CAPÍTULO 25

VINO POR MÍ

Oriola Piccoli

No confío en las personas que se pasean a mi alrededor, no confío ni siquiera en Donato aunque dice que deshizo el trato con el FBI.

Cruz me acompaña en silencio por la ciudad. Solo necesito pensar con cabeza fría cuál será mi siguiente movimiento y más ahora, que creo que estoy rodeada de personas que solo buscan un beneficio propio.

Un beneficio que no me gusta nada.

Mi mente aún no deja de pensar en él y más de una noche he deseado no haberme marchado de su lado. Quedo envuelta en este maldito conflicto mental que me agota y me hace cuestionarme. No estoy pensando con claridad.

No sé qué hacer.

Me cierro más su abrigo y sigo caminando por la plaza de la ciudad, detallando a lo lejos a las parejas que se abrazan. Mi vida debió ser así.

De repente el sonido de un clic me detiene y me giro despacio para ver a Cruz siendo sometido por tres hombres.

—Dime que me extrañaste… moja włoski34.

Su voz gruesa y ronca me eriza la piel, siento su presencia detrás de mí y el calor de su cuerpo me invade.

—Llevas mi abrigo, así que supongo que sí —me susurra muy cerca del oído.

Cruz forcejea, pero lo inmovilizan y lo lanzan al suelo. Bahir me rodea poco a poco hasta quedar frente a mí.

El corazón se me enloquece cuando veo su rostro, sus ojos azules más oscuros y esa sonrisa que me roba el aire.

Lo odio, pero lo deseo más.

Maldito Bahir.

Ninguno dice nada, solo nos miramos hasta que el instinto le gana a la razón y nos besamos desenfrenada y carnalmente. Sus manos se aferran a mi espalda para pegarme a él mientras yo me cuelgo de su cuello.

El maldito me besa como si yo fuese todo y me desarma con su manera de poseerme.

—No pudiste esperar a que fuera por tu polla —susurro, rozándole la nariz.

—Vine por lo que es mío… y esa eres tú —sentencia.

Me acaricia los labios con el pulgar.

—Hmm, así que soy tuya… ¿Qué haces aquí? —Sonríe de lado y me observa.

—Estás rodeada de personas que buscan algo que no te beneficia en nada y que, por el contrario, quieren hundirte —musita y me llama la atención.

—Explícate —le pido.

—Leonardo está aquí, en Cracovia, y la casa en la que te quedas tiene oídos…

Me tenso y doy un paso hacia atrás.

—No me quiere solo a mí, Oriola. Piensa llevarse un gran premio, uno que te incluye.

—¿La casa tiene micrófonos? —inquiero y él asiente.

Se acerca a mí.

—La casa la buscó él, no el cojo… Te tiene allí para buscar pruebas que te hundan porque ya sabe que Donato no le dará nada.

—¿Por qué me dices esto?

—Para que entiendas que ambos tenemos un enemigo en común y que es momento de unirnos. Juntos acabaremos con el mundo —me promete, marcando su acento.

Le miro los labios.

—¿Qué me quieres decir? ¿Donato va a entregarme? —digo, incrédula.

—El idiota está tan cegado por los celos que siente hacia mí que no ve realmente lo que quiere Leonardo, pero yo sí lo veo. No tenía que venir aquí. Podría dejar que él te atrape y así estarías fuera de mi camino… Sin embargo, no quiero eso.

—¿Y qué es lo que quieres?

—A ti.

Me ofrece su mano y lo miro a los ojos. Su porte me deja absorta, no necesita hacer ningún esfuerzo, pues es imponente.

La oscuridad que lo rodea me gusta. Adoro que sea así.

Entrelazo nuestras manos y me guía hasta una camioneta que espera por ambos.

—No le hagan nada a Cruz —pido antes de subir y asiente después de mirarme un par de segundos.

