CAPÍTULO 4

¿QUIÉN ES ELLA?

Bahir Kurek

Sus hombres les apuntan a los míos y ella da un par de pasos para acercarse a mí.

Su belleza es impresionante.

—Bahir… —susurra Burek como advertencia.

Su tez bronceada, sus ojos oscuros y su cabello castaño me llaman mucho la atención, pero mi mirada se va hacia su cuerpo, que tiene forma de reloj de arena.

Es muy sexy.

—Buenas noches… señorita…

—Oriola. Ese es mi nombre —susurra con acento italiano—. Es un placer conocerlo finalmente, ha estado mucho tiempo escondido, ¿no?

Entrecierro los ojos. Sabe quién soy… específicamente quién soy.

—¿No lo agobia estar alejado de todo? Debe ser aburrido, sin mencionar que debe extrañar estar dentro de una mujer… una de verdad.

—¿Acaso quieres ser tú esa mujer…? —inquiero.

Ríe.

—Nunca le abriría las piernas a un hombre como usted. Mis gustos son exquisitos —susurra.

Maldita.

Me meto las manos en los bolsillos y chasqueo la lengua cuando la escucho.

—Nunca digas nunca… —declaro con soberbia.

—Dile eso al FBI —susurra—. O a la Interpol.

—¿Quién eres? —inquiero.

—Oriola… Ya le dije mi nombre, pero no mi apellido, ¿verdad? Soy Oriola Piccoli.

Me tenso ante sus palabras y Burek inmediatamente se pone a mi lado. Le doy una orden para que baje el arma y en el rostro de ella aparece una inmensa sonrisa.

—Señorita Piccoli, mucho gusto —musito. La mujer carga su arma y da otro paso hacia mí, sosteniéndome la mirada y arriesgándose a que mi gente le dispare.

Es una mujer valiente, pero dudo que sepa de lo que soy capaz.

—Es una lástima no poder decir lo mismo, señor Kurek. Quería conversar con usted sobre negocios…

—¿Qué clase de negocios? —pregunto y sonríe con placer.

—Tengo un cargamento de drogas que le pertenece en mis galpones —dice con calma y Burek se tensa. Mi mente trabaja a mil—. Juguetes… ingenioso. Quisiera llegar a un acuerdo con usted, ya que su gente intentó pasar más de tres toneladas de drogas por mi territorio.

—Es mi cargamento. No tengo por qué mierda llegar a un acuerdo contigo —espeto con una calma fría.

—¿Seguro? Puedo llamar a mis amigos del FBI y decirles lo que tengo en mis manos. Si pasa por mi territorio, tienen que pagarme, así de fácil. Los negocios funcionan de esa manera. Lo espero en dos días en mi mansión para que hablemos.

—¿Quién coño te crees? —le gruño y el castaño que tiene a su lado le quita el seguro a su arma y me apunta, creyendo que puede intimidarme—. Hazlo… no saldrá nadie vivo de aquí, la primera muerta será ella —sentencio sin mirar al malnacido.

—Polaco de mierda —escupe el italiano, como si eso me afectara.

—No es la primera vez que me insultan y no será la última. Dile a tu perro que se calle, me molestan sus ladridos de cachorro.

—Donato —musita con sensualidad, haciendo a un lado su cabello. Su mandíbula y sus labios carnosos me dejan sin aliento—. Haz silencio, los mayores están hablando. Entonces, señor Kurek, ¿llamo al FBI o a la Interpol?

—No sabes con quién te estás metiendo —le advierto.

Sonríe y muestra todos sus dientes blancos.

—Sí lo sé. Estoy hablando con el maldito polaco, así que lo espero en mi casa.

Entonces se va hacia el club, contoneando sus caderas de un lado a otro.

Oriola Piccoli.

Me quedo inmóvil, muy pocas veces alguien me deja sin habla... muy pocas veces.

—Mierda —comenta Burek a mi lado.

Hice una promesa hace cinco años. Prometí no buscarla y dejarla vivir, pero ahora aparece frente a mí con unos aires que me indican que lo que menos quiere es la paz.

—Huele a venganza…

—Huele a que tendré que romper una maldita promesa —digo, saliendo con mis hombres.

Maldita sea.

—Necesito comunicarme con Estados Unidos —gruño, subiéndome a la camioneta.

Burek me contacta de inmediato mientras nos movilizamos hacia otro de los escondites porque no puedo volver al bosque. No pienso ir allí a menos que sea necesario.

Estoy agotado.

Llegamos a una casa en Saska Kepa, un complejo de villas rodeado con una gran seguridad. Es uno de los barrios más exclusivos de Varsovia, cerca del cual está el río Vístula, que nos puede servir para escapar en cualquier momento. Los árboles llenan el lugar, la calle está completamente vacía y el olor a pino flota en el ambiente.

Bajo de la camioneta, lanzando la puerta.

Pateo la primera mesa que me encuentro al entrar en la casa y solo pienso en una cosa… En esos pequeños ojos azules que me esperan en la distancia.

La ira se apodera de mí y Burek se me atraviesa.

—Los conductores cambiaron de ruta cuando vieron que la vía que debían tomar estaba en reparación. Tuvo que ser culpa de ella… siempre quiso hacerse con la mercancía —vocifera Burek.

Me siento y miro fijo un inmenso candelabro que cuelga del techo con vigas de madera. Acabé con toda su familia en el jardín de mi casa en Chicago. Solo me faltaron ella y su madre. ¡Y cinco años después aparece y se adueña de mi mercancía! ¡Joder! Quiere negociar con algo que me pertenece, que lleva mi maldito nombre.

