CAPÍTULO 43

MI POLACA

Bahir Kurek

Bahir… —La voz de Burek resuena en mi oído—. No encuentran a la polaca.

Aprieto los puños y siento que el aire comienza a faltarme. No debí dejarla en la mansión. Oculto el rostro entre las manos, frustrado. Le he enseñado bien, sé que Leah es fuerte, inteligente y que Leonardo no podrá con ella.

La polaca es astuta, conoce la mansión y, como le gusta curiosear, seguro ya tenía un lugar en donde esconderse.

Sé que es así.

—Estamos a cinco minutos, señor —habla el piloto.

Quiero lanzarme de esta mierda y correr por ella. Es mi pequeña, es todo lo que me da vida en este maldito mundo. Ella lo sabe, es mi paz.

Aterrizamos lejos de la mansión y me bajo sin esperar a nadie. Sé que todos vienen detrás de mí, en medio del caos, para buscar a mi hija.

De repente aparece Francis, desesperada, con lágrimas en los ojos.

—Yo solo la descuidé unos minutos. Fui por su merienda y luego ya no estaba. Escuché a Polski ladrar y vine tan rápido como pude —explica mientras camino con el arma en la mano.

—No pudo sacarla de aquí, es imposible… Ella se haría notar —comenta Burek.

—Despliéguense —grito—. La polaca está aquí y él también. Busquen en cada maldito rincón. ¡Busquen a Polski! Donde esté él, allí está mi hija.

Oriola se para frente a mí y me toca el rostro.

—Mírame. Me dijiste que haces que ella se aprenda los terrenos, que le explicas cuáles son los posibles escondites. Leah es inteligente, estará a salvo en alguno de ellos —susurra y asiento.

Los túneles…

—Los túneles —musito.

Frunce el ceño porque no me entiende, pero Burek me escucha y corre hacia la entrada de uno de ellos. Me señala el radio y el auricular mientras avanza.

—La mansión tiene túneles, Leah los conoce —digo, caminando hacia otra de las entradas. Oriola me sigue y apresuro el paso.

Muevo la reja que da paso al callejón, me deshago de todo aquello que me pese para tener mejor movilidad y me arrodillo para poder entrar.

—Debemos ir casi arrastrados por algunos metros —le advierto a Oriola, quien empieza a quitarse lo que le molesta también.

La humedad, el lodo y el calor abundan en estos túneles, pero hay una parte que está ventilada y estoy casi seguro de que la polaca se fue hacia allí. Si la perseguían, ese es el lugar perfecto para retenerlo y defenderse.

Seguimos avanzando en la oscuridad hasta que llegamos a un punto en el que podemos caminar. Noto que el sistema de ventilación está encendido y eso me confirma que Leah está aquí.

—¿Cuántos pasillos hay?

—Muchos… Pero está aquí, lo sé —digo y Oriola asiente, preparando su arma—. Sígueme, no te separes. Esto es muy grande.

Intento recordar por dónde llevé a Leah. Solemos hacer esto siempre: le muestro por completo los terrenos, la casa, y hago que memorice todo, pues solo así sabré que puede escapar de lo que sea. Nunca se sabe. Lo que menos deseaba es que esto sucediera, por eso la alejé de Amara. Pensé que a mi lado estaba segura, pero, evidentemente, no es así.

Me es imposible crear un entorno seguro y por ello me preocupo de que pueda defenderse. Debe aprender de la vida, pues más adelante le mostraré lo fea que puede ser solo porque es mi hija…

Mi apellido, mi pasado y quien soy le pesarán en la vida, pero no puedo cambiar nada de eso. Lo que sí puedo hacer es formar a mi hija de manera que en el futuro no me necesite, que pueda defenderse sola.

Un leve ruido me obliga a detenerme y Oriola señala el túnel de la izquierda.

—¿Dónde está la ventilación?

—Ella no se quedaría allí, hay mucha luz… —susurro—. Iría a ese lado.

Justamente a donde apuntó Oriola. Leah iría a la oscuridad, no le teme.

—Burek —hablo al micrófono—. Ve al área de ventilación.

—Okey.

Me adentro con la italiana a la oscuridad e intentamos no hacer ruido porque es indispensable que él no nos escuche. Las gotas de agua caen por las paredes frías y húmedas.

