Vamos por la segunda casa. Entro, seguida por Emma, quien se mantiene cerca para protegerme, mientras Bahir y Burek buscan fuera con varios hombres.
La casa está abandonada y es seguro que entremos. No debería haber nada que nos amenace. Sin embargo, hay algo que no me gusta, el ambiente me recuerda mucho a…
—Emma, detente —le ordeno.
—¿Qué pasa?
—Algo está mal —revelo y miro alrededor. Cuando estoy a punto de llamar por la radio, un ruido en el piso de arriba lo impide.
Me llevo el dedo a los labios para que Emma haga silencio y empezamos a caminar hacia las escaleras. No le permito tomar la delantera y preparo mi arma.
El piso está vacío… solo hay paredes casi destruidas y el olor a moho invade el lugar. Es asqueroso.
—Seguro fue un animal —dice, pero yo insisto en ir hacia donde creo que hay algo.
La última habitación.
Me detengo a escasos centímetros de la puerta y el sonido vuelve, así que abro y un fuerte movimiento me lanza al suelo.
Emma está luchando contra un hombre que la patea tan fuerte que la saca de la habitación. Cierran la puerta y, por mi parte, golpeo a la persona que tengo encima.
Me levanto y saco mi otra arma. Son dos hombres y les apunto. El que estaba arrodillado se levanta y me sonríe.
—Oriola.
—Donato —susurro y veo que me apunta también.
—Bájala —ordena. Los gritos de Emma y los golpes en la puerta hacen que ambos se rían—. La puerta y las paredes están reforzadas… Estás atrapada conmigo.
Escucho a Bahir en mi oído.
—¿Oriola? ¿Oriola? Maldición, háblame… —gruñe—. ¡Oriola! Ya voy… ya voy por ti.
Me mantengo firme y no respondo, solo observo el arma que seguro tenía preparada para dispararle a Bahir. Un rifle AR-15 está parado frente a la ventana, dispuesto a ser usado.
—No contaba con tu presencia aquí… Pensé que luego de las torturas quedarías un poco traumada —dice y lo confirma todo.
Él sabía que Leonardo me tenía, siempre lo supo.
—Me enseñaste muy bien a aguantar —comento y sonríe con orgullo.
—Bueno, por lo menos algo aprendiste aparte de follar. Sabía que Leonardo te atraparía, así que me hice el preocupado y fui a su casa sabiendo que estabas en el sótano —confiesa con total calma y los ojos vacíos.
—¿Por qué?
—Porque si ya no hay una Oriola Piccoli, adivina quién queda a cargo… —susurra.
—Está mi madre.
—Ese es un pequeño detalle que pronto resolveremos.
Se escuchan unos pasos acercándose y los golpes a la puerta vuelven. Incluso hay disparos, pero no cede, el blindaje no deja que nada la penetre.
—Acabemos con esto de una vez, ¿no crees? —digo y dejo caer mis armas al suelo.
—Dime en dónde tienes a la puta de tu madre.
Niego con una amplia sonrisa.
—Mátame porque no te lo diré.
Se acerca a mí y me apunta con el arma en la cabeza.
—Entraré por la ventana, aléjate de ella cuando te lo diga —me indica la voz de Bahir por el comunicador del oído.
Se siguen escuchando ruidos en el pasillo y sé que es una distracción, pues Bahir debe estar por el techo.
—Debí matarte cuando pude —susurro—. Eres una escoria que quiere algo que no le pertenece. Nunca tendrás mis negocios, mi dinero o mi maldito apellido.
Sonríe con sorna y me toca la mejilla con el cañón de la pistola.
—Es un apellido que ensucias al revolcarte con quien mató a tu hermano… y a tu padre.
—Es el precio que se paga en esta mierda de vida —espeto y aparto su arma—. Eres un maldito cobarde, siempre lo has sido. Lanza el arma… Ven, golpeémonos y recordemos los viejos tiempos.
Donato bufa.
—Y tú eres una idiota que cree que saldrá con vida de aquí —sentencia y me empuja—. Yo sí voy a terminar lo que no pudo el maldito de Leonardo.
Lanza su arma al suelo y el primer golpe llega. Le hago frente con los puños y le estampo uno en la cara. El hombre que lo acompaña se mantiene en la distancia y no dice ni hace nada. Solo nos observa…
—No vas a poder conmigo —grito y puedo ver a Bahir escondido por la ventana. Vuelvo mi vista hacia Donato, pero me mantengo alerta a la señal.
—Aléjate, moja włoski55.
Vuelvo a golpear a Donato y lo empujo con todas mis fuerzas para alejarme de la ventana. De repente una detonación desestabiliza a ambos hombres y se caen al suelo. Bahir entra junto con Burek y otro hombre más, enfrentándose a las amenazas que profieren los caídos. Entonces se acerca a mí, que sigo aturdida por la explosión.
—Moja włoski… Moja włoski! —susurra, acunándome el rostro y frunciendo el ceño cuando ve que tengo sangre en los labios.
—Estoy bien… —le aseguro—. Estoy bien… —repito para calmarlo y asiente. Luego se gira para apuntarle a Donato.
—Hola, cojo… —Y le dispara en la otra pierna.
El grito desgarrador me hace sonreír y me levanto para detallar la escena.
La sangre sale sin piedad y Bahir le dispara de nuevo. Me acerco a él para ver cómo matan al acompañante.
El polaco se arrodilla para meterle el dedo en los agujeros que le hicieron las balas, aumentando su dolor. Yo solo observo con disfrute todo lo que le hace.
—A mi mujer no se la toca —sentencia Bahir y después le aplasta la rodilla que ya le había lastimado antes.
—¡Maldito! —grita, desesperado
En un punto abren la puerta para que el resto del personal ingrese. Emma corre al verme y rompe su camisa para limpiarme la sangre del labio.
—Yo…
—Tranquila, vi lo que pasó.
Levantan a Donato del suelo y ponen su cuerpo contra la pared. Toman unos clavos que estaban tirados y, con un tubo metálico, comienzan a clavarle las manos, crucificándolo.
Disfruto de esto porque nadie me amenaza, nadie me miente y nadie ataca o pretende atacar a los míos.
—Él sabía que estaba en ese puto sótano, sabía que Leonardo me tenía y fingió, haciéndose pasar por idiota, para lograr lo que quería, para quitarme lo que me pertenece.
La mirada de Bahir se oscurece.
—Voy a disfrutar de picarte en pedazos —declara, sacando su navaja.