Subimos a una todoterreno, él y yo solos, para alejarnos de la mansión y adentrarnos al bosque en la cima de esta montaña. Conduce en silencio mientras yo me aferro al asiento, respirando con calma el aire puro que embarga este lugar.
Me encanta la naturaleza. Siempre la he amado porque siento que me llena de paz. Puedo cerrar los ojos y calmar la mente.
Mi vida ha pasado con tanta prisa que no he podido disfrutar de un momento de paz y tranquilidad. Crecer en una familia como los Piccoli te hace llenarte de estrés y vivir en alerta. Así fue mi infancia… no fue una tranquila a pesar de que hacían todo para intentar que lo fuera. El apellido pesa, el pasado siempre me persigue y la fama ya está en boca de todos. Presentarme y decir mi nombre en voz alta es conseguir miradas frías y alejar a las personas.
Cierro los ojos por un pequeño instante y recuerdo la pregunta que me hizo Bahir hace tanto tiempo.
¿Qué hubiera hecho tu padre?
Mi padre… hubiera incendiado la ciudad entera. Mi padre hubiese acabado con todos… Y no estoy justificando lo que hizo el polaco, pero es que en este maldito medio todo se maneja así, todo se gestiona de esa manera.
Te metes con la familia y se cobrarán venganza de la misma forma.
Por eso me enseñó de armas, por eso me entregaron a Donato… para que me mostrará lo feo de este maldito mundo y me preparara para lo que venía. Con lo que no contaban era con que la oscuridad y yo nos atraeríamos tanto.
Me giro a verlo cuando frena la camioneta y apaga el motor.
La oscuridad es intrigante, adictiva y, sobre todo, tentadora. Puede sumergirte en su mundo, arrastrarte hasta lo más profundo de su ser y jamás sentirás que está mal lo que haces. Al contrario, será el lugar en el que siempre quisiste estar, a donde perteneces.
Desde pequeña supe que lo mío jamás sería como esos cuentos de hadas que me leían las niñeras que cuidaban de mí. Ellas creían que yo era dulce y pura, pero la verdad es que mi naturaleza fluía por mis venas y resonaba con fuerza en mi apellido.
Jamás sería así… Mi destino estaba escrito.
Sería la puta Oriola Piccoli, la dura, la asesina y traficante que aprendió que su cuerpo es la mejor arma que existe. Sí, Donato me usó a su antojo mientras me entrenaba, pero en algún punto aprendí que mi cuerpo saciaba sus necesidades y que si no quería que me golpeara por no hacer las cosas bien, solo debía abrirle las piernas para tenerlo de rodillas, comiéndome el coño. Y así, esa noche no habría golpizas, solo un intenso orgasmo.
Quiero a Donato y a Leonardo de arrodillas ante mí. Los quiero sufriendo y suplicando, pero, como dice el polaco, debemos ser inteligentes.
Y tengo que ser consciente de que sus tácticas siempre funcionan. Es un hombre que reina por su inteligencia y astucia. Sabe lo que quiere y cuándo lo quiere. Bahir escoge el momento, el lugar y eso lo hace ser quien es…
El maldito gran polaco. Tiene al mundo a sus pies y lo peor es que nadie es consciente de ello. Sin darte cuenta, vives en su oscuridad y, a pesar de todo, te gusta.
Bajo de la todoterreno con cuidado por mis heridas y camino hasta encontrarme un claro en el que los árboles están agujereados por balas.
—Aquí practico —revela—. Y estamos solos, sin nadie a nuestro alrededor.
—Así que puedo matarte y nadie se dará cuenta —musito y la sonrisa que me dedica me acelera el corazón.
—Hazlo, ¡mátame! —pide, acercándose a mí.
Entonces me quita el arma de la cintura, le suelta el seguro y me la ofrece.
