CAPÍTULO 6

MI PEQUEÑA POLACA

Bahir Kurek

Respiro el aire frío de la ciudad. Estoy ansioso por lo que está a punto de suceder. Las horas que han pasado se me han hecho eternas, pero los necesito aquí…

Él es el único que puede ponerme al tanto de quién es Oriola Piccoli. Mi encierro me ha jugado sucio, me he perdido del entorno y me ha tocado trabajar en las sombras.

Toda mi gente guarda sus armas cuando escuchan los pasos que se acercan. Saben muy bien quién está por llegar y, cuando eso suceda, deben ocultar todo, pues aún no es el momento para que ella sepa lo que hago.

Su risa me eriza la piel y la alegría que me embarga es indescriptible. Cuando me mira sonrío y ella se suelta del agarre de Amara para correr hacia mí.

Ojciec! —grita en polaco, emocionada, y la abrazo, sintiendo el calor de su ser. Sus pequeñas manos me sujetan el rostro—. Bardzo za tobą tęskniłam7 —musita y me llena de orgullo.

Leah Kurek…

—Yo también te extrañé mucho, hija —le digo.

Ella vuelve a abrazarme con fuerza y se aferra a mí.

Amara y el soldado nos observan en la distancia, satisfechos al vernos juntos.

—Feliz cumpleaños atrasado. —Suelta una risita.

—No fuiste e intenté sacarle información a Luke —susurra con una sonrisa pícara.

—Así me lo dijo. La próxima vez amenázalo, recuerda que eres una Kurek y que todo lo que quieras lo tendrás a tus pies.

Asiente y un leve carraspeo nos hace girar a ambos.

—Bahir…

Su voz… Vaya, aún me causa ciertas sensaciones en el cuerpo, pero he aprendido a contenerme. Ella está en el pasado y ahora tiene una vida.

—Amara… gracias por traerla. Es bueno verte —digo con gentileza.

Ella sonríe y se abriga más para protegerse de la ventisca helada que nos rodea.

—¿Viste? Se ha hecho muy común el dar las gracias —dice mientras se acerca para saludarme—. El regalo le fascinó. ¿Verdad, Leah? ¿Qué se dice…?

Amara procura enseñarle buenas costumbres a nuestra hija, quiere que sea fuerte y educada. Eso me gusta.

Mi hermosa rubia asiente, emocionada.

—Gracias, papi, por mi regalo. Mi castillo de princesa es inmeeeenso —exclama, moviendo sus manitas por los aires.

Leah es increíble, muy inteligente y bellísima. Tiene tanto de su madre como de mí. Una mezcla perfecta.

—Todo para mi princesa… todo —sentencio. La bajo al suelo y entrelaza su mano con la mía. Solo somos ella y yo cuando estamos juntos.

Burek aparece con un enorme oso de peluche para ella, así que se suelta y corre a abrazarlo.

Todo para ella.

—Más regalos, claro. Como si la polaca no tuviera suficiente y se la pasara aburrida, cortando las corbatas de Slavik —comenta Amara para hacerme reír.

—Deben estar agotadas, así que Burek las guiará a una habitación para que descansen —digo y la madre de mi hija me observa con los ojos entrecerrados—. Necesito hablar a solas con el soldado. Por favor.

Asiente sin más. Lo sabe. Sabe que necesito información y lo respeta.

—Aunque no creo que Leah venga conmigo, eres consciente de eso, ¿verdad? —comenta—. Me alegra que estés bien. Iré a descansar… Siempre es bueno verte.

Suspiro, mirándola a los ojos. Su embarazo la hace verse muy bella. Su cabello oscuro le cae en ondas y su piel blanca como la nieve crea un maravilloso contraste con el color de sus ojos.

Se encamina hacia la casa, dejándome con el soldado, mientras Leah se niega a entrar. Cada que me ve no quiere separarse de mí, así que viene hacia donde nos encontramos y le muestra a Miller el oso que acabo de regalarle.

—Está bello, ¿verdad, papá? —le dice con una gran sonrisa.

Acostumbrarme a que le diga así no ha sido fácil, pero él es una parte fundamental de su crianza y se ha ganado ese título por estar para ella y, sobre todo, por cuidarla.

—Sí, mi vida. Tan bello como tú —le susurra con una sonrisa sincera.

