CAPÍTULO 17

LA GUERRA

Bahir Kurek

Lanzo el teléfono al suelo y lo piso. Doy la orden para que las explosiones se lleven a cabo. He sido tolerante por el bienestar de mi hija, pero todo se fue a la mierda cuando posaron sus sucias manos en ella.

Ver la marca que le dejó ese maldito infeliz a mi hija en el brazo desató una intensa ira en mí. No escucho a nadie, solo me enfoco en lo que quiero, que es ver a Oriola Piccoli de rodillas y bañada en sangre.

Sus jodidos aires de grandeza no podrán con mis años de experiencia.

El FBI y ella verán arder el mundo, pues por mi hija mato a quien sea. No me importa nada. Si antes no cambié, ahora menos.

Puedo ver toda la ciudad desde donde nos encontramos, el cielo se ilumina con las explosiones de sus burdeles. Voy a destruir sus negocios, voy a robarle las rutas y voy a dejarla sin nada.

—Logré advertirle a Scarlett —dice Burek a mi espalda.

Me llevo el trago a los labios.

—El avión también está listo… es hora de despedirse, señor. —Aprieto el vaso ante sus palabras.

Siento una fuerte presión en el pecho porque sé lo que mi despedida ocasionará en la polaca y los estragos que dejará en mí.

Me encuentro con el rostro impasible y duro de Burek. Está lleno de cólera e ira, pues tocaron a quien no debían. Dejo el vaso en el comedor y respiro hondo para lograr calmar lo que siento. Pasé por mucho para olvidar y dejar ir a Amara, reprimí hasta los sentimientos más profundos que ella había creado en mí, pero eso con Leah es imposible… Es mi hija, es parte de mí y somos tan unidos que una parte de mi vida me abandona cuando ella se aleja. Me vuelvo más oscuro y sombrío.

Abro la puerta de la habitación en la que está ella con Francis, Slavik y Amara.

Todos me miran y noto que la pequeña tiene las mejillas rojas porque está llorando.

Mierda…

Corre hasta donde me encuentro y se aferra a mi pierna. Me arrodillo y le acuno el rostro. Esto duele, quema… y mata.

Kocham cię26 —susurro—. Iré por ti pronto… Sabes que no fallo a mis promesas. Lo que está a punto de pasar quizás no lo entiendas ahora, pero más adelante lo harás —digo mientras me mira a los ojos.

—No quiero estar meses sin verte —solloza—. Me quiero quedar contigo… yo puedo cuidarte.

—No pasarán meses. ¡Lo juro! —afirmo—. Visita a tu tía en Londres y luego iré por ti.

Le seco las lágrimas y me abraza por el cuello.

—Cuidaré de ti, siempre lo haré. Necesito hacer tu camino más fácil. Recuerda: eres valiente, inteligente, fuerte y…

—Soy Leah Kurek, la hija de Bahir Kurek. Todos se arrodillarán ante mí —complementa.

Sonrío al escucharla.

Amara se acerca para pasarme el abrigo y sus guantes y la ayudo a cubrirse. Me gusta atenderla.

Resopla, me acaricia la mejilla y me pasa las manos por la barba.

—Ve por mí —pide.

—Lo haré.

Contengo las inmensas ganas que tengo de derrumbarme y me mantengo firme ante ella.

La tomo de la mano y salimos de la habitación en dirección al elevador.

—Te tengo un regalo —anuncio.

Los ojos se le iluminan y espera con ansias a que Burek aparezca. Lo que trae en sus manos resalta por al lazo rojo que lleva en el cuello. La pequeña chilla, emocionada, y aplaude, corriendo para arrebatárselo de las manos a mi hombre de más confianza.

—Es lindo, papi —grita y abraza al perrito que le lame el rostro.

—Es un perro de caza polaco, Miller te ayudará a entrenarlo… ¿Qué nombre quieres ponerle?

Se queda pensativa y lo observa.

—Polski.

—Perfecto. Él cuidará de ti mientras no estoy cerca.

Amara da unos pasos.

—Cuídate. Te necesitamos vivo —afirma—. ¡Londres! Ya lo sabes… —me advierte y enfatiza en el punto de encuentro que acordamos hace un par de horas.

