Todo el equipo de policías y guardias se esparcen en el bosque. Esto me trae buenos recuerdos porque vengarme es mi especialidad.
Me quito los lentes y cargo el arma.
—Ataquen —ordeno y Burek da la señal.
Me costó mucho dar con ella. Recorrí cada uno de sus pasos desde que salió de la mansión y me encontré a Cruz con un tiro en la cabeza. Eso solo me llenó de más ansiedad.
El maldito de Leonardo la usaría. Como no podía acceder a la polaca, dañaría a Oriola. La señal seguía bloqueada y la ira e impotencia crecían en mí. Pero por fin el maldito aparato emitió una señal, la cual ha estado activa durante seis horas. Oriola ha estado en sus manos por más de dos días ya… dos malditos días.
Rodeamos la casa y mi gente lanza una granada que deja muertos a su paso. Tomo una de las que lleva Burek y la arrojo debajo de la van negra para que explote.
Ataco a uno de los hombres, golpeándolo en la garganta y en el estómago. Luego lo pateo en la rodilla, se cae al suelo y le disparo en la cabeza.
—¡Mátenlos a todos! —grito con ira.
Sigo peleando y matando a mi paso. Tengo las manos llenas de sangre y dejo rastros de los malditos que se atrevieron a tocar lo que me importa.
Veo una sombra que me llama la atención y se me acelera el corazón cuando distingo su pelo castaño y su cuerpo desnudo. Está llena de hematomas, cortaduras y sangre.
Leonardo la está usando de escudo humano.
Las piernas le flaquean, no tiene fuerza…
¡Maldito!
La sangre me hierve y empiezo a dispararles a todos los que lo rodean sin fallar ninguno de mis tiros. El piso es un baño de sangre.
—¡Leonardo! —grito.
Se detiene de golpe y se gira. El rostro demacrado de Oriola me deja sin aire.
La destruyó…
Ella abre los ojos como puede y me observa. Logro respirar un poco cuando me da una tímida sonrisa.
—Vaya, vaya… mira quién vino por ti. Pensé que había sido Donato… —dice y no dejo de apuntarle a la cabeza. Quiero dispararle, pero tiene a Oriola en los brazos—. Debes ser maravillosa en la cama.
—Suéltala —le exijo sin dejar de mirar a Oriola.
Él la agarra del cuello y busca alejarse. Todos intentan retrasarme, impedirme llegar a ella, pero ¡no lo van a lograr!
Sigo el rastro de sangre mientras liquido a cada maldito que trata de interponerse en mi camino.
Un castaño viene hacia mí para taclearme y se me cae el arma. Le doy un codazo al idiota que me retiene en el suelo, impactándole una costilla. Forcejeo y logro liberarme, pero nuevamente se me viene encima, me golpea en la mandíbula y yo voy directo a su estómago.
—Tu maldita puta es dura… Me muero por matarla —espeta, agitado, y esas palabras me encienden. Saco mi navaja y lo ataco en la muñecas. Él sigue dando pelea, pero yo no me voy a rendir. Quiero verlo desangrándose.
Lo apuñalo en el hombro, saco la hoja y la dejo en el aire antes de clavársela en el estómago. La retuerzo para que haga más daño.
—Ella no es mi puta —vocifero, viéndolo directamente a los ojos—. Ella es mi mujer —sentencio.
Corro con desesperación para buscar a Oriola mientras todos me dejan el camino libre. Burek me lanza un arma y dispara a lo lejos. La bala impacta a Leonardo en el hombro, entonces la suelta y ella se cae al suelo.
Vuelvo a dispararle e intenta refugiarse tras unos árboles. Desde allí responde a un intercambio de disparos y yo corro mientras veo el cuerpo de Oriola, que tiembla hecha un ovillo sobre la tierra húmeda.
Esquivo todas las bajas que puedo y él sigue corriendo. Me desespero al ver la palidez de su piel, la sangre que no deja de manar. Me tiro al suelo para sujetarla.
—¡Oriola! —exclamo y la cubro de los disparos frenéticos de Leonardo.
