CAPÍTULO 44

MI ITALIANA

Bahir Kurek

Corro por un túnel completamente oscuro.

—¡Burek! —vuelvo a gritar—. ¡Contesta, maldita sea!

Ojciec67. —La abrazo con fuerza, debe estar entrando en pánico.

Freno de golpe al ver una linterna que se acerca.

—¡Bahir! —exclama Burek, deteniéndose.

—¡Llévatela! —digo e intento entregarle a mi polaca y a Polski—. Aléjala de la propiedad, vete con ella en el helicóptero.

Leah se niega a soltarme, se aferra a mi camisa con ganas.

Moja księżniczka68, ahora no, por favor, tengo que sacar a Oriola —susurro—. Por favor… vete con Burek. Te amo, eres la luz de mi vida.

—Papi —chilla entre sollozos—. No… no me alejes, no me dejes.

Su llanto me parte. Respiro con fuerza, le beso la frente y le acaricio el rostro. Es bellísima y será increíble de adulta. Le entrego lo único que siempre llevo conmigo, el reloj de mi padre.

—Siempre juntos… —susurro y veo que lo sostiene, llevándoselo al pecho—. Siempre, mi polaca.

—¿Qué mierda está pasando? —inquiere Burek.

—Puso bombas, tenemos pocos minutos. Voy por Oriola. Tú solo llévatela, confío en ti… No me esperes. —Le doy otro beso a mi hija, que sigue sollozando.

—Papi… no. ¡Papi! ¡No! —Intenta zafarse del agarre de Burek, pero me alejo de ella.

—¡Vete, Burek!

Asiente, viéndome fijamente.

—Más te vale salir a tiempo, porque, si no, te buscaré en el infierno —espeta y se aleja con mi hija, que grita con desespero. Su voz me desgarra el alma, pero tengo que volver por Oriola, no puedo abandonarla.

—Te amo, polaca —grito.

Quizás esta sea la última vez que la vea, que se lo diga.

Me sumerjo nuevamente en el túnel. El tiempo está pasando y no tengo ni idea de si saldré de aquí con vida, pero sola no la pienso dejar. Acelero el paso y siento que el corazón se me desboca.

Escucho los golpes e insultos, así que saco mi arma y le disparo a la reja antes de llegar a ella. Le estampo el hombro y fuerzo la cerradura. Luego arremeto contra Leonardo, lanzándolo contra una de las paredes.

Oriola me observa sin aliento, se limpia la sangre que le sale del brazo y se levanta.

—¿Qué? ¿Qué haces?

Le apunto en la frente a Leonardo y observo el reloj de las bombas.

—Tengo cinco minutos para matarte y salir de aquí con la mujer que amo. Quisiera torturarte, juro que sí, pero más vale la vida de ella que la tuya —hablo y le doy un golpe. Luego le quito el seguro al arma y lo apunto de nuevo.

—No —dice Oriola y me volteo a verla—. Quiero que sufra…

—Más vales tú, así que vámonos, por favor. Salgamos de aquí los dos —le pido, agitado—. Dejé a mi hija llorando para venir por ti… vámonos.

Baja su mirada hacia la navaja que tiene en las manos, mi navaja, y viene hacia nosotros. Leonardo no da para más, está vuelto mierda, con golpes y cortadas.

—Hazlo —digo.

Oriola se arrodilla ante él, lo toma del cabello para levantarle el rostro y obligarlo a que la mire.

—Quería ver tu sangre en la pared, pero me tocará conformarme con volverte mierda el corazón —avisa—. Te metiste con quien no debías. El polaco no se toca, la italiana no se toca y la polaca es sagrada. ¡Maldito!

Le clava mi navaja justo en el corazón. El tipo abre mucho los ojos, la sangre le brota por la boca y luego se desvanece.

—Vamos —susurro, levantándola.

—No lo vamos a lograr —dice, agitada.

—Sí lo haremos, nadie puede con nosotros.

Corre hacia el pasillo y voy detrás de ella en medio de la oscuridad. Los segundos corren y, si no salimos rápido, la explosión nos va a alcanzar. De repente Oriola se tropieza, pero me apresuro a ayudarla y seguimos corriendo.

A lo lejos escuchamos y sentimos el estallido que hace vibrar las paredes. Los túneles comienzan a iluminarse por el fuego. El calor es abrumador.

Corro con todas mis fuerza hasta que finalmente salimos del túnel justo en el momento en el que la onda expansiva y el calor apabullante nos lanzan por el aire.

Todo se vuelve negro.

Todo.