Mi cuerpo aún sufre las secuelas del intenso orgasmo que tuve entre sus brazos y la manera en la que me hizo sentir aún palpita en mi ser. El maldito coge como un demonio.
Una de mis trabajadoras me pasa un albornoz rojo para cubrirme y lo recibo, manteniendo la mirada al frente.
Es su hija. Lo sabía.
La manera en la que perdió los estribos lo dejó al descubierto. Lo tomé por sorpresa y esas son las consecuencias. Jamás se imaginó que yo me enteraría de su secreto.
La seguridad llega y ve el desastre que quedó luego de su partida. Donato me busca, pero le doy la espalda y camino hacia mi oficina. Intento mantener un paso firme, pero aún sigo temblorosa por el sexo…
Fue intenso. Demasiado. La química fluía como sangre… y jamás me había sentido como lo hice cuando me besó.
Alejo esos pensamientos y me enfoco en quien entra detrás de mí.
—¿Por qué estás desnuda?
—Porque tuve sexo… —susurro—. Sírveme un whisky. ¿Qué pasó con lo que te envié a investigar?
Se le desencaja el rostro.
—¿Por qué todo afuera es un caos, están recogiendo botellas y copas y las empleadas están histéricas, Oriola?
Pongo los ojos en blanco al escucharlo.
—Me hierve la sangre cada vez que me respondes con una pregunta. ¿Lo sabías?
Se acerca a mí, amenazante.
—Me estoy partiendo el culo por ti —me espeta muy cerca del rostro y elevo una ceja. Me impresiona su altivez.
—¿Partiéndote el culo? ¿Por mí? —Me levanto y da un paso hacia atrás—. ¿Qué coño hiciste tú por mí aparte de quitarme la virginidad? ¿Qué?
—¡Entrenarte!
—¿Entrenarme? Me dabas unas golpizas de mierda, me dejabas sangrando en el maldito piso y luego me follabas hasta que te quedabas sin aliento para dejarme nuevamente en el suelo frío —replico con un tono duro, recordando lo que viví durante estos años a su lado.
Tomo la botella de whisky por el cuello y la parto, haciendo que el líquido caiga al suelo con el resto de los vidrios. Entonces llevo la parte filosa a su cuello.
—Eres una escoria de mierda, Donato. ¡No te tengo miedo! Tócame un cabello, solo uno, y saldrás de aquí con tantos huecos que será imposible reconocerte.
Le hundo la botella en la piel y me mantiene la mirada mientras unas gotas de sangre se le escurren.
—El FBI está aquí… en Varsovia. En tanto tú te cogías al maldito polaco, ellos daban con su ubicación en el bosque.
Le doy una cachetada fuerte.
—¡Eres un maldito!
—Me dieron lo que pediste…
Saca de su abrigo un sobre.
—Es su hija… Amara Miller estaba embarazada cuando sucedió el intento de captura.
Abro el sobre y veo el certificado de nacimiento con el nombre completo y toda la información.
—Existen dos certificados, Oriola. Uno con el apellido Miller y el otro con el Kurek. El verdadero es ese… el que tienes en tus manos.
Vuelvo a meter el documento en el sobre.
—¿Qué hiciste? —Lo enfrento—. Esto te lo dieron a cambio de algo.
—Les di unas coordenadas.
—¿Cuáles? —gruño.
—Cruz siguió a Burek hace días, están en el bosque, aunque el punto exacto no lo sabemos. Fue un solo hombre y prometió enviar su ubicación.
—¿Para quién coño trabajas tú? —grito, llena de furia. Esa ubicación debía tenerla yo.
Le paso el filo de la botella por la mejilla, abriendo la cicatriz que ya tenía allí. Al final dejo caer la botella al suelo y él se toca la herida, molesto.
—Tu lealtad debe ser hacia mí.
—Hueles a él… —replica con rabia—. Mi lealtad volverá a ti cuando te quites su maldito olor de encima.
Sale de mi oficina, azotando la puerta.
Me acerco rápidamente a mi escritorio, busco uno de los teléfonos y llamo a Cruz…
—¡Ven a mi jodida oficina! —exclamo y lanzo el aparato.
¡Mierda!
Él va a pensar que fui yo… Debo estar preparada. La puerta se abre y Cruz aparece.
—¿Pasa algo, señora?
—¿Qué información le diste a Donato? —pregunto y veo que se tensa.
Titubea un poco, pero al final habla.
