CAPÍTULO 24

LIBERTAD

Bahir Kurek

Estoy sentado en mi oficina, mirando el techo. Juego con la navaja mientras pienso en cómo mover mercancía sin que la detecten. Cada día es un poco más complicado, todo debe hacerse con precaución.

Se abre la puerta sin que toquen y veo que una pequeña con el cabello entre castaño y rubio viene hacia mí. Alza las manos, emocionada, cuando rodea el escritorio.

—Ojciec32.

—Moja księżniczka33 —susurro y la siento en mi regazo—. ¿Qué haces despierta?

—No podía dormir. ¿Qué es eso? —Señala mi navaja y le brillan los ojos.

—Es una navaja. Me la regaló tu abuela cuando era un niño… tiene muchos años conmigo.

—¿Puedo verla? —inquiere.

Asiento, extendiéndosela. Sus pequeñas manos la sujetan y la mueve de un lado a otro, buscando calmar su curiosidad.

—¿Cómo se usa? —pregunta.

—Bueno… —le explico, sacando el filo. Ella suelta un gritito de felicidad—. Se clava en los puntos débiles, pero se necesita fuerza y mucha determinación.

—¿Yo podré tener una?

—Sí, pero más adelante… Todos los Kurek tenían una.

Aplaude.

—Sí, yo soy una Kurek y debo tener una.

—Así es, pero a su debido tiempo. Aún eres pequeña.

—No por mucho, creo que crecí dos centímetros…

Me río con su razonamiento.

—Gracias por mis juguetes nuevos, estoy escondiendo allí las golosinas que me das.

Un idea me viene a la mente.

—Eres muy inteligente.

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Aferro mi navaja cuando llegamos a la casa del gobernador de Varsovia. La imponente arquitectura con grandes columnas nos recibe y nuestros pasos resuenan en el brillante piso de mármol mientras nos escoltan a la oficina principal. Las puertas se abren y veo que dos personas me esperan, impacientes.

—¿Qué mierda está pasando, Bahir? —grita Aniol Bartek, el presidente de Polonia, en nuestro idioma.

Todo es un caos en Varsovia en estos momentos.

—Estoy arreglando unos asuntos —le digo y voy hacia el whisky que tienen en la mesa—. Se supone que tienen que protegerme… y el FBI está en nuestro país.

Me giro para mirarlos. Arnad tiene el ceño fruncido.

—Les doy millones para sus campañas, para sus asuntos, y yo tengo que cuidarme. No creerán que lo haré en silencio si tocan algo que, para mí, es sagrado —comento, dándole un sorbo a mi trago.

—El FBI no puede tocarte, pero no podemos negarle la entrada a un civil.

—No es un civil… ¡Es el maldito FBI! —exclamo.

Aniol se acerca a mí.

—¿Quién? ¿Cuál es su nombre?

—Leonardo, es el mismo agente que intentó atraparme en Estados Unidos hace cuatro años, cuando todo el puto mundo se enteró de mis negocios.

—Entonces vino por cuenta propia, pues no hemos autorizado su ingreso como agente. No puede tocarte… no pueden extraditarte. Han hecho peticiones y todos los juzgados las han negado. Tienen la orden clara y nadie permitirá que eso suceda.

Pongo los ojos en blanco.

—Aún no has entendido, Aniol… No quiere extraditarme, quiere matarme. Y no creas que voy a permitir esa mierda. Necesito más policías, más inteligencia y poder moverme como se me dé la jodida gana en mi propio país.

Dependen de mí para seguir en el poder y no pueden verse sin nada de lo que les ofrezco.

—Te daremos inmunidad diplomática. No tienes ningún cargo ni antecedentes en el país, así que puedes hacer lo que se te dé la maldita gana, pero todo tiene un precio, Bahir. Y este será alto.

Asiento, viéndolo a los ojos.

—Fija la cifra… —le digo con calma.

No me importa lo que cueste, necesito dar con Leonardo y con quien esté con él.

Dejo el vaso en su lugar.

—Se la haremos llegar a tu mano derecha —dice Arnad.

—Perfecto. Ahora, si me disculpan, voy a disfrutar de Varsovia —declaro y me alejo de ellos.

—¡Bahir! —grita Aniol.

—¿Qué?

