CAPÍTULO 46

ELLA

Bahir Kurek

Oriola se queda a mi lado mientras hablo con el presidente Aniol Bartek. Tiene en la mesa todas las pruebas y se las presenta a su secretario de Gobierno.

—Con esto pararemos cualquier proceso de extradición —dice, sentándose.

—¿El dinero sirvió?

—Mucho… —afirma y se fija en Oriola—. A ella no podemos protegerla.

La italiana cruza las piernas y me mira a mí.

—Te estoy dando más dinero del que te gastarás en toda tu maldita vida, así que a ella puedes protegerla también —espeto—. Es una orden, Aniol. Sabes muy bien cómo son las cosas conmigo.

—Soy el jodido presidente de Polonia —grita, exaltado, y yo le sonrío.

—Yo soy el polaco. ¿Qué harás?

Bufa y se pasa las manos por el cabello.

—Okey, la protegeremos —musita—. Tienes mi maldita palabra.

Satisfecho, me levanto, le ofrezco mi mano a Oriola y ella se incorpora con elegancia, mostrando sus piernas.

—Fue un placer —le dice a Aniol.

Salgo con ella de la mano y la guío hasta la camioneta que nos espera. Nos ponemos en marcha en cuanto las puertas se cierran.

—No debiste pedir que me protegieran, no es mi país y no es su obligación —comenta.

—¡Es su obligación si yo digo que lo es, Oriola! —respondo—. Tengo el dinero, ellos tienen la autoridad, así que uso eso para mi beneficio, el cual te incluye. Eres la mujer a la que amo. —No dice nada, entonces me volteo a verla—. ¿Oriola?

—No necesito que me protejas, entiéndelo. Puedo sola, he podido toda mi condenada vida sola —susurra, molesta.

—¡Detén el auto! —le ordeno al chofer.

Burek me observa y entiende sin decir palabra, así que se baja del auto junto con el conductor.

—Ahora no estás sola. Y no te estoy quitando el poder o el dominio de tu vida solo porque quiero que estés bien y a salvo. Somos iguales y sé lo que piensas. Crees que quiero imponerme, arrebatarte el poder y adueñarme de tu apellido. ¡No quiero eso! Quiero que tú te adueñes del mío —confieso.

—No podemos, una cosa es que nos revolquemos, que digamos que nos amamos y que vociferemos entre nosotros lo que sentimos estando juntos, pero tu apellido y el mío no van unidos en una frase.

Me tenso.

—¿Ahora eres tú la que nos va a separar? Matamos a todos los que nos querían hacer daño… ¿y ahora lo haremos entre nosotros?

—No es eso, Bahir…

—¿Y qué mierda es entonces? Estás renuente a lo que sentimos, no me dejas darte todo lo que puedo. ¿Qué coño pasa?

—La sangre que corre por tus manos, eso pasa… No lo he olvidado y no creo que lo haga.

Se baja de la camioneta y respiro con fuerza antes de salir tras ella a pesar del tráfico que pasa a nuestro lado.

—¡Oriola! —grito con todas mis fuerzas.

—¿Qué?

—¿Eso es más fuerte que lo que sentimos? No soy un maldito romántico, pero lo que menos quiero en esta condenada vida es perderte —confieso—. No por eso… Tú lo entiendes. Las reglas en nuestro mundo son claras e hice lo que cualquiera hubiera hecho. ¿Por qué ahora? ¿Por qué?

Hace a un lado su cabello e inhala hondo, intentando calmarse.

—¡Porque nunca había sentido esta mierda! Porque tengo miedo, porque no es solo el pasado, es el presente también. Mi madre quiere venganza y prometí dársela.

—Entonces hazlo, no lo pienses tanto. Hazlo para que le des lo que tanto quiere y ya está. Igual no dejaré de amarte, aun estando en el infierno sentiré amor por ti. —Oriola hace un ruido de desesperación y me desvía la mirada—. Si lo que quieres es matarme para cobrar venganza, entonces hazlo. Solo quiero que tengas lo que deseas. —musito—. Pero, dilo, di que quieres matarme. ¡Dilo!

Me quito el saco y dejó caer el arma. Me importa una mierda el tráfico y todos los que nos observan. Ya me cansé, no estoy para estas idioteces.

—¿Qué coño estás haciendo?

Burek se para detrás de mí.

—No te metas —le digo a él—. Si vas a subirte conmigo en esa maldita camioneta es porque vas a mandar todo a la mierda, incluyendo a tu madre con su bendita venganza. Si quieres escuchar que me arrepiento de haber matado a tu familia, quédate esperando porque no lo haré. —Me observa con la respiración agitada—. Ellos iban a quitarme a quien amaba y yo soy así, vengativo. Soy un maldito mafioso polaco que ha matado a todo aquel que piensa en hacerle daño a los suyos. Y, como tú lo dijiste, todo era más fácil antes, cuando no había nada que perder. Ahora tengo mucho por lo que luchar, tú incluida.

—¿A ella le decías todo eso?

Noto celos en su pregunta.

—¿A quién?

—Lo sabes muy bien.

—Con ella nunca tuve la oportunidad de hablar de lo que sentía porque su corazón le pertenecía a otro. En cambio el tuyo… es mío, te guste o no.

Traga grueso, camina hacia mí y me preparo para lo peor. Hay dos opciones: me mata o se viene conmigo. Cuando está a unos centímetros me detalla y juro que quiero hundirme en ella, perderme en su ser…

Me vuelve loco y, sí, estoy dispuesto a morir para que ella cobre lo que supuestamente desea para tener paz.

—Si eso te dará paz, hazlo.

Niega, dejando caer una lágrima.

—No me dará paz. Sufriré si algo llega a pasarte, me moriré contigo. Te odio y te amo porque me haces querer arrancarme el apellido. Deseo no tener la sangre italiana que corre por mis venas y, a la vez, amo pertenecerte, amo lo que siento cuando estoy cerca de ti. Me gusta cómo mi corazón me golpea el pecho y sueño con borrar todo aquello que nos separa.

—Sé mía para siempre —susurro, acercándome y sintiendo el calor de su piel—. Sé mía, Oriola. Solo imagina un mundo en donde tú y yo mandemos juntos, donde tu poder y el mío hagan temblar toda la Tierra, donde nadie pueda con nosotros, donde lo nuestro sea tan indestructible que nos teman. Déjame amarte, déjame ser todo eso que amas y odias. Sé mía, solo mía.

—Es como si me leyeras la mente —musita—. Siempre sabes qué decir.

—Soy inteligente —murmuro con una sonrisa en los labios—. ¿Qué harás? Porque de verdad yo estoy dispuesto a todo. Ahora, dime tú, y es la última vez que pregunto esto…

—Te amo y lo sabes. Estoy dispuesta a todo porque no puedo estar sin ti. Eres una adicción, eres lo único que quiero y con el único hombre que me veo.

—Entonces hagamos esto como se debe —digo, le tomo la mano y busco algo que llevo desde ayer en mi abrigo.

Mi polaca me ayudó a escogerlo.

—¿Qué es eso? —inquiere, sorprendida—. Responde.

—Un anillo que le grita a todo el mundo que eres mía, que quiero que te adueñes de mi apellido y que quiero todo con todo. No estoy para jugar, no soy romántico y conmigo el camino será siempre oscuro, pero te amo y te daré todo de mí. Todo.

Su mirada se centra en el anillo negro con un inmenso rubí en el centro.

—Estás loco.

—Lo estoy, creo que te lo he demostrado. Estoy dispuesto a todo por la mujer a la que amo y esa eres tú, Oriola Piccoli.