
Pego el mentón al pecho y subo las piernas. Cuando me gritan que puje, les obedezco. Pujo, cuento hasta diez y suelto. Luego repito lo mismo con Bahir a mi lado.
—Eres todo —me susurra al oído.
Vuelvo a pujar y el doctor anuncia que falta poco. Lo hago una vez más y entonces un llanto intenso invade el lugar. El doctor sujeta a la bebé y me la extiende, ubicándomela en el pecho.
Me quedo prendada de su hermoso y angelical rostro. Tiene mucho cabello castaño, como el mío, pero los ojos son azules, característicos de los Kurek.
—Piękne, powitanie79 —dice en polaco el hombre que está a mi lado y le da un beso en la cabeza. Luego se enfoca en mí—. Estoy rodeado de hermosas y fuertes mujeres.
Le sonrío.
—Tú lo eres todo para nosotras —susurro—. ¿Verdad, Ornella?
La bebé llora y la pego a mi pecho mientras los médicos se encargan de terminar de suturarme. Después toman a nuestra pequeña para revisar que todo esté bien con ella.
Unos pasos rápidos se escuchan en la distancia.
—¿Crees que se lo tome bien?
—Sí, está feliz de ser la hermana mayor —dice justo cuando tocan a la puerta.
Bahir me da un beso en la frente y va a abrirle.
La toma en sus brazos y viene con ella. Lleva un vestido negro y un lazo en el cabello castaño. Cada día crece más y mi relación con ella va de maravilla. Sin saberlo, me ha preparado para lo que se viene.
—Hola, italiana.
—Hola, polaca. ¿Cómo estás?
—Nerviosa. ¿Crees que Ornella vaya a quererme? —inquiere y Bahir la sienta a mi lado.
—Estoy segura de que lo hará. ¿Sabes por qué? Porque serás su hermana mayor, serás su confidente, su protectora y su complemento —musito y sonríe.
—La voy a cuidar mucho.
—Sé que sí. No esperaba menos de la polaca.
Bahir viene con Ornella en brazos, le toca la naricita y se la extiende a Leah.
—Te presento a tu hermana, moja księżniczka80.
—Cześć, włoska81 —dice, detallándola—. Soy tu hermana mayor, voy a enseñarte polaco e italiano. Prometo que siempre voy a cuidarte.
La bebé se estira y la polaca se aterra y se la extiende a su padre con cuidado.
—Creo que se enojó —dice Leah y todos nos reímos por las muecas que hace.
—Solo tiene hambre —asegura una de las enfermeras.
Me ayudan a sentarme y me explican todo lo que debo hacer. Nunca había sentido este inmenso amor que me invade. Sus manitas me sujetan un dedo y siento que el aire se vuelve más ligero.
¿Quién se imaginaría que en algún momento yo sería madre?
No sé cómo voy a hacerlo, pero no tengo miedo. Estoy junto a alguien que ha hecho maravillas con la niña que me observa con emoción. La crianza que ha tenido Leah es increíble.
La polaca se acomoda a mi lado y detalla todo, así que la abrazo. Debe sentirse amada y jamás desplazada.
Todo será igual para ambas.
—¿Le gustará Polski?
—Sí.
—Más le vale porque él no se irá de casa. Ayer se comió una rata y era más grande que Ornella.
—Tienes que dejar de darle ratas a Polski.
—Lo sé —dice, poniendo los ojos en blanco.
Bahir nos mira con un semblante serio y sé lo que se le está pasando por la cabeza. Conozco los miedos que se le instalan en el pecho porque los sentí desde el mismo momento en el que supe que estaba embarazada.
Ahora tenemos mucho que perder, ahora los puntos débiles son más. Por eso, en este instante, más que nunca, debemos hacer que nos teman. Que todo el mundo se arrodille ante ellas.
Lo haremos todo por nuestras pequeñas.