—¡Restaura el maldito castillo! —gruñe y sonrío, saliendo de la sala de reuniones.

Subo a la camioneta, dispuesto a volver a ser el mismo de antes. Es hora de cazar al maldito de Leonardo.

Es mi único objetivo.

—Haz que restauren el castillo y dales lo que pidan —le ordeno a Burek mientras volvemos al centro de la ciudad.

—Como digas. Esperemos que no abusen.

—No lo harán, no van a desfalcar al banco que les da de comer —digo, revisando en mi teléfono la ubicación de la italiana que me tiene con los pensamientos a millón.

Cracovia.

Sonrío de lado y recuerdo lo que dijo.

—¿Bielorrusia? ¿Qué haremos?

—¿Tenemos la mercancía?

—Sí, toda.

—Véndela. Necesitaremos dinero para lo que se viene. Lávalo y luego compra armamento. El efectivo es indispensable.

—Hecho.

El sol comienza a apoderarse de la ciudad y ahora sí me siento libre.

—Es hora de ser el polaco —musito para mí.

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Han pasado un par de días y la investigación de mi gente ha dado frutos.

Estamos requisando un viejo edificio porque, según fuentes, se han avistado movimientos extraños de unos americanos.

Mi gente entra y yo bajo de la camioneta armado y dispuesto a todo.

Quiero acabarlo…

Los disparos no tardan en llegar, así que me resguardo en uno de los pilares en tanto mis subordinados hacen caer al mayor número de hombres. Le disparo a uno que tengo en la mira y cae con una explosión de sangre. Burek me cubre y me adentro, peleando y luchando, hasta que llegamos a una pequeña habitación llena de armamento, computadoras y aparatos telefónicos.

Apunto hacia el que se encuentra frente a los monitores.

Alza las manos y se arrodilla. Entonces le entrego mi arma a Burek y saco la navaja.

—¿Dónde está Leonardo?

—No sé de quién habla —responde.

—Tal vez si te dejo sin dedos recordarás quién es… —susurro con una amplia sonrisa.

Le pateo el pecho para que caiga al suelo y dos hombres lo sujetan, dejándole los brazos extendidos.

—Tengo muchas opciones para escoger —le digo, arrodillándome para clavarle el cuchillo en el pulgar.

Se estremece al sentir el filo y se remueve, peleando en vano contra mis hombres. Luego le abro la piel, la sangre comienza a fluir y grita, lleno de pánico, cuando le expongo el hueso.

—¿Dónde está Leonardo?

—Mátame.

Hago presión, le fracturo el dedo y termino de mutilarlo. Sonrío ante la desesperación de su rostro y me muevo al siguiente dedo, repitiéndolo todo.

El maldito es duro.

Cuando voy por el cuarto empieza a perder el conocimiento por la falta de sangre, así que le clavo la navaja en la palma para que vuelva a chillar.

—Cracovia… —grita—. Cracovia.

Se desvanece y me levanto.

—Eso no es casualidad —susurro, limpiando mi navaja.

Burek le dispara al hombre y acaba con los quejidos que inundaban la oficina de operaciones. Me acerco a los monitores y reviso los documentos.

Boletos aéreos, facturas de autos, direcciones de casas, planos y demás.

—Llévenselo todo —ordeno y mis hombres recogen los documentos y discos duros—. Necesito comunicarme con Scarlett.

Burek me observa.

—Está en Cracovia, ¿verdad? ¡Te lo dije! Debimos matarlos a todos —gruñe.

—Oriola no es la soplona —dictamino con mala cara—. Es Donato…

Mi amigo se acerca y no deja de mirarme con firmeza.

—Te puedes coger a quien quieras, incluso a ella, pero cuidado porque vas a termina peor que con Amara. No lo acepté en aquel momento, te dije que todo se iría a la mierda y no escuchaste razones solo porque ella no se dejó de ti —comenta muy bajo para que solo lo escuche yo—. Estás haciendo lo mismo con la italiana… Te ciega una mujer que no se amilane ante ti.

Le doy una mirada de advertencia.

—Tengo claro lo que quiero y voy por mi objetivo. Oriola no es la soplona —repito.

—Sé que ella no es la soplona, pero estás pensando con la polla y no con la cabeza. Deberías quererla muerta también.

Debería…

Lo sé.