—¿Dónde estuvo todo este puto tiempo? —grito y todo el personal se tensa—. Debí acabar con ella, dejarla muerta como su padre y su hermano.

No debí hacer esa maldita promesa.

—Puedo montar un equipo en este instante. —Sacudo la cabeza e intento sopesar una idea.

—No, veamos qué quiere y luego la mato —susurro—. Necesito entender qué tanto sabe.

—Nadie puede saberlo —comenta Burek a mi espalda.

El aire comienza a faltarme porque solo tengo un punto débil. Hace años me hubiese importado una mierda, pero ahora sé lo que es llenarse de pánico. Aunque tengo hombres cuidando sus pasos no me confío del todo. Hace años sentí un vacío en el pecho y no pienso volver a experimentarlo. Acabaré con el mundo que me rodea si con eso puedo evitarlo.

Nadie la toca. Nadie…

—Necesito mi teléfono —pido y Burek me lo pasa.

Reviso la hora y estoy seguro de que está despierta, como siempre, esperando mi llamada. Uso la aplicación de vídeo y solo escucho dos tonos antes de que la pantalla se ilumine con su hermoso rostro.

Ojciec!5 —exclama y sonrío.

Moja księżniczka6 —digo y veo cómo se tapa el rostro con las manos, llena de emoción.

Esto es justo lo que necesito en estos momentos.

A mi hija.

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—¿Los tienen? —pregunto, caminando hacia el jardín de mi casa.

—Sí, están todos…

Asiento y recibo el arma que me extiende Burek. Imagino que los italianos, con el tiempo, pensaron que olvidé lo que le hicieron a Amara…

¡Jamás!

No pude descuartizar al de la bazuca, pero nadie me impedirá divertirme con ellos.

Mi gente ha pasado todo el día torturándolos y ahora están colgados de unos árboles. A algunos ya se les han dislocado los hombros por el peso de sus cuerpos.

—Giuseppe, qué feliz me hace verte —susurro con sorna.

—Vete a la mierda, Bahir.

Sonrío al escucharlo.

—Nos iremos juntos… —comento, paseándome enfrente de ellos—. Pensaste que había olvidado que intentaste matar a mi mujer… pero la familia es sagrada, Giuseppe.

—La puta de tu mujer se puede ir a la mierda —exclama y en ese instante le disparo en la pierna. Su grito es desgarrador.

—¡No hables de ella! —Me acerco para ver cómo mana la sangre y meto el dedo en el orificio de la bala para que se retuerza.

—¡Suéltalo! —grita el hijo y me giro a verlo con una amplia sonrisa.

Saco el dedo de la herida y camino hacia él con el arma en mis manos.

—¿Quién dio la puta orden de matar a mi mujer? —inquiero y el hijo solo murmura palabras a lo loco—. ¿Vas a decirme o mato a tu papá?

Escupe sangre y me mira sin decir nada.

—Fui yo y lo sabes… —contesta Giuseppe y asiento—. Mátame a mí… deja a los demás.

Chasqueo la lengua y doy un paso hacia atrás.

—Yo sé que fuiste tú, pues tus hombres no se mueven sin una orden tuya. Pensé… realmente pensé que éramos hombres civilizados. Le di una semana a tu sobrino para conseguir el dinero que me debe, pero ha pasado más de un mes. Me siento traicionado, Giuseppe. Aparte de que me deben dinero, mandan a matar a mi mujer… ¿Tienes alguna maldita idea de lo que hubiese pasado con tu familia si lo hubieses logrado? Tú mujer… tus hijos, tus nietos… ¡todos morirían con mi navaja en el cuello! ¡Todos! —exclamo y saco el arma que he mencionado.

—Me pregunto si vas a matar a tu mujer por traicionarte —comenta casi sin fuerza. Se le cierran los ojos y doy la orden de que bajen al hijo de Giuseppe.

El hombre cae a mis pies.

—Ella te está traicionando… —murmura—. Con el soldado.

Me tenso.

—¿Así como tu mujer se acuesta con tu hermano? —espeto, molesto—. No te metas con ella… no lo nombres siquiera. Amara es sagrada… y más ahora.

Sujeto al hijo de Giuseppe por el cuello.

—Mátame a mí, déjalo quieto… tiene hijos. Déjalo irse —suplica y todos empiezan a gritar.

—¿Dónde está mi dinero? Y quiero dinero limpio… ¿Dónde está?

Asiente hacia su hijo…

—En la bodega del centro en la Pequeña Italia —dice, agitado—. Hay más de diez millones totalmente limpios.

—Eres un buen hijo, Pier. Lástima que te tocó un padre bruto que expone a su descendencia —le susurro en el oído al tiempo que le paso el filo por el cuello, provocando gritos desesperados de todos los italianos, principalmente de Giuseppe.

Dejo caer el cuerpo en el césped para que se desangre y camino hacia el italiano, que llora desconsolado.

—¿Voy por tu esposa? ¿Quieres? ¿O mejor por tu hija? ¿Dónde está la pequeña italiana?

—Ojalá te mate el soldado, ojalá se coja a tu mujer…

Rio con sorna.

—¡Mátenlos! —ordeno, alejándome del árbol y escuchando las súplicas y los gritos.

La ráfaga de disparos no tarda en llegar. Me ha salpicado sangre en el traje.

¡Mierda!