Él ha sido fiel a su palabra. Ama a mi hija como si fuese suya y con eso se ha ganado mi respeto. A pesar del pasado, él y Amara le hablan a mi hija de mí y hemos tratado de llevar todo entre los tres, pues ellos la crían como si fuese hija del soldado aunque en realidad es una Kurek.

Leah viene a mis brazos con el oso.

—Necesito información —le digo al hombre.

—Dime.

—Oriola Piccoli —susurro.

El soldado eleva la mirada y tensa la mandíbula.

—Nadie sabe mejor que tú lo que pasó con esa familia —dice, desviando su mirada a la niña que juega en mi pierna—. Acabaste con todos menos con ella y la madre.

Leah está entretenida y canta una canción polaca que le he enseñado.

—Lo sé. Pero quiero saber en qué está metida.

—En lo mismo que tú —dice—. Es la dueña de la Pequeña Italia en Chicago. Lo poco que sé es que todos le están rindiendo cuentas a ella y que ha tomado el mando de todo lo que le pertenecía a los Piccoli, con eso puedes guiarte. ¿Por qué?

Le acaricio el cabello a Leah, me da años de vida tenerla cerca…

No puedo cambiar quién soy, pero para ella seré el mejor papá del mundo.

—Se apareció aquí y se adueñó de algo que no le pertenece… y encima quiere negociar —le confieso—. Y yo no lo pienso hacer.

Francis, la nana que se encarga de los cuidados de mi pequeña, aparece en la puerta, me saluda a la distancia y le muestra a Leah unos dulces.

—¡Ojciec, ya vengo! —exclama y la veo correr hacia la mujer.

Slavik suspira con fuerza.

—¿Qué vas a hacer? Si te metes en sus negocios, va a arremeter contra ti. Y solo me preocupa una persona aquí —me dice, mirándome.

Cree que ella no me importa y está muy equivocado.

—¡Son mis negocios! ¿Acaso crees que no me importa mi propia hija? Es mi vida y lo sabes… Me muero cuando pasan meses sin verla y aun así me mantengo al margen por su seguridad, porque no quiero que mi vida la dañe… pero este soy yo. En algún punto Leah sabrá a qué me dedico y podrá tomar sus propias decisiones. El mundo sabrá que es mía e intocable… si así lo desea.

El soldado da un paso hacia mí, amenazante.

—Eres un maldito —espeta—. Me quitaste a Amara por meses y lo toleré, pero ahora pretendes poner en riesgo todo por unos malditos negocios.

—Siempre lo he sido y no dejaré de serlo. Le asignaré más seguridad a Leah —dictamino—. Nadie sabe que es mía, soldado, y decirlo me deja con un mal sabor de boca.

Odio que no pueda llevar mi apellido, odio no poder vociferar que es mía, que la mitad de su sangre es Kurek, que es tan polaca como yo, pero… todo es por su bien, para que nadie la señale ni la dañe. Lo único que me importa es que ella sabe que la quiero, sabe cuál es su verdadero apellido.

Sabe que es una Kurek y que su verdadero papá soy yo. Su cabello se mueve al ritmo del viento mientras viene corriendo, llena de emoción, hasta donde nos encontramos.

Ojciec! ¿Podemos ir a cazar ciervos? ¿Podemos? —pegunta, juntando las manos.

Me rio al escucharla.

—Vamos… —digo, elevándola por los cielos.

—Papá, ¿vienes?

El soldado asiente.

—Pero debes pedirle permiso primero a la capitana del barco. —Ella aplaude y corre a buscar a su madre.

Me quedo embelesado y pienso que nunca me imaginé que una pequeña polaca fuera capaz de desarmarme así.

—¡Bahir! —La voz agitada de mi mano derecha me llama la atención y me detengo cuando veo su semblante sombrío.

—¿Qué? —le pregunto a Burek, que se acerca con el teléfono pegado al oído.

—Tenemos que movernos de aquí. ¡Ahora! —espeta, colgando.

Solo pienso en alguien. Solo pienso en ella…

Corro hacia la casa seguido muy de cerca por el soldado. Esto ha pasado más de una vez. Tomo el oso que yace en el suelo y grito su nombre, haciendo que corra por el pasillo hasta donde me encuentro.

Francis me pasa su abrigo, se lo pongo y le sonrío, intentando no demostrar el terror que se me instala en el estómago.

—¿Vamos al bosque?

Asiente con una amplia sonrisa. El soldado aparece con Amara, a quien noto preocupada aunque intenta disimularlo.

—¡Vamos al bosque!