— ¿Mamá? —la llamo cuando llego al apartamento que se supone que debería mantenerla a salvo.
La seguridad entra y resguarda el lugar para que yo pueda pasar y buscarla. Me irrito y voy directo hacia su habitación, en donde la encuentro dormida.
Me relajo al verla y respiro nuevamente.
Se remueve en la cama y abre los ojos, confundida.
—¿Qué coño hacen en mi habitación? —pregunta—. ¡Fuera! ¡Fuera! —grita y todos salen.
Yo me quedo observándola y dejo mi arma en una de las repisas.
—Se llevó el camión —digo y saco un cigarrillo de su cajetilla—. Y me envió una fotografía tuya…
El resoplido de mi madre me hace saber lo que está pensando.
—Y dices que soy yo la impulsiva... —susurra—. Llevas años esperando esto y vas a arruinarlo todo. Te costó demasiado recuperar lo que nos pertenecía, así que ahora no mandes todo a la mierda.
Se levanta para servirse un trago de whisky y me observa.
—Usa todo lo que tienes, Oriola. Todo —recalca—. Las mujeres tenemos más poder que los hombres, poseemos armas que podemos usar en su contra: inteligencia, seducción, astucia, malicia y una vagina entre las piernas, la cual puede llevarnos a la destrucción o puede enaltecernos hacia la gloria.
Posa sus ojos oscuros en mí y noto que el cabello rojizo le cae en ondas hasta los hombros. El glamour de mujer italiana no la abandona en ningún momento.
—Sé lo que tengo que hacer. El avión estará listo en dos horas, tienes que irte.
No discute, no me cuestiona… sabe por qué lo hago.
—Estaba con Slavik Miller… con el esposo de su ex —digo—. Eso es muy raro.
—Demasiado. Él estaba en el equipo del FBI que buscaba capturarlo —musita, tomando su abrigo—. ¿Qué hace el yerno del exgobernador de Chicago con un delincuente?
—Algo está pasando, pero ya puse a varios hombres a trabajar en ello.
—Deberían odiarse. Se supone que ella se casó con Bahir estando enamorada del soldado. Incluso tu padre me comentó que ella engañó al polaco con Miller mientras era su esposa… y él lo sabía.
Sopeso las palabras de mi madre.
Deberían. Allí hay algo que me puede beneficiar.
—¿Qué crees que sea? —inquiere, tomándose de golpe el trago.
—Un secreto… creo que algo ocultan.
—¿Qué podrían ocultar ellos?
La puerta se abre y Donato entra, dejando caer una carpeta sobre la cama de mi madre. Ambas fruncimos el ceño.
—Slavik Miller llegó hace días a Varsovia en compañía de su mujer y de una niña llamada Leah Miller McCartney.
Camino hacia la cama, donde está la fotografía de la pequeña en un hangar privado. Sus ojos intensos me llaman la atención. Aunque la imagen no es de buena calidad, noto que son azules y que tiene destellos rubios en el pelo castaño.
Unos hombres de Kurek la custodian y van detrás de ella como si fuese la reina y señora.
—¿Por qué trajeron a su hija? —pregunta mi madre, quitándome la fotografía para examinarla.
Algo en todo esto me tiene con miles de pensamientos.
Leah…
Leah…
Leah Kurek…
—¿Leah? —susurro y Donato asiente—. Así se llamaba la madre de Bahir, ¿cierto?
La mía asiente y yo trago grueso, recuperando la fotografía.
Tiene un maldito punto débil…
—Es hija del soldado, Oriola —musita mi madre a mi espalda—. ¿Crees que si fuese hija de Kurek llevaría el apellido Miller?
Su pregunta me hace dudar, pero mi instinto me dice que ahí hay algo…
—Donato… quiero el certificado de nacimiento de esta niña y quiero saber si Amara McCartney estaba embarazada cuando sucedió la redada del FBI. —El italiano sale sin decir nada.
Mi madre se acerca y me observa.
—Si es hija del soldado, ni la toques… ¿Okey? No involucres niños, Oriola. No somos así.
Le sonrío.
