Sus manos se cierran alrededor de mi verga dura y me mira con malicia.
—¿La quieres? —inquiero, obnubilado.
—La quiero cogiéndome —musita—. La quiero… dentro de mí. Hasta el fondo…
Su lengua recorre mi extensión, probándome como si fuera lo más exquisito del mundo.
Jadeo con fuerza y me aferro al mueble. El corazón me late sin control y mi mente empieza a desconectarse del entorno.
Separa los labios para tomar mi polla y se la lleva hasta el fondo de la garganta. Se le enrojece el rostro y veo cómo se atraganta y lo disfruta. No da arcadas y soporta lo que más puede.
—¿Te gusta? —pregunto con la respiración agitada.
Aprieta los labios y va subiendo, erizándome la piel. Saca la punta de la lengua para pasarla por mi glande.
—Sí. Siempre he querido que una polla polaca me dé durísimo —confiesa—. ¿Quieres un coño italiano? ¿Te apetece?
—Quiero el coño de Oriola —sentencio, acariciándole el rostro.
Vuelve a chuparme, jugando con la lengua, haciéndome gemir fuerte. Es experta y maravillosa. Sabe cómo utilizar sus labios y su lengua. Es la mejor mamada que me han dado, ¿para qué mierda voy a negarlo?
¡Joder!
—Eres una maldita… —jadeo, apoyándome en el asiento mientras ella se come mi verga.
¡Maldición!
Lo que dijo es cierto, me está enseñando lo que es una mamada de verdad. La tomo del cabello y la aparto. Tiene los labios hinchados y rojos, pero se los muerde, extasiada. Tomo mi polla y, con morbo, la paseo por sus labios y mejillas.
La perversión que se refleja en su rostro me acelera todo en el cuerpo. La subo sobre mi regazo y ella abre las piernas para encajar con mi cuerpo. Oriola me rodea el cuello con las manos y yo le rompo el vestido, dejando al descubierto esos enormes pechos que me hacen agua la boca.
Ella se los agarra, dejando caer el cabello hacia atrás y ofreciéndomelos.
—Me gustan las tetas grandes —gruño.
—Pues aquí las tienes. —Sujeto una con fuerza y le mordisqueo la otra. Ella se mueve sobre mi polla… rozando su sexo sin pudor.
Piel con piel, empapándome de su humedad. De repente me agarra la barbilla y las uñas hacen que me arda la piel.
—Quiero matarte —dice con la mirada llameando de deseo.
—No te lo pondré tan fácil —le advierto, lamiéndole uno de los pezones—. ¿Crees que me dejaré matar por ti?
—Te estás dejando coger…
—¿Cómo negarme a tu cuerpo? —inquiero y me levanto, sujetándole las nalgas—. Sabes lo que tienes y lo que provocas —le digo muy cerca de sus labios. Deja caer el cabello a un lado y le hundo los dedos en la piel, queriendo marcarla. Es lo que deseo.
La dejo en uno de los muebles, abre las piernas y me inclino hacia ella, pasando los dedos por sus labios empapados de fluidos y excitación. Cierra los ojos y jadea. Me estremezco. Joder, me enciende demasiado.
Se abre más y le meto dos dedos en su exquisita estrechez. Entro y salgo de ella, sintiendo su aliento en mi cuello, el cual me besa y muerde.
Grito de dolor y placer.
Me tira del cabello con fuerza.
—¡Yo soy una mujer de verdad! Siénteme.
La volteo con brusquedad y sus inmensas nalgas quedan ante mis ojos. La marca que le dejé en la piel me hace sonreír. Eso grita que es mía.
—Ábrete para el polaco, Oriola.
Separa más las piernas y se mete una mano en el sexo, demostrándome lo excitada que se encuentra. Paseo mi polla por su vagina, tentándola, incitándola, desesperándola.
Estoy agitado y deseoso.
Le subo más el vestido para que se le enrolle en la cintura y me doy el gusto de estamparle la mano en sus nalgas. Quiero hundirme en ella.
Me palpita la verga y los huevos me duelen. Ya no puedo aguantar más. La penetro más fuerte y nuestros gemidos resuenan. Se me eriza todo el vello ante lo maravilloso que se siente estar dentro de ella.
Esta vez no pienso irme, esta vez voy a follármela hasta el maldito cansancio.
