La corriente eléctrica fluye por mi cuerpo y me sacudo. Intento aguantar… juro que lo intento.
Ya no sé cuánto tiempo llevo aquí, no recuerdo cuándo comenzaron a electrocutarme. Se me cae la cabeza hacia un lado, así que paran por un rato y se ríen de cómo mi cuerpo sucumbe.
—Maldita perra —espeta uno y me cachetea.
Ya no doy ni para responder.
—Déjenla descansar, Leonardo la quiere viva aún —musita la misma morena.
—Si fuese por mí, ya la hubiese matado. Es una maldita que no dice nada —gruñe.
—No tengo… nada… que decir —murmuro entre dientes y entonces vuelve a mí, amenazante, con una navaja. La pasea por mi rostro y la baja hasta el pecho, abriéndome la piel.
La mujer lo empuja y el tipo cae al suelo.
—¿Qué te dije? —grita y lo apunta con el arma—. Vete, Peter. ¡Ahora!
El hombre se levanta y se aleja con prisa. La morena toma lo que creo que son unas gasas y empieza a limpiarme la sangre.
—Fue superficial… —susurra como si eso aliviara en algo el dolor que siento, el ardor que me quema.
Tengo las piernas y las manos entumecidas por permanecer tanto tiempo en la misma posición. Lo poco que descanso es cuando me desmayo… pero me hacen volver con baldados de agua helada, con golpes y torturas de Leonardo.
Debí quitarle el seguro a la granada. Ahora me arrepiento…
Todo se fue a la mierda.
—Oriola —dicen mi nombre y siento que es una maldita alucinación escucharlo. Nadie me ha dicho así durante todo el tiempo que he estado cautiva.
Abro los ojos para ver a la morena.
—No puedo sacarte de aquí, pero puedo hacer que den contigo —dice muy bajito, mirando hacia los lados.
—¿Qué dices? —murmuro. Creo que estoy soñando.
—¿A quién puedo avisarle? Solo dime un nombre, yo buscaré la forma…
Me agito. Algo no está bien, mi cuerpo está dándose por vencido.
—¡Mierda! —chilla, me toma el pulso y busca con desespero algo de agua para que la beba—. Tu cuerpo ya no puede más, tengo que avisarle a alguien. Van a matarte cuando vuelvan.
Como puedo muevo la cabeza y abro los ojos para ver mi abrigo. No sé si confiar en ella, pero ahora mismo eso es lo único que podría mantenerme con vida.
—El abrigo… —susurro entre dientes—. El abri… go.
Va por él y revisa los bolsillos, pero no encuentra nada.
—Ras...treador… —susurro.
Busca a tientas mientras mira el techo y las paredes.
—La señal debe estar bloqueada por el doble concreto. Voy a sacarlo… lo dejaré en el techo. Es lo único que puedo hacer. Espero que lleguen a tiempo.
No digo nada, solo me quedo mirando hacia un punto fijo, hacia la nada. No quiero que mi mente colapse, no voy a darle lo que quiere, no voy a decirle nada. Prefiero morir…
En este instante lo deseo. Morirme. Quiero ver desde el infierno cómo Bahir lo destruye poco a poco.
Las luces vuelven a apagarse y quedo a oscuras. Se me llena la mente de miedos y abro los ojos, aunque solo veo penumbra. Negro. Mis sentidos me traicionan y percibo que alguien se acerca. El terror me invade. Cierro los ojos y me obligo a pensar que no hay nada ni nadie, solo son mis miedos saliendo a flote, solo eso…
Sé fuerte.
Sé fuerte.
No van a vencerte, no lo harán. Me aferro a ello porque quiero demostrarle al maldito Leonardo que de mí no obtendrá nada. Me reiré en su cara cuando muera. Mientras tanto, me deleitaré con su rostro lleno de ira porque de mi boca no sale nada que no sean comentarios irónicos hacia él.
No sé por cuánto tiempo duermo, pero de repente siento una sacudida y me despierto de golpe. Unos hombres están levantando la cama para dejarla vertical, haciendo que soporte todo mi peso con los brazos. Me quejo cuando las esposas me torturan las muñecas. Leonardo está sentado frente a mí con una sonrisa en los labios.
—Buenos… ¿días o tardes? —le pregunta al maldito que me cortó.
—Ya es de día, señor…
—Llevas casi dos días aquí y nadie, salvo el idiota de Donato, ha venido por ti. Por cierto, está desesperado buscándote y aún cree que yo no tuve nada que ver. Idiota… después de que acabe contigo, iré por él.
—Por… mí… puedes cogértelo —murmuro—. Me invitan a la boda… —pronuncio con los ojos cerrados.
Un golpe llega a mi abdomen y me quedo sin aire. La espalda se me pega a los alambres y percibo un líquido caliente recorriéndome la piel. Toso e intento recuperar el aire, pero un par de lágrimas se me escapan. Entonces me rasgan la ropa interior, dejándome totalmente desnuda.
Lo peor está por llegar.
Es tiempo de bloquear mi mente. Sabía que esto pasaría… Es su último recurso, quieren vejarme tanto como para que se me quiebre el alma. Abro los ojos y me encuentro de frente con Leonardo, que mira mi cuerpo con morbo.
Es a él a quien le cortaré el pito cuando llegue al infierno.
—Última oportunidad, dime la ubicación de Bahir Kurek —susurra, posando sus sucios dedos en mí, y me remuevo con dolor.
Le escupo en la cara para que se aleje.
—Lo tengo metido en el culo, búscalo —gruño.
—Perfecto, busquémoslo —murmura con sorna y se quita el cinturón. Me toma de la cintura y me pega a su erección, rozándose contra mi sexo.
Me dan náuseas y siento asco. No tengo fuerzas para apartarlo y sus gemidos me causan repulsión.
—Te sientes rica… Hmmm. Me gustan tus tetas. Veamos qué es lo que siente Bahir cuando entra en ti. Nos tomaremos turnos para llenarte de leche —susurra luego de pasarme la lengua por el cuello.
Un fuerte estruendo hace vibrar las paredes y todos se giran hacia la entrada del sótano. Leonardo me da una mirada y se sube rápido el pantalón. Otra explosión lo sobresalta, así que le lanzan un arma y me sujeta la mandíbula.
—Hasta aquí llegó Donato —sentencia, suponiendo que es él.
La morena corre por las escaleras y los observa a todos, agitada.
—Es un maldito ejército. Nos van a matar…
Todos van hacia las escaleras, armados hasta los dientes.
—¿Te mato de una vez o espero para hacerlo ante sus ojos? —inquiere.
Se escuchan los disparos y los gritos.
Leonardo le da una orden a la morena y ella me libera de las esposas. Caigo al suelo y me golpeo la cabeza. No tengo fuerzas ni para caminar… solo tiemblo.
El tipo me toma del cabello y me arrastra por el piso hasta las escaleras, subiendo conmigo. Entreabro los ojos y veo el rastro de sangre que estoy dejando.
¿Por dónde estoy sangrando?
Todo es un caos…
El maldito me carga para usarme de escudo y pone su arma contra mi cabeza mientras sus hombre cuidan de él, buscando sacarlo vivo de esto.
Uno de los de seguridad cae con un disparo en la cabeza, otros dos reciben impactos y la sangre salta. Intento zafarme, respirar y hacer el último esfuerzo físico para liberarme, pero su agarre se afianza y me guía hacia el frente.
—No, no… no te irás de aquí sin que te folle —gruñe, pegado a mi oído.
—¡Leonardo! —grita alguien y la voz me eriza la piel.
Vino…
Vino por mí.