Le toco la piel, que está helada y maltratada, y ella no abre los ojos. Entonces llegan mis hombres, les ordeno que sigan a Leonardo y todos obedecen. Me quito la camisa y cubro su desnudez con ella.
La cargo en mis brazos y corro hasta donde se encuentran las camionetas. Burek me sigue de cerca.
—¡Que preparen todo en la mansión! —grito.
Cuando estamos dentro de la camioneta, reviso de dónde le sale la sangre que no deja de fluir.
La herida de la espalda se abrió.
¡Maldita sea!
Burek me extiende su camisa y la uso para hacer presión en ese lugar. Busco su pulso y noto que es demasiado débil. Su respiración entrecortada me llena de desespero.
—Solo aguanta un poco más —susurro—. Ya estás conmigo, ya estoy aquí.
Ella murmura unas palabras sin sentido, ocultando su rostro en mi pecho, y detallo un poco su cuerpo. Tiene golpes en el estómago, quemaduras en las manos, la mandíbula inflamada y los tobillos y muñecas maltratados por las marcas de unas esposas. Además veo una cortada superficial que corre desde su cuello hasta su seno derecho…
No quiero seguir revisando… Si lo hago, la dejaré e iré yo mismo por Leonardo para cortarlo en pedazos.
—El helicóptero ya está listo y los doctores ya están allá —dice Burek a mi lado.
Asiento y le acaricio la mejilla a Oriola.
Aguantó… aguantó demasiado. No cualquiera hubiera resistido todo lo que le hicieron. Aparcamos en uno de los terrenos vacíos de Cracovia, en donde el helicóptero espera con las hélices encendidas. Me ayudan a bajarla para irnos a la mansión.
La sujeto con fuerza para apaciguar sus temblores aunque el contacto de nuestras pieles me acelera el corazón.
—Viniste —susurra, tiritando.
—Sí, aquí estoy —murmuro y le beso la frente—. Aquí estoy…
Despegamos y ella se calma un poco, pero mi preocupación se acrecienta con sus heridas. Me estoy empezando a desesperar.
Los minutos se me hacen eternos…
Al final llegamos y voy con ella en brazos hacia el estudio, en donde los médicos esperan con una camilla, dispuestos a atenderla.
La dejo con cuidado y ellos le quitan la camisa de Burek de la espalda empapada de sangre. También le retiran la mía para exponer su cuerpo y detallar las heridas. La limpian con soluciones e intentan inyectarle un calmante, pero ella manotea. Me acerco para que se centre en mí.
—Oriola… estás a salvo… —susurro—. Mírame, soy yo…
Ella se remueve nuevamente y solloza, llena de pánico. La puerta del estudio se abre y me giro para ver a la polaca con Polski en sus manos.
No quiero que vea esto. Aún no está lista…
—Polaca, ve a tu habitación —susurro con desesperación al tiempo que intento calmar a Oriola, que sigue resistiéndose y grita, aterrada.
Su mente está colapsando.
Siento a Polski en mis piernas y veo que mi hija está desobedeciéndome.
—¡Leah, dije que a tu habitación! —grito, pero me ignora por completo—. ¡Francis! —llamo cuando mi hija se ubica junto a Oriola y le sujeta la mano.
—Hola, italiana… ya estás a salvo —susurra, haciéndole pequeños cariños en sus manos, justo donde la mordió su mascota—. Ya estás con mi ojciec49 y conmigo.
Me da una mirada y sigue hablándole hasta que finalmente se calma. Leah recuesta su rostro junto al de ella y le acaricia la mejilla. Los médicos aprovechan el momento y le inyectan el calmante para proceder a curarla.
Burek toma una silla y sienta a la polaca sin alejarla de la camilla. Poso mi mano sobre la de ella, uniéndonos, y nos quedamos en silencio mientras observamos cómo hacen todo. Mi mente se quiebra al verla de esta manera, pues es realmente desesperante no poder aliviar y curar sus heridas con un solo toque…
Voy a picar a Leonardo, voy a hacerlo trizas.