Me dejan en la misma plaza en la que me interceptaron. Huelo a él… y lo siento aún.
Sonrío y veo cómo las camionetas se marchan. Unos pasos apresurados me llaman la atención. Es Cruz, que aparece con el rostro preocupado, observándome de pies a cabeza.
—¿Está bien?
—Lo estoy. ¿Cuánto tiempo pasó? —inquiero y noto que el cielo se va oscureciendo.
—Más de seis horas, señora.
—¿Te acaban de soltar? —Asiente, rozándose las muñecas rojas—. No le digas a nadie, eres el único en el que confío. No hagas que me arrepienta de haberle dicho que te dejara vivo.
Se tensa al escucharme.
—Le soy fiel a usted y lo sabe.
Tanto mi teléfono como el de él comienzan a sonar y le pido que no conteste.
—Vamos a casa.
Me guía hasta el auto, el cual está aparcado en otra plaza. El astuto polaco lo mandó a mover.
—¿Qué diremos?
—Estábamos en el bosque porque yo quería estar sola. Apégate a eso y lo demás déjamelo a mí. Por cierto, necesito que revises ciertos puntos de la casa.
—¿Cuáles?
—Ya te lo diré. Si escuchas a Donato hablando con el agente del FBI, quiero que me lo digas.
—Ellos ya se reunieron —confiesa.
—¿Cuándo?
—Cuando el polaco se la llevó… Me negué y no me pareció correcto, pero Donato está ciego. Cree que él lo ayudará a matarlo; sin embargo, pienso que ese hombre quiere algo más.
Me recuesto contra el asiento.
—Me quiere a mí también —susurro al entenderlo todo.
¡Maldición! Necesito a Bahir lo quiera o no.
Llegamos a la casa y todos los hombres nos miran con confusión y nos detallan. ¿De dónde salió tanta seguridad?
Donato sale apresurado y se detiene, recorriéndome con la mirada.
—¿Dónde coño estabas?
—Alejándome de ti. ¿Por qué? —gruño. Paso por su lado, aferrándome al abrigo y manteniendo la frente en alto.
No puedo delatarme.
—¡Oriola! —grita mientras busco con la mirada los sitios donde están los micrófonos.
—Dime, Donato.
—Te fuiste por siete horas… ¿Dónde estabas? —pregunta con hostilidad—. ¿Estabas con él?
Río y niego, divertida.
—Tengo ganas de terminar de arrancarle las bolas… pero no, no estaba con él. Estaba en el bosque, alejándome de ti y de la puta que te rodea. ¿Acaso no puedo? ¿Tengo que pedirte permiso?
Pone los ojos en blanco y resopla.
—Estás peor que cuando eras adolescente —espeta—. ¡No puedes irte así! ¡Ya te alejó una vez!
Entrecierro los ojos hacia el hombre que me observa lleno de molestia.
—¿Te preocupo? ¿De verdad lo hago? —pregunto.
—¡Claro que lo haces!
—Demuéstralo mejor… —susurro—. Voy a ducharme. Dile a tu puta que suba a mi habitación, necesito mi ropa.
Lo dejo allí solo, gruñendo como perro bravo. Llego al cuarto y voy directo hacia la lámpara de pared, la cual desarmo con cuidado para buscar el maldito micrófono que plantó Leonardo.
Siento que me arde la sangre en cuanto veo el pequeño dispositivo negro.
No digo nada, me quedo viendo el micrófono y vuelvo a ponerlo en su sitio. La puerta se abre y la tal Scarlett entra con mi ropa.
—¿Le preparo el baño?
Me acerco a ella con una actitud amenazante, saco el teléfono que me entregó Bahir para poder comunicarme con él y tecleo un mensaje en la pantalla para luego extendérselo.
Sé que eres una soplona. No respondas, hay micrófonos aquí. Necesito que hagas algo por mí.
—Sí, prepara mi baño.
Scarlett lee el mensaje y me mira, asustada. El color desaparece de su rostro.
—Claro, señora.
Me devuelve el teléfono y vuelvo teclear en él.
Al baño. ¡Ahora!
Lee y asiente.
La sigo muy de cerca y la detallo, preguntándome cuál es su atractivo. Al final es solo una puta más.
Abre la ducha y cierro la puerta con pestillo, con lo que ella se gira, llena de pánico.
—Señora…
—¡Cállate! Baja el tono de voz…
El único lugar en donde no hay micrófonos son los baños, así que doy un paso hacia ella y veo cómo tiembla.
—¿Donato y Leonardo se han reunido?
—Sí.
—¿Has estado presente?
—Sí, señora… yo…
—Shh —siseo, ladeando mi rostro hacia ella—. Sigues viva porque nos sirves tanto a Bahir como a mí. Solo por eso. ¿Qué fue lo que hablaron?
Suspira y me mantiene la mirada.
—De la polaca. —Frunzo el ceño—. El ataque que el señor hizo fue para poder sacar a la polaca del país sin tener ojos encima. Sospechan que la resguarda en Londres… No dijeron nada en específico, pero pienso que irán por ella.
Leah…
¡Mierda!
—El Gobierno le dio al señor permiso para acabar con todo… Nadie puede tocarlo aquí.
—Pero allá sí. ¿Cuándo fue eso?
—Hoy.
—¿Bahir lo sabe?
—No, no he podido comunicarme con el señor. Donato no me ha dejado espacio para respirar.
—¡Vete! —grito y se sobresalta—. Si llegas a decir algo, te corto la garganta, te lo juro.
Me quedo mirando el teléfono y marco el número que tengo guardado. Solo hace falta un tono para que él conteste.
—Tan rápido me extrañas… —Sonrío al escuchar su voz.
—Solo a tu polla, pero no es eso. Tenemos un problema.
—¿Cuál?
—Creo que van a Londres —revelo—. Todo es una trampa para atraparte… Así que trabajaremos con mi plan.
—¿Y cuál es ese? Porque lo que está en juego vale más que mi vida —musita.
—¿Confías en mí?
Un silencio se hace en la línea.
—Sí.
—Déjalo todo en mis manos. No hagas nada, no le adviertas a nadie y deja que yo me encargue. Hasta luego, mi polaco.