CAPÍTULO 31

RESISTE

Oriola Piccoli

El impacto de su mano contra mi mejilla hace que me arda la piel. La sangre corre sin piedad e intento desamarrarme mientras Donato me muele a golpes. No se apiada de mí en ningún momento.

—Aguanta… perra —gruñe y me asesta un golpe en el abdomen.

Se me escapa el aire y me caigo al suelo con la silla. Me golpeó tan fuerte que casi no puedo respirar.

Mi mente se desconecta del entorno y el dolor me invade. De repente el aire vuelve a mis pulmones y jadeo en el piso.

—Nadie tendrá piedad… nadie va a dejarte respirar. Debes aguantar siempre. Ahora ábreme las piernas, ábrete para mí.

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Abro los ojos como puedo. No tengo ni idea de cuántas horas llevo amarrada a una silla recibiendo golpes en sitios específicos que no causan mucho daño, pero que sí duelen.

Un balde de agua helada me termina de despertar y me castañean los dientes por el frío.

—¿Ya quieres hablar?

—¿De qué…? —farfullo entre temblores—. ¿De que la tienes chiquita? Pensé que querías guardar el secreto…

Llega otro golpe y me quejo con la poca fuerza que me queda.

—Eres dura —confirma—. Serías una buena agente. Pasémosla a la cama y veamos si sigue así.

Se está regodeando con mi dolor, está disfrutando de todo…

No soy una soplona y no me convertiré en una ahora. Intento mantener la mente ocupada, enfocándome en todas esas noches de entrenamiento que pasé con Donato. Noches en las que me torturaba y me molía a golpes para que aprendiera a resistir.

Me levantan a la fuerza de la silla porque mis piernas no dan y me arrastran hasta una cama metálica que no tiene colchón.

Sé lo que hará.

No puedo resistirme, no he dormido, tengo hambre y mi cuerpo está débil. Pero no mi mente, no va a quebrarme tan fácil. Me extienden las manos y las piernas, amarrándome a cada esquina. Estar acostada así, a pesar de la malla metálica, me parece una gloria.

—No te duermas —grita y abro los ojos—. Apenas estamos empezando.

—Lo sabía… —susurro como puedo—. Sufres de eyaculación precoz.

Me aprieta el cuello, cortándome el aire, y me desespero por la falta de aire. Me duele todo.

—¡Señor! —exclama alguien. Entones me suelta y solo me mira—. Donato está aquí… ya sabe que desapareció y quiere hablar con usted.

Me pone una mordaza en la boca.

—Tendrás unos minutos para descansar, italianita. Me toca fingir con el idiota… o quizás lo mate de una vez. Ya veré. Vigílenla.

Siento la reja clavárseme en la piel, sobre todo en la herida de la espalda. Me han despojado de todo y solo me cubre mi ropa interior. El frío es lo más horrible y tiemblo. Observo el lugar en el que me tienen. Parece un sótano y tienen mi ropa en una esquina, junto a una mesa llena de implementos de tortura.

Las horas serán largas.

No tiene nada, no sabe dónde buscar y el Gobierno polaco le dificulta el trabajo. Si dan con él, se acaba todo. Si revelo la ubicación de Bahir, sé que él podría defenderse, pero entonces pienso en la polaca… No quiero que ninguno resulte herido.

Puedo aguantar, puedo resistir, pero esto solo tiene un final… Si no escapo, él me matará. Está cegado por el odio hacia Bahir.

No tiene con qué presionarme, excepto con mi propia vida. Mi mamá está a salvo gracias a la gente de Bahir. Solo espero y confío en que ella le haya avisado para que me busque y me encuentre.

Cierro los ojos con pesadez. No pienso gastar energía forcejeando, pues necesito pensar en qué haré.

¿Cómo puedo fugarme?

Las esposas no están tan apretadas. Podría zafarme y quizás dar pelea, pero ellos son más, van a detenerme. Siento que alguien se acerca y abro los ojos, alarmada. Es una morena que carga un arma.

Se ubica a mi lado con una de las sillas y me da un pedazo de pan. Quisiera poder escupirlo, rechazarlo, pero para fugarme necesito fuerza y mi estómago ruge de hambre.

Lo recibo y mastico, saboreando y disfrutando de lo que se me da. La mujer turna los bocados con un vaso de agua y ninguna dice nada. Ella solo se dedica a alimentarme.

Cuando se acaba se levanta y deja todo en la mesa, me da un vistazo y me lanza el abrigo negro, dándome algo de calor.

Mi cuerpo lo agradece.

—No estoy de acuerdo con lo que hace. He intentado hacerlo entrar en razón, pero su ego y su orgullo han sido fracturados por el polaco. Si el Gobierno de Estados Unidos o el FBI se enteran de lo que estamos haciendo, nos juzgarán por desacato y nos hundirán en el infierno. —Déjame ir —le pido, pero pone los ojos en blanco y se acerca.

—No puedo. Di la ubicación y todo acabará.

—No la conozco y no soy una soplona.

—Pero sí una traidora que se folla al hombre que mató a su padre y a gran parte de su familia. Querías venganza y terminaste en sus brazos.

Cierro los ojos e intento respirar con calma.

—La tiene grande… Si se la vieras, no te resistirías —murmuro.

—Eres una idiota —asegura—. Va a matarte por un hombre que no vale la pena.

Me muevo un poco, buscando tolerar el dolor.

—Lo mismo pienso de ti, vas a morir por un hombre cegado por su orgullo y ego roto. ¿Vale la pena? Por lo menos yo sé que van a venir a buscarme para salvarme.

—¿Y crees que llegue a tiempo?

—Si no es así, nos vemos en el infierno. —Le guiño un ojo.

Se escucha algo en la distancia, pero mi cabeza ya no da para más. Solo quiero dormir, desvanecerme, descansar para reponer fuerzas. Todas las luces se apagan… o quizás me desmayo.

Resiste, Oriola, solo resiste…

Siempre lo has hecho.