CAPÍTULO 1

CHICAGO, ILLINOIS CINCO AÑOS ANTES

Bahir Kurek

¿Bahir?

—¿Dónde está Amara? —pregunto, viendo el acta de divorcio que tengo frente a mí.

Me costó demasiado prepararme para esto.

—Viene en camino, el helicóptero llegará en treinta minutos. Ya entraron a la casa —dice Burek, ansioso—. Tengo que sacarte de aquí rápido.

—¿Cuánto tiempo tengo?

—Minutos… —dice.

Camino hacia el cuadro de Monet que tengo en mi oficina y lo quito con cuidado para descubrir la caja fuerte. Pongo la huella y la clave para abrirla. Frente a mí aparecen miles de dólares.

—Pásame mi abrigo —ordeno. Burek se apresura y yo meto los fajos de dinero y unas joyas en los bolsillos internos—. El cuadro… tienen que llevárselo de aquí.

—¡Alliot! —grita y el aludido entra, armado—. Llévense el cuadro, ya saben a dónde.

Asiente y lo toma con precaución.

—¿Dónde coño está Amara? —vuelvo a preguntar mientras observo la hoja que tengo enfrente.

—Aquí estoy… ¿Qué pasa? Todos están corriendo.

Entra con un hermoso traje negro de dos piezas. La blusa de seda que lleva debajo del blazer hace que se le note el pequeño vientre abultado que me roba el aliento cada vez que lo veo.

—¿Bahir? ¿Qué pasa? —pregunta en voz baja y se acerca a mí.

—El FBI viene… emitieron la orden —le digo y palidece.

—Tienes que irte… ¿Qué haces aquí? Si vienen por ti, sabes muy bien qué va a pasar… Ellos no vienen a mediar. Burek, sácalo de aquí —le ordena al hombre.

—Eso intento.

Sus ojos serán algo que siempre me volverá loco. Me inclino hacia el papel y, con la mano temblorosa por primera vez en la vida, lo firmo.

¡Mierda!

Doblo el documento y lo guardo en el abrigo.

Las luces se apagan de golpe, Amara me mira de inmediato y entonces le pongo el abrigo. Ella siente que pesa y frunce el ceño mientras yo le acaricio la mejilla y luego el vientre.

¡Joder! Ya están aquí.

La sensación de desolación me invade. Nunca pensé que volvería a sentir impotencia.

—Vámonos. —Entrelazo su mano con la mía.

—Los ascensores no funcionan… debemos irnos por las escaleras de emergencia —dice Burek, guiándonos hacia allí. Miro el cartel del número de pisos y me giro hacia Amara.

¡Maldición! Son más de diez.

A lo lejos se escucha cómo los agentes avanzan hacia donde estamos.

—Hagan silencio y suban pegados a la pared —indica Burek, manejando a todos los hombres.

No le suelto la mano de Amara y ella no opone resistencia, pero puedo sentir su agotamiento, así que nos detenemos en uno de los descansos. Me agacho frente a ella y le quito los tacones.

No quería esto.

—Te lo he dicho miles de veces, no uses tacones… —susurro, levantándome.

—Yo te retraso… vete tú —dice—. No quiero que te maten, lo juro… no quiero eso.

Puedo ver la sinceridad en su mirada y noto que sus palabras son reales. Trago grueso e intento calmar el desastre en el que me convierto por ella. Mi padre me lo dijo miles de veces: no podemos tener sentimientos.

Nada de esto debió de pasar.

Sin embargo, me enamoré de la presa a la que iba a torturar. Ella ganó, al final ella me destruyó. El plan era sencillo, quería vengarme porque ella intentó acabar conmigo públicamente, pero todo se fue a la mierda cuando sus labios rozaron los míos por primera vez…

—Sé que lo que dices es cierto, pero me cuesta soltarte —musito, uniendo mi frente con la de ella—. Llevo semanas preparándome para esto y aun así… me cuesta.

Entiendo que su corazón no me pertenece y soy consciente de que ella solo estaba conmigo por el bienestar de su familia.

—Bahir, muévete. ¡Maldición!

Aferro la mano de Amara y seguimos subiendo. El FBI nos pisa los talones, se puede escuchar el helicóptero acercándose al helipuerto y eso nos pone en evidencia. Oímos voces y órdenes desesperadas mientras suben las escaleras para alcanzarnos. Mis hombres disparan, intentando retrasarlos, pero los agentes responden y debo cubrir a Amara con mi cuerpo.

Ella siempre será la prioridad.

Entonces escucho que se queja y la veo sostenerse el vientre. Me obliga a detenerme y recarga la espalda en la pared.

—Me duele… juro que me duele —gime y pierde el equilibrio. Yo la sujeto rápido para que no se caiga al suelo.

Le toco el vientre, el cual está duro como piedra, y el peor temor se instala en mi pecho.

No quiero eso…

¡Mierda!

—Respira —susurro y ella me hace caso—. Leah… —digo, pero ella frunce el ceño ante mi intento de cambiar de tema y hacerla olvidar lo que sucede en nuestro entorno—. Siempre me gustó ese nombre, mi madre se llamaba así… Sé que no soy nadie para… pero…

El intercambio de disparos sigue en el fondo. Todo es un caos. Mi plan desde un principio siempre fue dejarla… darle lo que tanto ella desea: su libertad.

No quiero un amor a la fuerza aunque mi hija esté en su vientre.

—¡Bahir! Tenemos que irnos, ¡demonios! —gruñe Burek, halándome del brazo. Saco mi arma y le apunto—. Mátame, pero tienes que irte…

—Tienes que irte —repite Amara—. Vete, Bahir. Te lo suplico, vete… no quiero verte morir.

La miro directo a sus ojos azules.

—Me cuesta soltarte, me estoy arrancando el corazón…

El hueco que siento en el pecho se agranda y el vacío se hace profundo. Nunca me había pesado tanto hablar y jamás se me habían nublado los ojos con unas lágrimas que amenazan con salir.

Una de ellas se escapa y Amara la limpia.

—Te amo, eres lo único que he amado en mi vida —digo—. Lamento lo malo, pero es quien soy… aunque contigo descubrí que sí tengo un corazón que siente y duele… —susurro—. No dejes que te quiten el abrigo… es tuyo. ¿Me entiendes?

Asiente con lágrimas en los ojos.

—Cuídate… no dejes que te atrapen. Vete.

—Cuídala y dile que, en alguna parte del mundo, tiene a alguien que la protegerá por siempre. —Le acuno el rostro y derramo unas lágrimas que me queman.

—¡Bahir! —gritan.

—Te amo, moja miłość2. —Le doy un beso y luego Burek me aparta, llevándome a las escaleras y alejándome de ella.

Sabía que esto pasaría, pero lo que no sabía es que dolería tanto. Me han arrancado el corazón… me lo han quitado todo.

Corro detrás de Burek y me aferro al recuerdo de ella…

Cuando llegamos al helipuerto, la aeronave abre sus puertas y me subo. Un segundo después siento que se eleva y que, por fin, escapo, dejándole a ella la libertad que se merece.