Corro agitado por la nieve espesa y se me hunden los pies, haciendo que todo sea más difícil. Escucho la respiración pesada de Burek a mi espalda.
—Debemos descender —indica.
Es invierno y la nieve ha cubierto gran parte del bosque que nos rodea. Los árboles han perdido su particular color y ahora se ven esqueléticos. El cielo anuncia que pronto volverá a nevar, mierda.
El sendero nos guía hasta un pequeño refugio de troncos y allí tomo mi rifle, lo acomodo en la base y apunto con la mira hacia lo que he pasado todo el día buscando.
—Relaja el cuerpo, estás tenso —susurra Burek.
—Cállate —gruño y cargo el arma. Ajusto la mira para apuntarle al objetivo, el cual está quieto y distraído. Respiro profundo y quito el seguro.
Hago un poco de presión y la bala resuena con ímpetu en la inmensidad del bosque helado. Mi objetivo cae y sonrío, recogiendo el rifle. Burek corre hacia ese punto.
Lo sigo con calma y veo la sangre del ciervo que acabo de matar tiñendo la nieve de rojo.
—Fue un tiro limpio.
—Claro que lo fue, me imaginé que era el soldado. —Ríe con fuerza al escucharme—. Vamos, tienes cocinarme.
He pasado este último año oculto en el bosque. Aunque el Gobierno de Polonia, y más específicamente el de Varsovia, me ha cuidado desde que hui de Estados Unidos por los cargos impuestos por el FBI, no he podido vivir tranquilo. Tienen agentes buscándome en todos lados y ante el mínimo paso en falso que dé, sé que buscarán presentar cargos para un juicio de extradición. Tengo la certeza de que mi Gobierno desestimará todo, pero nunca se sabe.
Llegamos a la cabaña de dos pisos en donde varios hombres de mi seguridad nos esperan. Uno de ellos está en la entrada, esperando con un sobre en sus manos.
La cabaña es grande, cómoda y hogareña. Tiene todo lo que necesitamos.
Me quito los guantes y los dejo en el suelo, yendo hacia la chimenea para calentarme. Me siento y espero que el hombre me entregue el sobre.
Me lo extiende con nervios y Burek se queda en la distancia, observando.
Rompo el papel y sacó todo lo que lleva dentro. Las fotografías son lo que me llama la atención. Amara se ve bellísima embarazada y la pequeña que cuelga de su pierna, con esos inmensos ojos azules, es quien me acelera el corazón.
—Le hicieron la fiesta de princesas… —dice el hombre—. Su regalo llegó y la señora hizo preguntas, quería saber si usted estaba bien.
Trago grueso al escucharlo y la nostalgia me invade.
—¿Qué le dijiste?
—Nada, tal como usted lo ordenó, pero la señorita Leah comenzó a preguntar por usted, incluso me empujó. Tiene fuerza.
Sonrío.
—¿No dijiste nada?
—No.
—Perfecto. Vete —le digo y me levanto de la silla para dejar las fotografías en la mesa.
Burek se acerca y toma una de ellas.
—Es igualita a Amara —susurra—. Pero debo decir que tiene tus ojos.
Sonrío al escucharlo, es toda una Kurek.
—Lo sé —digo, mirando la nieve. Todo me recuerda a ella.
Estos años han sido un maldito infierno. Estoy pagando todo lo que he hecho en vida… y ha sido mucho. Aun así, mis ganas de acabar con el mundo por ellas no cesan, pues, aunque sé que el soldado está con ellas y que las cuida, yo también lo hago desde las sombras.
—Iré a ducharme —digo, dejando todo en la mesa.
Me encamino hacia las escaleras con pesar y cabizbajo, pues me afecta no tenerla conmigo, pero la voz de Burek me detiene.
—¿Estás bien?
—Lo estoy —miento y contengo todo lo que siento mientras sigo avanzando.
Entro a la habitación oscura, donde ya la madera empieza a quemarse en la chimenea, y dejo la ropa a mi paso. El vapor de la ducha inunda el lugar y me meto bajo el agua hirviendo que tanta falta me hace. Cierro los ojos e intento relajarme porque las fotografías me han dejado tenso.
Los años han pasado y ella sigue trastornándome. Me cuesta borrar el sonido de sus gemidos, las marcas que me dejaban sus manos en la piel y lo delicioso que sentía estar dentro de ella.
Se casó, es feliz… y tuvo a nuestra hija, bautizándola con un nombre que me recuerda que, a pesar de todo lo malo, un poco de mí quedó en ella…
Mi pequeña Leah.
Necesito salir de este maldito bosque. Voy a volverme loco en las noches de desespero y de insomnio. Mi cordura pende de un hilo.
Cierro la llave y me preparo. Tengo que salir de aquí.
Tomo mi arma y la resguardo en la cintura de mi pantalón. Me pongo un saco y bajo las escaleras, haciendo que todos los hombres se pongan en guardia.
—Preparen las camionetas, salimos en veinte —ordeno y todos se mueven.
La cabaña es cómoda y agradable y las paredes de madera le dan un toque hogareño y familiar, aunque las decenas de armas que se mantienen al descubierto demuestran lo contrario.
—¿Bahir? —inquiere Burek detrás de mí.
—Si vas conmigo, tienes veinte minutos para arreglarte. Por favor, que sea un traje. Quiero un bourbon y una mujer. Y si vas con ropa de leñador, no conseguiré ninguna de las dos cosas por más encantador que sea —digo y él se va a su habitación.
No pienso quedarme aquí…
—¿Quién dijo que eras encantador? —grita.
—Nadie… —susurro, sentándome en uno de los taburetes de la cocina—. Por encantador no me conocen —musito para mí.
