CAPÍTULO 45

BAHIR

Oriola Piccoli

Me despierto de golpe cuando siento que el corazón se me va a salir del pecho. Intento tomar aire y veo la oscuridad de la noche sobre mí.

Unas fuertes explosiones me aturden e intento levantarme del suelo, pero mi brazo herido me hace gemir. La mansión está cayéndose a pedazos por las detonaciones y el fuego que está dispuesto a consumirlo todo.

Las imágenes de lo que sucedió se aglomeran en mi mente. Él regresó por mí.

Bahir…

Busco a mi alrededor y veo un cuerpo a lo lejos.

—¿Bahir? —exclamo, pero no reacciona—. ¿Bahir? —insisto y me levanto con debilidad—. ¿Bahir?

Llego hasta donde se encuentra y me dejo caer al suelo cuando veo que tiene sangre en los labios y la nariz. Le toco el pecho para intentar despertarlo.

—Bahir… —repito—. ¡Despierta! —grito, desesperada, pero sigue sin moverse.

Le busco el pulso en el cuello y no siento nada. ¡Joder! Entonces pego el oído a su pecho y tampoco escucho latidos.

—¡Bahir! Por favor… —le ruego.

Una nueva explosión me hace lanzarme sobre su cuerpo para protegerlo.

Necesito sacarlo de aquí.

Me seco las lágrimas y me levanto para sujetarlo de los brazos y halarlo con la poca fuerza que me queda. Tengo que alejarlo de las explosiones y el derrumbe.

Me detengo cuando creo que estamos a salvo y empiezo a hacerle compresiones en el pecho. Voy intercambiando entre el movimiento y el darle respiración boca a boca.

—Bahir, por favor —le suplico entre lágrimas—. No hagas esto. No puedes dejarme… ¡Auxilio! ¡Ayuda! —grito, intentando que alguien me escuche, mientras sigo luchando por traerlo de vuelta—. Leah te necesita, yo te necesito… —confieso—. ¡Auxilio! Maldición… no puedo perderte también, no puedo.

Sollozo.

Me abrazo a su pecho, agotada, y de repente me empujan. Saco la navaja en automático, dispuesta a acabar con quien sea, pero son Burek y Emma.

Ella quiere revisarme, pero me niego y veo cómo Burek intenta reanimar a Bahir.

—¿Cuánto lleva así?

—No lo sé… —susurro—. Maldición, haz que despierte.

Me observa con preocupación y entonces le golpea el pecho con una fuerza descomunal a Bahir. Nos quedamos mirando al polaco y en un instante abre los ojos y toma una gran bocanada de aire.

Me abalanzo sobre él mientras intenta recuperar el aire que le faltaba.

—¡Te amo! ¡Te amo! —repito una y otra vez. Estoy pegada a su pecho y ahora sí siento su corazón.

—Oriola... —susurra.

Me siento aliviada al escucharlo. Él quiere incorporarse y entre todos lo ayudamos. Después me toca el rostro y parece examinarme, siempre preocupándose por mí.

—¿Estás bien? —Asiento, viendo sus intensos ojos azules—. ¿Segura?

—Sí, ahora sí —digo para verlo sonreír débilmente. Luego él se centra en Burek.

—¿Leah? —inquiere—. Te di una orden…

—Y ella dio otra… —se justifica Burek—. Y, de acuerdo con tus palabras, Leah siempre será la Kurek con más autoridad.

Ojciec!69 —exclama y todos vemos cómo corre hasta llegar a los brazos de su padre, llenándolo de besos y llorando en su pecho—. Tenía miedo de perderte… es el único miedo que tengo.

Respiro con calma al verlos.

Leah le extiende el reloj a Bahir y él lo recibe, dándole también muchos besos a su hija. Lo ayudamos a levantarse y Leah vigila de cerca los pasos de su padre, que detalla cómo la mansión se cae a pedazos.

—Aseguren la zona —exige.

—Ya todos la revisaron —dice Burek—. No hay más bombas.

Bahir asiente y yo me acerco a su pecho.

—¿Te duele algo? —le pregunto y niega, mostrándose duro y fuerte—. No te hagas el fuerte, dime si algo te duele.

—Me dijiste que me amabas… —murmura y detengo las manos en su abdomen.

—Tú también lo hiciste.

—He hablado de lo que siento, pero a ti te cuesta —dice con Leah pegada a la pierna, pues no piensa alejarse de él.

Eleva su mirada hacia nosotros.

—Ya dile, italiana… Es más que obvio que amas a mi ojciec. Casi nos deja, díselo.

La polaca, a pesar de estar toda llena de lodo y con los ojos hinchados, sigue conservando el aire de una Kurek.

—Leah, ven conmigo, vamos a lavarte en la casa de los empleados —dice Francis, halándola.

Ella se niega, pero su padre le dice que debe ir a asearse.

—Todos deberíamos ir para allá —comento—. Tenemos que revisarte bien y deben informarle al Gobierno lo que pasó.

Entre todos llevan a Bahir para limitar que haga algún esfuerzo, pero su mirada se mantiene fija en mí por lo que dije, por cómo solté mis sentimientos. No soy alguien cursi y creo que jamás lo seré, pero sentir que lo perdía me hizo ser sincera con mis sentimientos y con él.

Inicié esto buscando venganza y terminé amando al enemigo, terminé enamorada de él.

Veo cómo lo sientan en uno de los sofás mientras la gente corre para apagar el fuego. Otros pocos se quedan para estar pendientes de su jefe.

—Déjenme a solas con Oriola —dice, quitándose la camisa para dejar al descubierto los hematomas que empiezan a teñirle la piel.

Emma me trae algo de tomar y se marcha con Burek.

El silencio se hace en la pequeña casa.

—Lo que dijiste… ¿es verdad?

—Sí —confieso y me acerco a la chimenea—. Es lo que siento.

—Ven acá —musita, agotado, y me señala su pierna. Me siento con cuidado, intentando no lastimarlo más, y nos hundimos en el sofá—. Te amo —confiesa y se me eriza la piel. Le toco el pecho para sentir sus latidos, regodeándome en el sentimiento.

—Yo también te amo —respondo, mirándolo a los ojos, mientras él sonríe.

—¿Qué haremos ahora? —inquiere.

—Un médico debe revisarte, tienes que informarle al Gobierno lo que pasó y revelarles que Leonardo ingresó sin jurisdicción a tu país. De lo contrario, se nos vendrán encima e intentarán extraditarte.

—No pueden. Han hecho la solicitud varias veces y mi Gobierno se las niega en los juicios. Ahora tengo un permiso diplomático, pero igual haré lo que me dices… ¿Piensas en matarme aún?

Sonrío al escucharlo.

—Todos los días, cada segundo del día, pero no quiero hacerlo. Amo la oscuridad que me embarga estando a tu lado.

—Yo amo todo lo que tú representas, Oriola Piccoli.