—Hazlo, es tu oportunidad… —insiste cuando tomo el arma. Guía mi mano hasta su cabeza y sonríe—. Un solo tiro, uno solo, y te cobras lo que tanto deseas.
Sus intensos ojos azules solo reflejan calma a pesar de que tengo el dedo en el gatillo.
—Últimas palabras… —susurro.
—Me gustas, Oriola Piccoli —dice y me quedo fría cuando esas palabras salen de su boca. Se me enloquece el corazón y trago con fuerza.
—¿Qué dijiste? —pregunto, haciendo presión con el arma.
—Lo que escuchaste. Me gustas, Oriola Piccoli, y mucho…
—No puedes decir eso y menos en voz alta.
—¿Por qué? —inquiere y toca el arma—. Dime por qué…
—Porque somos enemigos y porque no se puede.
—A mí nadie me prohíbe nada, nadie me dice qué se puede o no. Soy Bahir Kurek y soy yo el que impone las reglas, ya lo sabes, Oriola —sentencia, bajando el arma—. Si quieres matarme, hazlo, pero lo que dije es cierto. Me gustas… me vuelves loco y maté a medio mundo por llegar a ti. Lo volvería a hacer sin dudarlo siquiera.
—Calla… —ordeno.
Siento miles de cosas en el pecho por sus palabras. No puede hacerme esto.
—Cállame. Te estoy dando esta oportunidad. Aprovéchala porque te declaré mía y te siento mía. Y la única forma de que eso no suceda es que me mates aquí y ahora —dictamina—. Decide, Oriola.
Da un paso más hacia mí y el arma se apoya contra su abdomen. Su mirada me dice que todo lo que sale de su boca es verdad, que no hay una doble intención en sus palabras.
—Bahir… —susurro y dejo que la pistola caiga al suelo. Él me abraza con cuidado.
—Eres mía y ambos lo sabemos. Nos pertenecemos, venimos de la misma penumbra, de la misma oscuridad… —musita muy despacio. La boca se me hace agua y me estremezco—. Yo estoy dispuesto a dar mi vida por ti.
Este no era el plan, jamás lo fue…
Mi objetivo era acabarlo, vengar la muerte de mi familia, hacer justicia. Pero era una justicia estúpida, pues así funciona el negocio. Él solo reaccionó a algo que hizo mi padre… y toda acción tiene consecuencias. Mi padre sabía que si atentaba contra Amara, Bahir Kurek iría tras nosotros.
—Bésame —le pido—. Y toma lo que te pertenece —le suplico, sintiendo los efectos de su cercanía.
Sonríe de lado y me acuna el rostro con delicadeza, paseando sus dedos por el golpe que aún marca mi piel.
—Te juro que los haré pagar —sentencia, rozando nuestros labios para luego unirlos y besarme con pasión.
Bahir me está reclamando como suya. Y sí, le pertenezco.
Su lengua me invade, su cuerpo me abriga y de repente estoy pegada contra la todoterreno. Pierdo el aliento y me tiemblan las piernas. Bahir sabe cómo estremecerme… Lo descubrió muy rápido y ahora lo usa cada que puede y quiere. Baja los labios hasta mi cuello y jadeo, aferrándome a sus brazos duros y fuertes.
—Quiero cogerte… me vuelves loco, me desesperas —gruñe, besándome la cortada que aún marca mi seno—. Quiero borrar toda esta mierda —dice, pues odia esas marcas tanto como yo.
No pensé que fuese a aguantar tanto, pero lo hice por él.
—Fuiste por mí.
—Y lo haría mil veces… entiéndelo. Te buscaré en donde sea, nadie te alejará… Será imposible separarnos. ¿Sabes por qué?
Asiento, buscando su mirada.
—Porque eres mío y yo soy tuya. Porque la oscuridad debe siempre permanecer junta.
—¡Asi es! —exclama—. Moja włoski52.
—Mi polaco.
Embriagados por las sensaciones, volvemos a la casa.