Abro los ojos de golpe y la luz me molesta, así que los vuelvo a cerrar y me quejo. Siento los latidos de mi corazón en el pecho.
¿Dónde estoy?
¿Qué pasó?
Me duele mucho el cuerpo.
Escucho una dulce voz a lo lejos, me siento como en una especie de sueño… Giro el rostro para ver quién es y veo a una pequeña castaña que habla con sus muñecas en polaco. Se ve muy entretenida y, frente a ella, observándola en silencio, está él…
No es un sueño, Bahir fue por mí. Estoy a salvo.
El perro se alerta y Leah me mira, causando que el hombre pose sus ojos azules en mí también.
—Italiana —susurra—. Oriola. —Tiene la voz ronca, pero se levanta rápido y viene hacia mí—. ¿Estás bien?
—Me duele el cuerpo —digo como puedo y siento que me acaricia la mejilla con cuidado—. Dime que lo atrapaste.
Niega y le cambia el semblante.
—No hemos dado con él, pero está herido, así que pronto podrás hacerle todo lo que quieras. Lo prometo, lo pondré a tus pies.
Me quejo e intento mover las piernas.
—El doctor dijo que no debes levantarte por tres días, ¿verdad, ojciec51? —habla la polaca, acercándose.
Sus ojos azules se acentúan con la luz, sonríe y por alguna razón le correspondo.
—Sí. Así es.
—¿Cuánto llevo dormida?
—Dos días —contesta la polaca sin dejar hablar a su padre—. Ojciec y yo no nos hemos despegado de ti. Por cierto… creo que roncas. Anoche casi no pude dormir por tu culpa.
Su cara me causa risa, pero debo contenerla porque me invade el dolor.
Mis costillas…
—No te rías —susurra Bahir, sujetándome la mano—. Leah, es hora de sacar a Polski a pasear.
—Yo no creo… —replica, retándolo, pero una mirada de su padre la convence—. Nos echaron, Polski… vamos. En un rato vuelvo —asegura mientras su perro lleva en la boca a una de sus muñecas.
La puerta se cierra.
—Necesito levantarme.
—No es lo recomendable —me dice, pero al final me extiende una mano para ayudarme a sentar en la cama. Un leve mareo me hace sujetarme con fuerza de su cuerpo—. Respira… es normal, has estado mucho tiempo acostada.
—Quería tu ubicación —murmuro, cerrando los ojos.
—Lo sé. ¿Por qué no se la diste? Era tu oportunidad perfecta para cobrar venganza…
Siento el aire pesado, entonces abro los ojos y me lo encuentro muy cerca de mí.
—Porque… —Me muerdo los labios—. Tu muerte será mía.
Sonríe y asiente. Se acerca más a mí, me sujeta del cuello con cuidado y posa su otra mano en mi cintura, donde no hay ningún golpe.
—Casi me muero al verte herida en el bosque —confiesa.
—¿Te importo? —inquiero.
—¿Tú qué crees? No hubiese movido a toda la policía y a mi gente por alguien que no me importa en lo más mínimo.
Siento su aliento caliente cerca de la piel y vuelvo a cerrar los ojos, sabiendo que a su lado estoy a salvo.
Sus labios rozan los míos.
—Oriola… —susurra como si no creyera que me tiene frente a él—. El mundo está mal si cree que va a cambiarnos o atraparnos.
Busco sus labios, necesito sentirlo. Pensé en esto todo el maldito tiempo que estuve atrapada. Pensé en que él iría por mí y así fue.
Lo hizo.
Me responde el beso con sutileza, procurando no lastimarme, y al final une mi frente con la suya.
—Quiero ducharme… —murmuro.
—Vamos a mi habitación —dice y toma una sábana para cubrirme—. Voy a cargarte… no puedes caminar.
Me pega a su cuerpo y, cuando me toma en brazos, siento un poco de molestia. Salimos del estudio y todos se giran a vernos.
—¡Francis! Prepara comida para Oriola —ordena.
—Por supuesto, señor.
Subimos las escaleras y me aferro a su cuello con fuerza por miedo a caerme.
—Tranquila —me dice muy bajito.
Entramos a la que es su habitación, que parece sacada de una película de reyes y reinas, en donde la inmensa cama es la gran protagonista junto a los ventanales. Me guía hasta allí y me recuesta mientras va al baño. Aprovecho este momento para revisarme y me impresionan todas las marcas de mi cuerpo.
La espalda me duele y las costillas también. Incluso me molesta respirar. Cierro los ojos y me llevo las manos al abdomen.
—Oriola… —De repente lo veo de rodillas ante mí—. Llené la bañera. ¿Vamos?
—Vamos. Quiero caminar —insisto. Me ayuda a levantarme y me escolta hasta el baño con mucho cuidado.
Mi mirada se va inmediatamente al espejo de pared completa que se encuentra en la entrada. Me quedo impactada con lo que veo: mi cabello está hecho un desastre, tengo la piel pálida y en ciertos lugares morada, veo inflamado mi pómulo izquierdo… Y cuando dejo caer la sábana se me seca la garganta.
—¡Maldito! —gruño, llena de rabia.
—Lo harás pagar. Te lo prometo —dice, acunándome el rostro para que deje de mirar el reflejo que me ha bajado por completo el autoestima—. Nadie podrá jamás arrebatarte algo que te pertenece e irradias: tu belleza. Nadie…
Trago grueso al escucharlo.
¿Qué mierda me hace Bahir? Solo pensé en él durante el cautiverio, solo soñé con él y ahora con cada cosa que dice logra calmar la tormenta que se forma en mi mente.
Me ayuda a entrar a la bañera, el agua caliente me roza la piel y es impresionante el efecto relajante que tiene sobre mí. Me sienta con cuidado hasta que quedo completamente sumergida. Cierro los ojos ante la maravillosa sensación.
Unos segundos después noto que se está quitando la camisa y el pantalón y que viene hacia mí con un jabón en las manos. Se mete en la tina y se pone detrás de mí, abrazándome con su cuerpo y largas piernas.
—¿Vas a bañarme?
—Sí, es lo mínimo que te mereces luego de no haberme vendido —dice.
—Bañándome con el enemigo —digo y me relajo al sentir sus manos paseándose por mi espalda con cuidado.
—Me gusta más follando con el enemigo, pero no podemos…
Sonrío cuando me masajea el cuero cabelludo. Suspiro con fuerza y dejo caer los hombros.
—Me desesperas, Oriola, pero no puedo alejarme de ti. —Abro los ojos cuando me susurra eso al oído.
—Te odio pero… te necesito cerca de mí —respondo. Sus labios me dejan un beso en la mejilla y me recuesto en su pecho, sintiéndome a salvo y segura.
Ni de niña llegué a sentirme así. Nunca en mi vida esta sensación me había arropado.
Nunca.