—Tú no eres así, yo sí… —susurro, mirando de nuevo la fotografía.
Cargo el arma mientras mis hombres me esperan a las afueras del castillo.
Mi madre se fue a Italia y ahora puedo estar sin preocupaciones en esta ciudad de mierda. Todo me recuerda a él y eso hace que me hierva la sangre. Estoy de mal humor.
El maldito polaco tuvo la osadía de dejarme con las piernas abiertas y empapada.
Cabrón de mierda.
—¿A dónde iremos? —inquiere Donato detrás de mí.
—Quiero ir a uno de los burdeles, necesito distraerme —susurro.
—Eso puedo hacerlo yo.
Lo miro.
—Si quisiera que me follaras, ya lo estarías haciendo. —Le sonrío con ironía—. No es lo que quiero. Vamos.
No pegué un ojo en toda la maldita noche y este día no ha parado de ser jodido con todo el desastre que dejó el polaco en un terreno que le pertenece a mi familia.
Dejó decenas de cadáveres que ahora serán producto de una investigación, y como el maldito tiene al Gobierno a su favor, no pondrán sus ojos en él. Su escondite aún sigue siendo un misterio y se mantiene alejado para que los duros de su país sigan dándole eso que necesita. Protección.
—Deberías llamar a Leonardo y contarle todo lo que ha pasado, incluyendo lo de los Miller.
—Cuando quiera un consejo te lo haré saber. Mientras tanto quédate en silencio, estoy pensando —murmuro manteniendo mi vista al frente.
Todo el día he estado intentando borrar la imagen de la niña de mi mente. Es demasiada casualidad.
Demasiada.
¿Por qué coño Amara McCartney le pondría Leah a su hija?
Los términos del divorcio fueron públicos y ella declaró ante el FBI que quería que lo atraparan. Fue ella quien entregó los libros, quien expuso al polaco ante el mundo como un mafioso. Y él, como venganza, la obligó a ser su esposa.
Fue ella la que lo delató. ¿Por qué querrías a alguien así a tu lado? ¿Por qué la perdonarías?
—Estás insoportable —gruñe Donato a mi lado.
Lo sé, desde que él me dejó con ganas no me soporto.
—Ni se te ocurra llamar al FBI para mencionar algo de lo que está sucediendo, no los necesito.
—Hicimos un trato —recalca.
—¡Hiciste! Yo no… Yo no me vendo a esos malditos. No quiero a Leonardo cerca de mí ni de mis planes. Seré yo la que acabé con Bahir Kurek. Seré yo quien lo vea derrotado, nadie más. Es mi derecho tener esa satisfacción.
El silencio se hace en la camioneta, puedo sentir la tensión y furia contenida, pero no responde y se mantiene al margen.
—Iré a dar una vuelta en el otro burdel —dice Donato, ayudándome a bajarme.
No soy dueña de mucho en Varsovia, pues es una ciudad que no me pertenece. Pero la ausencia de Kurek en los negocios me permitió hacerme con algo aquí: un par de burdeles que merecen la pena. Aún es de día y la ciudad se mueve mucho. Está llena de grandes edificaciones, autos de lujo y dinero. Me cierro el abrigo de piel y camino hacia el local.
Me reciben varias mujeres que se pavonean desnudas, sirviendo tragos. La música está alta y crea el ambiente que necesito para que los viejos ricachones suelten su dinero sin pudor. Mis mujeres son las mejores… Bailan, follan y matan.
Tenemos varias tarimas en donde las chicas se muestran junto a mesas púrpura y muebles a juego que les permiten a los clientes disfrutar del licor y de una mujer al mismo tiempo. Una barra en el centro y unos candelabros dorados en el techo complementan el lugar.
—¿Cómo va el día? —le pregunto a Sasha, la encargada del lugar.
—Excelente. Tenemos a un par de viejos soltando fajos a diestra y siniestra. Y por allá tenemos a Bahir Kurek recibiendo una mamada de Scarlett.
Me giro a verla.
—El gran polaco está aquí —recalca.
Maldito, no le teme a nada.