CAPÍTULO 22

EL ATAQUE

Bahir Kurek

Sus labios envolviendo mi falo logran que me tiemblen las piernas. Su mirada desde abajo me desarma por completo, es la mujer más sexy que he visto en mi vida.

Le acaricio la mejilla mientras succiona y chupa con fuerza. Cuando me masajea las bolas dejo caer la cabeza hacia atrás y cierro los ojos. Jadeo su nombre, disfrutando de ella… del buen trabajo que hace con su deliciosa boca.

Esta es la mejor mamada. El esmero y las ganas que le pone son una delicia. Nunca había disfrutado tanto una lengua y unos labios.

De repente se detiene, abro los ojos y la veo alejarse con rapidez, corriendo hacia la habitación. Noto que el teléfono no está.

—¡Oriola! —grito y me subo el pantalón para ir tras ella, pero la encuentro encerrada en el baño—. Si lo llamas… —la amenazo, golpeando la madera oscura de la puerta.

Escucho el susurro de su voz y corro hacia mi habitación para traer mi arma. Sin embargo, cuando vuelvo, encuentro la puerta abierta y Oriola me lanza el teléfono. Luego se arrodilla en el piso y pone las manos por encima de la cabeza.

—Hazlo. Ya viene por mí… Le envié la ubicación, tú estás sin hombres y esto se volverá una masacre —dice y me hierve la sangre.

Me acuclillo frente a ella y le sujeto el cabello. Quiero partirle la cara por idiota.

—Si crees que estoy sin hombres es que aún no tienes ni idea de quién soy… ¡Que venga! Así lo mato de una vez —espeto y la empujo—. Eres una estúpida, aún no entiendes en lo que te has metido.

—Me iré de aquí.

—Es imposible huir de mí —afirmo—. Quizás te vayas hoy, pero pronto volverás.

Me levanto del suelo y piso el teléfono, haciéndolo añicos. Salgo de la habitación para tomar otro de los aparatos que resguardo en uno de los cajones y marco el número de Burek.

—Dime.

—Que se preparen todos, vienen para acá —gruño—. Niña idiota… —murmuro y corto la llamada. Luego me dirijo a ella—. Hagamos un gran espectáculo.

La guío hasta el elevador. Las paredes metálicas nos rodean y la tensión se siente más palpable en el diminuto espacio.

Me sostiene la mirada y sonríe con picardía porque cree que ha ganado.

—No te tengo miedo.

—Eso dices ahora —musito.

Llegamos al lobby, en donde todos mis hombres esperan armados. Oriola los examina y da un respingo cuando cargan todas las semiautomáticas.

—Todo el maldito edificio es mío —revelo y tomo un arma sin dejar de mirarla.

Se cubre con el albornoz y sé que el frío la hará desfallecer, así que me quito el abrigo y se lo lanzo. Ella lo recibe, resignada, y se lo pone. Cuando las luces de unas camionetas se aproximan por las calles humedecidas de la ciudad, la tomo del brazo y la saco del edificio.

Sonrío con sorna.

—Llegó el cojo —me burlo y hago que ella se arrodille antes de apuntarle a la cabeza.

Frenan de golpe y se bajan algunos hombres, aunque no sobrepasan a las cinco docenas que me cuidan la espalda. Ladeo el rostro y sonrío cuando lo veo bajarse con un bastón en las manos.

Debí dispararle en las dos piernas.

—¡Oriola! —grita.

Ella se mantiene firme, con la mirada al frente y sin perder la compostura que me saca de mis cabales. Me encanta que se quede impasible.

—¡Alto allí! —grito, quitándole el seguro al arma—. Ni un paso más, cojo de mierda.

—Entrégamela.

—¿Por qué? Si la hemos estado pasando muy rico, ¿verdad, moja włoski31? Se me abre de piernas, me deja poseerla y lo disfruta —digo con calma, mirándolo fijamente a los ojos, los cuales relucen de furia.

Mis hombres los rodean y se tensa al verse apuntado por tantas armas. Debe contenerse.

—Dámela para poder irnos. —Sacudo la cabeza.

Burek se acerca a mí.

—Tenemos la caja fuerte y los certificados —murmura sin dejar de observar al italiano.

Asiento.

Si algo he aprendido es que mi momento llegará y que voy a disfrutarlo demasiado. Me hinco de rodillas, le beso la mejilla a Oriola y ella sonríe.

—¿Vas a extrañarme? —susurro, rozándole la nariz.

—Solo a tu maldita polla —responde y se relame los labios.

La muy perra me estremece entero.

—Que no te toque ese maldito… Ni un beso, ni una caricia, nada. Soy posesivo.

—Y yo una puta a la que le gusta coger.

—Eres solo mía, no hagas que vaya por tu madre. Sé dónde está —le recuerdo—. Aléjate, Oriola. Vete…

Entonces llegan varias patrullas de la policía polaca para resguardarme. Los oficiales se bajan y les gritan a Donato y sus hombres.

—Te daré dos días… solo dos —le digo y me besa con desesperación. Entrelaza su lengua con la mía y el pequeño gemido que suelta me eriza mi piel. Me separo de ella, agitado.

Se muerde los labios sin dejar de mirarme.

—No me iré. Vendré por ti… y por tu condenada polla. ¿Quieres oscuridad? Yo lo soy.

Se levanta, le da una mirada al italiano y se para frente a mí.

—Mío —susurra y me sujeta el pene con la mano—. Hasta pronto, polaco.

Me guiña un ojo y se va hasta donde se encuentran quienes esperan por ella.

Observo cada uno de sus pasos y noto que pasa por un lado a Donato sin siquiera mirarlo. Quería disfrutar más de ella… mucho más. Se sube a la camioneta y la policía hace un cordón de protección a mi alrededor, pero el grupo de idiotas se aleja con Oriola.

—¿Por qué la dejaste ir? ¿Y por qué coño los dejamos a ellos vivos? Este era el momento. Todo se acababa.

—Porque quiero atrapar a Leonardo. Y adivina quién nos llevará hasta él… —Sonrío.

—Donato.

—Exacto.

Burek asiente.

—Y sé cómo pasará eso… —comenta—. Scarlett.

Un oficial se nos acerca.

—¿Señor Kurek? El gobernador quiere verlo.

Pongo los ojos en blanco.

—Okey, en una hora estaré en su casa. Escóltenme.

—Como lo desee, señor.

Guardo el arma y me quedo viendo el lugar por el que se marcharon las camionetas.

—Activa el GPS.