CAPÍTULO 37

RECUPERACIÓN

Bahir Kurek

Oriola duerme en mi cama mientras reviso planos y posibles escondites. Tenemos vigilado a Donato, ya que estamos seguros de que, al verse solo, Leonardo lo buscará.

Mi teléfono vibra sobre la mesa y lo contesto antes de que la despierte.

—¿Sí?

—Hola… —susurra.

—Hola, Amara… ¿Cómo estás?

—Agotada y preocupada, ¿para qué mentir?

—Leah está bien.

—Lo sé, hablé hace un rato con ella. Se nota muy feliz de estar contigo y de poder ayudarte, se siente como una niña grande —dice y sonrío.

Me acerco a la ventana para ver a la polaca practicando defensa personal en el jardín de la mansión con su profesor.

—Nuestra hija es increíble.

—Sí que lo es. ¿Cómo está la italiana?

Desvío la mirada hacia la cama.

—Mejorando… es fuerte.

—¿Y tú cómo estás?

—Desesperado por acabar con esto para poder asegurar el bienestar de todas.

—Ya verás que sí. Extraño a Leah. La quiero conmigo para el nacimiento del bebé.

—Allá estará, lo prometo.

—Está bien. Me voy mañana a Estados Unidos. Slavik cree que es lo mejor, así que esperaré a Leah allí.

—Hecho. Cuídate, Amara.

—Cuídate tú, polaco, no nos dejes solas. Hasta pronto.

La llamada se cuelga y entonces me encuentro a Oriola sentada en la cama, sujetándose la venda de la espalda.

Voy hacia ella y la tomo de la mano.

—¿Qué sucede? —inquiero.

—Necesito salir de la cama, tener un arma y hablar con Emma Brown —dice, firme.

Ignoro su demanda y tomo las vendas que están en la mesa para hacer el cambio. Gruñe cuando se percata de lo que haré, pero no dice nada.

Le quito la venda vieja, le reviso la herida, que tiene buen color, le aplico la crema en total silencio y vuelvo a cubrirla. Por impulso, al final le dejo un beso en el hombro y ella me mira.

—¿Ya? ¿Puedo pararme? —pregunta y la ayudo.

Es terca, testaruda y dura.

—Necesitas ropa… Francis te buscó algo —digo, asegurándome de que esté bien antes de ir al clóset para sacar lo que alistaron para ella.

Tomo los pantalones holgados y una de mis camisetas, descartando la que compró Francis. Vuelvo a la habitación y Oriola deja caer la sábana, descubriendo su cuerpo, su condenado cuerpo.

Hago a un lado mis pensamientos y mis ganas y la ayudo a vestirse. Sonríe al ver que he escogido una de mis camisetas, pero se la pone sin decir nada. Luego va a uno de los espejos para mirarse. Necesita verse para sentirse bien y la entiendo.

—La polaca dejó ese bolso con maquillaje. —Lo señalo y Oriola se fija en él.

—Al parecer ella es la que tiene las riendas, ¿no?

—Es la jefa… —musito, tomando una de las armas que guardo en los cajones—. Aquí se hace lo que ella diga… y le caes bien, así que sería una pena que le matarás al papá.

Oriola recibe el arma y revisa que tenga balas.

—Te espero abajo —digo y asiente.

La dejo para que termine de arreglarse con comodidad, pues sé que la afectó verse en el espejo. Sin embargo, pienso que su belleza no se ha visto opacada por las marcas que lleve… Marcas que pienso hacerle a Leonardo, una por una…

Bajo las escaleras y me encuentro con la polaca, que vuelve con Polski y Francis.

—¿Cómo estuvo la clase? —pregunto y me mira.

—Le di en las… pelotas —vocifera, imitando el golpe.

—¡Leah! —exclama Francis, interrumpiéndola. Intento no reírme para no darle un mal ejemplo.

—Lo siento —dice, poniendo los ojos en blanco.

Me acerco a ella y la tomo de la mano para alejarla de Francis.

—No digas malas palabras, ya lo hemos hablado. Tu madre me matará por tu culpa si llega a escucharte. —Se ríe con fuerza, abrazándose a mi pierna—. Hablando de ello, pronto deberás volver. —Ahí le cambia el semblante—. Imagino que quieres estar para cuando nazca el bebé.

—Sí, sí quiero… Bueno, la italiana te cuidará mientras no estoy… —concluye rápidamente.

—Ya veremos.

—Deberías secuestrarla… Me cae bien —sugiere y esta vez sí me río.

Ambos nos giramos cuando escuchamos unos pasos. Oriola baja maquillada y con un rostro más animado.

Mi hija sonríe de oreja a oreja al notarlo.

—Bella, bella… —canturrea.

—Francis —susurro y la mujer se lleva a mi hija a su habitación.

—¡De nada, italiana! —grita.

Oriola se detiene al inicio de la escalera y la ve marcharse.

—Todo un personaje… —susurra.

La guío hasta la casa y el personal se levanta cuando llegamos. Nos indican en dónde está la mujer a la que buscamos y vamos hasta la cocina, en donde Burek come con ella.

Emma Brown se asombra al ver a Oriola.

—Buen provecho.

—Nunca me dijiste tu nombre —comenta la italiana—, pero ya lo sé. Gracias, Emma.

Esta se levanta y se alisa la ropa.

—De nada, te lo dije… no estoy de acuerdo con lo que hace. Y ahora mismo, si me lo preguntas, quiero que tenga un buen castigo.

La italiana asiente.

—Necesito a alguien que me cuide…

—Aquí estoy, puedes confiar plenamente en mí —dice y desvío la mirada a Burek.

Lo envié a investigarla y más le vale que lo haya hecho sin dejarse cegar por su belleza.

—Perfecto. Debemos ir por Donato, así que necesito que me digas todo lo que sabes. Todo… —demanda, pero yo me niego al instante.

—No, Leonardo lo buscará, no podemos ir tras él. Más bien necesitamos que nos guíe a su guarida. Sabes bien que si lo perseguimos no nos dirá nada. Donato está cegado...

Oriola me da la espalda y sale hecha una furia. La sigo con calma, dándole tiempo para que medite las cosas, hasta la mitad del jardín.

—Quiero a Donato, lo quiero amarrado a una maldita silla y diciéndome todo lo que sabe. Toda esta mierda es por su culpa —sentencia, molesta—. Pueden procesarme porque yo no tengo un Gobierno que me respalde ni personas que me cuiden.

Me lanza una mirada.

—No va a pasar, no lo voy a permitir. Solo seamos pacientes.

Da varios pasos hacia mí y me mira los labios.

—¿Qué haremos mientras esperamos? Estoy inquieta, polaco… necesito entretenimiento.

Sonrío al escucharla.

—Lo que quieras.