Nic mu nie rób, wypuść go, gdy wróci35 —dice y no puedo negar que me deja sin habla. Su tono de voz se vuelve más sensual de lo que ya es.

—Sube, no le harán nada.

Le hago caso y me acomodo en el asiento del copiloto. Él pone en marcha el motor y acelera para alejarnos de la plaza.

No digo nada, solo mantengo la mirada al frente hasta que su mano se posa en la palanca y mueve los dedos. Observo esa acción y, sin decir nada y sin entender el porqué, pongo mi mano sobre la suya. Él me ve de reojo, pero no me aleja.

Se enfoca en la calle y nos lleva a lo que parece una biblioteca de la ciudad.

—¿Qué es esto?

—Un lugar seguro.

Entra a la edificación cuando los portones se abren. Veo que varios hombres vestidos de negro rodean la camioneta y entrelazo mi mano con la suya.

—Es mi gente —dice para tranquilizarme y me besa los nudillos—. Yo no entrego lo mío tan fácilmente. Deberías saberlo…

Me suelta, se baja del vehículo y me abre la puerta. Luego me guía hacia adentro y confirmo que sí es una biblioteca. Burek espera junto a una larga mesa con varios planos y ni se inmuta al verme.

Observo todo el entorno: miles de libros en altas estanterías nos rodean, las bibliotecas son de madera fina y la iluminación depende de unas lámparas que le dan calidez al lugar.

—Muéstrale —le dice a su mano derecha, quien me extiende un plano de la casa en donde me estoy quedando. Hay varios puntos señalados.

—Seguro no me crees —susurra Bahir, caminando a mi alrededor mientras se acomoda los guantes—. Hay uno en tu habitación. —Se inclina hacia la mesa y señala mi cuarto—. Justo aquí —revela y sé que ahí hay una lámpara de pared—. Necesito que trabajemos juntos sin inmiscuir a Donato, pues él fue quien hizo el trato… Sí, ya lo sé. Es él quien te dio los certificados de nacimiento de mi hija. —Le mantengo la mirada. No voy a decir nada… y él lo sabe—. Quiero a Leonardo. Lo quiero muerto, Oriola —dictamina con énfasis—. Sé muy bien quién soy y todo lo que he hecho en mi vida. No soy un santo y jamás lo seré porque este es mi estilo de vida, mío, pero no el de mi hija… Ella puede ser lo que desee… Necesito que viva tranquila y eso no sucederá mientras el maldito de Leonardo esté amenazándola. Sé que lo entiendes.

Lo dice por mi vida…

Bajo la mirada a los planos.

—¿Qué quieres?

—Saber dónde está… Es decir, está aquí, pero no tengo su ubicación exacta; sin embargo, sé de alguien que la conoce.

—Donato… —susurro—. No será fácil.

Hace un gesto con la cabeza para que todos se marchen y nos dejen solos.

—Te estoy dando la oportunidad de acabar con alguien que quiere meterte en la cárcel —dice con calma y me ofrece una carpeta—. Todo eso estaba en un edificio que tenían y en donde montaban vigilancia.

Abro la carpeta y detallo la compra de mis propiedades, la casa en Sicilia, fotos de mi madre en Italia y fotos mías con la droga.

¡Joder!

¡Maldito!

Lo sabía, sabía que esta mierda pasaría.

—¡Maldición! —gruño, haciendo a un lado todo—. Mi mamá, necesito moverla —susurro, buscando mi teléfono en el bolsillo del abrigo, cuando siento que me roza las manos. Lo veo negar.

—Está intervenido —dice—. Sabe todo lo que haces, todo.

Me quedo viendo el aparato.

—No lo destruyas, úsalo para mantener un coartada, pero busca otro y cámbiala de lugar. —Asiento ante sus palabras—. ¿Confías en Cruz?

—Sí.

—Okey. Ahora, Oriola. —Se pega más a mi cuerpo—. Como te dije, vine por ti.