—¡Londres!

Me despido de ella y el soldado se acerca.

—Te enviaré cualquier información que obtenga o cualquier punto débil que le descubra tanto a Leonardo como a la Piccoli. —Le estrecho la mano.

Confío en él.

—Tú solo dame en bandeja de plata a Leonardo… de la Piccoli me encargo yo.

—Lo haré.

Guío a Leah hasta al elevador mientras juega con el cachorro.

—Haz que todos se arrodillen, papi —dice y le despeino el cabello.

—Lo harán, créeme que lo harán. Nos vemos en unas semanas.

La lleno de besos y ella se ríe. Dejar ir a mi hija siempre será una de las cosas más difíciles que haga. Al final se suben al ascensor y me falta el aire cuando veo que la rodea toda la seguridad que la cuidará a partir de ahora.

Kocham cię!27 —grita antes de que las puertas se cierren.

Le doy un golpe a las puertas y gruño de frustración. El aire me quema… quiero acabar con el maldito mundo.

—El castillo está en llamas —informa Burek—. Ella estaba allí.

Me yergo.

—Vamos por ella —sentencio y tomo mi abrigo.

La única forma que tenía para sacar a Leah sin problemas fuera del país era atacando a la gente de Oriola y a ella misma.

Tomarlos desprevenidos haría que no enfocaran su atención en mi punto débil. En este momento se encuentran frágiles, así que es hora de darles un gran golpe.

Salimos del edificio que me pertenece y emprendemos el camino hacia el sitio que seguramente usarán para resguardarla. Gracias a Scarlett se cuál es. La ciudad es un caos debido a las exploraciones, y los bomberos y la policía se dirigen hacia los puntos de incendio. Toda Varsovia está por fuera, pero tengo la vía despejada.

Llegamos al lugar y mis hombres se adueñan del espacio. Me siento en la sala con mi arma y mi navaja en las manos, listo para esperar por ella.

Burek trae a rastras al doctor que iba a atenderla.

—Arrodíllese… —ordeno—. ¿Qué tiene? —le pregunto al tipo, que tiembla al verme.

—Un vidrio en la espalda, está sangrando y perdió el conocimiento.

Asiento.

—Okey.

Se llevan las camionetas y mis hombres se ocultan para resguardarme a la distancia.

—Ya vienen cerca —anuncia Burek

Le apunto al doctor, quien solloza y suplica por su vida. Se escucha el derrape de las camionetas, las puertas cerrándose y los gritos del italiano que en algún momento voy a matar. ¡Cómo disfrutaré de ese momento!

Donato se detiene de golpe al verme. Lleva a Oriola en sus brazos, cubierta por una sábana blanca que se mancha con la sangre que brota de su espalda. Está inconsciente.

Me fijo en la palidez de su rostro.

Entonces mis hombres aparecen y lo rodean a él y a su gente.

—Arrodíllate —le ordeno, pero se niega, sosteniéndome la mirada.

—Púdrete, maldito —gruñe y se aferra más al cuerpo de Oriola.

Me fijo en el doctor y sonrío, haciendo que se estremezca. Aprieto el gatillo y el tipo se cae hacia un lado. Entonces me levanto bajo los ojos oscuros del italiano.

—¡Arrodíllate! —le espeto a él.

—Vete a la mierda. ¡Hijo de puta! —me insulta y escupe. Vuelvo a apretar el gatillo, pero esta vez el disparo va a la rodilla de Donato, quien cae con el cuerpo de Oriola encima.

Se queja en su idioma.

—Mira… te arrodillaste. No era tan difícil después de todo… Muy bien, ahora entrégamela.

Se niega.

Escucho un leve quejido de Oriola.

—No te lo estoy preguntando. —Vuelvo a quitarle el seguro al arma y le apunto a la cabeza—. Entrégamela.

Él le da una mirada al rostro pálido de la mujer y, como el cobarde que es, la suelta.

Burek se acerca para cargarla.

—Pronto vendré por ti… —sentencio—. Déjenlo vivo, maten al resto. Veamos cómo vive con el cargo de conciencia de un maldito cobarde.