CAPÍTULO 5

VENGANZA

Oriola Piccoli

Entro al club con una amplia sonrisa, pues para atrapar a la presa siempre se deben preparar buenas trampas. ¿Y qué mejor que adueñarme de su mercancía?

Una mercancía que vale millones.

Donato me sujeta con fuerza del brazo y lo miro con desinterés. Duele, pero no lo demuestro porque solo busca imponerse.

—No vuelvas a ordenarme que me calle —me advierte.

Ladeo el rostro.

—Suéltame —le ordeno. Cruz, uno de mis guardaespaldas, se pone a la defensiva al escucharme. Donato lo observa de reojo y me suelta de mala gana, dejando la zona palpitando y con molestia—. La próxima vez que lo hagas te dejo sin huevos —sentencio—. Si te digo que te calles, te callas… No me desafíes. La jefa soy yo…

Entonces sigo con mi camino, recuperando la sonrisa. Es hora de disfrutar. No seré jamás la típica mujer que un hombre espera. La vida me volvió quien soy ahora o… bueno, en realidad todo fue culpa de Bahir Kurek. Acabó con casi toda mi familia en un abrir y cerrar de ojos. No hay pruebas que lo incriminen sobre la masacre de los Piccoli, pero yo sé que fue él.

Degolló a mi hermano…

Los ánimos se me van a la mierda cuando el recuerdo de sus cuerpos llega a mi mente.

Le doy un sorbo largo a mi copa de champagne y siento cómo el licor entra en mí. Es una lástima que no queme más.

Es lo que necesito.

Mi mirada viaja por el lugar, buscando a alguien con quien pasar el rato. Hombres me sobran, pero quiero otro tipo de diversión. Necesito despejar la mente, alejar el condenado pasado. Donato se entretiene con una de las camareras y veo que su mal humor se ha disipado. Sabe muy bien que debe respetarme, que existen límites y que sus arranques de superioridad debe metérselos por el culo. Le cabrea que una mujer sea su jefa… Lástima por él. Yo soy la nueva cabeza de los Piccoli y para eso me salvó, para tomar el mando, para hacerme cargo de lo que dejo mi papá.

Tuve que matar a mi primo, ese mismo que se creía dueño de los negocios que mi padre había levantado con años de trabajo. El maldito no quería regresarme lo que, por derecho, era mío, lo que llevaba mi nombre impreso desde hacía años. Le ofrecí un pequeño porcentaje y fui benevolente hasta cierto punto, pero cuando supe que me estaba robando, mi paciencia se fue a la mierda. Y como bien lo dijo mi madre: «es tuyo, no es de nadie más».

Una de mis balas se le incrustó en el cráneo, esparciendo pedazos y sangre por el suelo. Ese Piccoli solo era un maldito de quinta que se creía uno de los grandes.

La traición se paga caro y le cobré lo que me debía.

Las bandejas con mi producto llegan y pasan de mano en mano. La gente inhala el polvo blanco que les pone a volar la mente y les llena el cuerpo de adrenalina. Yo paso mientras sigo con mi trago.

Eso no es lo mío.

Lo produzco, lo contrabandeo y me hago millonaria, llenando las narices de otros con mi polvito mágico que los eleva hasta las estrellas.

No es el negocio que imaginarías para una mujer, por supuesto que no. Y, al verme, nadie imaginará jamás que estoy metida de lleno en eso, pero se sorprenderían de todo lo que soy capaz de hacer con tal de cobrar mi venganza.

Hace un par de minutos tuve frente a mí a alguien que me destruyó por dentro, que acabó con la dulzura que quedaba en mí, si es que tenía alguna para empezar. Sus ojos azules son impactantes, no tengo por qué negarlo. Siempre supe que era un hombre atractivo, pero demasiado para mi gusto. Tal vez me ayudaría si tuviera que vengarme de un hombre asqueroso físicamente, pero no es este el caso.

Bahir Kurek es atracción pura: rubio, tez pálida, ojos azules como el cielo, mandíbula dura y cuerpo marcado.

