CAPÍTULO 21

SU PRESA

Oriola Piccoli

Dejo que el agua caiga por mi cuerpo a pesar de que la herida de la espalda me está matando. Agradezco que esté caliente porque la tensión que he acumulado me agota.

Los azulejos negros que tapizan la pared me sirven de soporte para mantenerme de pie.

Salgo de la ducha y me seco con cuidado. Aprovecho el momento para revisarme y detallar las heridas que me dejó la explosión. Un pequeño kit con vendas y cremas yace en un estante, así que lo tomo y me dedico a curarme, pero no puedo llegar a la espalda, en donde está la herida que más me preocupa.

Me envuelvo en una toalla y voy a la habitación. Allí lo encuentro acostado en la cama, con las piernas cruzadas y comiendo un bol de frutas.

Hijo de puta… Me recorre con la mirada.

—Imaginé que tenías hambre ya que le lanzaste el bol de comida a Burek en la cabeza. Por cierto, tuvieron que ponerle puntos.

Pongo los ojos en blanco.

—Es lo menos que se merece.

—¿Por qué? Te trajo comida… no se merecía eso.

—Trabaja para ti —digo y dejo que la toalla caiga al suelo.

—¿Te curaste la herida? —inquiere, saliendo de la cama descalzo y solo con un pantalón de chándal.

Me quedo anclada al suelo y sigo sus pasos.

—¡Qué te importa! —espeto, molesta.

Se para frente a mí y sonríe, lleno de oscuridad. Es impresionante lo mucho que me asusta a pesar de que está sonriendo.

—Sí me importa. No quiero que se infecte y te quede una fea cicatriz —menciona—. Gírate.

—¡No! —grito.

—Oriola… —me advierte—. No volvamos a lo mismo. Gírate.

Entrecierro los ojos y le obedezco a regañadientes. Siento su mano en mi espalda y, cuando llega a la herida, roza ligeramente la sutura. Brinco al notar algo tibio en la zona.

—¿Qué es?

—El antibiótico en crema… o veneno, si no me crees —susurra y me erizo por su voz gruesa y grave. Ese acento polaco me parece muy sensual—. Imagino que no llegas…

No digo nada, no quiero hablar con él más de lo necesario. Me volteo cuando siento que cubre la herida con una gasa.

—¿Dónde está mi ropa?

—No hay… pienso que te ves mejor desnuda. Además, eso te gusta, ¿no? Muéstrame lo que tienes, no es como que no conozca tu cuerpo.

—¿Te pongo duro? —Doy un paso hacia él.

—Mucho, ¿para qué mentir? El que quiera matarte no evita que te tenga ganas y que quiera cogerte a cada instante. Además, puede ayudarte a vivir. Allí tienes el bol de frutas… come.

Se va hacia la puerta y sale de la habitación, dejándola abierta, lo cual me da curiosidad.

Me seco el cabello y tomo un albornoz blanco que dejó en la cama. Luego me asomo por el pasillo y sigo el ruido que inunda el lugar.

Bahir está parado en medio de la sala, viendo fijamente la inmensa pantalla de televisión que informa sobre varias explosiones ocurridas en la ciudad.

Me quedo observando los detalles de la decoración: es un apartamento impresionante con acabados de lujo, tonos negros, blancos y madera por todo el lugar. Sin embargo, lo que dice la periodista me trae de vuelta al presente.

La imagen de mis dos locales cayéndose a pedazos me tensa.

—¿Qué? —susurro.

El polaco se gira a verme.

—Te lo dije… no busques ver mi peor cara, Oriola. ¿Quién reveló mis coordenadas?

Muestran los cadáveres, los destrozos, todo vuelto mierda…

—Maldito. —Quiero abalanzarme sobre él, destruirlo.

—¿Quién reveló mis coordenadas?

—¡No fui yo! —grito—. Ni siquiera sabía que estabas en un puto bosque.

Cierro los puños.

—¿El FBI?

—No soy yo… —respondo.

—Un agente del FBI sin autorización ni una maldita orden entró a mi propiedad y tocó a mi hija, Oriola. A una niña… —dice con tono sombrío y duro.

—Leonardo está detrás de ti —confieso, mirando fijamente la pantalla que no deja de trasmitir la noticia—. Y yo no estoy aliada con él, ya te lo dije. Entiéndelo de una maldita vez.

—Ayer ataqué tus burdeles, mañana será Bielorrusia… y más adelante será tu madre.

Lo miro.

—Siempre estoy un paso adelante. Crecí en este mundo, así que no creas o pienses que podrás conmigo. Cada paso que doy es premeditado y, por mi hija, puedo ser el peor de los monstruos.

—Tienes que matar a Leonardo… —digo con firmeza—. Tiene conocimiento del certificado original de nacimiento de Leah Kurek McCartney. Lo va a sacar a la luz cuando menos lo imagines y todo será un caos, en especial para ella. Todo el mundo se fijará en tu hija.

Da varios pasos hacia mí.

—Dijiste que no fuiste tú.

—Y no fui… no tengo contacto con él, pero el certificado llegó a mis manos.

—¿Dónde está? —inquiere.

—En mi oficina, en la caja fuerte.

Toma su teléfono del comedor y marca un número sin dejar de mirarme.

Idź do burdelu, znajdź sejf w biurze Oriola i przynieś go z powrotem30 —habla en su idioma natal, corta la llamada y guarda el teléfono en el bolsillo de su pantalón.

—Puedo llamar a Donato y darle mi ubicación.

—Ni lo pienses… —susurra—. Ese cobarde al que piensas llamar para decirle en dónde estás fue quien te entregó.

Un ola de frío me recorre.

—Un tiro en la pierna y listo. ¿Es ese al hombre que quieres a tu lado cuidándote? Es un cobarde de mierda que te entregó para que hiciera contigo lo que me diera la gana.

Maldito Donato.

—No toques a mi madre, por favor.

—No lo haré, tienes mi palabra y yo nunca rompo las promesas, Oriola, a menos que dañen a mi hija. Más te vale que el certificado aún esté allí. Muy bien, ahora quiero tu boca en mi polla.

Sonrío y bufo con ironía.

—¿Crees que me arrodillaré para mamártela cuando se te provoque?

—Estoy seguro de que lo harás —sentencia y se quita el pantalón mientras yo solo pienso en el condenado teléfono que está en uno de los bolsillos…

Me enfoco en sus ojos azules.

—¿Quieres?

—Quiero.