Un ligero quejido me pone los pelos de punta e intento mantener la calma. El ruido lo empeorará todo. Avanzamos y llegamos a una encrucijada de túneles. Unos destellos rojos titilantes me llaman la atención.

—La linterna…

Oriola la enciende y alumbra justo el lugar en donde está una pequeña bomba.

¡Mierda!

—¿Sabes? Tu hija puede ser un demonio andante. —La voz de Leonardo me llena de rabia.

—¿Dónde está? —inquiero—. Déjala ir, aquí me tienes…

Sale para que la linterna le alumbre el rostro. Tiene sangre en la nariz y rostro, parece aturdido y se pasa la mano para limpiarse.

Mi hija…

—Maldita niña —gruñe.

Moja księżniczka?65 —la llamo, preocupado—. Moja księżniczka… ¿En dónde está mi hija? —grito, perdiendo la paciencia.

—Debí matarla cuando la vi en el bosque —vocifera.

Eso me dice mucho. El quejido vuelve y no es de él, así que…

—Es Polski —susurra Oriola, quien se para a mi lado y apunta hacia Leonardo—. Hola, maldito.

—Vaya, si la perra está aquí también —dice con sorna—. Perfecto, acabaré con la familia completa aunque eso signifique que me vaya al infierno con ustedes.

Está cubriendo una de las rejas, uno de los pasillos que más le gusta explorar a Leah. Intento examinar el lugar, pero la poca luz no ayuda.

—Deberías darme el placer de vengarme, ¿no crees? —musita Oriola—. Me humillaste y torturaste.

—Y aún faltaba lo peor. Iba a picarte en pequeños pedazos y a meterte en una caja para enviarte de vuelta a Italia —farfulla, cojeando. Se nota agotado y estoy orgulloso de que mi hija le haya dado pelea—. En una caja de zapatos…

Tenso la mandíbula. Quiero y necesito matarlo.

Oriola mueve la linterna y detallo algo que me devuelve el alma al cuerpo. Tiene sangre en las manos y hace una señal para que no diga nada. Luego devuelve sus manitas al costado de su perro.

Leah es fuerte.

—Acabemos con esto de una vez —gruño e intento dar un paso, pero la mujer que está a mi lado me lo impide.

—No. Aún no —susurra.

Se me adelanta y mira fijo al hijo de puta que nos pagará todo lo que ha hecho.

—Quiero pelear con él.

—Lo que quieres es que te enseñe lo que es un verdadero hombre. Ven, yo sí te daré duro.

—¡Cállate la maldita boca! —grito, lleno de cólera.

Oriola me entrega el arma.

—¿Qué mierda haces? —le pregunto.

—Tienes cinco minutos para sacarla de aquí —dice muy bajito—. Sácala…

Me niego, no voy a dejarla aquí. Debo sacarlas a las dos. Sin embargo, me ignora, evita que la agarre y se abalanza sobre Leonardo, que está tan débil que se cae al suelo.

—¡Sácala! —grita, estampándole un puño en el rostro al desgraciado.

No puedo abandonarla, así que me acerco a ella… solo para detenerme cuando escucho que la cuenta atrás de las bombas comienza a andar.

Abro la reja y me encuentro a la polaca llena de sangre y lodo. Polski está herido, pero ella está bien a pesar del vestido sucio y su rostro anegado de lágrimas.

—Él me defendió. —Asiento y le acaricio el rostro.

—Vamos…

—¡Bahir, corre! —grita Oriola, cerrando la reja.

—¡No! ¡No! —susurro, desesperado.

¡No puedo abrirla, rompió el seguro!

—Corre…

Saca la navaja, le da una mirada a la polaca y le guiña un ojo.

—Llévatelo de aquí. Eres una guerrera, polaca.

Ojciec66, vamos…

Mi hija me sujeta la mano y me hala con firmeza. Golpeo la reja, siendo testigo del combate, y luego me fijo en el conteo.

Tengo que sacar a Leah de aquí.

—Maldición, Oriola —espeto y cargo a mi hija y a su mascota para correr por el pasillo. Intento contactar a Burek, pero la línea está muerta—. ¡Maldita sea! —vocifero con frustración.

No, no y mil veces no…