Me deleité varias noches viendo sus fotografías y escuchando las noticias de su persecución. Cuando el FBI emitió la orden y no lograron capturarlo… aquel fue un desaire que me llenó de furia.

Quería verlo esposado, encerrado en una de las celdas del país en el que nací. Alejado de todo y de todos. Porque ese hombre debe temerle a la soledad, estoy segura de ello. Yo lo hago. Las personas como nosotros negamos los miedos, los enterramos hondo, pero siguen allí, acechando. Sin embargo, él se salvó de las autoridades… más no de mí.

El efecto de la droga comienza a hacer efecto entre los que me rodean.

La camarera le hace una mamada a Donato frente a todos y no le importa una mierda que la vean. Los gerentes del club vienen a poner orden y, con un leve gesto de mi cabeza, mis guardaespaldas hacen lo suyo.

Observo la escena que se muestra frente a mí: Donato es grande, fiel y un obstinado de mierda que ha aligerado mi camino muchas veces. Su mirada oscura se eleva y sonríe mientras la mujer se atraganta con su dura polla.

Sonrío al verla.

—¿Te lo hace igual que yo? —inquiero con cinismo.

—Jamás. Nadie es como tú.

—Dile que te monte —musito en italiano. Entonces le habla en inglés a la mujer y ella le obedece.

La seguridad nos rodea para evitar que vean lo que sucede en mi zona.

Se sube la falda negra y hace a un lado sus bragas. Sonrío cuando veo cómo se monta sobre las piernas del hombre, quien se sujeta el falo grueso y venoso, esperando empotrarla.

La sujeta del cabello y la obliga a bajar de golpe.

Su grito queda ahogado por la fuerte música. Las luces y el ambiente del lugar acompañan la escena. Ella sube y baja con el ritmo que le impone Donato, que es duro, seco y cruel al momento de coger.

Mi mente llena de perversidad disfruta de lo que ve.

—Márcale la piel —digo, levantándome de mi asiento para rodear la pequeña mesa que se encuentra en nuestro apartado. Le da una nalgada antes de que yo llegue a donde están. Me excita mucho este espectáculo.

Observo a la mujer subir y bajar mientras gime y suplica. Donato la está rompiendo, puedo notarlo por sus embestidas. Extiende la mano y la tomo para acercarme a la espalda de la mujer, quien me mira de reojo.

—Nos gusta compartir —susurro y ella entonces busca mis labios. Es toda la invitación que necesito.

Se la está follando mientras yo le como la boca y busco la manera de sacarle las tetas. Paseo mis manos por su piel, erizándola, y le pellizco los pezones. Jadea, pegada a mis labios.

Donato me sujeta del cabello y hace lo mismo con ella para evitar que nos separemos. Sin embargo, en un momento la hala a ella para besarla. Me muerdo los labios, sentándome a un lado, y me inclino para chuparle y morderle una de las tetas. No me cohíbo en absoluto, necesito despejarme la mente y nada mejor que el sexo para eso.

Ella intenta tocarme y yo niego, sonriendo. A pesar de que estoy empapada, no quiero que nadie me toque hoy.

—Solo me toca quien yo quiera, cariño —susurro, lamiéndole un pezón—. Tú disfruta.

La rubia se pierde en las sensaciones y deja que el orgasmo se apodere de su cuerpo. Donato la baja de su regazo, jadeante y temblorosa, para masturbarse ante su rostro.

—Abre la boca —le digo y siento que se me eriza la piel. Se me hace agua la boca al saber lo que ella recibirá.

Ella obedece y se bebe la leche que le ofrece el hombre, quien se libera sin pudor alguno frente a todos en el maldito club. Luego me inclino hacia ella para compartir un beso que me permite saborear los fluidos que fluyen por su boca.

Cruz se acerca con afán y evita que le relama la polla aún erguida al italiano que yace a mi lado. Me incorporo y él me habla al oído.

—Lo seguimos, sabemos dónde está —susurra.

Mi rostro debe iluminarse porque todos voltean a verme.