—Me envió hace días a seguir a Burek y lo hice… No fue fácil porque cambia de ruta y de auto todos los días. Sin embargo, hace un tiempo pude rastrearlo hasta la entrada del bosque en las afueras de Varsovia. Después de un par de kilómetros, debido a la nieve y la oscuridad, lo perdí de vista, pero igual logré localizar la entrada. ¿Pasó algo?
—Pasa… que esa información debía tenerla yo.
—Lo siento, señora. No lo sabía.
—Necesito comunicarme con el polaco —musito—. Te prohíbo contarle esto a Donato. No le digas nada… Y todo lo que él te ordene hacer, lo hablas conmigo primero. ¡Es una orden, Cruz!
—Así será. Deme unos minutos…
Entonces sale con prisa. Si el FBI localiza a Bahir Kurek todo se irá a la mierda y lo primero que pensará es que yo revelé las coordenadas. Me apoyo en el escritorio y miro al techo, recordando el tacto de sus manos sobre mi cuerpo, sus gemidos, sus besos…
¡Piensa, Oriola!
Concéntrate.
Es tu enemigo.
Solo eso.
La puerta se abre y aparece Cruz, extendiéndome un teléfono.
—Burek… —musita.
Lo tomo con rapidez y me lo llevo al oído.
—Ponme a tu jefe.
—No.
La llamada se cuelga y maldigo con todas mis fuerzas. Vuelvo a marcar tantas veces como me es posible, pero ya no contestan. Incluso el maldito aparato ya no recibe señal. Tomo el certificado y lo guardo en la caja de seguridad de la cual solo yo tengo la clave.
—Vamos al castillo. Y busca otra maldita manera de comunicarme con él.
Recojo mis cosas y salgo con Cruz. Lo escucho en todo el camino hablando con el personal de comunicaciones. No es fácil contactar a alguien que no desea ser encontrado por nada del mundo. Al final, no encuentras al polaco porque quieres, lo encuentras porque él lo desea.
Cuando llegamos al castillo noto que han reforzado la seguridad y que hay más hombres.
Sigo hacia mi inmensa habitación, en donde todo permanece en orden y arreglado como siempre, y le marco a mi madre.
—Oriola…
—El maldito de Donato me traicionó —revelo.
—Mátalo. No lo pienses mucho… Se cree dueño de nuestra organización. Recuerda quién eres.
Suspiro.
—Es su hija —susurro.
—Oriola —me advierte con un tono duro—. Esa no es la venganza que quiero y sé que tampoco es la que deseas.
—Me gustaría verlo suplicándome. Eso es lo que deseo… Pero ahora vendrá por mí por una orden que yo no di, así que debo estar lista. Sigue el protocolo.
Cuelgo y la dejo con la palabra en la boca.
Me quedo mirando mi reflejo en el espejo que decora la habitación. Tengo la piel marcada por sus caricias y quiero ver más, entonces me deshago del albornoz.
Todo en mí grita Bahir Kurek.
La puerta de mi habitación se abre abruptamente.
—¡Señora! Lo tengo…
Recibo el teléfono de Cruz y cierro la puerta.
—Te metiste con quien no debiste —sisea y siento la tensión que me recorre. Un bajón de energía me ancla al suelo—. La marcaron… Ella no se toca, no se mira. Está fuera de todos los límites.
—No fui yo… mi guerra es contigo —respondo.
—Prepárate, Oriola, porque estás por conocer al maldito polaco, así como lo hicieron tu padre y tu hermano.
El tono de la línea me hace lanzar el teléfono y hacerlo añicos.
La guerra está por comenzar.
La puerta se abre nuevamente y Donato entra corriendo. De repente se me tira encima y caemos al suelo. Me golpeo en la cabeza, pero luego escucho una explosión que lo hace vibrar todo. Un estruendo sacude las paredes y la ola de expansión es tal que pedazos de piedra caen al piso y el polvo nos cubre sin piedad.
Los vidrios saltan y caen como lluvia sobre ambos.
Mis oídos.
Mi cabeza.
Me arde la piel y algo caliente me recorre la espalda. El aturdimiento me llena de confusión y solo siento las manos de Donato en mi rostro. Intenta ver si estoy bien.
—Oriola… —susurra cuando observa mi espalda—. ¡Mierda! ¡Cruz! ¡Gian! —Me mira de nuevo—. Oriola, mírame…
No logro enfocar los ojos, me siento ida.
La guerra empezó.