Oriola se desnuda ante mí y quiero enterrarme en ella, hacerla gemir de placer y, sobre todo, recalcarle que es mía porque debe entenderlo.
Mi mirada le recorre su hermoso cuerpo. Me encantan sus curvas, su cintura definida, sus caderas prominentes y sus senos grandes y redondos, aunque detesto las marcas que poco a poco han empezado a desaparecer. Me recuerdan lo que sufrió por mi culpa, por cuidarme. Y eso nunca debió pasar. Mi guerra con Leonardo no debería incluir a nadie que me importa.
Paseo las manos por su espalda con cuidado, procurando no tocar la herida, y veo que tiembla.
—Temo lastimarte —susurro y ella sacude la cabeza, aproximándose más a mí.
—No hay nada que me haga daño en este momento —dice mientras intenta deshacerse de mi camisa—. Esto es lo que necesito, sentirte, sentir que soy Oriola y que tú eres Bahir. Nada más.
—Entonces es lo que te daré —afirmo y la ayudo a desvestirme.
Sonríe con picardía, la llevo a la cama y me ubico sobre ella sin recargarle mi peso. Busco sus labios y ella me recibe con su lengua, jadeando.
Me rodea la cadera con sus piernas y me empuja hacia ella. Mi erección le roza el sexo y ambos temblamos al sentirnos.
Beso las marcas que están a mi alcance y me ubico en su entrada para ir penetrándola poco a poco. La tensión en su espalda delata lo que siente cuando entro y sus paredes estrechas me reciben. La siento hasta en lo más profundo de mi ser.
Me clava las uñas y la embisto de golpe, haciendo que grite mi nombre.
—Eres exquisita —le susurro al oído.
—Hmm… —Intenta contener los gemidos y limita sus movimientos por lo adolorida que está.
—Déjalos salir.
—Muévete, cógeme rico —me pide y le obedezco. Me muevo despacio y hondo para que sienta toda mi longitud. Jadea por el placer, murmura mi nombre y se le agita la respiración. Le masajeo los senos mientras la beso y me fundo con ella.
—Voltéame —dice y me retiro, dejándola expuesta. La ayudo a hacer lo que quiere, le elevo las caderas y la penetro de nuevo, haciendo que mi pelvis y sus nalgas se choquen. La tomo del cuello para que arquee la espalda.
—¿Así? ¿Así me quieres?
—¡Sí! Dame duro —suplica y la embisto una y otra vez.
Mis gemidos y los de ella crean un coro.
—Me gustas… maldición —vocifero, mordiéndole la barbilla, el cuello, los hombros.
Oriola eleva un poco la pierna derecha y puedo ver cómo entro y salgo de ella, cómo nos fusionamos. Me toma de la mano y sigo disfrutando de lo que me hace sentir, del intenso placer que me ofrece al entregarse completa.
Me retiro de nuevo y hago que se siente sobre mí, así que Oriola toma las riendas para cabalgarme como se lo permite su cuerpo. Poco a poco el dolor de sus heridas se apacigua por el placer.
—Te odio —jadea, uniendo nuestras frentes.
—Yo no… —respondo y ella sonríe. Sigue moviéndose y, por cómo abre la boca, sé que está a punto de llegar—. A mí me tienes loco… mataría por ti y moriría por ti —declaro y se estremece.
Entonces gime mi nombre, llega al orgasmo y me lleva con ella a ese éxtasis de placer. La abrazo más a mi cuerpo y me acuesto con ella en la cama, procurando no lastimarla. Le acaricio el brazo mientras ambos intentamos recuperar la respiración.
Se siente maravilloso estar dentro de ella. Es todo un éxtasis y disfruto de este momento.
—¿Cuál será el siguiente paso? —inquiere y abro los ojos.
—Dar con el escondite, Emma nos dio los posibles lugares…
—¿Y a qué estamos esperando?
—A que tú te recuperes —digo y Oriola se sienta en la cama.
—Estoy bien —asegura mientras se examina el cuerpo.
—No lo creo.
—No me subestimes, polaco —gruñe—. Soy más fuerte de lo que aparento ser.
La rodeo con los brazos.
—Lo sé, créeme que lo sé, pero temo por tu seguridad y tu salud —confieso—. No voy a arriesgarte por gusto…
Bufa al escucharme.
—Deja el sentimentalismo, Bahir… Eso no cabe aquí —se queja, pero la tomo del cabello y la obligo a mirarme a los ojos.
—Sí cabe, te guste o no… Admitirlo no te hará débil.
—No puedo tener debilidades, no puedes convertirte en una para mí.
—¿Quién dice que ya no lo soy? —le pregunto, rozando mi nariz con la suya—. Iré a ducharme…
Me alejo de ella y camino desnudo hasta el baño. Dejo la puerta abierta, esperando que venga detrás de mí, y siento su presencia cuando abro la ducha.
—No diré en voz alta algo que pueden usar en mi contra. No tenía nada que perder, salvo a mi madre, pero ahora… —dice y me giro a verla—. Ahora no es solo ella a la que puedo perder. Necesito que atrapemos a Leonardo, no puedo esperar a recuperarme. En ese tiempo él puede atacar y arrebatarme algo que me destruiría por completo.
Le acuno el rostro y la beso.
—No me pasará nada —susurro, pegado a sus labios.
—Vamos por Leonardo —insiste.
—Iremos por él.
Nos duchamos en silencio, nadie dice nada, y solo disfrutamos de la presencia del otro hasta que finalmente salimos y nos vestimos para abandonar la habitación.
Oriola baja las escaleras y yo voy hacia el cuarto de la polaca. Cuando entro la veo sentada en un pequeña mesa de dibujo que se dispuso para ella. Usa sus miles de colores muy entretenida, pero se detiene cuando me ve.
—¿Te vas? —pregunta.
—Sí, solo será por unos días. Lo prometo.
De repente noto que tiene los planos de la mansión frente a ella.
—Quiero una navaja como la tuya —dice y me llama la atención.
—La tendrás, pero cuando seas mayor. Aún eres muy pequeña, moja księżniczka53.
—Usas siempre un arma y todos aquí están armados. ¿Por qué yo no?
Me acerco a Leah para ponerme a su altura y le acaricio el cabello.
—Cuando sea el momento tendrás una, pero primero quiero que seas capaz de entender el peso que conlleva. No solamente debes querer un arma, sino que debes entender el peso, las sombras y los miedos que implica poseer una. Es una carga muy pesada que aún no debes tener. Si fuera por mí, nunca la tendrías.
Asiente en silencio y me da un fuerte abrazo.
—Te amo, papá. No me importa lo que hagas. —Cierro los ojos al escucharla—. Para mí eres un héroe.
—Y tu eres la mía, moja księżniczka54.
Le doy un beso en la frente y vuelve a sus dibujos, entre los cuales está el de un rifle. Le doy un último vistazo y salgo de la habitación, dispuesto a obtener eso que tanta paz nos traerá.
Emma y Burek nos esperan en el jardín. Di la orden… Oriola quiere ir por él, así que iremos por él. El helicóptero pone en marcha sus aspas, Emma le entrega un arma y municiones a la italiana y adopta su papel de protectora.
—Es hora de que sepan de qué estamos hechos —dice—. Nadie se mete con nosotros. Nadie…