CAPÍTULO 20

MIS PLANES

Donato Vongiani

La sangre no deja de salir de mi pierna mientras el maldito doctor que encontró Cruz en plena noche intenta extraer la bala.

Ti ucciderò29 —me quejo, aguantando el jodido dolor que me atraviesa—. Maldito polaco… voy a matarlo, juro que lo haré.

—No sabemos a dónde se la llevó, mataron a todos los hombres… —dice Cruz, mirándome a los ojos.

Lo sé, vi cómo sus hombres acabaron con la poca escolta que sobrevivió a la explosión.

Algo no estaba bien, lo supe desde que el agente del FBI no se reportó. Lo habían descubierto y eso solo significaba una cosa, que Bahir Kurek pensaría que fue Oriola la culpable y que la atacaría. Revisé el castillo de pies a cabeza y no encontré nada. Solo un movimiento inusual me llamó la atención.

Varias motos subían las colinas. Burlaron la seguridad y dejaron un maldito aparato en toda la entrada. Anunciaba lo peor, así que corrí, desesperado, a buscarla. Sin embargo, cuando llegué a su habitación, todo se volvió un caos.

La vi desvaneciéndose en mis brazos con un puto vidrio incrustado en la espalda. Su sangre manchaba la alfombra y mis manos.

He cuidado de ella toda su maldita vida. La vi crecer y convertirse en mujer. El día que tuve que alejarla de su madre y ocultarla del mundo para salvarle la vida fue el más decisivo. Le enseñé a defenderse, a volverse dura… y sé que él jamás la romperá, pues puede aguantar lo que sea. Pero debo buscarla, no dejaré que ese hijo de puta la mate.

—Gian está intentando dar con él. ¿Crees que la mate?

Niego y escucho que la bala cae en un recipiente.

—No lo hará. Va a torturarla y debo evitarlo a toda costa. Si ese maldito la hiere… —Dejo la frase inacabada.

—¿Dónde está el certificado de nacimiento? Podemos sacarlo a la luz… o amenazarlo con ello. La prensa y el Gobierno se irán contra los McCartney y acosarán a la niña. Él jamás va a querer eso.

Cierro los ojos cuando siento que la aguja entra en mi piel.

—Se lo entregué a Oriola y no sé qué hizo con él… Llama a Leonardo —le ordeno.

—No me parece, Donato… Oriola no quiere eso.

—¡No te lo estoy preguntando! ¡Te estoy dando una orden, Cruz! Llámalo, ahora. —Enfatizo mis palabras y él me observa un par de segundos y se marcha.

Debí recurrir a ese maldito agente para lo del certificado. El trato que hice fue por ella, pues prometieron no tocarla ni encerrarla si les entregaba a Bahir Kurek. Y eso pienso hacer.

El doctor termina con el vendaje.

Me indica que repose y me da algunas sugerencias que paso por alto. Luego me extiende un maldito bastón que recibo de mala gana. Me bajo del escritorio y pruebo la pierna. Joder, el dolor es sofocante.

—Hijo de puta… —maldigo, aferrándome al bastón.

—Le costará caminar un poco, debe reposar…

Me exaspero, así que le disparo al médico, que cae a mis pies.

—Reposo tendrás tú —espeto y salgo de lo que quedó de la oficina de Oriola.

Todo es desastre y destrucción. La edificación se cae a pedazos y la gente que sobrevivió apila los cadáveres que yacen en el suelo, cubiertos de sangre y mutilados por la explosión.

Una rubia llega y me llama la atención. La reconozco al instante.

—¡Señor! —exclama al verme y corre hasta donde me encuentro. Se detiene a escasos centímetros y agacha la mirada—. Señor, ¿está bien?

—Lo estoy, Scarlett… ¿Dónde estabas?

—Era mi noche libre —susurra y le sujeto la barbilla para que me mire.

—Qué bueno ver que estás viva, necesito que alguien me atienda.

—Claro, señor, a sus órdenes —dice al instante y sin dudar.

Se pone a mi lado y me ayuda a caminar para salir del burdel. Se sube conmigo a la camioneta que conduce Gian.

Siento pesadez y no puedo dejar de pensar en lo que le puede estar haciendo… Si está dejando que se desangre, si le han curado la herida.

¡Maldita sea!

No debía entregarla, pero ¿qué más podía hacer?

Si él me mataba, ella se hubiera quedado sola…

—¿Qué haremos? —inquiere Gian—. Debemos encontrarla rápido. La señora no tardará en enterarse.

Cuando habla de la señora se refiere a Gianna Piccoli… y si ella llega a saber que perdí a Oriola, va a matarme.

—Rastreen toda la ciudad, hagan ruido… en menos de veinticuatro horas Oriola debe volver a mis brazos —ordeno y veo cómo nos alejamos de todo.

—Señor… —interrumpe la rubia—. Yo he escuchado que el polaco tiene varias propiedades en el centro de la ciudad.

Le acaricio la mejilla y le sonrío.

—Buena chica. Enfóquense en el centro. Ya debió dejar el bosque, así que estará en donde menos lo pensamos.

La camioneta frena cuando Cruz y el hombre con el que me quería ver aparecen frente a nosotros en uno de los galpones. Me bajo con ayuda de la rubia, agarro de mala gana el bastón y Gian me extiende mi arma.

—¡Se llevó a Oriola! —grito, haciéndole frente.

—La entregaste, Donato —musita Leonardo—. Di las mierdas como son… Mi agente tiene horas sin reportarse y ya lo di por muerto. Voy a entrar al bosque con un equipo…

—Ya no está allí. Si crees que el maldito se va a quedar esperando a que tú llegues a visitarlo, estás equivocado… Si el Gobierno polaco se entera de que estás invadiendo su territorio sin autorización, ¡se va todo a la mierda! No tienes jurisdicción aquí, no habrá ningún cargo que haga que a esa escoria la extraditen.

Se acerca a mí, amenazante.

—¿Y quién te dijo que lo quiero vivo? —pregunta, lleno de furia—. Desde hace años quiero glorificarme con la muerte de esa basura. Voy a bañarme con su sangre para cobrarme lo que me hizo hace tanto. Fui la burla de mi departamento por su fuga. Hicimos un trato… no toco a tu puta y tú me das al polaco.

Tenso la mandíbula al escucharlo.

—Esta es una guerra de quién llega primero a él.