CAPÍTULO 19

MÍA

Bahir Kurek

Mis dedos entran con facilidad en ella porque está empapada. Quiero romperla, destrozarla por intentar siquiera vengarse de mí… por creerse más que yo. —¿Eres mi puta? —Vete a la mierda —gruñe, pero abre más las piernas. Está muy golpeada y tiene pequeñas heridas que deben dolerle, pero frente a mí no lo demostrará, jamás se permitirá verse débil o derrotada. Saco los dedos de su sexo y me los llevo a la boca. Sus fluidos y su rostro de placer son exquisitos.

Libero mi polla dura y su mirada se centra en ella.

—Prepárate… vas a suplicar que pare. Te lo aseguro —susurro, tomándola de los muslos con brusquedad para pegarla a mi cuerpo.

Le rozo la entrada con mi verga caliente.

—Jamás —replica con el rostro acalorado y los labios rotos por el golpe que le di. Se ve exquisita y sexy.

Entro en ella de golpe y su gemido resuena en las paredes. La sujeto de las muñecas, en donde tiene unas vendas que le cubren sus heridas. Sé que la lastimo, pero no me podría importar menos. Solo quiero descargarme con ella.

Resoplo al sentir sus paredes cerrarse sobre mi extensión.

—Qué puta tan deliciosa… —jadeo, retirando mis caderas un poco para luego volver a empotrarla. Se aferra con las uñas a mis brazos y vuelve a abrir las marcas que ya me había dejado—. Estás húmeda, apretada y caliente… Te traiciona tu cuerpo, te delata…

Me acerco a su cuello y la muerdo.

Grita y me golpea el pecho, pero no se aleja, solo se abre más para mí. Me la follo con fuerza y vehemencia. No me importa que esté herida, yo solo quiero estar dentro y enseñarle que conmigo no se juega.

Le lamo las tetas y siento cómo su coño me aprieta con más fuerza.

—No me verás suplicar —susurra entre leves gemidos.

—¿Estás segura? —inquiero, saliendo de ella.

Me masturbo ante sus ojos. Está abierta, le chorrean fluidos de su sexo, no tiene pudor, está excitada y vuelta mierda.

Sus grandes tetas me encantan.

Tengo unas inmensas ganas de matarla, pero antes quiero disfrutar de su cuerpo, hacer que ella se sienta mía… Mi objetivo es perturbarle la mente, hacer que flaquee ante mí.

—¿A ella te la cogías así? ¿La dejabas con ganas? ¡Por eso te dejó!

Sus provocaciones me hacen tensar la mandíbula y veo que cierra las piernas.

Se baja de la cama con cuidado porque le duele la herida.

—Yo no soy ella. Soy Oriola Piccoli… la maldita hija de puta que dejaste sin familia por cuidar de una perra que te dejó y te traicionó.

Le hago frente y miro sus ojos oscuros y llenos de furia.

—Ni se te ocurra —le advierto.

—¿Qué? ¿Hablar de tu ex? Dime que no fue ella la que te traicionó. ¡Dímelo! Lo sabes, lo sabes tan bien como yo —espeta.

Aprieto los puños y resoplo.

—Se revolcaba con el soldado y le entregaba tus malditos libros para que el FBI te siguiera y la dejaras libre. ¡No te soportaba!

—¡Cállate! —grito.

—¿Te duele? Esa maldita es la causante de que vivas escondido. No fui yo, no fue el FBI. ¡Fue ella! —exclama, empujándome—. La salvaste y mira cómo te pagó…

Está logrando lo que quiere. Se me acelera el corazón y se me empieza a nublar la mente por la furia.

—Cállate, Oriola.

—¡No! Vas a tener que amordazarme para que lo haga, pues cada vez que pueda te diré tus mierdas en la cara. ¡Esa maldita te traicionó! Solo quería alejarse de ti… huir de ti… ¡Te odiaba! —espeta, acercándose a mi rostro—. Te parió una hija y la hizo pasar por la de otro.

La tomo por el cuello, perdiendo los estribos, y la empujo hasta la cama, en donde grita de dolor por la herida de la espalda. La giro de golpe para ver cómo sale sangre de la sutura.

—¡Te odio! Y juro que voy a matarte, Bahir —dice, adolorida.

La empujo hacia mí y pego sus nalgas a mi pelvis.

—Nos veremos en el maldito infierno. Porque si yo muero, tú te irás conmigo —le aseguro, penetrándola de nuevo—. Con nosotros no aplica eso de que nacemos solos y morimos solos. Nos vamos juntos de esta mierda.

Me aferro a sus caderas y ella gruñe mientras entro y salgo de su sexo con violencia.

—Aprenderás. Que conmigo. No se juega… —digo entre embestidas.

Le doy una nalgada y la sujeto de la cintura, fusionándome más con ella. Necesito estar tan hondo en su ser que sea imposible separarnos. Seremos una sola carne y la quemaré conmigo.

—¡Oh, Dios! —gime y puedo ver cómo frunce los labios mientras hago con ella lo que me da la maldita gana. Si quería sacarme de mis cabales, ya lo hizo.

Empiezo a masajearle el clítoris para que se desarme entre mis brazos. En ese instante jadea sin control, mueve en círculos las caderas y se le tensa todo el cuerpo.

—Voy a… para… —grita y le doy más duro, torturando su botón del placer—. ¡Mierda!

El líquido transparente que sale de su sexo mientras se restriega más contra mí me dice que ha llegado al clímax máximo… Me empapa de ella y eso me gusta.

Jadea, extasiada y temblorosa.

Salgo y me derramo en sus muslos, saboreando este momento con los ojos cerrados. Luego recojo algo de mi semen y le meto los dedos a la boca para que los chupe.

—Eres mía, Oriola —susurro, rozándole la oreja con mis labios—. Jamás lograrás escapar.

Me subo el pantalón y ella sigue echa un ovillo en la cama, intentando recuperar el aire. Le doy un último vistazo y me encamino hacia la puerta.

—Lava tu herida —le digo.

Cuando salgo de la habitación veo a Burek en el pasillo. Se detiene a verme, pues solo llevo puesto el pantalón.

Cierro con llave la puerta y se la lanzo.

—En una hora dale comida… —le ordeno.

—Sabes que el italiano va a buscarla… —dice y me detengo.

—Lo sé, pero, para cuando la encuentre, ella solo pensará en mí.

—Envié a un grupo de hombres hacia Bielorrusia para que se apoderen de la mercancía que le pertenece.

—Perfecto. ¿Llegaron?

Asiente, entendiéndome.

—Llegaron y están bien, ella a salvo —afirma y logro respirar—. La polaca será peor que tú… Es mucho más fuerte de lo que todos creen.

Se marcha, dejándome anclado al piso, y observo por última vez la puerta que resguarda a Oriola Piccoli.

Moja włoski28