Los agentes de la policía de Varsovia han sido notificados de mi salida, así que el jefe envió a varios de ellos para que me escoltaran y me cuidaran. Tengo a medio mundo comprado, eso es lo que puede otorgarte el ser poderoso y adinerado en este medio.
Llegamos a Spektrum Tower, uno de los edificios más modernos de Varsovia, donde se encuentra The View. La estructura metálica y llena de inmensos ventanales nos recibe con su altura imponente. Es todo un emblema de la ciudad, justo lo que necesito. Nos guían a un elevador privado y subimos al piso treinta y dos.
En cuanto las puertas metálicas se abren, el gerente y varias meseras con muy poca ropa nos reciben con copas de champagne.
—Bienvenido a The View, señor Kurek… —dice una de las mujeres de cabello muy rubio—. Si nos lo permite, lo escoltaremos hacia la zona VIP, donde tendrá una vista panorámica del lugar.
—Me parece perfecto —susurro y le rozo los dedos cuando le recibo la copa.
Mis hombres y los agentes que van de civil nos siguen muy de cerca, pues el lugar está abarrotado. Las luces rojas invaden cada área y el resplandor de la ciudad se refleja en las ventanas.
La zona VIP es toda negra, desde los muebles hasta el techo. Se ve sofisticada y clásica. Las mesas y el lugar están a reventar, pero puedo ver todo lo que sucede abajo y me gusta.
—¿Qué desea tomar? —inquiere la rubia.
—Trae la botella más costosa de bourbon que tengan. —Extraigo un fajo de billetes de mi saco y se lo extiendo.
Me relajo en el sofá y observo a Burek con una amplia sonrisa en los labios.
—No me vuelvas a decir que tengo que volver al bosque… —digo—. Más bien háblame de lo que sucede.
Se abre el saco y suelta la tensión.
—El Gobierno los tiene frenados de todas las formas posibles. Sin un juicio que apruebe la extradición, no pueden tocarte. Y, dados los años que han pasado, el caso se ha enfriado. Por otra parte, los negocios siguen andando, tu plan funcionó. Meter la droga en juguetes fue una buena idea.
—Excelente… quiero buscar algo que hunda al tal Leonardo, ese maldito debe tener algo sucio —musito—. Necesito acabarlo.
Sonríe y asiente.
—Quiero dañarle la vida perfecta que tiene. Recuerda, Burek, que mis enemigos creen que olvido, pero no es así… El cabrón me alejó de todo y debe pagar por eso.
La botella llega y nos sirven los tragos. Cuando estoy por darle un sorbo al mío, observo que unas botellas de celebración pasan frente a mí y que unas velas mágicas lanzan destellos y alborotan a la multitud. Pronto llegan hasta una zona en donde una mujer con un vestido lleno de brillantes aguarda con elegancia.
Entrecierro los ojos al ver que se levanta, acomodando sus kilométricas piernas. El cabello castaño le cae con leves ondas por la espalda y el vestido que lleva es muy sexy. Demasiado sexy. Le cubre los lugares exactos y deja parte de su piel al descubierto. Está rodeada por las anfitrionas y su tez bronceada resalta.
Me levanto para verla mejor.
Sonríe con picardía y mueve sus caderas al ritmo de la música. Se siente desde lejos que su aura es abrumadora y me recuerda a alguien que no logro ubicar.
Me concentro en ella por un par de minutos y todo fluye con total normalidad mientras yo me encierro en una burbuja, perdiéndome en la mujer que se contonea a cierta distancia. Su belleza es exótica y tiene rasgos delicados y perfectos.
—¿Quién es ella? —le pregunto a uno de los agentes, que se gira para verla.
—No lo sé, señor. Nunca la había visto —dice—. Debe ser una extranjera.
—¡Burek! —exclamo.
Este se acerca y recarga los brazos en la baranda.
—Ya tienes el bourbon, así que ahora imagino que la quieres a ella… —comenta, señalándola.
—Sí.
—¿Quieres que la busque? —Sonrío de lado.
—Puedo hacerlo yo… no necesito que me busques mujeres. Lo que quiero es saber quién es.
Las tetas, la pequeña cintura y las caderas prominentes me tienen sediento. Se me tensa el cuerpo en los lugares perfectos. La seguridad que la rodea me llama la atención. No es cualquier persona, lo noto aún con los metros que nos separan. Debe ser alguna niña rica.
Entonces mira hacia donde estoy yo y en ese instante se me hiela el cuerpo. La sonrisa que me dedica me eriza la piel.
—¿Quién eres? —susurro para mí, lleno de curiosidad.
Las luces se apagan de golpe con la música, los gritos de las personas me aturden y, en menos de un abrir y cerrar de ojos, todo es un completo caos. La seguridad se acerca para rodearme.
—Vámonos… —ordeno—. Ni un maldito trago me puedo tomar tranquilo, hijos de puta…
Me guían hasta una de las salidas de emergencia, marcada por intensas luces parpadeantes, y no me preocupa lo que sucede, pues ya estoy acostumbrado a esto. Bajamos las escaleras y todos están atentos. Entonces la música vuelve a sonar en la distancia, puedo escucharla por los pasillos. Quizás fue un idiota que activó la alarma de incendios. Estoy tentado a volver y me giro. Todos imitan mi reacción, pero en ese instante nos encontramos con unos hombres que nos apuntan. Mi reacción es sacar mi arma. De repente se hacen a un lado para darle paso al sonido de unos tacones… y aparece ella.
—No tan rápido, señor Kurek… ¿No quiere verme de cerca? —pregunta con una amplia sonrisa y un arma en las manos—. Imagino que le da curiosidad saber quién soy… ¿No?
Frunzo el ceño al escucharla.