Cierro los ojos y entonces mi cuerpo reacciona de una manera que no esperaba y que jamás había experimentado. Es como si fuese una droga que enciende cada uno de mis sentidos y los intensifica.
Oriola grita, aferrada al mueble.
—¡Oh, mierda! —jadea. La sujeto del cabello y de las caderas.
Joder…
Entro y salgo de ella duro, sus nalgas chocan contra mis caderas y la obligo a tener la cabeza inclinada hacia atrás.
—Muévete… demuéstrame que eres una puta.
—Soy la mejor de todas —espeta, haciendo giros con las caderas. La habilidad que tiene en ellas es alucinante.
Me tiembla el cuerpo con esos movimientos sensuales.
—Voy a acabar contigo —me asegura entre jadeos y gemidos.
Se lleva las manos a las nalgas y las separa para que pueda ver cómo entro y salgo de ella con brío. Follar con esta mujer es una delicia. Me retiro, dejando que sus fluidos caigan al mueble, y ella se incorpora y me observa, agitada.
—Mira cómo me dejaste… —Se abre de piernas y se toca el sexo con los dedos. Yo me siento en uno de los muebles y me masajeo la erección ante sus ojos.
—Ven… Móntame —exijo.
Se levanta con sensualidad, se sube a horcajadas sobre mí, sujeta mi polla y se la mete hasta el fondo. Me palpita fuerte el corazón cuando me siento dentro de su cuerpo.
Me sonríe con lascivia.
Le acaricio la espalda y ella me abre la camisa, sonriendo al ver mi pecho. Entonces me rasguña.
—Voy a marcarte tanto… que no te vas a olvidar jamás de mí. Solo la muerte logrará eso.
Empieza a moverse, haciendo círculos con las caderas. Sube y baja mientras me como sus tetas, le muerdo la piel y le torturo el clítoris con el pulgar.
Sus jadeos me lo dicen todo… Le gusta, le encanta y lo disfruta.
—Oh, carajo —suelta y pega su frente a la mía. Le sujeto el cuello y hago presión—. Bahir… Maldición.
Tiembla y se estremece entre mis brazos.
—¿Te gusta una verga polaca?
—Me encanta tu verga polaca…
Se me hace agua la boca al ver sus labios tan cerca de los míos, así que se los lamo y ella me da un beso desesperado. La desgraciada hace todo lo que me gusta y como me gusta.
Besa como un maldito demonio y nos mordemos.
—La mejor de las putas —afirmo.
—El peor de los malditos —jadea.
Se me tensan las bolas y ella cierra los ojos, estremeciéndose.
—Oriola…
Existen orgasmos que te desconectan del mundo. Un buen sexo hace eso y una buena conexión provoca lo mismo que está por suceder. Se convulsiona, jadeando y gritando mi nombre con fuerza. Sus tetas se posan en mi rostro y gruño, hundiendo mis manos en sus caderas y liberándome dentro de ella.
Pierdo la visión por unos segundos y me quedo sin aire. Oriola se recuesta en mi pecho, temblando y respirando con dificultad.
Luego toma aire y se levanta de mi regazo con las piernas temblorosas. Abro los ojos para detallarla y noto que mi semen le recorre la parte interna de los muslos.
Me sonríe maliciosamente.
—¿Cómo está Leah? —pregunta y me tenso de nuevo.
Mi rostro debe de decir mucho, pues pasé del calor al frío en una milésima de segundo.
—Leah Miller McCartney… ¿Esos son sus apellidos?
¿Cómo? Maldita…
Me acomodo la ropa y me levanto, haciendo que ella dé un paso hacia atrás.
—¿De qué mierda hablas? —inquiero con un tono demandante.
—Lo sabes muy bien… —susurra y me mira de frente—. Leah Kurek McCartney.
Mi mano se va instintivamente a su cuello y la pego a la pared, golpeándola con fuerza. Ella solo se queja, pero sonríe.
—Sabía que tenías un punto débil…
—Cuidado con la mierda que haces —sentencio—. Cuidado, Oriola.
La suelto e intento calmarme mientras ella busca aire. Me estoy poniendo en evidencia.
¡Maldita sea!
—Esa niña no es mía y no metas en esto a terceros…
—¿Seguro que no es tuya? Tiene tus ojos… tu mirada, tu porte…
—Hasta pronto, Oriola —digo y tomo mi abrigo.
—Escóndela muy bien, Bahir…